jueves, 8 de diciembre de 2016

- Bolivia Colonial

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Desde las sureñas y áridas tierras bolivianas de Uyuni y Tupiza, dirigimos ahora nuestra andadura a las ciudades en las que el dominio español dejo su impronta entre los siglos XVI y comienzos del XIX: Potosí, Sucre y La Paz. Poblaciones, donde la huella colonial se deja sentir no solo en sus edificios de balconadas fachadas o en el diseño urbanístico de sus calles y plazas, también se intuye en el carácter de sus gentes, que con el paso de los siglos ha ido generando una extraña peculiaridad con respecto a sus vecinos más inmediatos.


Ya nos comentó un documentado y dicharachero chileno que los bolivianos no sonríen. Como toda generalidad la afirmación no es total, pero sí que es verdad que en su mayoría los pobladores de Bolivia son parcos en estos gestos de agrado, trasladándonos un sentimiento de frustración y resentimiento a la vez, donde quizás, su historia más reciente pueda ser la motivación de ese estado de desaliento y amargura. Cuando alcanzaron por fin su independencia en 1825, Bolivia tenía una extensión territorial de 2.363.769 km², habiendo perdido desde 1860 hasta 1879 (en apenas 20 años y por conflictos fronterizos) 1.265.188 km², lo que es más de 1,15 veces de su actual superficie que alcanza los 1.098.581 km2, además de la importante y estratégica salida al mar pacifico con la que contaba en su creación como estado en el primer tercio del siglo XIX, habiéndose convertido el país al que se le dio el nombre Simón Bolívar, en el más menesteroso entre sus vecinos inmediatos. Si bien el "libertador" fue su primer presidente por espacio de algunos meses, y aun embaucado con la nominación de su epíteto para el nuevo estado, Bolívar nunca fue del todo favorable a su creación como país soberano, siendo las ansiosas oligarquías criollas locales sus impulsoras, y las que más tarde regirían, se repartirían y esquilmarían el país recuperado a los españoles. Con la mayor población indígena de toda América (entre un 56 y un 62 % amerindios, 20% mestizos y 20% blancos), no ha tenido un presidente de etnia nativa hasta apenas una decena de años, en la persona de Evo Morales, casi 200 años después de la descolonización. 
 
Estos avatares sociales e históricos son los responsables, a mi humilde y profana manera de ver, de ese estado de desánimo del pueblo boliviano. Gentes que erróneamente eligió el Comandante Guevara "El Che" para iniciar su lucha por la liberación de los pueblos latino-americanos, encontrando la muerte en sus tierras a manos del ejército regular dirigido por la C.I.A. 

Ellos mismos son conscientes de esa falta de empatía, que el trascurso de los avatares históricos les han dejado en su manera de ser y de relacionarse con los demás, lo reconoce con cierto desencanto el filósofo y sociólogo boliviano Raúl Prada Alcoreza, profesor-investigador de la Universidad Mayor de San Andrés y Vice Ministro de Planificación Estratégica del Ministerio de Economía y Finanzas en el segundo mandato del presidente Evo Moles. Del relato completo que se puede analizar en esta página, trascribo algunos de sus comentarios refiriéndose a la exquilmación territorial provocada por la Guerra del Pacifico: "…a los bolivarianos, cuando conocemos esta triste historia, nos viene un sentimiento de frustración temprano. En la escuela no nos explican por qué ocurrió esto. En recompensa se nos entregan programas cívicos atiborrados de denuncias y de inflamado chauvinismo. Los estudiantes que atendemos estas clases quedamos atónitos, sin ninguna respuesta clara por parte de los profesores. El sentimiento de frustración se convierte en una ambigua e indescifrable aceptación de un destino como condena. Obviamente que esto afecta en nuestra auto-estima…". 

Pero volvamos al periplo por estas tierras, a la aventura, pues de eso se trata el conocer nuevas gentes y nuevas culturas, formando los transportes y traslados parte de esa aventura al recorrer lejanos países con formas de vidas desemejantes a la nuestra. Aventura o desventura, como la de toparnos con un bisoño y descerebrado "conductor" de minivan o "rapidito" (pequeña furgoneta) para realizar el recorrido entre Tupiza y Potosí, que de forma atolondrada y temeraria, se entretuvo masticando durante hora y media con cierta ansia "hojas de coca", gran parte del trayecto de unas 5 horas en el que se cubre la distancia de unos 300 km. Menos mal que esta ruta ya estaba asfaltada, aun así nos hubiéramos apeado del "rapidito" vehículo, pero no hubo oportunidad, siendo depositados en la estación central de autobuses "potosina" algo después de la hora del ángelus. Debe agradecerle el pueblo boliviano a su oriundo presidente; reconocimiento que nos hicieron palpable las gentes del sur; del esfuerzo realizado últimamente en las vías de comunicación y carreteras, pues hasta apenas una decena de años estas rutas eran simples y sinuosas pistas de tierra.

Potosí representa el "estilo colonial" en estado puro, es como si paseásemos embutidos en una atmosfera del siglo XVII, con sus enmaderados pretiles de sus testeros, su coloridas callejuelas o sus notorios templos. Costoso y algo asfixiante se hace recorrer su casco histórico a 4.000 m. de altura por las empinadillas y características calles: Bolívar, Matos, Ayacucho, Hoyos, , Linares, Chuquisaca y Nogales o transitar por las mas planas de: Bustillos, Callejón de la Oreja (ahora de Santo Domingo), Lanza, Quijarro (de la Olleria), Junín (apodada anteriormente de Las Siete Vueltas, travesía donde se asentaban tabernas frecuentadas por acaudalados  apostadores y prósperos mineros), Tarija (antiguamente llamada del Empedradillo, al ser la primera que se  empedró con pequeña guijarros en forma de huevos, Sucre (con sus comercios de artesanías, apodada Calle de las Tabernas en el pasado al ser el lugar se instalaron gran cantidad de estos establecimientos), Padilla o Millares, muchas de ellas con la silueta del Cerro Rico a su fondo, pero aun así reconforta reconocer en sus fachadas y ventanales el estilo arquitectónico barroco a similitud "canaria" de nuestras islas afortunadas. Sus sugestivos y elegantes patios, desde los que se organizan y distribuyen las exquisitas casonas señoriales, muchas de ellas hoy trasformadas en hospederías, son lugares que nos invitan a vulnerar su intimidad y traspasar su portalón.

Un paseo entre pintorescas callejuelas y evocadores pasajes que nos transportan directamente a la España de la Ilustración, nos llevará inexcusablemente a las puertas de mansiones coloniales que aún se mantienen en pie, como es el caso de la Casa de las Tres Portadas (calle Bolívar 1052), también llamada de las “Recogidas” por haber podido ser un beaterio de Indias, que solía ​​ser una casa comunitaria para las hermanas laicas, la mayoría de los cuales eran nativas, como así mismo la Casa del Balcón del Ahorcado (en la esquina de la Calle La Paz con Bolívar muy próxima a la anterior) donde observamos una esquinada y verde balconada, curiosa muestra de los que podemos encontrar por cualquier rincón de esta señera ciudad. Se dice de este pretil, que en tiempos, fueron ejecutaos en él muchos contendientes de la guerra entre Vascongados y Vicuñas (españoles no vascos) acaecida entre 1622 y 1625, enzarzados por el control de las minas.
 
Son más de una treintena sus templos coloniales, muchos de ellos convertidos en admirables museos donde poder contemplar ese estilo barroco-mestizo tan característico de estas tierras, con los laminados retablos en plata y oro que soportan sus altares. La Plaza de Armas o del 10 de Noviembre que presidida por la Catedral y denominada en su origen Plaza del Regocijo debido a que desde 1577 se realizaban en ella fiestas y corridas de toros, el Palacio de la Moneda centro de acuñación de las monedas hispanas hasta la descolonización, las iglesias de San Francisco y San Benito o el monasterio de Santa Teresas, entre otros palacios y edificios singulares, pero sobre todo por la riqueza y autenticidad de su entramado urbano, le han servido como reconocedora de ser declarada por la Unesco como ciudad Patrimonio de la Humanidad. Todos estos lugares se pueden recorrer en una mañana a través de una visita "City Tour" con la recomendable agencia AVITUR C/ Tarija 3, donde nos atenderá con agrado y simpatía Verónica Velarde.

Cuenta una leyenda del incario: que habiendo llegado Huayna Cápac, uno de los soberanos más esclarecidos que tuvo el Imperio Inca, hasta las cercanías de la montaña conocida con el nombre de Sumac Orcko (Cerro Hermoso), en un recorrido por sus dominios, no ocultó su asombro ante la imponente mole, ordenando su explotación con el fin de acrecentar los tesoros de sus templos. No bien empezaron los nativos a trabajar los ricos filones de plata, llegó a sus oídos una estruendosa voz que decía "no saquen la plata de este cerro porque es para otros dueños"…………….. y en eso llegamos los españoles. 


Potosí se creó como simple "poblado minero" en un accidentado paraje, húmedo y lleno de ciénagas, siendo su única finalidad la explotación de los recursos naturales o yacimientos argentíferos del cerro rico. Los españoles que llegaron allí en abril de 1545 bautizaron la montaña y la población que precipitadamente se formaría en sus laderas como Potosí. 


"Yo, Don Diego de Zenteno, Capitán de S.M.I., Señor D. Carlos V, en estos Reinos del Perú, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y a nombre del muy Augusto Emperador de Alemania, de España y de estos Reinos del Perú, señor Don Carlos Quinto y en Compañía y a presencia de los Capitanes, Don Juan de Villaroel, Don Francisco Zenteno, Don Luis de Santandía, del maestre de Campo Don Pedro de Cotamito y de otros españoles y naturales que aquí en número de sesenta y cinco habemos, tanto señores de vasallos como vasallos de señores, posesiónome y estado deste cerro y sus contornos y de todas sus riquezas, nombrado por los naturales este cerro Potosí, faciendo la primera mina, por mí nombrada la Descubridora y faciendo las primeras casas, para nos habitar en servicio de Dios Nuestro Señor, y en provecho de su muy Augusta Magestad Imperial, Señor Don Carlos Quinto. A primero de Abril deste año del Señor de mil e quinientos y cuarenta y cinco". 


Seis meses después de su fundación había ya en Potosí más de 170 colonizadores hispanos ávidos de riquezas y 3.000 indios. Pasado un año se hallaban edificadas 94 casas, escogiendo para ello los lugares menos húmedos para las cuales se les había señalado sitio en los parajes más secos. Nos comenta Julián Bautista Ruiz Rivera "…y así en espacio de 18 meses se hicieron más de 2.500 casas para más de 14.000 personas que entre españoles e indios había…". Tan rápido y desordenado fue su desarrollo que en 1553 recibió el título de Ciudad Imperial por parte de Carlos I ("V" en territorio teutón). En 1611 alcanzó los 150.000 habitantes pasando a los 160.000 en 1650, convirtiéndose junto con Londres y París en una de las tres urbes más considerables del planeta en aquellos tiempos.
 

Los colonos españoles que vivían en la ciudad gozaban de un ostentoso lujo. A comienzos del siglo XVII Potosí ya contaba con treinta y seis iglesias espléndidamente ornamentadas en plata y oro, mas de una treintena casas de juego y catorce academias de baile, que servían para surtir los lujosos salones de bailes, tablados y teatros que se extendían por toda la ciudad.  Ya en 1579 contaba Potosí con ochocientos expertos tahúres y ciento veinte celebres meretrices, cuyos refinados salones eran regentados por los ricos mineros. En 1608 se festejaba la celebración del "Corpus Christi con ochos días de toros y tres de saraos, seis días de comedias y otras tantas noches de mascaras, dos de torneos……. y otras fiestas". 


En contraposición a estos derroches de opulencia y boato, la población local compuesta principalmente por indígenas sufría explotación, estando sometidos al esclavismo y haciéndoles trabajar en las duras condiciones de la minas hasta 16 horas diarias. Con unas condiciones de trabajo crueles e inhumanas, eran continuos los accidentes y derrumbes en las minas, produciendo cientos de muertes entre los trabajadores, siendo por este motivo continúas las revueltas y motines, que eran abortados a "sangre y fuego". Se calcula que entre 1545 y 1625 murieran en la extracción de la plata unos 15.000 indígenas hayan muerto en la explotación del valioso mineral. Con el paso del tiempo, esta mano de obra local, se fue sustituyendo por esclavos africanos, calculándose en 30.000 los que fueron deportados de su continente para realizar estos duros trabajos. Se dice que con la plata extraída se podría construir un puente desde América hasta Europa por encima del Océano Atlántico, una burlesca exageración del admirado escritor y periodista Eduardo Galeano. Y es que el nombre del lugar alcanzó una propagación universal como sinónimo de singular riqueza, "vale un potosí". Pero todo tiene su fin, a mediados del siglo XVII las vetas más productivas comenzaron a agotarse, sentenciando a la cuidad a un progresivo declive, llegando a tener en tiempos de la independencia boliviana apenas 9.000 habitantes. 


De este Potosí a comienzo su decadencia en 1758, hay una famosa e interesante representación pictórica de Gaspar Miguel de Berrío “Descripción del Cerro Rico e Imperial Villa de Potosí”, que a través de un detallado mapa nos muestra el trazado y la actividad de la ciudad. Cuadro que estuvo expuesto en el Museo Reina Sofía de Madrid en 2010 con motivo de la exposición "Principio Potosí", sobre lo que cuenta y calla la historia. 


El abundante y preciado argentífero metal, sufragó las guerras mantenidas por los "Austrias" contra Flandes, Francia, Alemania, Italia, el litoral de Inglaterra y el Mediterráneo del Gran Turco (medio mundo). Siendo tal el ingente monto de plata que desde estas tierras llego a Europa cruzando de España, que trastocó la economía del momento, agitando los precios y los mercados centro-europeos, mientras que en España desencadenó un severo desarrollo inflacionista y especulativo, constituyendo un elemento fundamental para la decadencia de la industria y el progreso en nuestro país, consecuencias que aun estamos sufriendo y que paradójicamente nadie (de los que nos gobiernan) recala en revertir. 


Ante esta parte fundamental de la historia y la economía de la urbe de Potosí, no podemos por menos que acercarnos a visitar una de estas minas que aun están en funcionamiento, y que algo mejoradas, no distan mucho las condiciones de trabajo que en ellas se desarrollan. Cercanas a la población; pudiéndose visitar simplemente caminando; se sitúan en la ladera noreste del Cerro Rico ("Sumaj Orcko" en quechua) las instalaciones mineras, bocaminas y galerías de entrada en lo que fue explotación de plata más grande del mundo desde mediado el siglo XVI hasta la mitad del XVII, y de las que aun se extrae plata, estaño, cobre y piritas, en las 300 minas que aun están en funcionamiento. Motivo de esta enorme explotación, la montana mide dos cientos metros que en su origen, debido a todo el vaciado que se ha producido en su interior, siendo sus entrañas un laberinto de túneles y galerías de mas de 500 kilómetros. 


Nos dirigimos a una de ellas, aprovisionándonos de casco, botas, ropa impermeable y linterna, pasando primero por lo que se conoce como Mercado Minero donde se proveen los mineros de las herramientas, materiales y elementos para realizar su trabajo: hojas de coca y alcohol puro de 96º (con los que soportar las duras jornadas laborales), así como cartuchos de dinamita y algo de amoniaco para potenciar el efecto detonante. Siendo este el único lugar del mundo donde se puede adquirir este explosivo con total libertad y sin ningún control. 


Por una bocamina de entre metro y metro y medio de altura, nos aventuramos a entrar a los entresijos de la montaña entre oxidados raíles de vagonetas, vigas rotas, escabrosos desplomes y hundidos, cochambrosas tuberías, galerías encharcadas de agua y falta de aire al respirar. Al poco de penetrar en la oscuridad nos encontramos con la esculpida y coloreada figura del "Tío", dios protector del inframundo, al que los mineros hacen ofrendas para no estar desamparado mientras realizan sus trabajos. Durante nuestro "tour" por las tinieblas de este averno real, nos cruzamos con algún operario que acarrea minerales, llegando a una especia de sala de estar donde los mineros se toman un resuello, allí está sentado, fumando y masticando coca sin parar Don Adrián Torrejón, "apiri" (minero) de 62 años, con en que compartimos algún cigarrillo y comentamos sobre las jubilaciones. De piel arrugada y oscura, parco en palabrerías pero directo en el tono, nos comenta que lleva 24 años metido en estas oscuridades, pero con la suerte de no tener los pulmones muy tocados, como la mayoría de sus compañeros………… con el pensamiento en dejar ya de picar estos malditos minerales. Abandonamos este lugar por el mismo trayecto recorrido de entrada, sorprendiéndonos a la salida esa luz especial que el sol genera mientras graniza……… hemos retornado al mundo, hemos visitado el infierno. 


Poco más puedo contar de esa interesante ciudad, aparte de dejar en estas líneas algunas sugerencias culinarias, como la de ser aconsejable almorzar a base de platos genuinamente bolivianos, en el Mercado Central de Potosí. Aunque también existen otros lugares donde entretener el hambre: el Café La Plata en plena Plaza 10 de Noviembre, donde se puede encontrar en su carta que sirven carajillos, también El Mesón o Tenedor de Plata esquina de Linares con Tarija, así como el restaurante El Fogón en el cruce de las calles Oruro con Frías. Pero sin duda uno de los lugares más entrañable y agradables es El Empedradillo, C/Tarija 43, donde degustamos la afamada "Sopa a la piedra" (kalapurka), un caldo hecho a base de maíz acompañado de chicharrón de cerdo, servido con una sumergida e imperceptible "piedra volcánica" que inmensamente ardiendo, consigue el mágico efecto de hervor continuo como si de un volcán en erupción se tratase. Tuvimos además la suerte en este local de ser atendidos por los propios dueños, nostálgicos descendientes de pobladores hispanos. 


Toca ahora trasladarnos a Sucre para conocer la capital boliviana, que ya escarmentados de la experiencia de los "rapiditos" lo realizamos en un taxi contratado previamente. El recorrido de unos 150 km. trascurre por pampas agrícolas y pequeñas poblaciones, descendiendo un barranco con un desnivel de más de mil metros, algo menos de la diferencia de altitud que mantiene con su vecina Potosí. 


Sucre, fundada por el "facundino" (de Sahagún - León - España) Pedro Anzures en 1538 sobre los asentamientos indígenas de los indios charcas, es la ciudad más antigua de Bolivia. Dándole la nominación de "Villa de la Plata de la Nueva Toledo", siendo modificada esta por el de Chuquisaca en 1776, quedando definitivamente como "La ilustre y Heroica Sucre" después de la independencia de Bolivia en 1826. 


De ajedrezadas y amplias calles, Sucre es una ciudad blanca, inmaculado color que la domina e identifica y con el que nos topamos por todos sus rincones. Pulcra, espaciosa, mucho más señorial y elegante que Potosí, pero con menos identidad, menos sabor, menos atracción y autenticidad.

Con una cuidada arquitectura colonial esparcida por toda la trama urbana de sus casco histórico; declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1991, con casi 4.000 edificios de valor patrimonial; nos alojamos en el Parador Santa María la Real, donde nos agasajó el mismísimo cónsul honorario de España en la ciudad, Luis Rodríguez Calvo (dueño del hotel)………… hay es ná. Esta señorial y notable casona, ejemplo de diseño criollo del siglo XVIII, formó parte de lo que en su día fue el más alto tribunal de la Corona española durante la colonia, la Real Audiencia de Charcas, que tenia potestad  sobre el amplio territorio que más tarde conformaron la actual Bolivia, Paraguay, Uruguay y el norte de Argentina. El pétreo balcón de entrada, sus balconadas, el patio en rojo óxido con columnas y capiteles de madera, su patio añil, el Salón de los Oidores, los pasajes subterráneos de cal y canto, todo envuelto  en un ambiente que nos traslada a la edad del esplendor colonial. 


Una jornada y media es suficiente para visitar los lugares más interesantes, sobre todo si se tiene la suerte de encontrarse 38 salas de exposición y galerías abiertas en horario nocturno, al celebrarse la Noche Blanca de los Museos, y además con el acceso gratuito. Entre ellos la Casa de la Libertad, donde se firmo el acta de independencia, así como el interesante Museo Colonial y Antropológico Charcas, que situado casi frente a nuestro alojamiento custodia la afamada pintura de Potosí en 1758 de Gaspar Miguel de Berrío de la cual ya he referido antes. 

Cruzar en la noche la animada Plaza 25 de Mayo, centro neurálgico de la urbe, donde acostada en un lateral se sitúa la Catedral, las tiendas de chocolate "Para ti", un exquisito lujo al paladar, el Parque Bolívar, las vistas desde los tejados de la Basílica de San Francisco, el atardecer en La Recoleta, las plañideras del Cementerio General, y como siempre el Mercado. Cementerio y mercado son visitas imprescindibles en cualquier lugar, es a través de estos dos lugares como conoce el comportamiento humano de sus habitantes………….. en el mercado como se cuidan los vivos, y en el campo santo como se trata a los muertos.

Curioso e interesante es dedicar un par de horas para allegarnos hasta los arrabales de la ciudad. A apenas 5 km. del centro urbano nos encontramos el Parque Cretácico y el denominado Cal Orcko, un yacimiento paleontológico en el que se han catalogado 12.096 huellas de dinosaurio de casi 300 especies diferentes, que datan de hace unos 68 millones de años, la mayor
concentración de ignitas de todo el planeta. Lo curioso de este lugar, además de los interesantes restos dejados por las extremidades de estos enormes lagartos, es que al haberse descubierto en una cantera de cemento que aun está en explotación, se debe de esperar a que llegue el medio día, para poderlos visitar a la hora del almuerzo de los camioneros que se encargan de trasportar el mineral calizo. 

Un vuelo de la puntual compañía aérea "Amaszonas" nos traslada de Sucre a La Paz, pasando nuevamente de los 2.800 a los 4.000 de altitud. Caótica e insegura Nuestra Señora de La Paz, pues ese es su nombre real, forma junto con El Alto la mayor concentración humana de toda Bolivia, dos millones de habitantes. 

Fundada en 1548 en el asentamiento inca de Laja, y trasladada posteriormente a la orilla del río Choqueyapu, pues en él se encontró oro. Levantada totalmente entre montañas, rodeada por el Monte Illimani y sobre las mismas laderas, La Paz ha ido con el tiempo creciendo de forma incontrolada a través de los barrancos que la rodean hasta llegar a la cimera meseta, donde se continuó edificando creándose una nueva población, El Alto. Generando esa imagen que la hace ser tan peculiar sobre todas las demás urbes, dándole a la ciudad un aspecto de embudo, como si las casas estuvieran superpuestas unas sobre las otras. Esto la confiere el tener abundantes miradores desde observar su panorámica, y la obliga a que uno de sus sistemas de trasporte fundamental sean los teleféricos, que cual verdaderas líneas de "metro" aéreas, funcionan surcando los cielos de la ciudad por encima de los tejados, practica y seguramente económica solución para los importantes problemas de tráfico que soporta. 

La Plaza Murillo, está ubicada en el centro del casco histórico, rodeada por  significativos edificios: Palacio de Gobierno también conocido como Palacio Quemado (sede de la presidencia de la nación), así como los edificios del Palacio Legislativo (Congreso) y la Catedral. Apenas medio kilometro caminando en dirección noroeste, se encuentra la calle Jaén, donde encontramos los edificios mejor conservados de su pasado colonial. En algunas de sus vetustas, pequeñas y coloridas casas se han acondicionado cuatro museos, mostrando la historia e identidad del pueblo boliviano, siendo digno de visitar el Museo de los minerales y dentro del mismo la sala dedicada al Oro, perfectamente acondicionada para observar los trabajos prehispanos que desarrollaron las distintas culturas indígenas. 

A tan solo 500 m. en dirección sur se encuentra la Plaza Mayor o de San Francisco, centro neurálgico de la urbe. Siempre llena de animación y ajetreo ya sea día o noche, y donde se puede observar la vida diaria de los pobladores de la urbe. Un par de "cuadras" por detrás de la barroca iglesia de San Francisco, en pleno barrio de San Sebastián, se sitúa una red de calles angostas y empedradas que se empinan bruscamente hacia el poniente, donde encontraremos, junto a restaurantes, hoteles, agencias de viajes y tiendas de souvenirs, la mayor congregación de turistas y rateros de la ciudad.

Es también donde se ubica el Mercado de Las Brujas o de la Hechicería, asentado en el conjunto de calles o callejas que forman Santa Cruz, Illampu, Linares y Sagárnaga. Un animado lugar donde adquirir brebajes, pócimas, estampitas, fetiches, amuletos, hierbas curativas y cuantos objetos podamos imaginar para ejecutar atávicos ritos, ofrecidos principalmente a la Pachamama (Madre Tierra). Siendo sus puestos atendidos por "cholitas", que con sus sombreros de hongo, coloridos vestidos de faldas plisada en capas y esparcidas por todos los lugares de la ciudad paceña son todo un icono de orgullo étnico.

Ahora está de moda que estas ataviadas señoras de vistosos colores se dediquen a la "lucha libre de Cholitas", ya se ha encargado una conocida firma española que produce entre otros productos un "ortopédico" jamón de York, de hacérnoslo llegar en su publicidad televisiva. Habiéndose convertido esta "peleona" actividad en un atractivo turístico más, siendo la población de El Alto en lugar habitual de estos acalorados combates.

Pero ojo, si La Paz tiene su cosa, en El Alto se multiplica por tres, estando considerada como la población más peligrosa de toda Bolivia, donde se pueden observar amenazantes pintadas en las fachados avisando a los "malotes de las posibles consecuencias (linchados) si son pillados, pero sobre todo llama la atención los monigotes humanos a modo de espantapájaros, que colgadas, cual ahorcados en postes, a visan a los maleantes de cómo puede ser su futuro. Desarraigo, pobreza, marginalidad, falta de servicios y sobre todo de futuro, han generado este complejo urbano (el más grande de todo el país) en permanente y desordenado crecimiento, con calles de barro y casas de una o dos plantas, con techos de chapa ondulada y las fachadas sin terminar. Toda vez que las normativas fiscales no obligan a pagar impuestos a las casas sin concluir, generando la sensación de ser una población en permanente construcción, pendiente de ser terminada.


La verdad es que no nos entretuvimos mucho en ellas, El Alto solo loscruzamos en vehículo un par de veces. En La Paz todo eran advertencias de peligros, riesgos e incertidumbres, y aunque uno ya está algo viajado, no nos encontrábamos a gusto en esa situación de permanente recelo. Por lo demás hay gente que le encanta, pero la verdad, no es una ciudad con un atractivo que haga declararla como una de las ciudades Maravillas del Mundo, si bien es verdad que La Paz es una ciudad que no te deja indiferente. Aparte de tener limitado el tiempo justo para visitarla, siendo lugar de paso para continuar al Titicaca, y de estar a tan solo 75 Km. de las ruinas de Tiahuanaco que queríamos conocer.
 


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