jueves, 6 de noviembre de 2014

- Camino del Río Omo (Etiopía) - Tíbus: Alaba - Dorze - Gamo - Konso

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El sur, ese sinónimo generalizado a zona pobre y deprimida, identificado con aridez y sequia, con exceso de sol y caliente, atrasado e incomodo, haragán y bullicioso, ese sur del que tantos cicateros hablan y escriben no existe. Como peculiares nortes hay, en todas las partes del planeta existen sures diferenciados; los "Estados Juntos" (USA) lo tienen, la culta Europa también, nosotros en esta piel de toro lo tenemos; todos los días los medios comunicativos nos lo recuerdan, cual estigmatizados, como si fuéramos el culo del mundo, y cada sur tiene además su propio sur; nosotros somos el sur de Europa y nuestro sur es África. Todos, cada uno de nosotros llevamos un trozo de ese sur dentro de nuestro ser; ese enigmático "Sur" plasmado por Víctor Erice, o como versaría Benedetti, y al que cantara Serrat "el sur también existe". Un sur "sin papeles", que tratamos de desgajar de ese norte suyo con alambradas de "concertinas", con la esclavitud en la civilización del siglo XXI, con fronteras que intentamos hacer infranqueables con nuevas e inhumanas leyes; intentando parar lo imparable, el ansia de mejora en un mundo que se cree mejor y que después se descubre como más infame que del que llegas. Un norte insolidario que da la espalda cuando le interesa a leyes, credos y derechos humanos……….. un norte despiadado para los del sur. 

A ese sur de nuestro sur nos dirigimos, al meridión de Etiopia, a ver algunos de los pueblos más nativos del planeta, al valle del bajo Omo, el rio que acoge algunas de las tribus más originales del continente negro. Un trozo de tierra a ambas orillas, "dejado de la mano de dios", y cuyos accesos hasta hace no mucho eran prácticamente inexistentes. Hasta allí marchamos cruzando medio país; lejanos montes, lagos volcánicos y un campo perfectamente aprovechado y verde son nuestra compañía. Rostros de expresión autentica que se cruzan a nuestro paso, algarabía de niños en cada parada, colores entremezclados en cada rincón, y sensaciones de ir acercándonos poco a poco hacia un mundo del pasado.


A medida que descendemos por el imaginario mapa etíope, la impresión de estar en otro tiempo es apreciable, y aunque el color de la tez es el mismo, van cambiando las vestimentas, las formas de vida, sus hábitos, sus abalorios, las casas (chozas), y hasta los credos; solo trastoca esta constante las poblaciones de cierto nivel, donde las formas llamadas occidentales van ganado terreno, convirtiéndose en un apéndice más de lo que hemos podido observar en el resto del país que hemos visitado.  

Comienza este efecto nada más dejar la ruta principal, que dirigiéndose a Kenia dejamos a nuestra izquierda. Al poco de transitar ya comprobamos conjuntos de chozas habitadas por los "alaba": cabañas de barro, pintadas de geométricos y vistosos colores, con techado de paja rematados con la media luna. Influenciados por el islam y conversos musulmanes de hoy en día, sus varones; protegidos del ya incesante sol con un elevado y curioso gorro pajizo; poseen (acertada palabra en esta y otras latitudes) varias esposas, algunas de las cuales con los ojos vidriosos, como pude comprobar durante nuestra visita, son signo inequívoco de su irreprimible grado de desventura. 

Antes de llegar a Arba Minch nos desviamos, para ascender por sinuosa pista hasta rondar los 3.000 mts. donde se sitúa la aldea de Chencha. En ella habitan los "dorze", con sus características moradas de más de 12 metros de altura que con forma de elefante, están construidas con las hojas del bambú. Nos trasmiten sus costumbres, su forma de vida y su hospitalidad, ofreciéndonos “kocho" la original injera elaborada a base de "enset" o falsa banana, y una especie de aguardiente al que llaman "arake". Al retorno somos obsequiados con un bello atardecer, con arco iris incluido, sobre las hermosas vistas que desde la altura divisamos de los lagos Abaya y Chamo, así como del Parque Nacional Nechisar, que formando un istmo entre ellos, los integra más que separarlos. 

El amanecer en Arba Ming, capital de la comarca, es sorprendente y fantástico, las vistas desde nuestro lugar de pupilaje son espectaculares. Con una inmensa alfombra que forman las copas de los arboles a nuestros pies, el astro rey comienza a surgir por encima de las lejanas cumbres tiñendo de dorado las calmas aguas de los lagos, en medio de una placidez que asemeja el edén, ese es nuestro despertar de hoy. Recorremos en barca el estuario del Chamo, donde nos acompañan: aves (pelícanos blancos, cigüeñas, ibis, garzas, cormoranes, águilas, el precioso martín pescador malaquita), hipopótamos y algún tempranero pescador tripulando su "ambatch" (embarcación extremadamente ligera, similar a las que se pueden ver representadas en las tumbas de los faraones egipcios). Pero sobre todo sobre salen sus cocodrilos, esos enormes y sutiles reptiles que aquí alcanzan a medir más de siete metros y 730 kg. de peso (de los más grandes del continente africano) y que a nuestro rededor merodean. 

A no mucho de abandonar Arba Minch, sorprende considerablemente nuestra atención unos artesanales cilindros de paja, que suspendidos de las ramas de los árboles resultan ser colmenas. Atravesamos el territorio de los "gamo" a los que observamos durante nuestra ruta en sus agrícolas labores diarias, pero sobre todo pastoreando su gran cabaña vacuna. Paramos en una de sus aldeas, para desde un puente contemplar como discurre su cotidianidad, vemos como acarrean agua a sus espaldas desde el cercano rio, se asean en él o lavan la ropa. El chiquillerío a nuestro alrededor que nuestra visita genera es abrumadora; nos saludan, nos dan las mano, nos atosigan con peticiones de difícil complacencia, pues nos quedaríamos desnudos si satisficiéramos sus ruegos, pero sobre todo somos regalados con unos infinitos gestos de sonrisa, unas sonrisas que nos acompañaran por toda esta parte de África. 

Más adelante entramos en territorio de los "konso", que aunque algo occidentalizados, pues las carreteras ya han llegado hasta ellos, mantienen una estructura social de lo más compleja a la vez equilibrada de entre todas las etnias que por aquí se asientan. Habitan en las laderas de las montañas o en lo alto de colinas, formando poblados protegidos con empalizadas de tres y cuatro metros de altura. Apiñadas entre laberínticas callejuelas de tierra, sus moradas se componen por un conjunto de redondas chozas de madera y piedra con elaborados y peculiares techos, estando resguardas entre sí, con altas vallas hechas de ramas de acacia, a los que se accede tras pasar una apertura a modo de túnel. Un recinto compuesto principalmente por: un granero, un establo y diversas cabañas donde residen el cabeza de familia, el primogénito y la mujer más anciana. Existiendo en la aldea lugares y edificaciones comunes en donde celebrar reuniones y ritos, como por ejemplo la manera de medir la edad, que a diferencia del resto de los mortales, la cuentan por el tamaño de las piedras que pueden llegar a levantar.  

Conforman este grupo étnico unos 300.000 individuos, que diseminados en 48 villas, puede que sean los primeros africanos en practicar un tipo de agricultura característica, toda vez que cultivan hasta el último palmo de terreno, aterrazando las laderas en forma de bancales. No existe entre ellos estructura de estado o autoridades, siendo cada aldea regida por su propio consejo de ancianos. Los konso, conservan una antigua y rica cultura conservada a través de su música, sus danzas, en la elaboración de los coloridos y vistosos tejidos de algodón, que podemos apreciar en las faldas de las mujeres, así como en el culto a sus ancestros, pudiendo observar cuando recorremos entre sus poblados y aledaños, unas totémicas esculturas de madera atestadas de símbolos fálicos, llamadas “waga” con la que honran a sus muertos. Que según su tradición fúnebre, permanecen momificados en una cabaña durante nueve años, nueve meses, nueve días y nueve horas, antes de ser sepultados.  

Visitamos el poblado de "Kamole", para después dirigirnos a Karat-Konso su capital y aldea principal, en ella descansamos, tomamos unas cervezas, y reponemos nuestros sufridos estómagos mientras recomponen los pinchazos de las ruedas, producto lógico de los maltrechos caminos recorridos. En sus alrededores, a 17 km. y pasando por la aldea de Fasha; en la que si es sábado día de mercado veremos el trasiego de sus gentes; nos encontramos ante nuestra vista unas espectaculares formaciones de tierra, un espectáculo geológico poco visitado por los foráneos, un fenómeno natural sorprendente y poco usual, al que llaman "Gesergio". Se trata de unas enormes cárcavas producidas por la erosión, una cadena continua de afiladas crestas y torres de arena, esculpidas por el agua a través de los años, ocupando una garganta habitualmente seca, como si de una miniatura del Cañón del Colorado se tratase. Esta comparativa viene a cuento, pues su "onírico" parecido a una hilera de rascacielos, ha llevado a los lugareños a bautizar este lugar como el “Nueva York” de Etiopía. 

Cuenta la tradición oral de los konso, que en tiempos pasados, un jefe local al despertar se encontró con que le habían robado sus tambores sagrados. Pidiendo el favor de los dioses, estos atendieron sus ruegos horadando con sus manos la tierra en el lugar en donde habían sido escondidos, formándose de esta guisa la curiosa formación. Aun hoy en día, jóvenes ladronzuelos de la zona son llevados hasta aquí para recordarles que a las divinidades no le gustan los rateros, mostrándoles los resultados de lo que les puede acontecer. 

Seguimos nuestra ruta subiendo y bajando montes poblados de acacias durante bastantes kilómetros, pero siempre disfrutando de excelentes panorámicas. Desde la altura divisamos la amplia depresión de Woito, un verdadero desierto en el que se hace notar en tan solo unos minutos una fuerte elevación de las temperaturas, pues en tan solo un par de decenas de kilómetros se descienden casi mil metros. Poco antes de llegar a la pequeña aldea que da nombre a este agujero, atravesamos el río que marca la frontera entre el territorio de los "konso" y los "tsemay". En esta amplia llanura entre montañas, se está cultivando una inmensa plantación de algodón, que como todas las de este tipo que se ejecutan actualmente en el país, está en manos de los que construyen las nuevas infraestructuras de Etiopia……… los chinos. 

Camino de Jinka, nos topamos con un desagradable y trágico accidente de carretera (hecho no inusual en este país), producto de la situación de las calzadas, de estado de los vehículos, de la fatalidad, y de la forma de conducir o de cuanto "chat" hayan masticado los conductores, suceso que provocó sollozos en alguno de nuestros choferes.
 
Entramos ya en la región del rio Omo, una zona salvaje y casi deshabitada, recorrerla se convierte en una experiencia única, pero eso lo dejo para otros párrafos que no tardeando estarán por aquí.

1 comentario:

Anónimo dijo...


Bieeeeeeeeeeeeeeeeeen!!!!!!!!!

Pasados los 200.0000

J.China