martes, 4 de junio de 2019

- Yazd…… el desierto (Irán)

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A medida que nos vamos alejando de Isfahán en dirección sureste, notamos la sensación de como algo está cambiando en el entorno. El paisaje se nos va mostrando más árido, seco, y brumoso, pudiendo hasta comprobar cómo el aire es más opaco y menos trasparente. Estamos paulatinamente adentrándonos en el territorio de la nada, en las desiertas tierras del oriente iraní, pero que nosotros hemos elegido visitar como lo hicieron con anterioridad todos los viajeros que recorrieron la mítica Ruta de la Seda. Unos singulares territorios envueltos en decenas de leyendas, en cientos de mágicas historias……… en mil y una noches. Lugares por los que otros muchos nos han precedido, pero que no por ello han perdido su aureola de itinerario legendario repleto de hechizos. 

En Na´in visitamos la mezquita Jameh (del viernes) también conocida como "Alavian".  De entre los siglos VIII o IX, y con unos bellos trabajos en estuco y ladrillo cocido, es una de las primeras cuatro mezquitas construidas en Irán después de la invasión árabe. El sótano existente bajo el templo puede que sea preislámico, añadiéndose a la mezquita a su construcción, estando posiblemente relacionado con un anterior "Templo de fuego" zoroastriano. 

También probablemente de la época preislámica sea; por los materiales de su construcción y su estilo arquitectónico; el ruinoso castillo de Na´in o Narin Ghaleh, que se sitúa no muy lejano de la Mezquita Jameh (apenas 300 m.). 

Antes de abandonar la autopista que nos llevará a Yazd, desviándonos hacia el levante y adentrándonos en el secarral desierto, hacemos una parada en Meybod, para  visitar una nueva fortaleza de barro, que si igualmente está en ruinas, se conserva bastante mejor que la de Na´in. Es aquí donde conocemos a un joven de unos 15 o 16 años que nos saluda en un perfecto castellano, y ante nuestro asombro le preguntamos que donde ha aprendido el idioma de Cervantes y José Ramón de la Morena (Joserra o el chico de Florentino), sorprendiéndonos con que había sido viendo películas en televisión, concretamente "Torrente" y "Zipi y Zape".
 
Por entre desnudos y descarnado macizos montañosos circulamos camino de Chak Chak y su "templo de fuego" de Pir-e Sabz, uno de los más importantes para los seguidores de la religión de Zoroastro, que por estas zonas de Yazd aun tiene numerosos seguidores. Encaramado en medio de una rocosa montaña y abrigado en una caverna se halla este santuario. Debiendo ascender los más de 200 escalones hasta llegar a
las entrañas del mismo roquedal,  para impregnarnos de las fuerzas telúricas y energías cósmicas que el lugar desprende, al ser un lugar de peregrinaje mágico y sensitivo. Estamos prácticamente solos, pues los visitantes suelen llegar por las mañanas y ya es avanzada tarde. Solo una persona, que imaginamos es una especie de santón, se encuentra en el lugar, en medio del "fuego eterno" y entre una inmensa humedad, pues la oquedad rezuma agua por todo su techo, pero las vistas de todo ese entorno en medio de las desérticas cumbres son espectaculares.
 
Continuamos ruta transitando por entre macizos montañosos próximos a los tres mil metros de altitud, generando a nuestro rededor paisajes sin duda singulares. Llegando en avanzada tarde a la desértica y derruida aldea de adobe de Kharanaq. Este poblado de barro estuvo habitado desde hace unos 4.000 años, hoy abandonado, y a merced de los elementos (viento y lluvia), es uno de los lugares más sugerentes de visitar en la ruta de camino a Yazd, sirviendo de escenario a todos los "foteros" que por allí nos acercamos.

Es aquí, donde nos cruzamos por primera vez con María "la portuguesa", alegre y dicharachera dama del vecino país, y que en días sucesivos seria, de forma fortuita, parte del paisaje y la cotidianidad de los lugares que visitaríamos (Yazd, Siraz), ya que coincidíamos con ella en todos los sitios. 

Ubicada a las puertas del desierto y rodeada de este por todas partes, Yazd es una población diferente a cualquier otra en Irán, una verdadera ciudad-oasis de la Ruta de la Seda, por la que ya pasó Alejando Magno camino de la india. Y aunque no tiene monumentos famosos como Isfahán, merece la pena callejear por sus laberínticos barrios de casas de adobe, muros de barro, sobre las que asoman decenas de torres de ventilación y sus mezquitas recubiertas de azulados azulejos.  

Una vez instalados en Yazd, nos dedicamos a recorrerla tal y como se merece. Descubriendo una ocre maraña de callejas y embarulladas travesías, por las que: paseamos entre arcados pasajes cubiertos, estrechas y laberínticas callejuelas, insinuantes pasadizos y sinuosos callejones.  Descubriendo un conjunto de originales edificaciones, donde muchas de ellas aun conservan en sus tradicionales y pesadas puertas de madera las aldabas "masculinas y
femeninas" tan habituales en otros tiempos. Llamadores diferenciados para hombres y mujeres que diferenciaban quien venía a la casa por sus diferentes sonidos, pudiendo salir a recibirlos la persona adecuada (hombre o mujer), alertando a las damas de tenerse que cubrir la cabeza ante la visita de un varón, ya que no se tapan hasta ese punto cuando están en casa.  

Bajamos hasta sus entrañas a observar como funciona el sistema de canales subterráneos "qanats" que abastecen de agua a la ciudad desde tiempos inmemoriales, y ascendemos a sus sugerentes terrazas desde las que divisamos la ciudad en las alturas. Todo está edificado en barro, es una ciudad de adobe, con ese color ocre que la identifica y solo roto por las puestas de las casa y los azulejos verde-azulados de las cúpulas y minaretes de las mezquitas. 

Nos ubicamos en al barrio de Fahadan, el más antiguo de toda la urbe con unos 1.000 años de antigüedad, y donde se situaban en su tiempo la nobleza y los adinerados hombres de negocios. Haciendo de esta zona el centro de la vida económica de la urbe y lugar donde edificaban sus prosperas mansiones. En los tiempos de esplendor de la Ruta de la Seda, Yazd era el último descanso antes de afrontar el cruce de las enormes
salinas del Desierto de Kavir, como tuvo que hacer Marco Polo en 1272, cuando dejó escrito en su "Libro de las Maravillas" sobre los artesanos de la localidad y sus trabajos con la seda. Su relato nos traslada la trascendencia de esta urbe como eje del tráfico caravanero y como lugar donde se confeccionaba una tela de seda y oro llamada "material yazdi" la cual se exportaba a todo el mundo conocido por aquel entonces. 

En el corazón del barrio y situados en la plaza principal encontramos prácticamente juntos dos edificios: La Prisión de Alejandro Magno del siglo XV y la Tumba de los 12 Imanes del XI. Que en realidad, ni el primero fue una prisión edificada por el Gran Alejando cuando paso por aquí camino de la India, ni en el segundo están enterrados los 12 grandes imanes de credo chiita. 

Callejeando en dirección sur por estrechos y laberínticos pasajes, llegamos hasta la mezquita Masjed-e Jameh. Con estrecha y original portada, así como sus 2 espectaculares minaretes de 48 metros los más altos del país, pero no mucho más, un patio normalito con unas escaleras que descienden hasta uno de los "qanats" que recorren la ciudad, y la sala de oración que estaba en obras. 

Ubicada en Imam street, una de las arterias que delimitan el barrio antiguo (por levante), nos topamos como por azar con la mezquita Rozeh Mohamadieh, que con sus dos esbeltos y minaretes y sus coloridas vidrieras, convirtió en una delicia el hallazgo. 

Más adelante llegamos a la gran plaza de Salman-e-Farsi, donde se encuentra esquinada la pastelería Haj Khalifeh Ali Rahbar, donde parece ser se elaboran los mejores dulces de la ciudad. También en ella, pero con acceso por una calle trasera, se halla el gimnasio Saheb A Zaman Zurkhaneh, donde realizan unos ejercicios con mazas que solo son ejecutados en Irán. El edificio resalta sobre los demás pues tiene 5 torres de ventilación (bagdir), y la cúpula de una antigua cisterna de agua. 

Pero lo que más resalta ante nosotros es el Complejo Amir Chakhmaq, que cerrando la plaza por el sureste, es el verdadero símbolo de la ciudad, y al igual que la plaza Naghsh-i Jahan de Isfahán, hasta aquí también se retorna a cualquier hora del día o de la noche, para admirar su fantástica arquitectura e iluminación.
Construido en el Siglo XV, lo más sustancial es su imponente y sugestiva portada, ya que aparenta la fachada de una mezquita, con un iwan (porche) en dos niveles y tres cuerpos, ceñido por dos esbeltos minaretes del siglo XVIII. Es como si estuviéramos observando un decorado cinematográfico, pues detrás de ello no hay nada. 

Al lado contrario de la plaza se encuentra el interesante Museo del Agua, donde se explica el funcionamiento del sistema subterráneo de traída a la ciudad el valioso elemento en medio del desierto, los "qanats". Y justo enfrente, al otro lado de la calle un poco más adelante, se encuentra una de las entradas al Bazar Kahn. 

Dedicar el atardecer a relajarnos tomando algo en algunas de las terrazas que podemos encontrar por el barrio viejo, es otra de las sensaciones que nos puede regalar esta agradable e ignota población. Yazd Art House es un cafetín muy agradable situado en una casona de adobe, a la que se accede por debajo de un pasadizo. Posee una preciosa azotea donde poder hacer un alto en el camino durante la visita, beber o incluso cenar y disfrutar de unas vistas impresionantes. Siendo desaconsejable acceder a la azotea de la The Tourist Library, ya que la señora que la regenta es una ansiosa de los billetes de €. 

La azotea del café Art House se sitúa anexa a la del edificio donde nos alojamos, el Shah abol_qasim Boutique Hotel, uno de los 5 establecimientos que la cadena de hoteles Mehr tiene en Yazd. Una antigua casa tradicional (Malekzade House) de un rico comerciante de hace dos siglos, hoy reconvertida en alojamiento con encanto. Con un interior increíble y una terraza desde donde contemplamos al anochecer el horizonte de tejados y terrazas de Yazd, cruzando nuestra mirada a través de las distintas torres del viento de la ciudad…una visión impactante. 

Pero aun nos deparar alguna sorpresa mas esta interesante urbe, pues Yazd es el centro de una antiquísima religión, el  zoroastrismo, de la que poco o nada  conocemos los occidentales a pesar de tener más de 3.500 años de antigüedad,  siendo la religión monoteístas más arcaica de las que aun se practican. En tiempos del imperio persa y hasta la invasión de los árabes en el siglo VII, los seguidores de Zoroastro o Zaratustra eran los fieles devotos de la religión mayoritaria en el país. Siendo el fuego uno de los elementos más característicos de este credo, hasta el punto que en el pasado, se conocía a sus seguidores como “Adoradores del Fuego”. Habiendo en el centro de Yazd un templo dedicado a él, con la misma simbología del que ya hemos visto en Chak Chak, conservando una llama que lleva ardiendo de forma permanente más de 1.500 años.  

Son o han sido seguidores de esta curiosa religión, gentes tan notables como: el líder del grupo "Queen" Freddie Mercury, el director de orquesta Zubin Mehta o el presidente del grupo automovilístico indio "Tata" Ratan Naval Tata. Siendo lo más sorprendente de este culto, la forma con que celebraban el rito de la muerte entre sus prosélitos. Ya que para ellos cuando un cuerpo deja de vivir corre el riesgo de ser contaminado por los demonios y perder su pureza. Para evitarlo, Zoroastro y sus seguidores purificaban el cadáver mediante la exposición del cadáver a los elementos y aves carroñeras en la parte superior de unas cimas planas, donde se habían instalado unas torres cilíndricas de piedra, las Torres del Silencio 

Ubicadas a las afuera de la ciudad de Yazd, en la salida hacia Kerman, estar torres son el escenario de una tradición con más de 3.000 años de antigüedad que ha llegado hasta prácticamente nuestros días, pues hasta hace relativamente poco (años 70 del pasado siglo), todavía se depositaban sobre ellas los cadáveres de los difuntos para que fueran consumidos por el sol y los buitres del desierto, como parte de los ritos funerarios de la cultura "parsi", los seguidores de Zoroastro. 

Vamos a visitar este lugar poco antes del atardecer, con apenas media docena de visitantes. El silencio y la amplitud del lugar nos deja impresionados, estamos ante un escenario tétrico pero que a la vez tiene su parte de encantamiento. En la llanura, por debajo de las cimas que sustentan las torres, se encuentran unos edificios desvalidos y ruinosos donde las familias despedían a sus muertos. Al frente y a lo alto las cilíndricas y lúgubres construcciones, con unas escaleras de acceso que dan la sensación de interminables, y sobre todo el silencio, como si fuera el acompañamiento perfecto a este rito de despedida a los muertos zoroastrianos……….. otro de los momentos mágicos vividos en este fascinante país.

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