miércoles, 1 de diciembre de 2010

- Canaima y Salto Angel (Venezuela)

Pincha aquí si deseas ver las fotos de "Canaima y Salto Angel" y si quieres verlas en pantalla completa pulsa en la tecla "F11"

Madrugamos en Ciudad Bolívar para coger las primeras avionetas que nos iban a transportar hasta Canaima. Una efusiva turbación recorría mi cuerpo, era la primera vez que montaba en este tipo de aeroplano, una diminuta avioneta "cessna" de seis plazas, que mas o menos es como una Vespa con alas; también porque me estaba introduciendo en el territorio de los “tepuis”, esas montañas planas y mágicas que surcan el sur venezolano.

Desde la ventanilla diviso un panorama desconocido hasta entonces para mi, cruzamos por encima del enorme embalse de Guri que conforma el río Coroni; terrenos deshumanizados, vírgenes, solo quebrados por la mano del hombre en diseminados poblados mineros en busca del áureo mineral. Progresivamente percibo como ese paisaje empieza a ser invadido por la selva, esa vegetación que lo inunda todo no dejándome ver nada mas que las copas de los árboles, salvo en minúsculos claros que puedo adivinar algunas cabañas de los indígenas que las habitan. Es como ver un mapa hecho realidad, el verde es prácticamente el único color al que se ven obligados a acostumbrarse mis ojos durante la hora que dura el vuelo. Poco a poco comienzan aparecer las primeras mesetas de los tepuis, por encima de las cuales planeamos, grandes ríos circulan a nuestros pies y casi sin enterarnos llegamos a la Laguna de Canaima, que nos sorprende con el extraordinario espectáculo de sus siete cascadas vistas al completo desde la altura, algo excepcional.

A Canaima se llega normalmente por avión desde Ciudad Bolívar, pero hay una ruta por tierra que también nos puede llevar hasta allí. Este itinerario no muy complicado hasta la población de La Paragua, donde se cruza el río en una chalana, se convierte desde aquí en mas complejo; debiendo realizarlo en vehículo de tracción a 4 ruedas y con altura suficiente para recorrer una pista minera en muy mal estado hasta San Salvador de Paúl, y desde esta aldea proseguir hasta Caño Negro, donde se cruza el río Caroni, continuando a pie durante unas tres horas hasta llegar a Canaima.

Suelen comentar los guías a nuestra llegada el significado del nombre de “Kanaima”, que en traducción del lenguaje de la etnia pemón, significa “asesino”. Espíritu maligno de los indios Arekuna, quien, según una antigua leyenda local, era el señor de la muerte, por ello a esta región se la conoce como “tierra de los asesinos”.

Cuentan que los kanaimó son gentes corrientes que habitan el la selva pero que usan una planta llamada kumi para hacerse poderosos. Al untarla sobre su cuerpo el kanaimó esta forzado a matar a alguien, pues sino los poderes de la planta se invierten y lo asesinan a él. Dentro de las potestades de esta planta está la posibilidad de que el kanaimó resucite a su victima por siete días, pero posteriormente sufrirá una enorme agonía antes de fallecer, quedando su cuerpo destrozado. Un kanaimó no mata directamente, tiene el don de dejar pasar su alma a otro humano, animal o insecto, con el fin de destruir a su víctima sin ser advertido. Su alma penetra entonces en el cuerpo de su torturado y causa los dolores, que producen al cabo de algunos días una muerte segura. Es un enemigo secreto contra el cual no hay protección posible, por lo tanto uno de los peores encantamientos a los que están sometidos los indios pemones.

El poder de los kanaimó es solo contra sus paisanos, pues se dice que las influencias de la planta no actúan contra otras personas. Los kanaimó son asesinos nocturnos, que además tienen el poder de trasladarse de un lugar a otro en cuestión de minutos. Los lugareños aseguran, ante la duda de los foráneos, que los Kanaimó existen en la realidad.

Si embargo la laguna y sus alrededores es todo lo contrario de lo que nos quieren transmitir sus leyendas, una zona tranquila en medio de un paisaje paradisíaco; es como estar en una playa caribeña, pero en medio de la selva y rodeado de las enormes montañas de los tepuis. Un remanso de naturaleza pura que nos envuelve por doquier, donde el agua con sus cascadas y la vegetación nos circundan, haciéndonos pensar en como debería ser en sus orígenes este maltratado planeta que habitamos.

Un recorrido por la laguna, navegando en curiara y pasando por delante de los saltos, nos llevara hasta la isla Anatoly, donde recorremos un sendero que nos acerca hasta el Salto Sapo y posteriormente a Salto Hacha, ambos los recorremos por detrás de la enorme cortina que forma en su desplome el agua, al salvar el desnivel del río Carrao. En verdad es espectacular traspasar estas impresionantes cataratas por su espalda, sumergiéndonos entre la niebla que crea la fuerza del agua al caer, y divisar desde el lado opuesto una nueva imagen incomparable y sobrecogedora de estas maravillas naturales.

Si este entorno no fuera ya de por si un aliciente de primer orden para visitar estos lugares, tenemos el añadido de poder observar el Salto Angel, la mayor cascada que existe en nuestro planeta. Para ello recorreremos en balsa (curiara) los barrancos de los ríos Carrao y Churum durante los 70 km., que separan la cascada del embarcadero de Ucaima en la Laguna de Canaima, desde él divisamos al poco de partir varios tepuis, entre ellos el Kurúntepuy (tepuy del zamuro del buitre) y Kusaritepuy (tepuy del venado). Son cuatro horas de recorrido por paisajes que nos asombran y fascinan a cada quiebro del río, todo lo que divisamos en las orillas es selva cerrada, solo habitada por aisladas chozas “churuatas” de familias de indígenas que nos saludan al pasar. Si tenemos la fortuna de detenernos en alguno de estos lugares, podremos degustar sus comidas a base de casabe de yuca (tortas de pan casero), pescado hervido y salsa picante elaborada con las originarias hormigas culonas.

El nativo pemón que conduce nuestra embarcación es enormemente hábil, conoce cada piedra del río y no tenemos que descender para salvar los rápidos de la sabana de Mayupa. El agua nos salpica sucesivas veces y empapa parte de nuestras ropas, pero no nos importa, somos recompensados por todo lo que nos rodea y que nuestra vista alcanza a divisar. El río, sus aguas se convierten por momentos en espejos que reflejan los primeros contrafuertes del Auyantepuy el mas extenso de los 115 tepuis que conforman esta zona del sur venezolano.

Cruzamos los rápidos de Arautaima y nos introducimos del todo en un espectáculo de paredes semejando castillos; verticalidad y verdor es la uniformidad, solo algunas cascadas y el río rompen ese equilibrio. Proseguimos navegando corriente arriba hasta encontrarnos con el Pozo de La Felicidad, una hermosa y pequeña cascada de aguas transparentes con una poza natural en su base, donde paramos y nos refrescamos en sus frescas aguas, disfrutando de la calma y belleza del entorno que nos envuelve. Más tarde pasamos por la Isla Orquídea, en donde el cauce se serena y podemos contemplar como el agua de la corriente es tinta, roja del tanino que producen las plantas en su descomposición, un nuevo color para guardar en nuestras mentes. Nos desviamos prosiguiendo por el Río Churum, más estrecho y con muchos más rápidos, ascendiendo el Cañón del Diablo, envueltos por el Auyantepuy desde ambos lados, quien nos da la bienvenida con docenas de cascadas y caídas de agua que se volatizan en su descenso por la altura desde donde se desploman. Aquí el barquero demuestra al completo su pericia; pasamos por estrechos recovecos entre grandes rocas, nos mojamos de nuevo y de nuevo disfrutamos al hacerlo. El entorno es sobrecogedor, este tramo del recorrido es indefinible por su belleza, pues el río serpentea entre los tepuis, nuestra vista se sorprende a cada nueva formación rocosa, unas piedras que resaltan, una hendidura, la vegetación que nos arropa, los colores según donde se sitúe el sol, las nieblas, las nubes que lo cubren en su soberbia grandeza........................ y en un culebreo del río aparece ante nuestros ojos la impresionante cascada del Kerepakupai Merú en lengua pemón (caída de agua hasta el sitio más profundo), mal llamado Churún Merú o Salto Angel.

Llegamos a Isla Ratón, donde esta situado el campamento en el que pasaremos la noche durmiendo en hamacas. Comenzamos a ascender la tupida y húmeda selva por un camino pedregoso, entre raíces, rodeados de bromelias y minúsculas orquídeas que nuestro acompañante argentino Pablo, biólogo de profesión, nos va ilustrando. Andamos bajo colosales árboles durante aproximadamente una hora, hasta llegar a un promontorio rocoso donde esta situado el Mirador Laime, justo frente al Salto Angel, lugar estratégico en medio de la vegetación para que nos detengamos a admirar el grandioso espectáculo, la visión es impresionante, si es que este adjetivo es suficiente para calificarla. Hasta nosotros atraído por la brisa, llega ese chirimiri que produce el salto en su desplome, refrescándonos del calor producido en la subida. Estamos prácticamente solos en el lugar, algo insólito al parecer, pues suele estar bastante frecuentado de foráneos multicolores de esos que nos gusta recorrer el mundo. Solo queremos escuchar el alboroto del salto y la sutileza del viento, por eso hablamos poco y los comentarios son los justos, dándole tiempo a nuestros ojos para asimilar ese caudal descendiendo los 979,66 metros que tiene (807,11 mts. de caída libre), desmoronándose en su caída convertido en una nube al final del trayecto. La altura de la catarata se determinó por una investigación de la National Geographic Society llevada a cabo por el periodista Ruth Robertson en 1949, siendo 15 veces mas alta que las Cataratas de Niagara. Justo enfrente, muy próxima a ella podremos admirar el dorado color, de “La Catira”, una caída en tres escalones de agua que forma la cascada “no permanente” más grande del mundo.

Desde aquí descendemos por sinuoso sendero hasta la poza que se forma un poco mas abajo de la cascada, dicen que bañarse en ella te llena de energía, y aunque algunos lo hicieron, el tiempo y la temperatura del agua no eran los mejores aliados para sumergirnos en sus cristalinas, oxigenadas y mágicas aguas, así que ya avanzado el atardecer, retornamos el camino de vuelta al campamento, donde nos esperaban unos pollos en vara, asados a la brasa, con ensalada y arroz; después una noche “toledana” en la hamaca, acompañado de los sonidos de la selva a nuestro rededor y el bufar de la cascada en la lejanía.

El gran saldo de agua es idolatrado por los indios como morada de su dios, pues desciende del paraíso. Se la conoce con el nombre de su “descubridor”, el piloto, buscavidas, expoliador de oro y gringo, Jimmy Angel. Aviador que vio el salto por primera vez en 1933 mientras buscaba una legendaria cantidad de oro, aunque se tiene conocimiento de su existencia desde antes de esa fecha. Algunos cronistas atribuyen su hallazgo a Ernesto Sánchez la Cruz, explorador que en 1910 comunicó al Ministerio de Minas e Hidrocarburos en Caracas la existencia del mismo; otros, se lo imputan al capitán de la Armada venezolana de origen español Félix Cardona Puig, quien, en 1927, junto a Mundó Freixas, explorador también de origen español, divisó el gran salto de agua en el macizo del Auyantepuy. Aunque tambien pudiera ser la cascada, que desde la lejania de la meseta Wacarima vislumbró Sir Walter Raleigh en 1596.

“La vimos en la distancia y parecía la blanca torre de una descomunal iglesia: desde arriba se desprendía un poderoso río que no tocaba ningún lado de la montaña, sino que corría por su cumbre y caía a tierra con un sobrecogedor ruido y clamor, como si mil inmensas campanas golpearan unas con otras. Pienso que no hay en el mundo una caída tan extraordinaria y maravillosa de contemplar”.

Los artículos y mapas de Cardona cautivaron la curiosidad y el interés del aviador estadounidense, quien se puso en contacto con Cardona para hacer varias visitas a la zona en 1937, año en el que regresó de nuevo con su esposa y otras dos personas. En mayo de 1937, Cardona acompañó a Jimmy Angel a sobrevolar el salto y en septiembre Jimmy Angel, pensando en hallar el mítico oro, aterriza en la cima del Auyantepuy, propósito que logra escabrosamente, empotrando la avioneta sobre el fango existente en la cima del Tepuy, no pudiendo despegar y teniendo que regresar descendiendo a pie. Toda una proeza en aquella época, Jimmy Ángel y sus tres acompañantes lograron descender del Tepuy tras once días de recorrido por barrancos y selvas. Treinta y tres años estuvo el avión en la cima, hasta que fue sacado con un helicóptero; actualmente esta instalado en los jardines del Aeropuerto de Ciudad Bolívar, existiendo una replica del mismo en la parte alta de la montaña.

La noticia de tal hazaña en la prensa venezolana y sobre todo en el país de origen del aviador, Estados Unidos, motivaron que el gran salto fuese bautizado como “Salto Angel”, señalándole así desde entonces.

El primer forastero en llegar al río alimentado por las cataratas, fue el explorador letón Aleksandrs Laime, conocido por los nativos pemones como Alejandro Laime. En 1955 hizo la ascensión del Auyantepuy, dándole al torrente el nombre Aguja, tomao de uno de los más hermosos ríos de Letonia, si bien el nombre indígena, Kerep, ya rara vez se utiliza, sigue siendo ampliamente utilizado por la comunidad pemon. Laime también fue el primer occidental en recorrer un sendero que conduce desde el río Churún a la base de las cataratas, el mismo que en la actualidad se utiliza para ascender a ellas y por el que nosotros subimos.

El Auyantepuy “La Montaña del Infierno”, ubicado en las tierras altas de Guayana, es el tepui mas extenso de toda Venezuela, tiene 700 kilómetros cuadrados de superficie, su cumbre plana tiene una longitud de 35 km. y una anchura de 25 km., alcanzando una altura de 2.510 metros. Hasta no hace mucho tiempo, el pueblo pemón no ascendía jamás hasta su cima, pues según su tradición, allí moran los espíritus de apariencia humana que podían robarles el alma.

Un informe de Domingo de Vera e Ibargoyen, maestro de Campo de Antonio Berrio, a la sazón Gobernador de El Dorado, nos indica que hacia 1598 Fernando Berrío y sus hombres llegaron a penetrar hasta las inmediaciones del Auyantepuy remontando el rio Carrao

La primera noticia documentada de la existencia de este cerro, el Auyán o de los Audanes (demonios), apareció por primera vez en la cartografia de Guyana como modesto promontorio identificado como “Serro Auyan”, en el centro de un mapa dibujado por el fraile Capuchino Carlos de Barcelona en 1779. Este curioso mapa fue el resultado de los apuntes sobre las desventuras que padecieron los misioneros capuchinos, fray Benito de la Garriga y fray Tomas de Mataró, quienes después de explorar los “frescos prados de la Parima” en 1772, se vieron obligados a huir de unos salvajes indios “Paraguayanos”, quienes durante semanas les hostigaron incansablemente gritándoles que se detuvieran porque “tan solo queremos matarlos y nada mas..........”. En 1772, al tener noticias de que el Gobernador de la provincia Manuel Centurión preparaba una entrada en la región, los Padres Capuchinos aceleraron una expedición al Parima, enviando en esta oportunidad a los frailes mencionados, acompañados por algunos españoles e indios.

Los expedicionarios remontaron el Caroní hasta su confluencia con el Icabarú y por este llegaron a sus cabeceras, entrando en las del río Parime despues de 50 días de viaje. Rechazados y perseguidos por indígenas armados por los holandeses, debieron retirarse. Esta expedición constituye para algunos el predescubrimiento de la Gran sabana, siendo los dos misioneros capuchinos los primeros europeos en asomarse a esta espectacular región venezolana. En su relato, los misioneros compararon la sabana por donde pasaron, con el llano de la comarca de Urgel, territorio estepario, tendido entre Aragón y Cataluña.

Mas representativo de la fisiografía de Guayana, tal y como la concibieron los capuchinos, es un mapa anónimo, hecho probablemente sobre 1789, en el que se encuentran los siguientes elementos: hacia el Este del Caroní, al Sur de Yuruari, aparece un tepui, como en el mapa anterior, pero no se le coloca nombre alguno, la zona esta despejada y en los alrededores formando un circulo se dibuja la selva.

El Parque Nacional Canaima al cual pertenece esta zona , fue creado el 12 de junio de 1962 y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1994. El parque posee 3 millones de hectáreas, es decir más o menos el tamaño de Bélgica, siendo así la segunda área protegida en extensión de Venezuela y la séptima en el mundo.

La excursión al Salto Ángel Canaima con sus alrededores, es una de las experiencias más espectaculares de Venezuela, uno de los lugares más fabulosos del país. En la laguna se pueden ver los saltos que forma el rio Carrao y los tepuyes que nos acompañan durante los paseos por ella, el Nonoy-Tepuy (Zamuro) a la izquierda, el Kuravaina-Tepuy (Venado) al centro y el Topochi-Tepuy (Cerbatana) a la derecha.

Canaima es el hogar y tumba de muchos soñadores como el peruano Tomas Bernal, el letón Laime o el ruso Anatoly; buscavidas como Jimmy Angel; religiosos como Fray Cesáreo de Armellada, demonios como Kanaima y leyendas como las de Makunaima. Canaima es un trozo de naturaleza salvaje apartada del mundo,................................... al que también os incito a visitar.

Para terminar os invito a que leáis una de las leyendas pemones sobre la creación del Salto Angel y como los indios comenzaron a habitar esta zona.

LEYENDA PEMON
Hace muchos años cuando los Caribes poblaban las costas de Venezuela un chamán envió a su hijo a explorar el sur del territorio, porque había tenido una visión.
En la premonición los dioses le informaban que pronto vendría una dura pelea con personas que venían de otros mundos, así que encomendó a su hijo subir a una montaña muy alta que le sirviera para ver más allá del horizonte en busca de un buen lugar para vivir.

El joven y fuerte hijo del chamán acató la orden de su padre, quien antes de enviarlo al largo viaje le entregó un pequeño amuleto, un frasquito con un agua mágica sanadora de todos los males que debería llevar colgado en el pecho.“Hijo, yo estoy viejo y no puedo hacer el viaje contigo, no temas que te cuidaré, aquí te entrego esta agua mágica, llévala siempre y cuando te lastimes echa un poquito en tu dedo y frota la herida, úsala con mucho cuidado”, le dijo el anciano a su heredero.

El muchacho fue despedido por el poblado de Caribes e inició su travesía hacia el interior del país, pasó meses recorriendo la selva y cada vez que se lastimaba hacía uso de su amuleto.

Al cabo de un tiempo y algo desesperado por no encontrar la montaña indicada por su padre, se topó con un águila enorme, capaz de levantar a una persona. El ave estaba herida y se lamentaba de su suerte.

El indígena se le acercó y le preguntó qué le sucedía. “Tengo el ala rota y no puedo volar”, le respondió el fantástico animal. El aborigen vio en esta su oportunidad de encontrar su destino y le propuso curarle el ala con la condición de que lo elevara hasta la cima de la montaña.

El águila aceptó algo escéptica, pero al verse curada cumplió su promesa y con sus garras alzó al joven hasta la cima de la montaña y lo acompañó en señal de gratitud. El indígena caminó por la montaña y vio hacia el horizonte un buen lugar para su pueblo, en medio de la caminata tropezó con una piedra y cayó de frente.

El amuleto se volvió trizas y de pronto empezó a manar “agua mágica” y nació lo que hoy día se conoce como el Salto Ángel.

Gracias al “agua mágica” el lugar se llenó de frutas convirtiéndose en un paraíso para vivir. El indígena retornó a la costa del país con la ayuda del águila y le contó a su padre lo sucedido. El viejo chamán convocó al resto de los chamanes Caribes y les dijo que había tenido una visión, que dentro de poco vendrían personas de otros pueblos y habría una gran guerra y que para evitarla su hijo había localizado un refugio.


Sólo unos pocos le creyeron, así que decepcionado agarró a su gente y a quienes sí confiaron en sus palabras. El pueblo emprendió un largo camino hacia el sur del país y pobló las zonas próximas a los tepuyes, dejando atrás las costumbres Caribes.

Los años pasaron y los españoles llegaron. Los Caribes no se dejaron doblegar y murieron. Otra etnia, los pemones disfrutaba de las bondades de la naturaleza y del “agua mágica”. Así surge Kanaimo, hoy conocida como Canaima, según algunas leyendas.