viernes, 30 de octubre de 2015

- Los Fiordos del Este - Austfirðir (Islandia)

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Los parajes situados al norte del gran glaciar islandés Vatnajökull, son una inmensa desolación que se dilata prácticamente hasta la costa septentrional de la isla.  Un considerable desierto de piedra y arena fuera de lo cotidiano, pues aun estéril, está surcado por potentes ríos que los hielos forman en su derretir. Son las áridas y despobladas tierras de Ódáðahraun, el campo de lava más extenso de Islandia, que con unos 6.000 Km2. se prolonga al norte del enorme glacial. Donde se han ido acumulando sucesivas capas basálticas procedentes de antiguas erupciones, la última en concreto de principios del siglo XVIII, procedente de la caldera volcánica del Askja. Cien kilómetros a la redonda de lava, arenas volcánicas y blanquecinos ríos procedentes de los hielos perpetuos de su vecino, el otro gran desierto helado. 

Fue aquí, en Ódáðahraun, donde se entrenaron los primeros astronautas de la NASA que viajaron a la Luna, desde entonces los cineastas hollywoodenses de ciencia ficción extraterrestre o terrícola, han tomado los parajes de Islandia para realizar sus películas más insólitas. Y por aquí también, justo al sur de esta aridez y en el límite de los hielos del glacial, donde "Los   Carolos" y "El Pirracas" (compañeros en este y otros viajes, y aun así amigos) estuvieron hace 25 años filmando un documental para TVE sobre las cuevas de hielo. Cargando y descargado, transportando como mulas el material necesario para su fin, siempre supervisados por el "gran comunicador" Sebastián Álvaro, ya por aquel entonces director de "Al filo de lo imposible", e ínclito plagiador de edulcorantes, sugerentes, escalofriantes y montañiles reseñas literarias de otros autores. Como así mismo record absoluto y campeón mundial de permanecía en los campamentos base, toda vez que nunca supera esa altitud en las montañas sobre las que nos hace sus gelatinosos comentarios, haciéndonos ver que él forma parte del protagonismo de la aventura……… cual mas lejos de la realidad. Pero sigamos con el relato. 

Durante nuestro recorrido por la primera parte de esta ruta, observamos en las proximidades de la carretera una hilera interminable de grandes mojones, pétreas señales que marcaban antiguamente el camino a seguir por estos indómitos y duros parajes. No me imagino cómo se podía transitar por ellos en los tiempos pretéritos, con las extremas condiciones climatológicas de estas tierras, en medio de las nieblas, los fríos y esas incesables ventiscas que nunca dejan de amainar por estas interminables y ásperas mesetas. Estos hitos, "vörður" como se les denomina en islandés, se usaban para marcar las rutas entre alejados lugares durante los pasados siglos, siendo ubicados lo suficientemente cerca para que caminando, el siguiente siempre estuviera a la vista. También se tiene la creencia que servían para proteger a los viajeros de fantasmas, duendes, gentes fuera de la ley, "huldufolk" (gente oculta), así como de los malos espíritus; siendo normalmente ubicados en zonas muy transitadas, denominándoseles "beinakerlingar" (huesos de brujas). 

En medio de este desierto de piedras, se halla un mirador con vistas a un lugar inusual, Biskupsháls "Collado de los Obispos", una cresta de toba entre Grimsstadir y Viðidalur, delimitación entre los condados de Suður-Þingeyjarsýsla y Norður-Múlasýsla. Zona, donde al parece en el año 1106 se juntaron dos prelados, acordando ubicar allí los denominados "Biskupavörður" (mojones de los obispos), hitos que delimitarían la antigua frontera entre la zona septentrional y el este de Islandia, dividiendo el país entre las dos diócesis existentes, la de Hólar que gobernaba en la zona del Norte y la de Skálkholt al sur, marcando la separación entre los
territorios de cada uno de los obispos. Estos dos mitrados, quedaron en volver a verse de nuevo en el occidente de la isla, delimitando el resto de su territorio por el recorrido que hicieran cada uno de ellos montados en sus cabalgaduras. Partió el obispo de Skálholt a caballo tan rápido como pudo, trotando día y noche, mientras que el de Hólar se lo tomó con más calma, disfrutando del camino. Encontrándose de nuevo en el extremo sur del fiordo Hrútafjörður (al noroeste del país), quedando desde entonces, marcando allí el límite occidental de cada una de las jurisdicciones. Obviamente el obispo de Skálholt, después de haber viajado mucho más lejos, consiguió que sus territorios fueran tres veces superiores a los de su acólito de Hólar. Parece ser que posteriormente, durante el siglo XVI, un agricultor donó la misma granja a ambos obispados, provocando una nueva disputa entre ellos. La historia comenta, que nuevamente se juntaron en este lugar, en la frontera sus territorios a fin de encontrar una solución. Mientras que los dos obispos discutían sobre el asunto, sus respectivas comitivas competían en amojonar a su favor. Estos dos mojones que hay hoy en día, son los frutos de esta pugna.

La ruta que trascurre a través Möðrudalsöræfi (La tierra baldía de Möðrudals), fue la primera vía construida por el hombre en este lugar, estando marcada por mojones. Esta antigua comunicación fue sustituida en el año 2005 por el nuevo trazado de la N-1 (la ruta principal del país), dejando este tramo casi sin uso en la actualidad. 

En vez de seguir por la carretera principal, nos desviamos por este antiguo trayecto (hoy en día pista de grava denominado F901) para visitar las granjas de Möðrudalur (7,5 km.) y Sænautasel (36,5 km.). Un recorrido de prácticamente los mismos kilómetros que la Ring Road (carretera de circunvalación de toda la isla), a través de los desolados y ásperos paisajes por los que trascurre, haciendo merecedora de ser transitada. Amplios horizontes carentes de vegetación nos acompañaran desde el principio al fin de nuestro itinerario por ella. 

En Möðrudalur durante el invierno de 1918 se registró la temperatura más baja jamás tomada en una zona habitada de Islandia -38º. Hoy es un complejo agrícola-turístico al que cada vez mas aceden los autobuses de los "turoperadores" cargados de gentes multicolores a visitar y tomar un café, ante lo cual apenas paramos para hacer unas fotos. 

Continuamos por terrenos deshumanizados, áridos, estériles, duros aun en verano. Todo es vacio a nuestro alrededor, solo la altiva silueta del Herðubreið (Trono de Odín); la montaña sagrada en los mitos islandeses; que se divisa a lo lejos rompe esa incontenible visión de desasosiego. Es un mundo extinto, inanimado, yermo y a la vez mágico aun en su desolación………. es la auténtica representación de la nada. La pista se prolonga por horizontes casi infinitos, la mañana es gris y esto aun le da un tono especial, los plomizos cielos se funden con el gris del horizonte como si fueran amantes, un amor salvaje y bravío como lo son estas tierras del Ódáðahraun.
Ódáðahraun se traduce como "campo de lava de las hazañas perversas (desierto de los bandidos)", nombre que le viene por la cantidad de proscritos huidos de la ley que se confinaban allí, donde furtivos de la justicia pasaban los veinte años para que sus fechorías prescribiesen. Entre las leyendas de renegados que existen de esta zona, sobresale la de Fjalla Eyvindur y su amante Halla, que durante el siglo XVIII pasaron la veintena de años ocultados en el oasis de Herðubreiðarlindir de esta región. 

En las proximidades de la granja de Möðrudalur parte una de las pistas, que se dirige por este áspero desierto, hasta la zona de Askja. Uno de los más míticos y temibles volcanes de toda Islandia, habiendo estallado en numerosas ocasiones desde que se tiene constancia histórica de la isla. La erupción de 1875 provocó, además de centenares de víctimas, una enorme crisis económica en todo el norte islandés, tardándose muchos años en ser superada.

Askja, que en islandés significa “la caja”; toda vez que se encuentra en el centro de un macizo volcánico; es un complejo formado por tres calderas superpuestas que ocupando una superficie de 45 km2. se sitúa muy próximo al vértice norte del inmenso glaciar Vatnajókull. Tras la erupción del siglo XIX aparecieron nuevos cráteres, siendo el mas afamado y conocido el también denominado Viti (como el del Krafla, reseñado en el capitulo dedicado al Norte de Islandia). Que posteriormente inundado por los episodios volcánicos de 1961, se trasformó en un delicioso lago de azuladas aguas. Un deposito geotermal de agua a 28º de temperatura, donde es factible bañarse aun en invierno.

El relieve de esta zona es bastante variable al estar situada sobre la falla que separa las placas tectónicas norteamericana y euroasiática. La crudeza de estos territorios, sus desolados paisajes esculpidos por la acción de todos los elementos climáticos, ha potenciado que estos lugares hayan sido usados como escenarios de distintas producciones cinematográficas, entre ellas la ahora de moda "Juego de Tronos". 

Continuando por la ruta alternativa a la N-1 y en medio de este vacío, en una zona apartada de la meseta formada al norte del Askja, y a orillas del lago Sænautavatn, se encuentra la granja Sænautasel, que como otras de estas edificaciones tradicionales de los viejos tiempos; de las que ya no quedan muchas en la geografía islandesa; se encuentra totalmente cubierta de hierba y sus muros levantados con de turba, lo que le aportaba un aceptable aislamiento. Este conjunto
de interesantes construcciones fue edificado en 1843, teniendo que ser abandonada en 1875, ya que tras la erupción del vecino Askja toda la zona se recubrió de cenizas. Recompuesta de nuevo la granja en 1880, fue abandonada definitivamente en 1943- Habiendo partido a principios del siglo XX algunos de sus moradores a tierras del norte americano en busca de mejor vida.

El pastoreo y una exigua agricultura eran labores complejas en esta aislada zona, con inviernos muy duros y largos, por lo que los pastos se cortaban en los veranos, para mantener durante el crudo invierno a las ovejas hasta la primavera siguiente.

En 1992, pasado más de un siglo de la huida de sus pobladores, la granja se restauró de nuevo haciendo las veces de museo, donde poder comprobar las condiciones vividas por las gentes de estas tierras en el pasado. Un verdadero remanso de paz en medio de esta desolación, no habiendo nada a 50 kilómetros a la redonda, pero lugar, donde el viajero se puede alojar y hasta tomarse un chocolate caliente con unas tortitas elaboradas por las muchachas que ahora lo regentan. Un oasis de vida entre tanta desolación.

Los que estéis interesados en ver imágenes de estas antiguas granjas repartidas por toda la geografía islandesa podéis entra en esta pagina, para haceros idea de como fue la vida rural en otros tiempos: http://www.flicriver.com/photos/tags/turfho  



De Nuevo ya en la carretera principal y con un entorno algo más humanizado, pasamos por la catarata de Hofteigur, otra muestra más de la belleza de estos saltos de agua que nos regala esta mágica y desbordante naturaleza. Cruzamos la población de Egilsstaðir, un pueblo de servicios feo y soso, sin absolutamente nada que haga su visita interesante. Continuando conduciendo hacia el sur por la margen derecha (geográfica) del lago Lagarfljot en busca de otra de las cascadas emblemáticas del país, Hengifoss.




Para llegar hasta ella hay un buen repecho que se supera fácilmente por un agradable sendero. Los sofocos de la subida son recompensados con las esplendidas vistas que desde el recorrido se observan hacia los cuatro puntos cardinales, no sabiendo si mirar a diestra y ver como se precipita el torrente entre piedras ocres y pilares de basalto, otear a la izquierda en busca de
otras cascadas mas pequeñas, descubrir delante nuestro la grandeza de Hengifoss o relajar la vista contemplando a nuestro dorso los verdes prados por los que juguetean los plateados meandros que el rio forma hasta llegar al gran lago.

A mitad de la subida, nos tropezamos con otra catarata sorprendentemente atractiva, es la de Litlanesfoss, que se desploma encajonada entre centenares de hileras de columnas de basalto, una original y singular caída de agua que hasta ahora no habíamos visto en nuestro recorrido.

Continuando la ascensión se llega al pie de la cascada, que precipita sus aguas desde una altura de ciento dieciocho metros entre acantilados veteados de diferentes tonalidades ocres. La pendiente que hay que superar y el paseo que conlleva lograr acercarse hasta ella consiguen hacer que no sea muy frecuentada, siendo esa exclusividad, las vistas durante el recorrido para
llegar hasta aquí y la majestuosidad del escenario donde se sitúa, hacen que Hengifoss sea una de las visitas ineludibles por estas tierras.

El lago-embalse de Lagarfljot, se sustenta del río Jökulsa i Fljótsdal que desciende del cercano glaciar Vatnajökull. Recibiendo aparte de sus propias aguas, otras derivadas de grandes obras para el aprovechamiento hidráulico, provocando que el lago acumule cantidad de arenas y cenizas volcánicas, que han modificado sustancial y negativamente los entornos naturales de la zona. Al igual que el escoces Ness, este también cuanta con su propio monstruo, aquí conocido como Lagatfljotsormurinn, cuya existencia está constatada en viejos documentos. Ya de regreso, y situado en la margen derecha de la extensa lamina de agua, cruzamos por Hallormsstaðsrskógur, un bosque de abedules y abetos de buen porte, si lo comparamos con lo que hemos podido observar durante nuestro recorrido por esta isla. 

Los fiordos del Este
La costa este islandesa está formada por un buen número de fiordos (estrechos y profundos golfos creados por glaciares que en tiempos desembocan en el mar). Esta proximidad al océano, ha propiciado que las montañas que los custodian estén revestidas de un verde manto de vegetación no arbóreo. Estando sus pequeñas poblaciones, aldeas y granjas ubicadas y protegidas a la orilla del mar, generalmente al fondo del “fjörður” (fiordo). 

Para llegar a esta costa del levante islandés, en vez de seguir la N-1 por el valle de Breiddalsvik, nos desviamos entre parajes de nevadas cumbres, por la pista 939 que atravesando el puerto de Öxi pass, de apenas 550 m. de altitud, nos lleva a los fiordos del Este, mucho más dulcificados que los del poniente islandés. A pesar de las nieblas de la tarde, somos bien acogidos en el Guesthouse de Eyjólfsstaðir; antigua granja situada en Fossárdal (Valle de la cascada), al fondo del fiordo Berufjörður; donde pasamos una agradable noche. 

Amanece un esplendido día, hoy el sol quiere recompensarnos de otras pasadas jornadas no tan luminosas, y entre los verdes prados de nuestra granja de acogida, diviso frente de mí la piramidal y basáltica montana de Búlandstindur, de la que dicen es la silueta más bonita de Islandia. Ya de ruta paramos para admirar la cascada de Sveinstekksfoss, desde la cual podemos contemplar a nuestros pies el estuario que forma el rio Fossá en su desembocadura, y en su amplitud (20 km. de largo) el sereno y reposado fiordo de Berufjörður. Donde como no podía ser de otra manera en estas tierras, existe una nueva y trágica leyenda con dama incluida, Bera, de la cual le viene el nombre al fiordo. 

En la punta de la península formada por los fiordos Berufjörður y Hamarsfjördur, se sitúa la agradable población de Djúpivogur, con su coqueto puerto pesquero, lugar agradable en esta esplendida mañana para pasear un rato entre alguno de sus históricos edificios, o acercarnos al
muelle para admirar la colección "Eggin í Gledivík" (Huevos en Gleðivík). Esculturas (a escala) de huevos de aves, donde la ultima de todas es la del frailecillo.  

Justo enfrente de la población se sitúa la isla Papey (isla del fraile), cuyo nombre le viene de los frailes islandeses que se establecieron en ella, allá por el siglo VIII, antes de la llegada de los primeros vikingos. 

Desde aquí, comenzamos a circular por la costa en dirección sur, con las montañas pegadas al mar, sin casi espacio por donde trascurrir la carretera, que en algunas ocasiones se ha visto bloqueada por los desprendimientos de las inmensas pedreras que forman las laderas de las cimas inmediatas. Hacemos paradas en algunos de los pocos sitios en donde es posible hacerlo: Mirador de Dalkur, desde el que se divisa la negra playa con el mogote rocoso de lonely rock, y el mirador de Djúpavogshreppur, desde donde se divisa todo el inmenso pedregal que cae hacia el mar. Disfrutamos también de las vistas que nos regala el lugar de Hvalnes, con su cabo, faro y la enorme laguna llena de cisnes, así como de la idílica granja situada a los pies del Hvalsnesfjall. 

Casi sin darnos cuenta habíamos llegado a Statafell, a donde nos hemos acercado para ver unos de los extraños paisajes con los que nos asombran estas tierras, y aunque de nuevo el día no nos acompaña con la luz que merecemos por ir a visitarlos, es agradable pasear por este lugar. Caminamos entre barrancos y cascadas durante un buen trecho, hasta llegar a una especie de collado desde el que se divisaba en la altura el profundo y sorprendente cañón Hvannagil. Un barranco de "riolita" surcado por decenas de estratos basálticos formado por la erosión de escorrentías, y aunque huérfano de vegetación, sus rocas y pedreras nos sorprenden con unos espectaculares colores que van del negro al blanco con infinidad de matices grises, hasta los ocres, rojos, naranja, amarillos y granates se nos presentan ante nuestra vista. Abajo, al fondo de la garganta, discurre un arroyo de blanquecinas aguas con matices esmeralda, y continuando el curso encajonado de las aguas, el río se calma entre laderas de tonos ocres, verdes y
azulados.
 
Descendemos por camino pedregoso y empinado hasta el cauce del arroyo, una vez en él observamos cómo está formado por un mosaico de pequeñas piedras de mil colores, que se intensifican cuando están bañadas por las aguas del torrente. Y como un regalo por nuestra visita, el tiempo cambia y comienza la tarde a obsequiarnos con un esplendido sol. Caminamos ahora por su fondo hasta la desembocadura del barranco en lónsöræfi (desierto de Lon), refiriéndose su nombre a la enorme y baldía extensión que el río Loni ha dejado en forma de residuos, que provenientes de glacial Vatnajökull se han ido depositando durante el trascurso de miles de años. Un paisaje plano de agua y guijarros por donde la corriente juguetea formando bellos meandros. Despidiéndonos la excursión con sugerente vista del estuario del Jökulsá í Loni, vigilado por la inconfundible silueta del Brunnhorn, asemejando con su silueta el emblema de Batman.




Es hora de ir acercándonos a Hofn, donde termina la región de los fiordos de Este, pero antes y como el día se ha trasformado aun tenemos tiempo de recorrer algunos lugares interesantes y curiosos. Para ello debemos de atravesar la barrera montañosa de los picos: Kambhorn, Vestrahorn y el ya mencionado Brunnhorn, lo cual sin dificultad lo hacemos por el túnel que hace una década se ha abierto por debajo del primero de ellos. Nada más salir de este boquete en las entrañas de la tierra nos dirigimos hacia el inmediato mar, parando en el primer (y creo que único) cruce para tomar algo en el Viking Café. Aislado establecimiento de madera, con agradable ambiente y un grado de decoración hippie, situado a los pies de las impresionantes montañas junto al mar. Desde aquí se parte caminado para visitar la reconstrucción de un poblado vikingo edificado para la filmación de una película que después no se realizó.

De nuevo en el vehículo, recorremos el par de kilómetros que nos llevan hasta el Cabo Stokksnes (en realidad una pequeña y plana península), donde hay un antiguo radar de la OTAN que en tiempos de utilizó para controlar el tráfico aéreo soviético. El sitio es tranquilo, la ausencia de visitantes multicolores inexistente, y hasta se pueden observar focas en las rocas de la costa. Pero lo más espectacular son sus vistas y no hacia el mar, si no hacia el interior, donde nos agasajan los asombrosos picachos del Vestrahorn emboinados de nubes, que junto a la playa de tranquilas aguas y negras arenas formando pequeñas dunas, nos generan una sensación de inmensa atracción, hasta el punto de poder sentir el Síndrome de Stendhal, la belleza fundida a la naturaleza creando arte.

Por fin llegamos a Höfn, población rodeada casi enteramente por el mar, y aunque asentada en una gran planicie, está presidida por las mágicas montañas de las que venimos. Si a esto juntamos el inmediato océano, y la visión de las lenguas glaciares del Vatnajökul que ya se empiezan mostrar hacia el oeste, el espectáculo no puede ser más atrayente. Höfn ha sido hasta el año 1974, la población más remota de Islandia, siendo en esa fecha cuando se finalizó la carretera de circunvalación (N-1). Hasta entonces se tardaba mas de diez horas en llegar hasta ella desde Reykjavik, pues había que rodear todo el oeste, norte y este del país. Aquí, nos "albergamos" en el Höfn Hostel: grande, moderno, cómodo, agradable y limpio....... pero impersonal; prefiriendo para blandear nuestros cuerpos, las rancias y vetustas granjas donde nos hemos alojado en días anteriores; aun así, descansamos del intenso día y pasamos en él la noche. Continuando en sucesivos días nuestro periplo por la costa del sur islandés, pero eso será en un próximo capítulo.


lunes, 5 de octubre de 2015

- Norðurland, el Norte islandés y Lago Mývatn (Islandia)

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Cual manecillas de un insólito reloj recorriendo su perímetro, nos dirigimos a transitar los maravillosos parajes del norte islandés, donde la fuerza de los volcanes hace tiempo que terminaron de modelar su paisaje. Norðurland o tierras del norte, es un amable territorio, en la que los desaparecidos glaciares de otros tiempos y las corrientes fluviales han creado un enclave de suaves formas; que aunque de espectaculares montañas e islas frente a la costa de un penetrante verdor; han generado una tierra viva llena de intensidades. Sus fértiles, verdes y cultivados pastos que se prolongan a uno y otro lado de nuestra ruta, son la antesala a una escabrosa y erizada costa, ceñida por deliciosos y amplios fiordos. 

Después de descansar en el esplendido Hostel de Broddanes; uno de los mejores alojamientos de los que disfrutamos en Islandia; tomamos rumbo sur por la orilla del Hrútafjörður (fiordo de las ovejas) a través de un extraordinario escenario de paisajes, para encontraos de nuevo en la "Ring Road", la N-1 o carretera de circunvalación de toda la isla. Durante el recorrido pudimos comprobar ingentes cantidades de viejos y secos troncos que, pulidos por el mar, han llegado a la deriva desde tierras americanas hasta estas latitudes, y que en tiempos del medievo, fueron usados por colonizadores de esta isla para construir prácticamente todas las edificaciones islandesas de aquellos tiempos. Al final del estrecho y alargado fiordo, justo en el enlace de la carretera principal, se halla el "Área de servicio" de Staðarskáli, donde a temprana hora paramos para tomar el ya clásico "café de la alegría". El día también se presenta hosco, y se va a mantener prácticamente así durante toda la jornada. 

A nuestra derecha dejamos el desvió que nos llevaría hasta Vatnsdalur (Valle del Lago), tomando el nombre de un pequeño lago truchero. Este lugar es afamado por su saga "Vatnsdœla" (saga de los Asentamientos), que cuenta la historia de los primeros colonos vikingos que llegaron a estas tierras. Aquí desaguan en un conjunto de múltiples colinas de diversos tamaños, en una de las cuales se realizo en 1830 la última ejecución de Islandia…………….. se nota que es un país avanzado, ya hace casi doscientos años se dieron cuenta de la inutilidad de esta medida como escarmiento, solo países "radicales" y atrasados la mantienen hoy en día. 

Entre brumas y plomizos cielos, imaginamos a nuestra izquierda la interesante península de Vatnsnes, situada entre los fiordos Miðfjörður (Backafiórd) y Húnafjörður. Pero como el día no acompaña y la ruta de hoy es larga, pasamos de desviarnos hacia ella para acercarnos a Hvitserkur que aunque es un sitio interesante, por las formas que tienen sus esculpidas y caprichosas rocas entre la playa y el mar, no será la mejor forma de poderlo observar, ni las condiciones de luz las idóneas. 

Es en el fiordo Húnafjörður, al levante de la gran bahía de Húnaflói, donde se encuentra la población de Blöduós, destacando en ella la hipermoderna estampa en hormigón de la iglesia local simulando un cráter volcánico y que divisamos al pasar por la carretera. 

Dejamos el olor marino para introducirnos hacia el interior del país, camino del escénico valle de Öxnadalur, donde podremos percibir la forma de vivir de sus gentes durante los pasados siglos. Para ello primeramente nos acercamos a la minúscula, aislada y coqueta ermita de Víðimýrikirkja (Iglesia de Víðimýri), edificio representativo de 1834, y una de las mejores muestras de la arquitectura tradicional islandesa (construida en turba con el techo de hierba y el interior de madera). Aquí es donde nos enteramos, de que si bien los islandeses de mediados del siglo XIX eran avanzados en cuanto a las penas capitales de los actos judiciales, no lo eran tanto en sus relaciones sociales. Las dichosas religiones, en este caso la "protestante", con sus intransigencias, moralidades y normas, tenían en este país reglamentado como cada uno debería de situarse en los templos: las mujeres se sentaban en el lado norte y los hombres al sur, los más ricos al fondo cerca del altar, los pobres cerca de la puerta y las embarazadas fuera del matrimonio en un sitio más bajo. Una vez en su interior comprobamos que es uno de los mas acogedores y mejor conservados del país. 
 

No muy alejada y al poco de pasar por Varmahlið; pequeña pero notable población, generada por estar situada en un importante cruce de carreteras; nos encontramos con la granja Glaumbær, merecedora sin ninguna duda de ser visitada. Asentada en el verde y fértil valle al fondo del fiordo Skagafjörður, el viejo
conjunto de casas que forman Glaumbær, hoy convertido en museo, nos enseña el contexto rural en los siglos pasados, así como las penosas condiciones de vida de los granjeros en aquellos tiempos. Donde se moraba en estas cabañas de turba, habitando un recinto mínimo en el que se reunían sus pobladores, víveres y enseres en un mismo espacio. Ni que decir tiene en época invernal, sin apenas luz solar y con unas condiciones climatológicas adversas, dándonos una idea de la dura cotidianidad de estas gentes. 

Sobre el sistema de construcción utilizado en Islandia durante toda la edad media y hasta casi finalizado el siglo XIX, lo primero que llama la atención son sus muros de turba y su peculiar techumbre cubierta de hierba, que aquí denominan "torfþak" (techo de hierba). No pudiendo utilizar paja u otros elementos para cubrirlo como en otras latitudes, por su inexistencia en este clima. La falta de vegetación del país, les obligo a que la poca leña que llegaba a la deriva hasta sus costas por las corrientes desde américa, la utilizaran para puertas, ventanas y a forrar su interior, usando para sus paredes exteriores piedra de lava y turba. 
 

Glaumbær, es el más interesante conjunto de este tipo de los que nos podamos encontrar en toda Islandia, al mantenerse en muy buen estado de conservación tanto exterior como interior. Está compuesto por seis minúsculas edificaciones adosadas, que orientadas sus fachadas al este y unidas por un pasillo, intentan aprovechar al máximo la fuerza calorífica, evitando salir al exterior cuando las condiciones son adversas. Entre ellas resalta aunque no mucho la casa principal, con cinco recintos añadidos en su trasera que servían de almacenes y herrería, estando dedicada la parte superior del último espacio a habitaciones. La cocina tenía una importancia fundamental pues en ella se preparaban los embutidos, ahumaban las carnes y pescados para aguantar los largos inviernos, sirviendo también como lugar donde lavar la ropa. 

Al parecer, en el techo de uno de los edificios, hay escrita una “ñ”, curiosidad o enigma, ya que en su alfabeto no existe esa letra. A mí, con la presteza de pretender apreciar hasta el mas mínimo detalle en el limitado tiempo del que disponíamos, y de poderlo reflejar en el interior de mi cámara fotográfica, se me paso buscarla. 

Guðríður Þorbjarnardóttir, la Gran Viajera
Aunque el conjunto de los perfectamente conservados edificios que podemos observar hoy en día son de los siglos XVIII y XIX, su historia se remonta al siglo XI, cuando estas tierras estuvieron habitadas por los primeros islandeses que posteriormente colonizaron Groenlandia, y desde allí explorar la actual Norteamérica quinientos años antes de que lo hiciera Colón. Tal y como nos los han trasladado (y posteriormente confirmado) la "Saga Grœnlendinga" (Groenlandeses) y la "Eiríks saga rauða", donde la segunda nos comenta sobre Erik el Rojo, los hijos de este Leif Eriksson (verdadero descubridor de la américa norteña), de su hermano Thorsteinn, y sobre la mujer de este ultimo Guðríður Þorbjarnardóttir, así como del hijo que ella tuvo allí de un segundo matrimonio. Guðríður nació hacia el año 980 en Laugarbrekka, al sur de la península de Snaefellsnes (como podréis ver en el capítulo dedicado a Arnastapi y Hellnar). Esta mujer abandonó Islandia acompañando a Erik el Rojo en ruta a Groenlandia y posteriormente hacia el año 1010, también se embarco en una de las primeras expediciones a Vinland (la actual península del Labrador en Canadá). Durante el primer invierno en tierra americana, Guðríður tuvo un hijo que fue llamado Snorri, siendo el primer europeo nacido en el Nuevo Mundo del que se tiene constancia. Posteriormente tuvo
que regresar a Groenlandia e Islandia, siendo en aquel tiempo cuando se asentó en Glaumbær.

La población islandesa ya se había cristianizado, y ya una vez desposado Snorri, nuestra viajera Guðríður dispuso peregrinar a Roma a fin de que sus pecados fueran perdonados por el Papa. Prometiendo levantar una iglesia en Glaumbær, si su regreso era satisfactorio. Pero se la encontró ya edificada por su hijo antes de su retorno sana y salva, por lo que se recluyó en ella el resto de su vida como una eremita. Todos estos periplos recorridos por Guðríður Þorbjarnardóttir, la han convertido en una de las mayores y más valerosas trotamundos de la Edad Media. Habiendo realizado hasta ocho travesías por el Atlántico Norte, llegando a América, y posteriormente cruzar toda Europa en un viaje de ida y vuelta, desde el Ártico al Mediterráneo, llegando hasta la ciudad donde se asienta el Vaticano. 

A pocos kilómetros de aquí, en el valle Hjaltadalur, que desemboca en el fiordo Skagafjörður, se encuentra la población de Holar. Ubicada al comienzo de la península Tröllaskagi (Península del Troll), ha sido un lugar de gran relevancia histórica, ya que en ella se situó, junto con el de Skálholt (del que ya he comentado en la entrada referida a Reykjavik), uno de los dos importantes obispados en los que se dividía la isla allá por el siglo XII. En sus proximidades se encuentra la granja de Nyibaer, también construida en turba y madera, pero mucho menos interesante que la de Glaumbaer. 

Si continuamos por la carretera costera de la península Tröllaskagi, nos encontraremos con Grafarkirkja (Iglesia de Grof), que aun dependiendo del Museo Nacional de Islandia, se halla ubicada en una finca privada en medio de un campo de heno. Esta minúscula capilla es la más antigua Islandia (similar a la que ya he comentado de Vídimyrikirkja erigida en turba y madera), y unas seis iglesias de este tipo que aún se conservan en ese estado, tres de ellas situadas en esta zona y las otras tres al sur del gran glaciar Vatnajökull. Su ubicación y el hecho de poderla descubrir en plena soledad, puede hacer que su visita sea uno de los momentos más sugerentes de todo el recorrido por estas tierras. 

Continuamos la ruta atravesando la formidable depresión que forma el valle de Öxnadalur, hasta llegar a Akureyri.  La apodada "Perla del norte", que aun siendo la segunda ciudad del país, es una pequeña, cómoda y coqueta villa que no llega a los 20.000 habitantes, situada en la costa oeste del fiordo Eyjafjörður. Recorrerla es fácil, solo cuatro calles tienen interés, donde se encuentran los edificios más coloridos y antiguos. Amén del moderno Centro Cultural HOF que se halla en su puerto y las escalinatas que ascienden
hasta la Akureyrarkirkja (Catedral), cuya moderna arquitectura dudo que agrade en demasía. Paseamos entre la lluvia de la tarde, tomando unas cervezas en el "Bláa kannan café" la casa azul, y cena en solicitado "Bautinn" la casa roja, casi enfrente una de otra, orgullosas ambas de formar parte de las construcciones más antiguas de la ciudad. Los dos, agradables y recomendables sitios para pasar las serenas tardes que nos regala esta urbe. Para dormir el cálido y agradable "Gula Villan Guesthouse", amalgama de variopintas gentes y ajetreante ambiente, situado justo enfrente de las calientes piscinas municipales, que con su kilométrico tobogán envuelven la zona del acuo vapor. Como curiosidad resaltar el establecimiento "Goya - Tapas bar", tal cual es como se titula, pero no imagino yo el ambiente tapero de los madriles en estas latitudes, mejor dejarlo como un exotismo de esta ciudad. 

Ya en la mañana y como casi de costumbre un borrascoso día, recorremos hacia el norte la orilla del largo y espectacular Eyjafjörður hasta el puesto de Hauganes, donde embarcamos en el Níels Jónsson en busca de la caza (fotográfica) de ballenas. Las aguas del Eyjafjörður se han convertido durante estos últimos años en el hábitat de ballenas jorobadas, ballenas mink, delfines, marsopas y otras especies marinas. Ataviados con vistosos e impermeables monos de pescador, recorremos las aguas de este fiordo en busca de estos enormes mamíferos marinos. Después poder observar a algunos de estos cetáceos en medio de la lluvia y la niebla, como jugaban a nuestro rededor, ensenándonos su colosal lomo y despidiéndose con vistoso adiós de su enorme y graciosa cola, probamos suerte con la pesca "a mano y con caña". Siendo recompensados en el intento con la captura de un suculento bacalao y una isa, los dos atrapados al mismo tiempo, trofeos, que dos días después en el lago Myvatn formarían el soporte principal de una copiosa cena. Toda esta zona es afamada por la importancia de la pesca del bacalao y donde se hallan algunas de las más importantes factorías del país para el procesamiento de este apreciado pez. 

Camino del lago Mývatn, hacemos una parada cara admirar la caída de agua del río Skjálfandafljót formando Godafoss "La Cascada de los Dioses". Que según la leyenda, debe su nombre a una antigua historia referente a que fue en este lugar, sobre el año 1000 cuando Thorgeir Ljósvetningagoði se deshizo de los dioses vikingos, arrojándolos a sus aguas, al convertirse al cristianismo la población islandesa. No es muy alta, ni impetuosa, ni ensordecedora, pero esta si ancha catarata, es una de las más peculiares de esta indómita isla. El campo de basalto por el que discurre el rio, es horadado por dos caídas de agua de unos 12 m. que en forma de hemiciclo son desviadas por unos peñascos, formando una ancha y brumosa cortina que se remansa a sus pies en un reposado lago de un azul intenso, siendo el mejor escenario para enterrar deidades, y no solo las vikingas. Lástima que estos dioses allí alojados en la noche de los tiempos, no se apiadasen de estos impíos mortales que los fuimos a visitar, y descargasen su furia castigándonos con un día de verdad ingrato y desapacible. 

Llegados ya al lago Mývatn, dedicamos la tarde a ascender al cráter del extinto volcán Hverfjall, y en recorrer a sus pies los laberinticos senderos que recorren el caos formado por el campo de lava que se extienden en Dimmuborgir. Un mundo mágico, tanto la subida al cono volcánico entre las pedreras de milenarias cenizas, con grandiosa panorámica de los alrededores; como las enrevesadas trochas por medio de las escorias y cavernas de las fundidas rocas que se han acumulado bajo su ladera. Lugares donde la fuerza del interior de la tierra ha dejado las huellas de sus ganas por emerger, como si tuviera ansias de respirar y cotillear lo que hay en el espacio exterior.
 

El lago Mývatn, que traducido tal cual seria "lago de moscas enanas", porque en él se encuentran durante el estío gran cantidad de estos molestos insectos, es una zona de fuerte actividad eruptiva y volcánica, estando situada sobre el límite de la placa tectónica que forma la dorsal atlántica, autora directa de los extraordinarios acontecimientos volcánicos que en sus proximidades se han desarrollado durante tiempos inmemoriales. Hace unos 10.000 años estos lugres estaban cubiertos por glaciares bajo los cuales se produjeron distintas erupciones volcánicas, que fueron esculpiendo su paisaje haciendo desaparecer progresivamente los hielos. Esta actividad telúrica, aunque más moderada nunca se extinguió repitiéndose regularmente en la actualidad. Se pueden observar los restos del manto de lava que el cercano volcán Krafla
dejo en 1729, durante los llamados "fuegos de Mývatn", que destruyeron prácticamente la población de Reykjahlíð, aunque sus habitantes no sufrieron ningún daño, al detenerse el flujo de magma frente a la iglesia, ubicada en un terreno más alto, hecho que fue atribuido a los rezos de su párroco. 

Ya los primeros vikingos que llegaron a colonizar estas tierras fueron testigos de algunos de estos sucesos, no explicándonos los coloridos visitantes que nos acercamos hasta estos lugares como sus pobladores no han abandonado el lugar hace tiempo. No obstante, al convivir con este insólito paisaje durante un par de días, esa sensación de desasosiego se va calmando, con la convicción o el deseo de que la enorme caldera de Krafla no vaya a despertarse de nuevo. Transformándose esa inquietud en admiración por todo lo que nos rodea, ofreciéndonos un panorama singular de contrastes dispares, por un lado las pacificas y tranquilas aguas de su lago en confrontación con las indómitas planicies lavas, humos y hervideros que hay a su rededor, convirtiendo este espacio en un mundo surrealista y en parte mágico. 


Con la sonrisa permanente de Nadine, como anfitriona y compañera de nuestra estancia durante los dos días que pasamos en el hostel que Tierras Polares tiene en Reykjahlíð, nos disponemos a recorrer esta zona castigada de siempre por el fuego de las continuas y cercanas erupciones. 

En su orilla sur se encuentran los interesantes y vistosos pseudocraters de Skútustaðir. Atractivas y curiosas alineaciones de pequeños conos volcánicos formados por explosiones de gas atrapado cuando la lava fundida fluye sobre terrenos húmedos. Estos originales cráteres se pueden recorrer a través de varios y no muy largos senderos. 

Ubicada en el interior de una fisura, dentro de una angosta cueva, Grjótagjá es la fuente termal más popular de toda la zona. Formada por un curso subterráneo de cálidas y trasparentes aguas, con varias pozas, donde no hace mucho se permitía el baño (en la actualidad prohibido), aunque como pude comprobar personalmente, hay quienes de forma clandestina disfrutan aun de un furtivo y templado remojón. 

A los pocos kilómetros de continuar por la Rig Road, y nada más superar un pequeño collado, se nos presenta un espectáculo de humo y color único, se trata de las solfataras de Hverir y Namafjall (lugar donde emergen los vapores sulfurosos de interior de la tierra), la capital del reino del azufre, al que no nos queda otro
remedio que acercarnos, pues su misma visión desde la lejanía ya es de por si atrayente. Estas emanaciones de gases y lodos en ebullición, son los más grandes y espectaculares de toda Islandia, una considerable extensión de extraño terreno, sin vegetación alguna que pueda soportar este diabólico y dantesco mundo. Paseamos por él, admirado a uno y otro lado los tonos con los que son agasajados nuestras desconcertadas miradas, un espectáculo de inverosímiles e intensos tonos pastel: ocres, rojos, grises, blancos y hasta azules. Un paisaje selénico plagado con calderas de fango hirviente, coloridos depósitos minerales, orificios humeantes y bulliciosas fumarolas, acompañado todo ello con el olor permanente a azufre. Un área incomparable y extraordinaria, diferente a todo lo que las humanas visiones están acostumbradas a ver, donde se siente estar pisando una tierra viva que se mueve bajos nuestros pies. 

Al norte de aquí y no muy lejana se halla Krafla, donde la poderosa fuerza interior de nuestro planeta ha dejado su enorme huella. A medida que nos acercamos, el paisaje va transformándose y las suaves tonalidades del terreno dan paso a la áspera y negra lava, el olor a azufre domina de nuevo todo el espacio que nos rodea, habiendo humeantes regueros azul turquesa por todo el caos se divisa a nuestro entorno. Krafla es una inmensa zona de unos veinticinco kilómetros de diámetro, en cuyo cenit se sitúa su caldera que tiene unos 80 km2, con una cámara magmática de entre dos y tres kilómetros de profundidad. Así mimo contiene una serie de fisuras que alcanzan en algunos casos los 90 km. de longitud y unas mil fracturas tectónicas, convirtiéndola en una de de las zonas volcánicas más activas Islandia. Un verdadero mundo de fuego, en el que se han registrado desde que se tiene constancia de ello hasta 29 erupciones, siendo la más reciente la que se registró entre 1975 y 1984, haciendo temer a los granjeros de la zona lo sucedido con los Fuegos de Mývatn en el siglo XVIII. erupción que arrasó unos 36 km2, donde se puede comprobar que la lava aun está caliente. 
 

Nos acercamos primeramente a visitar el seductor cráter "Viti", en el que se puede recorrer todo su perímetro acompañándonos la visión de su verde-azulado lago en el fondo. El nombre de Víti, que en el idioma islandés significa infierno, le viene por la antigua creencia de que el averno se encontraba bajo los volcanes, y no es de extrañar viendo el paisaje a nuestro alrededor, imagen próxima al que ya nos relato Dante en su "Infierno" de la Divina Comedia. 

Posteriormente realizamos el sendero Leirhnjúkur, que discurre en su inicio por viejas lavas cubiertas de musgo, hasta llegar a las zonas de más reciente actividad compuestas por ennegrecidas lavas. El camino discurre entre humeantes coladas de escorias negras y rojizas, pequeñas áreas de rojas solfataras y pequeños cráteres volcánicos. La visión desde su punto más alto es fantasmagórica, el negro de la lavas lo domina todo en contraste con los cielos brumosos, que se funden con los abundantes humos que aun salen de sus escorias, destacando la alineación que estos producen en una de sus innumerables grietas, y la perfecta delimitación de las jóvenes lavas de 1984 que parece solidificadas justo sobre la verde pradera de hierba a la que no llegaron. 

Ya de vuelta en el vehículo, pasamos junto a la central geotérmica de Kröflustöð de atrevido esquema futurista, envuelta de gruesas tuberías, humeantes chimeneas de vapor de agua y azulados arroyos. Más próxima al lago Mývatn, existe otra planta geotérmica mucho más pequeña y más antigua, en la que llama nuestra atención el intenso azul cobalto de la laguna donde desagua la instalación. De la misma coloración al de la Laguna Azul o Blue Lagoon de la península de Reykjanes, en las proximidades de Reykjavik, o la de Laguna Azul de Mývatn, a la que nos dirigimos para despedirnos de estas convulsas tierras. 

Nada mejor para terminar la intensa jornada que allegarnos a los "Jarðböðin við Mývatn", donde es obligatorio tomar un cálido y relajante chapuzón en sus baños naturales, que aunque son menos glamorosos y más pequeños que sus hermanos del sur, son más asequibles y acogedores. El recito de la piscina está bordeado por la roca volcánica negra de la zona, y sus humeantes aguas tienen el turbio color turquesa del líquido termal, brotando de uno de sus laterales, siendo por su alto contenido algo densa y untuosa, cubriendo la piel como de una lamina cremosa. La ubicación del lugar en una zona aislada, le confiere un halo especial, un momento de relax rematado con una cervecita después del baño. 

Ya de mañana y camino de los Fiordos del Este, nos desviamos a visitar las cascadas de Selfoss y Dettifoss qué próximas entre sí, nos invitan a una pequeña caminata. El rio Jökulsá á Fjöllum, nacido de los hielos del glaciar Vatnajökull, es el segundo más largo del país (206 km.) formando con sus heladas y turbias aguas las cataratas más poderosas de todo el continente europeo. La acción de sus aguas ha ido formando en el trascurrir de milenios el profundo cañón de Jökulsárgljúfur, que protegido por ingentes columnas basálticas en sus laterales ha formado un rosario de saltos de agua que nos proponemos visitar. 
 

La más afamada de ellas es Dettifoss, escuchando su rugir desde el lugar donde se deja el vehículo. Con 100 m. de anchura y una caída de 44 m. sus aguas al caer provocan una cortina nebulosa que puede verse mucho antes de llegar hasta ella. Solamente cuatro tonos dominan el paisaje: el verde de las praderas que la bruma de su salpicadura producen en su inmediatez, el blanco de las aguas en fuerte caída, el gris basalto de sus verticales pareces, y el contraste del cielo dependiendo de cómo este el día.

Bordear su orilla es toda una sensación, la fuerza del agua te atrae hacia sí, los acantilados al contrario te sujetan como contra punto, la permanente compañía de la pertinaz pulverización del agua hacia sus visitantes y la aridez de su ubicación, hacen del lugar algo inolvidable, eso si hay que madrugar para poder verla en su dimensión mística, si se accede a ella más tarde, parte del encanto desaparecerá ante la llegada de los multicolores visitantes, que como nosotros quieren disfrutar de este lugar.
 
Rio abajo se encuentra el Cañón de Ásbyrgi, donde hace un par de miles de años el rio cambio su curso por una enorme inundacio producida por la acción volcánica y los glaciares, abandonando sus aguas este lugar trasladándose tres kilómetros al este, dejando seco este impresionante y curioso barranco fósil. También hasta aquí ha llegado la magia de las leyendas y la mitología de los dioses vikingos, pues su original diseño en forma de herradura, se le atribuye a la huella de Sleipnir, el volador caballo de ocho patas que montaba Odín. Y casi que me quedo mejor con esta última versión, al ser más acorde con los mágicos paisajes que vamos disfrutando en nuestro recorrido por esta isla de hielo y fuego.