domingo, 24 de abril de 2016

- El futuro de Iñigo Errejón....... y la utopía

Desde estas páginas he aplaudido en varias ocasiones la frescura que representaba para nuestra vieja política los movimientos afines al 15-M. Necesitábamos, los que creíamos en cambios radicales del actual sistema social, a estos "perroflautas", como necesarios fuimos los que en los años 70 y 80 también nos sentimos "pre-perroflautas" de aquel entonces, para trasformar un país. Una sociedad que quiere cambiar, necesita ilusiones para hacerlo y estos jóvenes que sentados en la Puerta del Sol, día si y noche también, nos hacían creer en un futuro previsiblemente mejor…………. Bendita utopía, si no fuera por ella, en que soñar. Utopía es nuestra religión, nuestra "fe", nuestra zanahoria. 

Ha pasado el tiempo desde aquel 15 de marzo de 2011 y algunos de esos mozalbetes de Sol, que hasta se atrevieron a llamarnos a algunos "casta", hoy salen a diario en los medios y luchan por audiencias en las teles. Uno que algo sabe de parlamentos, reconoce que la gestión política es compleja, tendiendo a suavizar con el tiempo ciertos planteamientos. También el paso de los años nos modera, pero eso también el tiempo de nuevo se encarga de corregir, y cuando los cabellos comienzan a tornarse más claros, volvemos a recuperar la savia revoltosa de los años locos. Debe ser algo parecido lo que les está pasando a algunos "podemitas", pero con el fragor y la rapidez de los tiempos que vivimos, pues la sociedad no para y los motores del tiempo cada vez tienen más bríos. El dedicar tiempo a la gestión política, a las intrigas de tus correligionarios y a la presencia en los medios (de comunicación), nos hacen perder el pisar las calles y tomar el pulso de las necesidades cotidianas para gestionar el cómo cambiar el mundo (algo de experiencia en lo que digo tengo), y eso les está pasando a estos chicos de Vallecas. 

Mentes claras como las de algunos de estos miembros de la "nouvelle gauche divine" son necesarias para el futuro de nuestro País. Habiendo seguido con atención a algunos de ellos que me han sorprendido gratamente por sus posicionamientos, es el caso de Errejón fundamentalmente, no el caso de algunas "otras" que ya sabía por dónde iban a pajear. ¿Y ahora que se empieza a despejar el galimatías de estos movimientos convertidos en partidos……… que será de ellos?......... ¿que será de los valiosos que apartan a las cunetas?........... y sobre todo, ¿que será de los que como yo tuvieron una "utópica" esperanza?

Creo que me vuelvo a mi Socialdemocracia…………. el problema es donde está. 

Os dejo aquí un buen análisis sobre la situación que vive la izquierda en nuestro país, pero que podría extrapolarse a esa Europa insolidaria, globalizada, liberal y mercantilista, que hoy (24/04/2016) he podido leer en EL CONFIDENCIAL con la firma de CARLOS SANCHEZ.

La inevitable marcha de Errejón al PSOE
Sostenía hace algún tiempo el historiador económico Gabriel Tortella que la izquierda había muerto de éxito. Y lo explicaba en los siguientes términos. Ningún dirigente podía pensar hace un siglo que los países que hoy llamamos avanzados -la mayoría europeos- hubieran podido levantar un Estado de bienestar tan formidable como el que se ha construido, fundamentalmente a partir de 1945. 

Las cifras le dan la razón. El gasto público se situó el año pasado en el 48,6% del PIB de la Eurozona, lo que se explica por la universalización de derechos esenciales como la sanidad, la educación, las prestaciones sociales de carácter económico, las pensiones o la cobertura de desempleo, que han evitado la exclusión social de millones de familias. Un logro inimaginable para quienes, en el primer tercio del siglo XX, luchaban por la generalización de los derechos económicos y sociales. 

Aunque es evidente que la crisis ha afectado negativamente al tamaño -y a la calidad- de ese Estado de bienestar, y todavía demasiados ciudadanos están fuera del progreso económico, lo cierto es que el viejo sueño de Beveridge y de la socialdemocracia europea se ha cumplido con creces. Hoy, casi la mitad de la riqueza generada por un país en un año se destina a gasto público, que, por lógica, beneficia en mayor medida a quienes tienen menores recursos para destinar sus magros ingresos a educación o sanidad privadas. La revolución tecnológica, igualmente, ha influido de forma decisiva en el sujeto del cambio político, que ya no es el obrero industrial fordista (que requiere altos salarios para que el sistema funcione) o el proletariado clásico enajenado de sus derechos sociales. 

Esto explicaría, según Tortella, que la izquierda, fundamentalmente a partir de los primeros años 80, que es cuando comienza a quebrarse la hegemonía del pensamiento keynesiano en favor del liberalismo (una especie de triunfo casi póstumo de Hayek sobre el sabio de Cambridge) comenzara a volcarse en todo tipo de revoluciones: la revolución feminista, el pacifismo, la ecología o los derechos de las minorías marginadas. 

Es decir, se pasó de un movimiento político basado en cuestiones económicas y sociales -la situación de millones de trabajadores era angustiosa en la primera mitad del siglo XX y en el último tercio del XIX- a otro muy distinto en el que los derechos civiles formaban parte central del discurso político. En el caso de España, con otro factor de carácter 'nacional': la cuestión territorial, una rara anomalía en el espectro de la izquierda europea. Hoy, un porcentaje no despreciable de la izquierda española se ha hecho nacionalista desafiando el tradicional internacionalismo que históricamente ha configurado sus señas de identidad. 

Hegemonía e impuestos
Como consecuencia de estas transformaciones, la socialdemocracia tradicional se ha visto arrinconada. Al fin y al cabo, la generalización de las prestaciones sociales (incluso en países con gobiernos conservadores) hace menos necesario su discurso. Y de ahí que nuevas formaciones hayan horadado su hegemonía. Hasta el punto de que hoy, utilizando la célebre metáfora de Marx, la socialdemocracia clásica es un fantasma que recorre Europa, pero en sentido contrario al que predecía el filósofo alemán. Sus electores tradicionales están hartos de pagar tantos impuestos para financiar el Estado de bienestar y por eso votan a los conservadores. O a los partidos socialdemócratas cuando se hacen ‘de derechas’. 

Ese paraíso perdido -o crisis de identidad- lo ocupan hoy, en el caso español, formaciones como Podemos o, en mucha menor medida, Izquierda Unida, con un doble anclaje ideológico. Por un lado, sus dirigentes se sienten herederos de las viejas reivindicaciones de la izquierda de carácter material (más gasto público); pero, por otro lado, han articulado un discurso populista, sin consistencia intelectual alguna, que se basa más en el activismo social que en el sistema de representación parlamentaria, algo consustancial a las democracias más avanzadas. Cualquier reivindicación callejera, en este sentido, sirve para moldear el discurso, aunque sea incoherente y a veces trasnochado. Lo importante es ‘estar’ allí donde hay una reivindicación, aunque sea profundamente reaccionaria. A eso lo han llamado algunos la ‘nueva política’. 

Esta esquizofrenia ideológica, basada en un tacticismo muy primario, sin embargo, es la que tiende a hacer irrelevantes a las formaciones populistas en situaciones de 'normalidad' política y económica (si es que alguna vez se puede utilizar este término). El tiempo corre en contra del oportunismo político, y en la medida en que la situación se vaya ‘normalizando’, los nuevos populismos irán perdiendo fuelle y adeptos.

Pero por el momento ocurre todo lo contrario. Tras la crisis y el ensanchamiento inmoral de la desigualdad, se ha producido una verdadera eclosión de esa izquierda. Una parte tiene un componente estrictamente coyuntural, pero otra ha venido a quedarse. Fundamentalmente, porque el ecosistema social en el que se desenvolvía tradicionalmente tanto la izquierda política como la sindical ha desaparecido, haciendo buena aquella descripción de Peter Glotz cuando hablada de la sociedad de los tres tercios. 

Es decir, un tercio de ciudadanos puede considerarse satisfecho con el sistema económico (lo que en el lenguaje coloquial se denomina ricos); otro tercio de la población vive cómodamente instalado gracias a su trabajo más o menos bien remunerado, mientras que un último tercio de empleados o subempleados sobrevive a duras penas: trabajadores precarios pese a su sobrecualificación, expulsados del mercado de trabajo antes de alcanzar la edad de jubilación, jóvenes sin formación condenados al paro de larga duración o mujeres que viven de las prestaciones sociales como único recurso de vida. 

Iglesias vs Errejón
La consolidación de este último tercio es lo que explica, sin lugar a dudas, el éxito electoral de Podemos, complementado con la cuestión territorial mediante pactos con las célebres confluencias como un movimiento puramente táctico. Tarde o temprano, sin embargo, este delicado equilibrio basado en unas circunstancias excepcionales e irrepetibles tenderá a agrietarse, probablemente después de las próximas e inevitables elecciones. Y es muy probable que lo haga por la dirección política de Podemos.

Parece evidente que las posiciones de Iglesias-Echenique, por un lado, y de Íñigo Errejón y sus seguidores, por otro, tenderán en el tiempo ensancharse, toda vez que Podemos solo es capaz de sobrevivir unido cuando las encuestas y los votos juegan a su favor y el viento está de cola, pero difícilmente una amalgama ideológica como la que representa puede aguantarle el pulso a una situación adversa. 

Entre otras cosas, porque la posición de Iglesias es incompatible con la construcción de nuevas mayorías de carácter transversal que reclama Errejón, seguidor de Gramsci (uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano) y su teoría de la hegemonía: una victoria política siempre viene precedida de una victoria ideológica (como Thatcher y Reagan demostraron a principios de los 80). Y hoy, le guste o no a Iglesias, los grandes partidos europeos tienen un carácter transversal (agrupan a todas las clases sociales) que parece despreciar el líder de Podemos, y que ha sido la causa de que Izquierda Unida nuca haya superado los 23 diputados.
 

En este sentido, la incursión de Podemos en la estrategia clásica izquierda-derecha (proponiendo la integración de IU) será su suicidio político, salvo que logre adelantar al PSOE en las próximas elecciones. Y no basta hacerlo mediante una distancia escuálida, toda vez que las confluencias, por sus propias características, son todo lo contrario que la integración orgánica. La unión temporal tiene más que ver con un sindicato de intereses. 

El frentismo que reclama ahora Iglesias por razones puramente electorales es, precisamente, lo que acabará empujando a Errejón y a los suyos al PSOE tarde o temprano. Como en su día hizo Enrique Curiel o tantos dirigentes del PCE que acabaron en el Partido Socialista. Lógicamente, siempre que este partido se regenere, lo cual no será fácil con un líder como Sánchez. Los populismos son transversales por naturaleza (como el nuevo peronismo de Laclau que reivindica Errejón), y Podemos ha iniciado el camino de la irrelevancia política alejándose de su horizontalidad. 

No es un fenómeno nuevo. La historia de Izquierda Unida, que ahora parece entregarse con armas y bagajes a Podemos por su angustiosa situación económica, no es más que el reflejo de ese tacticismo infantil que le ha llevado a alejarse de los nuevos actores sociales despreciando la nueva realidad socioeconómica. Como ha recogido en este periódico Iván Gil, ese sectarismo de clase (IU nació también como una confluencia ideológica) ha sido consustancial a una parte de la izquierda política, que desde los primeros años 80 ha confundido la acción política -que tiene un carácter más estratégico- con el activismo social, sin duda necesario en un contexto de agresión a derechos que se consideraban garantizados, pero ineficaz a la hora de construir un discurso político de largo recorrido.
 
Podemos dejará de ser el gran contenedor ideológico en el que cabe toda la izquierda -heredero intelectual del 15M- para ser simplemente un partido cesarista en línea con lo que lleva en las venas el pequeño Robespierre.

1 comentario:

Jesús Alonso dijo...

Comparto la idea básica del artículo,pues la Social Democracia,tiene que despertar del letargo en el que se encuentra en la actualidad,y a su vez, facilitar esa unión de la izquierda, que tanta falta hace,y no la ocurrencia del Sr.Sanchez,pactando un tratado de gobierno con Ciudanos, o dicho de otra manera, con los cachorros del Pp(Pedro Sanchez dixit).
Estoy con todos aquellos, que desde una izquierda, moderada, y con poder suficiente para concitar el respaldo necesario,para que la sociedad española,abandone ese desprecio ancestral, que la clase dirigente mantiene ante los trabajadores, perdiendo día a día, unos derechos, que tantas vidas y sacrificios han costado.