A los barrancos que ha diseñado el río Duero al poco de nacer en el Urbión; los de Covaleda, Salduero, Molinos y La Muedra (estos dos últimos no los podemos admirar pues los cubre las aguas del embalse de la Cuerda del Pozo - 1941); les sucede una llanura aluvial que se conoce como Vega Cintora. Un espacio plano y adyacente al rio que se colmata de agua cuando este baja pletórico por lluvias o en época de deshielo, provocando que estos terrenos se inunden como también ocurre con la contigua Laguna de la Serna, salvándose de las aguas la aldea de Hinojosa de la Sierra por ubicarse en un roquedo sobre la ribera del Duero. Podríamos comparar este efecto, en el que las aguas consiguen ensancharse hasta 800 mts. como si se tratara de un “delta interior”, siendo el caso de los ríos Níger, Okavango, Paraná e incluso el Guadalquivir y Tajo antes llegar a sus estuarios.
Al nombrar la aldea de La Muedra, quiero desde estos párrafos rendir un sincero y afectivo homenaje a esa población y sobre todo a sus moradores que tuvieron que emigrar en favor del “progreso”, al quedar sus casas y sus tierras anegadas por las aguas del pantano de la Cuerda del Pozo.
Hasta estas tierras no muy alejadas de la capital soriana, cabecera de ese esporádico delta interior, nos acercamos a reconocer algunos espacios singulares y dignos de mención. Nos situamos en Vilviestre de los Nabos, población bien cuidada como casi todas las de por aquí, ya que estamos muy cerca de una de las zonas históricamente más “opulentas” de toda la provincia “El Valle” y “Pinares”. Piedra y holgura ostentan sus moradas que componen un caserío más bien reducido, apenas unas decenas de casas para los 11 habitantes que hoy ostenta, sí que les adorna el permanente acompañamiento del cercano Duero en cuya orilla derecha se asienta. Pero no hemos venido a observar su trama urbana y sus dispuestas gentes, que también, nos ha traído hacia aquí la singularidad de algunos de sus árboles: unos poderosos robles y su genuino Serbal.
Varios caminos podemos elegir para llegar has aquí pero hemos decidido hacerlo por el que discurre a los pies de las ruinas del castillo de Hinojosa de la Sierra y cruzando el Duero, -por los dos puentes con estructura de hierro pero suelo en basé a tablones de madera-, se dirige hacia el oeste por pista de tierra hasta Vilviestre cruzando Vega Cintora, el viejo camino de Vilviestre a Hinojosa. Siendo antes de llegar a la población cuando nos desviamos a siniestra (sur) para tomar un ramal que nos llevará en unos cientos de metros a la orilla del Pinar del Conde. Lugar donde antaño, al parecer, existió un despoblado nominado como “Aldeanueva”, una de las cuatro pobladuras que el tiempo y las circunstancias hicieron desaparece en la zona: La Solana, San Sebastián, Cintora y la citada Aldeanueva.
Continuamos por medio del pinar algo menos de un kilómetro siguiendo al meridión, por la linde con el término municipal de Hinojosa introduciéndonos en la dehesa de la Cerrada del Pino, donde nuestra ruta llega a unirse con el cordel de ganados de la Cañada Real Riojana que cruzando de Cameros por el Puerto de la Cola y la Sierra Cebollera, atraviesa Vilviestre camino del paso o puerto de Ocenilla para cruzar Sierra Llana (Sierra de Cabrejas), continuando por Las Cuevas/Quintana Redonda y el Portillo de Andaluz llegar hasta las proximidades de Berlanga y más. Así define este transcurrir Mario Diaz Meléndez en su publicación “El tercero, transcurre en dirección Este bordeando la Sierra del Portillo de Pinochos en paralelo al Duero, para torcer hacía el Sur pasando por el vado de Vilviestre de los Nabos, dejando a un lado la Sierra de la Cumbre, hasta cruzar las elevaciones del Subsistema Ibérico por el paso de Ocenilla, conectando con la llanura aluvial a través del pasillo que se abre en la Sierra del Hinodejo a la altura de Cuevas de Soria”.
Nos situamos prácticamente en el punto mojonero de las lindes del Robledal de Berrún (perteneciente a la municipalidad de Soria), Vilviestre e Hinojosa, apenas una cancela de hierro nos separa de esta última. Berrún se nos presenta frente a nuestros ojos a modo de ladera boscosa prácticamente virgen, como si la mano del hombre no hubiera actuado nunca desmochando robles (que si lo ha hecho en la obtención de leña para el hogar y la producción de carbón vegetal para comercializar). Ya que sus pobladores a principios del siglo XX (entorno a los 120), aparte de a la ganadería y la agricultura se dedicaban al “carboneo” de roble como fuente añadida de ingresos, aparte de los estipendios que en mayor o menor medida dejaría el paso de cientos de rebaños trashumantes por la Cañada Real que atraviesa por medio mitad de la población.
El Monte o Robledal de Berrún ya por 1593 era monte de realengo (perteneciente a la corona) adscrito la Ciudad y Tierra de Soria, que con una extensión de 854 hectáreas se aprecia perfectamente definido en el mapa de Tomás López de 1783. Siendo nombrado algo más de ciento cincuenta años antes (durante la primera mitad del siglo XIV) como “La Cabeza de Verrun es buen monte de oso, et de puerco en verano”, así recogido en los Libros de la Montería del rey de Castilla Alfonso XI.
Nos da buena pinta este “Robledal de Berrún o Verrún”, pero nuestros derroteros de hoy no hace que le podamos dedicar tiempo a escrutarlo, ya que deberemos buscar el afamado “Serbal de Vilviestre”. Árbol singular que se encuentra en medio de una tupida selva de robles de la inclinada vertiente norte de Peña Aguda, sin ninguna pista o vereda que hasta el nos guie, y nosotros no somos usuarios de tecnologías PGS que nos facilite su ubicación, así que tenemos que poner en marcha lo mejor de nuestro sentido de orientación, confiando un poco también a la suerte.
Siendo en parte del azar quien nos facilitó su hallazgo, pues no era fácil su localización en medio de tanta espesura arbórea sin la más mínima indicación ya no de su ubicación, ni siquiera de su existencia. Pero dimos con el “serbal escondido”, aunque llegamos algo tarde de temporada pues ya le quedaban pocas hojas otoñales y carecía prácticamente de sus característicos y redondeados frutos rojos (suplo esas imágenes con las conseguidas unos días antes en otros serbales de menos porte en la Sierra Cebollera). Se encuentra al final de la dehesa (este), en medio de la ladera del bosque junto a una gran roca, no siendo fácil de localizar y menos en esta época del año cuando ya se van cayendo las hojas de sus ramas. Se le calcula una edad de alrededor 150 años, manteniendo un único tronco principal de unos 6 m. de altura, con corteza ya agrietada por la vejez. Observando a partir del tallo principal una poda trasmocha que ha generado su peculiar e inusual ramaje en forma de candelabros, traza que ayuda bastante a su localización.
Tras la incursión por el monte descendemos al terreno llano de la dehesa, pastizales ganaderos que a través del Isabel Goig nos llevan al Marques de la Ensenada y su catastro de 1754, donde se recoge que los vecinos de Vilviestre “Eran propietarios de dos dehesas boyales, con un total de 1350 yugadas, de las cuales 1100 son de primera calidad”.
Situados ya en la planicie donde se asienta la atractiva y bien cuidada dehesa de Vilviestre de los Nabos, que emplazada en la Cerrada del Pino alcanza una extensión próxima a las 75 hectáreas, nos disponemos a recorrerla en prácticamente toda su amplitud de levante a poniente, pudiendo observar gratamente sus bien cuidados robles singulares de considerable tamaño y notoria edad. El resistente rebollo con su original base perforada, o el hermoso quejigo (en realidad híbrido entre quejigo y roble melojo), con al parecer más de 600 años, cuyo tronco supera los 8 m. de perímetro antes de dividirse en tres poderosos y gruesos troncos. La sucesión de estos esbeltos y curtidos ejemplares del género “quercus” se nos presenta de continuo en nuestro itinerario por este soberbio lugar en un espléndido y soleado día del otoño soriano, observando a nuestro rededor como la naturaleza y el ser humano han sabido congeniar, para mejorar un entono del cual podemos beneficiarnos el resto de los humanos sin tener que renegar de su transformación, tal es el caso de las dehesas que se extienden por toda nuestra geografía.
A nuestra derecha se sitúa exultante el Pinar del Conde con repoblaciones de pino albar (pino silvestre), y a siniestra los rodales de robles que se van espesando a medida que ascienden la cuesta camino de la Cuerda del Pino. Hemos visto, tanto aquí como en otros lugares, las cicatrices que los efectos atmosféricos ejercen sobre los vetustos troncos de estos poderosos ejemplares de roble dejando mataduras en sus cortezas, llegando a veces hasta sucumbir estos esplendidos árboles ante la potencia de los rayos, como es el caso del singular y catalogado “Roble de Vilviestre”, que cayó totalmente fulminado ante la fuerza eléctrica de un relámpago durante el verano de 2025. Se le calculaba una edad de entre los 300 y 400 años y se sitúa a unos 100 m. a la izquierda de la entrada occidental de la dehesa yendo por la vereda directa del pueblo, el antiguo “Camino de los Panaderos” (sur).
Durante el recorrido por este interesante y peculiar escenario intentamos distinguir y diferenciar las distintas tipologías de los ejemplares con los que nos vamos topando: el tamaño de sus bellotas, las tipologías de sus hojas, y aun sabiendo que todos pierden estas en otoño, a unos se les caen (caducifolios) y otros los mantienen marchitas en el árbol hasta que salen las nuevas en primavera (marcescentes), aprendiendo a discernir entre un rebollo, un quejigo o un roble albar.
Transitamos en toda su longitud los cerca de tres kilómetros por los que se extienden estos prados salpicados de robles, quedando admirados por este nuevo hallazgo que no esperábamos. Un espacio de singular valor natural al que nuevamente no se le da el merecido valor por parte de las autoridades autonómicas. Son ya tantas la reflexiones de este tipo que han pasado por mi mente al recorrer la sorprendente y mágica geografía soriana y tantas las muestras de incuria por parte de quienes deberían aspirar a dar conocer sus tierra, que casi mejor que estos bucólicos espacios sigan así, no vayan a encontrar ocurrentes fórmulas para privatizar también la naturaleza.
La ruta que venimos siguiendo da un brusco giro a diestra (dirección noreste), para paralela al río Duero, distante unos 500 mts. llegar a la población de Vilvestre de los Nabos, no sin antes dejar a la izquierda la otra dehesa de la que nos relatara el “Catastro de Ensenada”, la del Vergal de las Zarzas donde observamos un buen rebaño de ganado vacuno que se nos antoja de bastante buena pinta. En la población nos cruzamos con algunos vecinos manteniendo con ellos amena charla, son los que bien conocen su pueblo. Y su tierra y se sienten orgullosos del entono que les rodea……. les prometemos volver no tardando a dedicar más tiempo a departir y recorrer sus encantadores espacios.
Tengo mucho más que trasladar sobre Vilviestre, su historia, condicionantes y curiosidades, también sobre la Vega Cintora de la que apenas he relatado, pero esto se va alargando y trasladarlo de un tirón sería algo pesado, así que lo dejo para la próxima y prometida visita a estas agradables gentes.













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