domingo, 4 de febrero de 2024

- Cueva de los 100 pilares (Arnedo – La Rioja)

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Para situar a donde dedicaré estos párrafos de hoy, no solo hay que valerse del lugar, también del espacio “tiempo”, ya que depende del siglo en que nos ubiquemos, estaremos en el noreste soriano o en el sureste de La Rioja, toda vez que la zona que nos toca visitar perteneció a Soria hasta el primer tercio del siglo XIX, pasando a la provincia de “Logroño” en 1833. Nos ubicamos en Arnedo, población emplazada en pleno cauce del Cidacos, lugar por donde han dejado huella todas las civilizaciones y culturas que han transitado por nuestra vieja “piel de toro”. Desde los humanoides del neolítico, hasta los medievales templarios que, en mucho o poco, algo de rastro a su paso han dejado por estas riberas, siendo el trazo de este río con nombre de “conservera”, uno de los pasos naturales entre la depresión del Ebro y el valle del Duero.

Han sido precisamente los condicionantes geológicos de su cuenca, quienes de forma sustancial han definido la historia de sus gentes, o por lo menos su forma de vida en gran parte. El curso bajo del Cidacos se formó durante millones de años fundamentalmente con elementos sedimentarios generados por aluviones, que posteriormente fueron tomando forma creando lo que se conoce como Depresión u Hoya de Arnedo (entre Arnedillo y Autol). Modelando sobre la margen izquierda del cauce, unas potentes paredes arcillosas de un característico tono rojizo que, conformadas por conglomerados y areniscas, siendo estas arenas (del romano “arenetum”) posiblemente el origen del nombre de la ciudad de Arnedo. Sirviendo estos cortados de blandas rocas, como lugar de cobijo y morada a los habitantes de la comarca durante gran parte de su existencia. Excavando y cincelando en ellos un hábitat idóneo ante las inclemencias meteorológicas y también como sistema defensivo.
 

Posiblemente fueran cristianos de los primeros tiempos de nuestra era quienes crearan las primeras comunidades religiosas en estos valles, que a semejanza de los eremitas del Alto Ebro excavaran estas oquedades para en ellas cultivar ese “cristianismo puro” que por entonces se practicaba, ejerciendo el ascetismo, la pobreza, la meditación y el rezo. Esculpiendo como sus hermanos aguas arriba del gran río, las cavidades que hoy podemos observar por encima de los tejados de las actuales edificaciones. También pudiera ser que fueran hasta anteriores a esos asentamientos de los siglos VI y VII, siendo algunas de estas covachas ya horadadas por las primitivas tribus de los “berones” o “pelendones”, quienes las utilizasen para sus trogloditas hábitats.





Debemos entender de que se trata el “eremitismo” para comprender su significado y la extensión que tuvo durante la Alta Edad Media (entre los siglos V-VII) en el norte peninsular. Forma de vida o filosofía social, basada fundamentalmente en el aislamiento personal de un pequeño grupo de seres más místicos y piadosos con la finalidad de llevar al sumun sus creencias religiosas, viviendo en la más absoluta de las carencias, dedicándole todo el tiempo a orar y meditar en la búsqueda de su perfección interior. Usando como lugares de habitáculo, oquedades naturales del terreno que fueron con el tiempo acondicionando, siendo uno de los propulsores de estas prácticas, Prisciliano obispo de Ávila (quien pudiera ser el origen de la leyenda de Santiago en iberia), siendo declarado “hereje” por la iglesia oficial y ajusticiado por mantenerse en sus creencias (de este precursor cristiano ya he comentado en otros artículos de este blog). Estos incipientes cenobios originaron que, al asentase posteriormente en sus proximidades población con la que repoblar las tierras ganadas al sarraceno durante la reconquista, algunos de sus embrionarios pobladores usaran ese sistema troglodita como vivienda.

 

Las oquedades naturales existentes en entornos accesibles, han sido utilizadas desde tiempo inmemorial como enclaves para usos: defensivos, como hábitat humano, para almacenar enseres e incluso como lugares de prácticas religiosas. Siendo frecuentes en La Rioja estos asentamientos a orillas de los ríos, toda vez que su tallado y cincelado es mal fácil debido a su relativa blandura al tratarse de piedra arenisca, pudiéndose horadar sin mucha dificultad creando en ellas multitud de cavidades en con extensas galerías. Generando un original fenómeno rupestre que dota al valle medio de Cidacos con una peculiar orografía, dotándole de personalidad y singularidad a todo el entorno, convirtiéndose en señero distintivo con la que se identifica Arnedo y sus aledaños.
 

En la margen izquierda del Cidacos se formaron en el transcurso de los tiempos, escarpes prácticamente verticales de arenisca y conglomerados, que has sido usados por los pobladores de alrededor de una decena de poblaciones para en ellos abrir amplios vanos, dándoles diversos y múltiples usos incluidos los de templos y viviendas. Siendo reseñables los habitáculos trogloditas de la población de Arnedo a los que voy a dedicar fundamentalmente estos párrafos.

 




No creamos que el fenómeno del eremítico iniciado en tiempo visigodo se da exclusivamente en las zonas de la Rioja Alta y Rioja Media, pues todos los valles riojanos de una u otra manera han conocido cierta actividad en este género de vida. Por toda la geografía riojana podemos observar la existencia de antiguos santuarios, monasterios, templos ascéticos u oratorios relacionados con algún tipo de vida eremítica y monástica en pasados tiempos y el valle del Cidacos, con una conformación geología más apta aun para ello ni iba a ser menos.

 

Siendo en la conocida como Hoya de Arnedo, donde a pesar de su limitado territorio, se concentran la mayoría de las poblaciones y las cuevas artificiales horadadas por el hombre, donde localidades como Autol, Quel, Herce, Arnedillo, Préjano, Munilla, Zarzosa, Santa Eulalia, el Monasterio de Vico, pero sobre todo Arnedo, concentran este tipo de construcciones que hasta la actualidad se han conseguido conservar. Pudiéndose observar en Herce las Cuevas de Santa María del Juncal junto a la carretera (Cuesta de Sarranco) o junto a su Castillo y Ermita de San Salvador con oquedades en sus proximidades. En Santa Eulalia Somera, poblado de claro origen eremítico, encontramos la extraordinaria Cueva del Ajedrezado y los "lagares" rupestres del Cogote de las Pilas, así como la coqueta ermita dedicada a San Tirso en Arnedillo. También las numerosos oratorios o pequeños santuarios que en el pasado existieron en los alrededores de Préjano: Santo Tomás, Santa María del Prado, San Andrés, Santa María Magdalena, Santiago, San Justo y Pastor. Muchas de las cuales con cavidades similares a las ya reseñadas, manteniendo aun hoy en día toponimia relativa con el santoral existente en tiempos pretéritos de la Iberia Visigoda y Medieval.
 

Pero tal y como me he comprometido en párrafos anteriores, debo de centrar mis letras en la población de Arnedo, núcleo principal del fenómeno rupestre en todo el valle del Cidacos y capital de esta comarca hoy riojana. Se sabe de la existencia de la población ya en tiempos romanos, cuando su nombre “Arenetum” está relacionado con las arenas existentes y sabiendo que en esa Hoya ya había oquedades habitadas en sus cantiles terrosos. Hablar de Arnedo es rememorar también el paso musulmán por sus dominios, cuando fue morada de la poderosa dinastía de los Banu Qasi (visigodos islamizados de la familia Casius) hasta el siglo X cuando llegó la reconquista cristiana. Y si bien se ha documentado que los prehistóricos se asentaron en algunas de sus cavernas, y que en tiempos romanos había también covachas habitadas, fue en la Alta Edad Media cuando este tipo de acomodación se consolidó debido a la inseguridad de la época, buscando un refugio seguro para sus habitantes en la montaña o “dentro de ella, pues antes de la invasión árabe, fueron habitadas por monjes, eremitas y ascetas.




 

Se cuentan por centenares las cuevas y oquedades que a lo largo de los años se han horadado en los cerros y barrancos anexos a la localidad de Arnedo, abandonadas la mayoría, pero algunas todavía en uso para algún tipo de actividad. Albergando la población guarecido en sus entrañas, un extraordinario y curioso patrimonio rupestre, del que una parte sustancial se ha mantenido hasta nuestros días. Tal es el caso de la importante red de galerías y oquedades excavadas en la roca arenisca, arcillosa y rojiza muralla natural que rodea la ciudad por el noroeste. Vanos situados fundamentalmente en los barrios de Santiago (cerros de San Miguel y Calvario), Castillo, Santa Marina y La Carrera, ubicados prácticamente todos al norte del caserío, y que aún se conservan aceptablemente en ciertos situados.

 

En 1945 había en ellos hasta 181 cuevas habitadas, estando algunas más por estas fechas en construcción, calculándose que hasta los años 50 del pasado siglo más de 200 familias vivían en estas covachas, a las que hay que añadir otro centenar de chamizos dedicados a bodegas, así como un buen número para uso de pajares y palomares. Tenía por aquel entonces Arnedo unos 7.000 pobladores repartidos en algo menos de 2.000 viviendas de las cuales un 10% habitaban casas-cueva, que fundamentalmente se ubicaban en los barrios del: Cerro de San Miguel o del Calvario (oeste), Cerro del Castillo (este), Cerro de San Fluchos (al este del cerro del Castillo), suburbios que fueron abandonándose paralelamente al desarrollo económico y social de la ciudad, siendo muchas de ellas acopladas en las nuevas construcciones del pueblo viejo de Arnedo. Otras, en cambio, cayeron en el olvido y se convirtieron en el escondite donde jugar los chavales o en simples vertederos de enseres destartalados (aun podemos ver como símbolo de una de estas construcciones, una moto “Wespa” amarilla en un tejado del Barrio de Santa Marina, bajo el cerro de San Miguel).
 

Aunque no disponían de luz eléctrica y agua corriente, eran viviendas confortables pues mantenían una temperatura casi constante de entre 15 y 16 grados durante todo el año, resguardando a sus moradores del áspero clima de la zona, con veranos calurosos e inviernos gélidos. Su estructura es similar prácticamente a todas ellas: un pasillo central (caño) a modo de distribuidor repartiéndose a un lado y al otro las estancias. Estando la cocina situada siempre hacia el exterior, repartiéndose por el resto las alcobas (dormitorios), cuadras, almacenes, espacios artesanales y evidentemente lugares para guardar el vino. Dos veces al años eran encaladas (pintadas con cal), dándole una mayor luminosidad al espacio, sirviendo así mismo para mejorar la limpieza y salubridad del laberintico habitáculo.

 

Su fácil adaptación al terreno las convertía en viviendas flexibles, adecuándose a las necesidades de la familia si esta crecía y tenía más miembros, solo era cuestión de horadar más a pico y pala, para generar un nuevo aposento o ampliar el establo. Tampoco había problemas con la propiedad, ni con la fiscalidad en cuanto a su tamaño, ya que este tipo de asentamiento estaba exento del pago impuestos. Por lo que las personas necesitadas de habitáculo buscaban un hueco libre en la ladera de la montaña y se ponían a picar.
 

A medida que la industria del calzado se fue consolidado y convirtiéndose en la primera actividad de Arnedo, las casas-cuevas fueron progresivamente deshabitándose cayendo en el abandono más absoluto, aunque algunas de ellas siguieron siendo habitadas hasta bien entrados los años 60 del siglo anterior, cuando el Ayuntamiento, tras el derrumbe de algunas construcciones, prohibió la habitabilidad en las cuevas ante el peligro que suponía. Porque, aunque oficialmente se cercenó su huso a finales de los años cincuenta, la decisión de abandonarlas no se ejecutó del todo, ya que muchos de sus ocupantes sortearon las prohibiciones añadiendo una fachada convencional delante cual trampantojo, aunque el interior seguía siendo una casa-cueva".

 

El Cerro de San Miguel alberga el conglomerado rupestre más sugerente de todo el entorno, un completo e ingente laberinto de galerías subterráneas y espacios comunicados entre sí por lúgubres pasillos, espaciosas estancias soportadas por gruesas columnas y escaleras que unen los cuatro niveles de los que consta. Cuyas vanos, con puertas, ventanas y tragaluces abiertos en la verticalidad de los farallones rocosos, es en la actualidad la más representativa imagen de la urbe de Arnedo. Al constituir la Cueva de los Cien Pilares, el conjunto rupestre más monumental, curioso y extenso de toda la demarcación autonómica, apodado como “La Capadocia Riojana”

 

Sorprende por sus dimensiones, conformando un enmarañado espacio de luces y sombras sostenido por una profusión de potentes pilares (de ahí el origen de su nombre) que, totalmente recubiertos por cuadrilongos “columbarios”, fueron reutilizadas más tarde como palomares. Esculpidos huecos, en tamaños similares y bien alineados como si de un tablero de ajedrez se tratara, hornacinas que han despertado la curiosidad de muchos entendidos. Su ignoto origen sobre la función y usos que a lo largo del tiempo ha tenido la Cueva de los Cien Pilares, le otorga un halo de misterio a este enclave rupestre excavado en las entrañas de la montaña.
 

Se cree que las actuales tres iglesias con las que cuenta la población (cuatro con la de San Miguel), fueron de inicio rupestre, quedando solamente por confirmar este origen en la de Santa Eulalia.

 

Aunque su principal uso ha estado vinculado tanto al ámbito doméstico como viviendas y zonas anexas a estas, se cree que en la antigüedad podría haber albergado en época altomedieval el Monasterio de San Miguel. Teniendo constancia de que en el siglo XI existía un “antiguo monasterio de San Miguel de Arnedo”, ya que en 1063 el entonces Señor de Arnedo, Sancho Fortunionis, lo donase en testamento al Monasterio de San Prudencio en Monte Laturce de Clavijo (hoy en ruinas). Aunque hay documentos que anticipan su creación, como es el caso del Padre Fray Mateo de Anguiano quien nos traslada que, estas cuevas en los primeros siglos del cristianismo (siglos IV o V) fueron mansiones de “anachoretas, eremitas y monges, que se retiraron a ellas, y las formaron, y las poblaron”. Siendo también el monje benedictino Fray Gregorio Argaiz, quien nos comenta que el monasterio de San Miguel de Arnedo estaría fundado por San Venancio o por otro de sus compañeros hacia el año 537. Por lo tanto, se trataría de un antiquísimo monasterio cuyo origen se podría situar casi sin duda alguna, a estar creado antes de la invasión sarracena.

Al recorrer los espacios de lo que se suponía era el templo, observamos como hay varias aberturas: antiguas puertas y ventanas que posibilitan el acceso de luz a las oscuras estancias religiosas. Destacando de estas oquedades la curiosa, representativa y fotogénica “cerradura”, a través de la que se puede observar una parte sustancial del casco antiguo de Arnedo. Este llamativo y singular “óculo”, antes de sufrir un derrumbe parcial, conformaba una de las entradas con la que contaba el monasterio, siendo la parte superior de la oquedad el antiguo “rosetón” y la inferior la entrada misma, accesos que se completaban con otros dos existentes, en la parte sur del cortado rocoso que da hacia lo que actualmente es la población de Arnedo, concretamente a la Calle Carrera de Vico, por la que hasta no hace mucho seguían accediendo los vecinos.

 

Debemos tener en cuenta lo piadoso que fue en tiempos esta parte de los valles que dan al gran río Ebro, ya que existen abundancia de situados monacales, destacando no solamente por su cantidad, también por su calidad. Contando con los cenobios de: Nuestra Señora de Vico, el comentado de San Miguel de Arnedo; San Prudencio (actualmente en ruinas), San José de Calahorra, los de Suso y Yuso en San Millán de la Cogolla, el de Santo Domingo de la Calzada, Santa María la Real y Santa Elena en Nájera, Valvanera en Anguiano, La Piedad en Casalarreina, el Monasterio de Cañas, la Estrella en San Asensio; o la Cueva del Ajedrezado, en la vecina Arnedillo, muy similar a la de los Cien Pilares.
 

Aún muy deterioradas y ya totalmente deshabitadas, se conservan muchas de estas casas-cuevas en los escarpes de toda la zona, bastantes más de las que se encuentran documentadas. Hoy en día podemos acceder a visitar algunas de ellas al haber pasado a ser gestionadas por el Ayuntamiento de Arnedo, que pasa por ser una de las ciudades de más arraigada tradición troglodita de nuestra geografía, compitiendo por ello con la granaína Guadix. Es el caso de la Cueva de los Cien Pilares, fenomenal complejo rupestre sobre el que quedan muchas interrogantes por despejar, constituyendo uno de los enclaves más enigmáticos de La Rioja.




Este conglomerado de oquedades comunicadas entre sí, se restauró para favorecer el acceso de público en él con estándares de seguridad, abriendo sus puertas a los vecinos y visitantes en el año 2016, ampliándose el recorrido en 2020 debido al gran éxito obtenido. Realizándose un recorrido a través de un armonioso, agradable y grato paseo que permite realizar una visita mucho más interesante y completa, pudiendo observar las distintas actividades que en sus sombríos espacios se desarrollaron en pasados tiempos. Comienza la ruta (visita guiada que debemos reservar con antelación) en la Oficina de Turismo de Arnedo, ascendiendo por las empinadas callejuelas de su casco histórico, hasta llegar prácticamente a la cima del Cerro de San Miguel, donde comienza realmente el recorrido por las entrañas de la montaña, para finalizar como una hora y media después en el viejo depósito de abastecimiento de agua de la población.

 

Esta peculiar Cueva de los Cien Pilares, nos enseñara como se vivía en este habitar tiempo atrás, para después introducirnos en lo que sería el antiguo monasterio de San Miguel, continuando por las dependencias de los monjes y los lugares de las distintas actividades que en los cenobios se realizaban: palomares, botica, transcripción de manuscritos, aposentos, talleres y hasta columbarios para los restos de los frailes eremitas. Encontrándonos sus características galerías de rojizos tonos comunicadas entre ellas, e incluso a varias alturas, sirviendo así mismo en infranqueable defensa para ocasionales atacantes. Hoy sirviendo de balcón sobre Arnedo y su valle con unas excepcionales vistas, a través de las oquedades abiertas que nos sirven para realizar suculentas instantáneas fotográficas.
 

Vigilado por lo que aún queda de la mole de su imponente castillo musulmán, el entramado rupestre que conforma la Cueva de los 100 pilares, se extiende por más de un kilómetro llegando a ser el complejo de este tipo más considerable del sur europeo. Convertido en el mayor reclamo en cuanto a emplazamiento rupestre de la Comunidad Riojana, siendo una de las visitas indispensables de todo el Valle del Cidacos, no solo por su originalidad constructiva, sino también por todos los misterios que esconde, haciendo trabajar a nuestra imaginación de cómo pudieron habitar aquí sus moradores de otros tiempos, en algunos casos no muy lejanos.

 




Hasta aquí mis letras, ahora solo queda que os acerquéis hasta Arnedo para disfrutar de estos singulares, mágicos y sugerentes espacios cavados en las entrañas de la tierra………. os gustaran. Pudiendo así mismo mercar unos Fluchos, Pitillos, Geox o Callaghan (zapatos) a buen precio, como dedicar tiempo a degustar las apetitosas, variadas y suculentas “tapas” en la infinidad de locales dedicados a ello en el meollo de la urbe …….. otra de las gratas sorpresas de esta población riojana.

martes, 23 de enero de 2024

- Torreones y Atalayas musulmanas en el Valle del Rituerto (oriente soriano) - Parte II

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Estos párrafos dan continuidad a los ya publicados en el pasado mes de septiembre que por su extension decidí dividir en dos entradas, ya que me resulta interesante el recorrido por esta zona del oriente soriano tan poco conocida y tan llena de lugares atrayentes, copiosa de historia y con unos excelentes horizontes que llenan nuestra visión. Conforman los cercanos lindes de la "Raya de Aragon" y fueron paso durante aproximadamente 200 años de los trasiegos musulmanes, por mantener y afianzar la frontera del Duero ante la presión venida del norte por los caballeros y huestes de los de la cruz", siendo el río Rituerto parte del camino natural que comunicaba Medinaceli con Agreda.

Dejamos nuestro anterior relato en la minúscula aldea de Pinilla del Campo, concretamente en su interesantes y ruinosa ermita de Los Lainez, para continuar descendiendo por los aledaños del valle del Rituerto, cuyo curso hasta el encuentro con el Duero abunda en construcciones que reflejan el ardor guerrero que estas tierras padecieron durante largas etapas de la Reconquista y las posteriores riñas entre castellanos y aragoneses. Ya he relatado en el anterior y mencionado reportaje las historias y lugares que de interés se encuentran desde el manadero del Rituerto en Valdegeña, hasta Pinilla, población cercana al entronque de río Araviana, para ahora ascendiendo por su curso llegar hasta Noviercas. 

Noviercas es la población más populosa de toda la comarca al sudeste del Moncayo, pero que apenas sobrepasa tener la centena y media de habitantes. Hasta ella nos hemos acercado para visitar su esbelta y bien cuidado torreón bereber del siglo X, aunque estudiosos lo datan en el IX y otros en el XI……… así que ahí estamos. Encontrándonos ante la atalaya mejor conservada de toda la comarca, lo que ha permitido dedicar su uso como “Centro de Interpretación de la Ruta de los Torreones islámicos”, siendo uno de los ejemplares más antiguos y sobresalientes que subsisten en el país de ese tipo de edificaciones. 

Destaca de él su solidez y altura que alcanza los 23,5 mts. manteniendo su puerta, con arco de herradura, árabe a los 3,5 de altura. Sirviendo su terraza como escenario desde el cual mandar mensajes a los otros torreones existentes en la zona, pudiendo comunicarse unos con otros hasta llegar a Medinaceli, cuartel general de los musulmanes y distante algo más de 120 km. Se sabe que, como otros baluartes de este tipo, estuvo rodeado de una muralla protectores, que aun podemos encontrar formando parte de alguna casa colindante. Debemos reseñar así mismo la leyenda que nos cuenta como doña Urraca, soberana de Castilla, se salvaguardó en este torreón cuando al ser repudiada por su esposo, el rey de Aragón, Alfonso I “el Batallador”, se sintió en peligro.  Leyendas con una base histórica que quizás algún día no muy lejano se pueda demostrar su veracidad. Relato, que aun siendo leyenda, se sabe la donación de la dehesa “Regajal” de la población, por parte de esta reina a la población de Noviercas como agradecimiento a su ayuda y protección. 

La población no solo es laudable por la existencia del torreón musulmán, siendo destacable y haciendo de ello reclamo, el haber servido durante una buena época como lugar de residencia al poeta y escritor Gustavo Adolfo Bécquer. Fue durante 1861 cuando el romántico escritor tras casarse con la "licenciosa" Casta Esteban (nacida en cercana aldea de Torrubia), habitó lugares sorianos (fundamentalmente Noviercas) por espacio al menos de 6 años. Manteniendo durante ese tiempo una tormentosa relación sentimental con sus esposa, colmada de amor, celos, desamor y muerte. 

Estamos en plena cuenca del río Araviana, que nos acerca a la leyenda de los 7 Infantes de Lara en cuyos campos encontraron traicionera muerte. Pero esta historia, junto con daros reseñas de otro puñado de fortificaciones de este tipo, existentes unas cuantas leguas a levante por las estribaciones del Moncayo, le quiero dedicar nuevos y merecidos párrafos que espero no se demoren. Mientras continuamos descendiendo por la orilla del Araviana llegando de nuevo hasta el Rituerto del cual es tributario. A orillas de este último se asienta la pequeña aldea de Jaray, que ya por su toponimia nos da pistas de su origen musulmán, derivado de la palabra árabe ‘Sahárig’ (balsa o estanque), una lagunilla hoy desecada, que existió hasta no hace mucho apodada “La Balsa” por sus pobladores. 

A sus afueras, en dirección norte, a orillas del río y sobre un altozano, vislumbramos los restos de lo que fuera su excelsa atalaya. De lo que queda, -tan solo el esquinazo sureste de alrededor de 18 mts. podemos deducir que como otras similares por las que hemos pasado, presentaba esquinas redondeadas para su mejor defensa. Posteriormente, durante el siglo XII, se le añadió otra torre ya de fábrica cristiana, completando de esa forma una verdadera fortaleza con forma triangular. A los pie del baluarte podemos percibir los restos de una arcaica iglesia semirrupestre de estilo mozárabe, que de una única nave aun mantiene de su estructura original, un arco de herradura esculpido en a roca, en la cabecera del templo. De su iglesia parroquial de estilo gótico, solo decir que debió de sustituir a otra anterior de estilo románico de la que aún se conservan algunos elementos, como una pila bautismal, así como algunas lapidas de enterramientos señoriales. Deberíamos si hay tiempo acercarnos a la fuente vieja que data de mediados del siglo XVIII. 

Dentro de la misma área de influencia del Rituerto nos trasladamos hasta Peroniel del Campo, población que gozó con una enorme influencia durante el medievo, lugar donde habitaron cantidad de “hijosdalgo” y algunos de los “linajes sorianos”, pero venida a menos, hoy apenas cuenta con 27 almas. Hasta ella nos hemos llegado para observar de cerca los restos de su ruinoso y arcaico castillo que se ubica al norte del caserío. Conocido por los lugareños como “castillo de los moros", la fortaleza o torre de Peroniel, pudiera en su origen (siglo X) ser una de esas torres de comunicación que serviría de indudable uso defensivo al musulmán frente a un norte cristiano, pasando a manos de estos últimos al avanzar la reconquista. De planta rectangular aunque irregular, poseyó cuatros torres de las que se conserva en una su acceso a través de un arco de medio punto. 

Ubicada esta población en la línea disputada por los reinos de Castilla y Aragón, durante la Edad Media se extendieron por la zona muchas más fortificaciones de las que en la actualidad podemos observar. Siendo muchas de ellas mandadas derribar al terminar el siglo XIII por orden de la castellana reina viuda María de Molina y su hijo Fernando IV, ya que ellas eran feudos y dominios de “algunos caballeros malfechores que tenían muchas casas fuertes, donde se facia mucho mal”. 

Por aquí discurrió durante los siglos III y IV de nuestra era, corroborándolo Blas de Taracena, la calzada romana que conectaba Numancia con Bilbilis (Calatayud), hoy su trazado prácticamente discurre con la N-234. Por aquí pasaron también los caballeros templarios y pruebas bastantes dejaron en estos páramos, ya que al parecer se apuesta definitivamente por la ubicación en estas tierras del tan traído y llevado Monasterio de San Juan de Otero. Pudiéndose localizar sus ruinas justo en el altozano que delimita los municipios de Mazalvete, Tozalmoro y Peroniel del Campo, en el cerro nominado con el apodo del santo. 

También restos de esta presencia podemos encontrar entre la excelente arquitectura de su románica iglesia de San Martín de Tours, que según Gaya Nuño conserva “un tipo personalísimo de ábside, que no se vuelve a repetir en la provincia”. Estos elementos son dos estelas discoidales que, situadas una en el interior del templo y la otra en su muro exterior, están gravadas con sendas cruces de las adoptadas por la Orden del Temple, conocidas por las gente de la población como “Cruz de los Cruzados”. Comentar así mismo que en esta localidad vio la luz Miguel Martínez de Contreras, más conocido como “El cautivo de Peroniel”, que allá por el siglo XV, fue cautivo por unos corsarios y preso en Argel, donde le hacían dormir encerrado en un baúl. Muy devoto de la Virgen de la Llana le rezaba todas las noche, siendo esta la que instigó el ”milagro” de traspórtalo una noche con arcón y todo hasta la ermita de la Virgen de la Llana, donde sus paisanos se quedaron atónitos y sorprendidos. Esta ermita se sitúa en la vecina población de Almenar y hasta allí seguimos nuestros pasos. 

A tiro de piedra (apenas tres kilómetros y medio) se sitúa Almenar, donde hallamos el castillo mejor conservado de toda la provincia y además está habitado. Su origen fuere una más de esas torres musulmanas que en las inmediaciones de Rituerto alzaron durante el siglo X los sarracenos sirviendo como sistema de comunicación, ya que la nomenclatura de la población en árabe se traslada a “lugar elevado desde el que se podía vigilar y hacer señales” o "lugar de luminarias en almenas". Posteriormente entre los siglos XIII y XIV se levantaría el castillo a su alrededor, sufriendo algunas modificaciones en siglos posteriores. 

Ocupando una loma al oeste de la población que domina el entorno, hasta sus baluartes llegaron soberanos como el maltrecho Carlos II o el primer “borbón” Felipe V y su esposa María Luisa de Saboya. Sirvió a sí mismo como fuente de inspiración al periodista y narrador Gustavo Adolfo Bécquer para situar dos de sus notorias Leyendas. Siendo usado como “Casa cuartel de la Guardia Civil, naciendo entre sus barbacanas Leonor Izquierdo, esposa del poeta Antonio Machado. 

Tomando dirección sur llegamos a Gómara, fijando nuestra atención en los pobres restos que se sitúan por encima de la población junto al depósito de agua, apenas dos cubos, uno pegado a un pequeño lienzo de la muralla, un aljibe cerrado por un enrejado, así como la planicie del cerro con desmantelados restos, un ejemplo más de cómo se han usado estas piedras para la construcción de las edificaciones cercanas. Solo los restos del denominado “Castillo de Gómara”, que en realidad podrían ser; por lo exiguo de su construcción y como apuntan algunos estudiosos; vestigios de una más de las torres defensivas existentes en la cuenca del Rituerto, levantadas por los bereberes durante el siglo X, que ulteriormente fue ampliada y habilitada como castillo, en la actualidad todo ello arrasado e inexistente. Bereber también podría ser el origen de la población gomareña (palillera), apelativo originario de una kabila “Ghomara” que en la actualidad existe en Marruecos, al este de Chaouen.

La considerable altura de esta fortificada posición, hace que quede a la vista una gran extensión de terreno, así como sus atalayas hermanas de Torrejalba o Castil de Tierra entre otras. Si se conoce su uso como soporte a la cercana fortaleza de Peñalcázar, en las riñas fronterizas entre aragoneses y castellanos durante los siglos XIII y XIV. No pudiendo despedirnos de la afamada villa cerealista sin desviarnos unos kilómetros para poder observar las buenas estructuras románicas de las iglesias de Torralba de Arciel y Abión.

Continuamos descendiendo el curso del río Rituerto, encontrándonos en los campos cerealistas de su derecha la despoblada aldea de Villanueva de Zamajón, apenas cuatro casas y poco mas, dando la sensación de estar parada en el tiempo de cuando en los años 80 fue mayoritariamente abandonada por sus moradores. Solo resaltan de ella su iglesia parroquial con portada de origen románico y la altiva torre que lo domina todo. Interesante es acercarnos a visitar su bien cuidado lavadero colectivo. 

De similar arquitectura con Aldealpozo, el torreón posee como tal sus esquinas redondeadas, cual corresponde de forma generalizada a las atalayas defensivas musulmanas del siglo X en esta zona. Aun desmochada en parte supera una altura de 10 mts. manteniéndose en buen estado de conservación, preservando su puerta (estuvo cegada durante tiempo) a la altura del primer piso, habiéndose abierto una nueva a ras de suelo para poder darle a esta planta el uso de Casa Consistorial, el resto como palomares. 

Cruzamos la carretera autonómica CL-101 (Almazán – Agreda, sobre la que parece no interesa reivindicar una vía rápida “autovía” Madrid – Pamplona), con intención buscar en la población de Castil de Tierra un nuevo torreón musulmana avizor del valle del Rituerto. Lo que nos encontramos sobre un pelado cerro que domina la población, son los restos de lo que fuere en su día una venturosa atalaya del siglo X, algunas de las casas de la altea puede que sean testigos del uso de sus muros. Se adivina que tuvo forma rectangular y que existió en ella un aljibe, todo protegido por un muro a modo de barbacana para una mejor protección, pudiéndonos hacer una idea de cómo pudo ser, al visitar el de Moñux, baluarte al que dedicaré algún párrafo de seguido. Pudo dar uso en su tiempo a vigilar la cabecera y acceso al valle río Nágima, ya que por su curso se llega hasta el mismo Jalón. 

Ya que estamos en esta semi-abandonada aldea, no cuesta acercarnos hasta los restos de un castro celtibero que se ubican en la ladera, por debajo, de donde se sitúa el torreón, apenas 100 mts. al norte, donde podemos comprobar la existencia de una especie de puerta, paso o calle, totalmente tallada en la roca a similitud de las existentes en Tiermes. También su templo parroquial merece unos pasos, superando por su volumen y porticada al resto de la población, lo cual nos indica su pasado esplendor. 

Retornamos a la vía principal, la carretera Almazán – Agreda, dejando a siniestra el despoblado de Boñices y a diestra Sauquillo al que poco le queda para marchitar. Tomando dirección a la aldea o granja de Riotuerto, sin saber si está poblada o no, pero lo que sí sabemos es que en ella finaliza su recorrido el flumen que desde el inicio de estos párrafos hemos recorrido, es aquí ya donde nos llega los olores del Duero. 

La población se asienta entre las dos orillas y ha pasado por varias y peculiares vicisitudes, pero hay que destacar de ella su iglesia de origen románico y la reproducción a tamaño natural de un elefante africano, paquidermo al que le han instalado un sistema que le permite lanzar agua por su trompa, curioso es conocer que en nuestra provincia tenemos tres representaciones de este enorme mamífero esparcidas por su geografía. 

Aguas abajo del Duero por su margen izquierda cruzamos la agradable localidad de Almarail, ya su nombre nos dice algo de culturas pasadas, pues su apelativo nos lleva a ser "Tierra de posadas" en árabe (al-marahil). Es reseñable la existencia, en la misma orilla del gran río soriano y no muy alejada de su casco urbano de una pequeña ermita de dicada a la Virgen de Duero, parece ser que ubicada por donde se cruzaba el rio en “barca de maroma” de cuando el inventario de Madoz, y datada en su origen “del tiempo después de moros” (románico). 

Aparte de alguna singularidad en su arquitectura (con la cabecera hacia poniente), o de haber dependido hasta bien avanzado el siglo XVIII a la encomienda soriana de la Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, con sede en los Arcos de San Juan de Duero. Lo que quiero reseñar de esta ermita es que después de haber pasado casi novecientos años de su construcción, fueron encontrados en 1994 al hacer una reforma y de forma fortuita, cuatro fracciones de artesonado en madera de pino pintadas al temple. Datadas en la primera mitad del siglo XIII son de indudable inspiración románica, representando escenas de infantes luchando con dragones, castillos de tres torres, caballeros guerreando e incluso algunas damiselas son acreedoras protagonistas de sus coloridas pinturas. Hoy conocidas como "Las tablas de Almarail", se mantienen custodiadas en el museo de la colegiata de San Pedro de Soria, como las ya anteriormente mencionadas de Pinilla del Campo, habiendo estado exhibidas en la Catedral del Burgo de Osma con motivo de la exposición de las Edades del Hombre de 1997. 

No solo de musulmán tiene Almarail el nombre, en la cúspide de sus cercanos montes se encuentra el monumento más representativo de la población, la Atalaya Torrejalba, Turujalba o Turrujalba, que por los tres nombres se la conoce, del árabe Tor-buj-alba “la Torre Blanca”, así denominada por color claro del calicanto de sus muros. Uno más de esos torreones bereberes del siglo X existentes en el curso del Rituerto, pero al contrario que sus vecinos, en este cambia radicalmente su apariencia, siendo su estructura redonda algo cónica, al contrario de las que hasta ahora hemos visitado de traza cuadrada o rectangular. Siendo en esta donde se comienza a modificar su traza, y a partir de aquí, por todo el sur soriano y fronterizo al Duero, sus estructuras son prácticamente de planta circular. 

Situados en ella, los ojos se inundarán de paisaje desde lo alto del altozano que domina la atalaya, un panorama que cubre desde la modesta y tupida Sierra Inodejo hasta el altivo y aislado Moncayo. Teniendo visual con el castillo de Moñux, el de Almazán, dominando y controlando una importante parte de la provincia de Soria: el Campo de Gómara, la zona de Ribarroya, Villanueva de Zamajón, apreciándose desde ella la "curva de ballesta" que traza el río Duero desde la ciudad de Soria hasta prácticamente Almazán. Pasando por ella una de las vías trashumantes de esta España que ya no lo es, la Cañada Real Soriana Oriental por donde las ovejas del Honrado Concejo de la Mesta, recorrían tierras desde Cameros a Sevilla, cruzando por Soria. Una atalaya que todo lo ve, la torre que nunca duerme, que siempre vigila….. un elemento en medio del paisaje al que se le puede dedicar un artículo entero, que algún día haré. 

Si hoy pudiéramos cruzar el Duero en esa barca de soga que nos contara Madoz, y descendiéramos como una legua aguas abajo, llegaríamos a Torre Velacha, que se sitúa en la orilla derecha, donde en tiempos existió la aldea hoy despoblada y ruinosa de Velacha, también conocida como Santa María de Velacha, lugar donde también hubo una “barca de sirga” que hasta hace no muchos años se utilizaba para atravesar el río y cuyos restos hundidos se encuentran próximos a la torre. El altivo porte de este baluarte y la abundante vegetación, nos hace situarnos en un sugerente lugar de medievales reminiscencias. 

El torreón, de planta cuadrada, unos 15 mts. de altura, ejecutado en piedra de sillería y bien conservado, no tiene nada que ver con los que hasta ahora hemos venido recorriendo de origen musulmán. Es totalmente de época cristiana, erigiéndose en tiempos del siglo XV por don Pedro de Mendoza y Enriquez “el Fuerte”, IV Señor de Almazán, como puesto de vigilancia sobre el vado de Velacha, y también la ruta que por el río Mazos conduce hasta Lubia.. Teniendo originalmente su acceso a unos tres metros de altura sobre puerta de arco de medio punto que aún se conserva. Fue destruido por un incendio en tiempos posteriores, y durante su última reforma se abrió una puerta a nivel del suelo. 

A escasos 50 mts. nos encontramos una ermita que “…es según el gusto de los Templarios”, posiblemente la iglesia parroquial del despoblado, hoy aislado templo que sigue reuniendo el segundo domingo de julio a devotos romeros de toda la comarca en la denominada “Jáñara”. Teniéndose constancia de que ya en el siglo XII estaba bajo la advocación de San Salvador. Se sabe que en 1198 el obispado de Sigüenza tenía heredades en “Belacha”, propiedades que fueron donadas a los abades de un cenobio, uno de los ellos apelado Pedro Abad, del que se cree pudo ser el “Per Abat”, creador del Cantar del Myo Cid. Esta cesión genera una linde o “mojón” enormemente codiciado en lo temporal, tanto por los obispados de Sigüenza y Osma en lo religioso, como por los regidores de Soria y Almazán. 

Próximo destino Torre de Moñux, que visualmente se sitúa a 7 km. pero al estar obligados a cruzar el Duero y tener que ir en vehículo, nos hará recorrer incluso 25. Hasta aquí nos hemos llegado para conocer su altivo y cuadrado “Torreón”, que aunque documentado en el siglo XIV, cuando participó en las riñas fronterizas de La Raya, protagonizadas por los dos Pedros durante 1352 (Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón), se sabe su origen musulmán, siendo una más de esas atalayas que venimos visitando en curiosa procesión por las orillas del Rituerto. Debido a su emplazamiento, este torreón debió ser un punto de control de las cañadas que por sus proximidades transitaron. Consta de tres alturas, puerta en alto con un arco de medio punto y recientemente (2022) ha perdido la techumbre por su mal estado de conservación.  

Situado en un resalte rocoso al “cierzo” de la población con el que comparte epíteto, domina plenamente la Tierra de Almazán y el Campo de Gómara, al igual que así mismo es visible desde cualquier punto de la llanura con su desafiante silueta. Se dice de la aldea, que posee más edificios sobresalientes que habitantes, y es posible que sea una afirmación casi real, pues a escasas 6 almas asciende hoy toda vida en ella. Aparte de su torreón medieval, debemos destacar la parroquia dedicada a la Virgen del Pilar, la ermita de la Virgen del Carmen del siglo XVIII, La Picota o Rollo de justicia que se sitúa sobre unas peñas de conglomerado a la entrada de la población, y una Fuente cincelada en piedra sillar. Su apelativo posiblemente sea de origen árabe y el que les traslada estas notas, tiene entre otros el honor de tener, entre otros, el apellido “Moñux” en su octava generación. 

Ya vemos a poniente las edificaciones de Almazán dirigiendo nuestros pasos hacia ella, pero su reseña ya merecería otras anotaciones y nuevas letras, así que los dejo para otros tiempos y menesteres.


viernes, 12 de enero de 2024

- Celtíberos...... a orillas del Izana - El Castro de San Cristóbal (Ermita de los Santos Mártires - Las Cuevas de Soria)

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Hay quien hoy en día a las tribus “celtíberas” les denomina nuestros antepasados, sin pararse a analizar las vicisitudes históricas que en las tierras sorianas han sufrido a lo largo de los dos milenios largos que desde entonces llevamos vividos los que originarios de esta meseta nos sentimos, sin saber que tipo de “genes” llevaremos en nuestra sangre. Mas de una sorpresa se llevarían muchos, si al hacerse un análisis genético vieran que gran parte de su pasado fueron algunas tribus beréberes venidas del norte africano, esos mismos a los que de forma no muy cariñosa se les denomina como “moros”. Gentes que habitaron nuestras tierras en algunos casos durante 800 años, tiempo suficiente para crear una mezcolanza cultural y genética que en gran parte ha llegado hasta nuestro tiempo.



Fusión cultural y progresiva es así mismo la que originó el apelativo de Celtíbero, a la mezcla de los originarios pueblos “iberos” con las tribus celtas que llegaron a Iberia allá por entre los siglos VIII y VI a. C. procedentes del levante europeo o de oriente medio. Habitaban el sector oriental de la Meseta Norte, siendo la actual provincia de Soria el territorio en el que las tribus celtíberas dejaron una importante huella de su presencia a través de la “cultura de los castros” aunque se extendieron mucho más de estos límites. Las aldeas fortificadas; situadas en lugares prominentes y elevados, con buena defensa y adaptadas al terreno; que se extendieron por gran parte de la meseta entre los siglos VI y IV a. C. consolidando una forma de vida que a partir del siglo III a. C. se transforma en algunos casos en las primeras ciudades (Numancia como ejemplo cercano).




Podemos ubicar los territorios de “Celtiberia” a las extensas áreas enclavadas en los escarpados márgenes donde se unen las cordilleras Ibérica y Central y tierras circundantes, ocupando parte de las cuencas al sur del río Ebro, así como las partes altas del Tajo y del Duero. Demarcación definida por los historiadores romanos como “áspera, montañosa y por lo general estéril”, muy condicionada a la dureza de su inclemente climatología.

 

En nuestro rededor (me estoy situando en Quintana Redonda - Soria), ubicándonos en la linde de lo que fueron los territorios de “pelendones” y “arévacos”, los primeros más al norte, los segundos más meridionales, entorno a los ríos Duero, Mazos, Izana, Sequillo, Milanos y Abión. En apenas una imaginaria línea de unos 37 km. que partiendo de Garray en dirección suroeste nos situaría en Calatañazor, se sitúa la zona donde he podido referenciar hasta seis de esos asentamientos “celtíberos”: Numancia (Garray), Castro de Ontavilla (Carbonera de Frentes), Castro de Castilterreño (Izana), Castro El Castillejo (Nódalo), Los Castejones (Calatañazor) y Castro de San Cristóbal (Las Cuevas de Soria).

 

Es hasta este último en la cercana población de Las Cuevas a donde nos dirigimos a finales de agosto, para contemplar como realizaban la exhumación de los restos de dos fallecidas (una adulta y una niña) en las excavaciones que se estaban realizando anexas a la ermita de Los Santos Mártires que, ubicada bastante por encima de la aldea en el Cerro de Castro, está dedicada a los patronos de la población. 


El antiguo poblado acomodado a la morfología de su entorno, solo era accesible por su lado este, ya que el resto de su contorno son prácticamente escarpaduras en algunos casos verticales (oeste). Es por ello que en esta zona menos protegida de forma natural fuera defendida por un grueso muro de mampostería, con una longitud de aproximadamente 93 m.  calculando, junto con el foso que así mismo lo protegía, que en algunos casos podría haber tenido una altura cercana a los 8 metros. Su interior ocupa una extensión de unos 5.000 m2. lugar donde se edificó la ermita y donde se han desarrollado las actuaciones arqueológicas aquí reseñadas. 



Siendo en la tercera cata, la más próxima a la ermita, donde se encontraron las estructuras de antiguas edificaciones bastantes espaciadas en el tiempo.  Corresponde la más antigua a una cabaña de la edad del hierro (siglo VI a IV a. C.), así como muros de construcciones pertenecientes al siglo IV d. C. ambas pendientes de su análisis y datación definitiva. También se encontraron los esqueletos completos de dos individuos, en este caso femeninos, correspondientes a una adulta y una niña que pudieran pertenecer al asentamiento del último periodo (siglo VI), lo cual igualmente está pendiente de acreditación.

 

Los arqueólogos responsables: Antonio Chain Galán, Cesar Gonzalo Cabrerizo y Francisco Rodríguez Plaza (este último oriundo quintanero), analizando los distintos asentamientos existentes en la zona y su evolución en el tiempo, lanzan la hipótesis de un periplo habitacional en un radio de influencia de apenas 5 km2. durante casi un milenio. Pudiendo haberse instalados primeramente en el Castro de San Cristóbal (Las Cuevas), trasladándose posteriormente a Castilterreño (Izana), para posteriormente descender a la vega asentándose en la Villa Romana de La Dehesa (entre Izana y Las Cuevas), para terminar nuevamente en el Castro de San Cristóbal (Las Cuevas) posiblemente refugiados de algo o de alguien.
 

Sobre la existencia de restos del pasado en el Cerro de San Cristóbal hay información documental desde el siglo XVII (los lugareños de Las Cuevas seguramente mucho antes), teniendo conocimiento de lo referido a ello por parte de:

      - Lope de Morales y Trujillo (nacido en Las Cuevas), quien relata en 1627 sobre la aparición de los Santos Mártires, crónica resumida por el clérigo Celestino Zamora (finales del XIX o comienzos del XX).

     - Juan Loperráez Corvalán, trasladándonos en 1788 sobre la aparición de una lápida seis años antes.

    - Eduardo Saavedra y Moragas, que en 1861 (no haya nada sobre el terreno, pero relaciona los restos hasta entonces encontrados por el lugar).

      - Blas Taracena Aguirre, quien en 1941 realiza la primera investigación sobre el Cerro del Castro.

     - En 1972 Fernández Miranda lo incorporó en su trabajo sobre los castros sorianos.

    - También José Alberto Bachiller Gil en 1987, lo relacionó en su estudio sobre los Castros del Alto Duero. 

     - Siendo la Carta Arqueológica de la Provincia de Soria realizada en 1991 Pascual Diez, el trabajo más correcto realizado hasta el momento.   



    La excavación de este verano del 2023, debe considerarse la primera que se realiza en el lugar con rigor científico, descubriendo en los apenas 50 m2. un importante material que anima a seguir en sucesivas campañas, habiendo salido a la luz de entre los secretos guardados bajo tierra más de dos mil años:

       - Fondo de Cabaña, dos enterramientos del siglo VI d. C. (mujer y niña).

       - Muro de piedra.

       - Piezas de cerámica.

      - 17 pesas (numerosas en relación a la cata realizada) de posibles tensores para sujeción de cubiertas o telares.

 

Es curioso la relación de la población de “Las Cuevas” con las exhumaciones de remotos tiempos, pues a las aquí referidas, -mujer y niña exhumadas en 2023-, hay que añadir las de los supuestos “Santos Mártires” Sergio, Bachio, Marcelo y Apuleyo, que aparecieron en 1477 (como afirma Loperráez) o finales del siglo XIV (según Lope de Morales) junto a un pergamino dando información de los allí enterrados. Sobre el descubrimiento de los restos de los canonizados mártires, tanto Blas Taracena como anteriormente Loperráez tienen sus reservas, siendo este último el que afirma que las letras del pergamino no son muy antiguas, existiendo solamente este documento para la autenticación de las reliquias estando además el susodicho manuscrito extraviado. Hay así mismo que añadir a la relación de hallazgos necrológicos del asentamiento, una lápida sepulcral de origen romano que sirve como dintel para la ventana de la sacristía en la ermita, donde se hace referencia a “Valeria Titulla y su hija de 12 años”, que debieron estar enterradas en sus proximidades, ya que allí se encontró la estela con su epitafio. Teniendo información a través de Pascual Madoz en la aparición de más sepulcros con hombres armados.




Durante la excavación realizada en el verano de 2023, se han encontrado dos épocas diferenciadas: la más antigua correspondiente a la 1ª Edad del Hierro (siglo VI a IV a. C) y otra correspondiente al siglo IV d. C (ambas pendientes de su análisis y datación definitiva).



Se presupone un periplo de asentamiento humano que pasaría:

      - 1º por el Castro del Cerro San Cristóbal (siglos VI a VI a. C.)

      - 2º por el Castro de Izana – Castilterreño (siglos II a I y. C.)

      - 3º por la Villa Romana de la Dehesa - Las Cuevas (siglos III y IV d. C.)

      - 4º regreso a las alturas del Castro de Cerro de San Cristóbal (siglo IV d. C.)


Para finalizar estos párrafos dedicados a los celtíberos que habitaron las orillas del Izana, resaltar como el signo de identidad de Soria, el “caballito de Numancia”, que todo soriano que se aprecie lleva pegado en la trasera de su vehículo, es en realidad una “fíbula” (broche) de la que se valían los individuos de aquel entonces para con ella amarrar o sujetar su “sagum”, prenda de áspera lana que le cubría prácticamente todo el cuerpo a modo de capote, poncho o especie de manta, que se sujetaba con este original e identitario elemento sobre el hombro derecho. Prenda enormemente practica para combatir los fríos inviernos del interior ibérico, hasta el punto que los romanos la adoptaron para su ejército. Manteniéndose como atuendo ante las inclemencias no solo hasta el final de la dominación romana, siendo usado así mismo durante el medievo, derivándose de ella la palabra “sayo”.  


Recalcar sobre este símbolo equino, el que era usado como regalo, agasajo o reconocimiento por los jefes tribales celtíberos, cuando sellaban un acuerdo o pacto entre distintas tribus o poblaciones.  De ahí la abundancia de este tipo de iconografía (caballo con o sin jinete) que se ha encontrado entre los restos de la cultura celtíbera (cerámica, fíbulas, estelas funerarias e incluso en monedas acuñadas) por las distintas actuaciones arqueológicas.