Desde la noche de los tiempos los ríos han sido lugar de paso para la expansión de las culturas, así como sitios donde asentarse las primitivas tribus, siendo el agua, el fuego y el cobijo las mas fundamentales necesidades de los humanos. Por ello recorreremos a través de estos párrafos las piedras con historia que se prodigan a orillas del Duero entre el Portillo de Andaluz y la Vega de Almazán. Tierras que fueron durante el medievo por más de 200 años frontera entre dos credos, separando distintas formas de vivir y mundos contrapuestos, al norte cristianos al sur musulmanes. Dos largos siglos durante los cuales se erigieron por parte de los islámicos multitud de bastiones defensivos y atalayas de comunicación, de las cuales aún han llegado a nuestros días en mejor o peor estado un buen puñado de ellas, y a ellas queremos llegar. Pero antes que estas belicosas huestes por el Portillo, -paso natural entre la Comarca de Fuentepinilla y los bosques de Quintana Redonda con el valle del Duero-, debieron pasar las primeras tribus que habitaron esta vieja piel de toro, ya que restos se han encontrado de ellos en sus proximidades: Del Paleolítico Inferior en el valle de Fuentepinilla (Cerro de San Miguel / Osona, tallas en pedernal de hace 300.000 años). En Tajueco “sílex” datados hacia el 32.000 a. C. Cerámicas de la Primera Edad del Hierro (Fuentepinilla / Cerro de San Miguel, s. VIII y IV a. C. y cerámica celtíbera s. IV a II a. C.). Encontrándose también de este tipo de cerámica en lo alto del Portillo de la Hoz o Andaluz. Y como no los romanos, habiendo encontrado restos de esta cultura: desde Loperraez en el siglo XVIII a Blas de Taracena en el siglo XX, con muestras palpables de asentamientos romanos en Boos y Escobosa, así como la no muy lejana villa romana de Los Quintanares en Rioseco.
Pero adquiere verdadera importancia estratégica durante la alta Edad Media, cuando es usado como paso para las incursiones musulmanas en sus ataques a los reinos cristianos del norte, debido a la persistente presión de estos sobre los territorios a recobrar. 56 fueron las razias que realizó Almanzor (todas victoriosas) hasta que en una de ellas resultó herido y cruzó por aquí la última vez en 1002 camino de Medinaceli, muriendo en Bordecorex antes de llegar a la capital de la Marca-Media. Posteriormente sirvió de importante paso en tiempos de la “Mesta” cruzando por él cientos de miles de ovejas merinas en su trashumancia, siguiendo en la actualidad como paso de la Cañada Real Galiana y del Cordel de Berlanga a Soria que pasa así mismo Quintana.
Situados en tierras de la población de Andaluz, encontramos vestigios de la existencia en lo más alto de la parte oriental del Portillo de un castillo o fortificación ya citado en el siglo XI por el monje Grimaldo (discípulo de Santo Domingo de Silos), así como de una posible atalaya en el cortado, junto a ellas las ruinas mozárabes de la ermita de Santa Lucia (excavada en 2018 por César Gonzalo Cabrerizo, uno de los arqueólogos del Castro de Las Cuevas de Soria), ejemplo único en la provincia de ábside en forma de "arco de herradura" en su interior y cuadrado por el exterior, como siguiendo el diseño de algunas construcciones visigóticas de los siglo V y VI. Su denominación al contrario de lo que pudiera parecer no le vienes de la sureña región andaluza, su nombre de origen celtíbero, emana de sus oriundos repobladores mozárabes que aquí se asentaron después de recuperar estos territorios a los musulmanes, pudiendo presumir, la hoy aldea, de ser la primera en tener fuero propio (año 1089).
De todo su caserío destaca de forma singular la espléndida iglesia románica de San Miguel (s. XII), localizándose en ella el mayor número de Estelas Funerarias de toda Soria. Pudiendo encontrar por encima de la cual y a medio camino del cerro, el Palomar del Risco del siglo XVIII, y en la parte baja de la aldea el ábside de lo que fuera la también románica iglesia de la Virgen de la Calle (siglo XII).
Fuera ya de su casco urbano, destacar la dehesa donde existe un buen grupo de vetustos fresnos que compiten en edad con los del no muy lejano Rebollo. Duero arriba por el Camino de Centenera y a unos 1.600 mts. nos encontramos con un fenómeno geológico interesante, las Cárcavas de Paso Malo donde se sitúa el Mirador del Duero, pudiendo observar de allí como el rio va arañando poco a poco los rojos taludes de su ribera obsequiándonos con un paisaje extraño casi lunar , por el que discurre el GR-14 o Senda del Duero.
Debemos pasar de orilla para seguir nuestra ruta, haciéndolo por el Puente de Andaluz, por el nuevo, ya que el viejo es solo de uso peatonal para que dure su existencia a generaciones futuras, pues se trata de un puente medieval de buena traza, pudiendo remontarse su origen a la Roma de hace 2000 años. Sus 6 ojos con arco de medio punto y cinco tajamares sostienen los algo más de cien metros del puente, por el que cruzaron no solo personas de localidades próximas, también los centenares de rebaños de merinas que cada año realizaban los itinerarios de ida y vuelta a sus pastos invernales.
Dejando para un merecido y exclusivo articulo la Villa de Berlanga de la que apenas nos situamos a una legua, de Andaluz pasamos a Fuente Tovar (de antiguo conocida como Fuentelpuerco) y su castillo o fortaleza califal, mejor dicho de lo que fue, pues apenas encontramos unas ruinas a orillas del Duero en un pequeño y aplanado montículo. Al recinto lo describen los estudios como "una cimentación de planta circular, de grandes dimensiones, unida a un recinto cuadrado de unos 600 m2." Conservando el curvo en algún punto casi dos metros de altura, y el rectangular parece que tuvo torres en las esquinas, además de un foso con una achura de 10 mts. Debiendo estar este baluarte agregado con el cercano (a 4 km.) castillo del Portillo de Andaluz, ambos con el innegable cometido de servir como transmisor de señales y vigilancia en el trasiego del Duero.
Río arriba a poco más de dos kilómetros a vuelo de pájaro, el mapa del Instituto Geográfico Nacional (I.G.N.) nos indica la “Loma de Torremocha”, lugar donde debió existir un despoblado en el lugar del “Hocino”, -junto con la también inexistente ermita de Miralrío-, que pudo poblarse al amparo de una atalaya de señales o una torre defensiva medieval, cuya señera prueba en la actualidad es la toponimia con el que se conoce su ubicación. Así lo refrendan acciones arqueológicas realizadas, confirmándose la existencia de una necrópolis bajomedieval (s. XIV y XV) distribuidas alrededor de lo que parecían ser los muros de una iglesia. Enclave que se sitúa donde se pretendía instalar unas naves para crianza porcina, siendo sin embargo autorizada su ubicación unos centenares de metros más al suroeste, para construirlas justo encima de un asentamiento de la Edad del Bronce (entre 1500 - 1200 a. C), lugar que al final ha sido ocupado por una más de esas miles de granjas de cerdos que por toda la geografía soriana se han ido expandiendo (muchas de ellas ya abandonadas).
Llegados a la “vaciada” población de Velamazán, destaca ya desde la lejanía la silueta de su torreón en la cúspide del cerro que domina su caserío. Hacia ella ascendemos pasando primero por lo que fuera su castillo, hoy solo visible su basamento sobre el cual se erigió la iglesia románico-gótica de San Sebastián con su torreón "la torre ciega” (de posible origen “bereber”, s. XII) a modo de campanario. Usándose el templo al arruinarse como cementerio, y al haberse quedado para ese uso también obsoleto, sirve en la actualidad como curioso lugar de paseo y esplendido mirador del pueblo.
Continuamos la empinada ascensión hasta llegar al Torreón o Torrejón, erigido por el Marqués de Velamazán en 1890, con el fin de realizar ensayos de vuelos a través de sus inventos (tal y como se documenta en “Revista de Soria” nº 90 de otoño 2015). Habiendo no obstante quien defiende se trataría de un molino de viento harinero, como los existentes en La Mancha, -mis limitadas entendederas me hacen pensar en cómo subir y bajar las cargas de harina y grano por las escarpadísimas laderas del cerro, amén de situarte a apenas 250 mts. el arroyo curiosamente llamado del “Molino”, este además a la misma cota del pueblo, a 1,3 km. del Canal de Almazán o el mismo Duero a apenas tres kilómetros, donde existirían por aquel entonces cantidad de molinos para cubrir esas necesidades. No se debe confundir esta torre del anticlerical marqués con los restos, justo a su lado y a ras de suelo, al cimiento en forma circular de lo que bien podría ser una atalaya medieval musulmana casi desaparecida, de la que se desconocen más datos, pero que seguro perteneció al sistema defensivo y de comunicaciones de la Marca Media.
Descansa la población sobre las laderas de los cerros "El Castillo" y "La Atalaya", aunque ni de uno y otra queden apenas vestigios, pero si extensos panoramas de la población, todo el Valle del Duero al norte y la Sierra de Bordecorex al sur cargada de generadores eólicos. Siendo apenas ya doce los habitantes que actualmente duermen en la población de los 67 censados (cerca de 600 almas había a mediados del siglo XX), ya que la mayoría reside en la no muy lejana Almazán.
Siendo esta docena de “churriegos” los encargados de preservar los elementos más singulares de la localidad, como son el soberbio y blasonado Palacio de los González Castejón, marqueses de Velamazán, que levantado a finales del siglo XVII, ahora se encuentra dividido en varias propiedades, una de ellas dedicada a Alojamiento Rural. Cruzando la calle nos encontramos la Iglesia de la Santa Cruz, edificio también del XVII erigido a costas del marquesado, se cree que sobre otro templo anterior. La construcción de este gran templo en medio del pueblo hizo decaer el uso de la Iglesia de San Sebastián entrando en progresiva ruina. Del nuevo templo destacar su colosal órgano (el segundo más grande de la provincia después del de la catedral del Burgo de Osma), así como la “retocada” imagen románica de la Virgen de la Vega. Siendo su altiva torre la que más letras hace derrochar de todo el edificio, pues herida por un rayo en 1885, sufrió dos derrumbes en 1953 que la dejaron desmochada del todo, lo cual propicio su cuestionada reparación entre el 2005 y 2009, ya que a la nueva torre levantada en piedra pulida y clara, se le instaló un ascensor y un voladizo mirador de ronda con suelo de cristal, restauración de alto costo que generó divergencia entre vecinos.
Siendo también reseñables de su casco urbano la fuente-abrevadero y el rollo o picota, que aun tosco y arcaico (s. XVII) es el símbolo de cuando la urbe poseía jurisdicción y rango de villa. Ya fuera de la población y si nos fijamos en su toponimia podemos ver más lugares que se refieren a poder haber existido en tiempos torreones, atalayas u otras fortificaciones defensivas musulmanas durante la mal llamada reconquista, siendo el caso de Torre Gutiérrez (montículo de piedras en forma cilíndrica de escasa altura), Castejón (pequeño castillo) o Valdelatorre (Valle de la Torre) situado en el Arroyo de Val, todos ellos ubicados hacia el sureste de la población y a medio camino del rio Bordecorex, ruta natural de aproximación a Medinaceli, capital de la Marca Media musulmana.
De nuevo nos trasladamos hacia la orilla izquierda del Duero, lugar donde se asentaron hace más de dos mil años años una de las tribus “arévacas” (celtíberos) de la zona. Nos situamos en la pequeña “muela” de Ciadueña, a tan solo 6 km. de Velamazán y 2,5 de Barca de la que es pedanía. Su pequeño núcleo urbano aún mantiene una decena de habitantes, que seguro en invierno no llegarán a la mitad pues muchos vivirán en la cercana Almazán que cuenta con los servicios necesarios. Que contraste con el pasado pues se calcula que en sus casi 5 hectáreas que ocupó el yacimiento de “Las Eras” hace dos milenos, la población llego a poder tener hasta 300 casas.
Datos calculados en base a las excavaciones que se ha ido realizando desde el año 2007, cuando a partir de encontrarse un horno de origen celtíbero, comenzaron las investigaciones, sacando a la luz un poblado entero perteneciente a esta cultura en un estado de excelente conservación, permitiendo conocer tanto los materiales usados como las técnicas empleadas en sus edificaciones, llegando sus muros a conservas hasta metro y medio de altura, muy inusual en otros yacimientos excavados. Además de estar sin ningún tipo de contagio de la “cultura romana”, siendo un prototipo de intacta cultura celtíbera que conserva integra su traza urbana de ciudad arévaca. Convertido en el gran descubrimiento arqueológico de toda la provincia en lo que a este primer cuarto de siglo se refiere.
A pesar de que se sabe fue incendiado, se han encontrado enseres cerámicos en bastante buen estado, algunos de ellos de excepcional hechura como es el caso del “Vaso de los Caballos”, que podemos admirar en el Museo Numantino. Pudiendo determinar se trata de una cultura bastante avanzada por los enseres encontrados, usando maderas para estantes, marcos en las puertas, bastidores, así como otros elementos singulares.
Se tiene constancia de que 200 años antes de cristo ya existía, y que su abandono y quema fue contemporáneo con Numancia. Teniendo así mismo la certeza de que el poblado de “Las Eras” estuvo rodeado por un foso que en algunos lugares llegó a tener una anchura de hasta 25 m. Complementando al mismo una muralla levantada en tapial de barro, que la cual solo queda constancia en las zonas no usadas por los contemporáneos actuales. En la actualidad se encuentra protegido y cubierto, ya que sus construcciones al ser de adobe y barro se deteriorarían a la intemperie. Siendo posible hacernos una idea de su importancia en el complejo museístico de La Villa Romana de la Dehesa en la población de Las Cuevas de Soria, donde una sala entera esta dedicada (con maqueta incluida) a la explicación de este castro, su forma de vida y su bien ordenada estructura urbana.
Apenas algo más de 3 km. nos separa de Barca, que a su vez que dista 7 de Velamazán, poblaciones que pese a la vecindad y cercanía hay entre ellas un punto de rivalidad (o será por ello). Barca es una población que posee cierto interés: su iglesia de Santa Cristina, situada en la parte más elevada del pueblo, ostenta una inmejorable porticada románica del siglo XII (el resto fue alterando en el s. XVIII) y su interior custodia una de las mejores pilas bautismales (prerrománica) de toda la provincia. Al templo se le adosó en el siglo XVII una altiva torre barroca a modo de campanario, que también pudo tener las veces de vigilancia y defensa. Su Rollo o picota (seis metros de alto) preside la Plaza Mayor como como queriendo indicar que aun es villa aunque tan solo pueda presumir de serlo para sus menos de cien habitantes actuales, queriendo ser además símbolo de justicia cuando dejo de serlo en 1834, pero incluso así es elemento de admiración y orgullo para los barqueños.
Pero lo que en verdad nos trae hoy hasta aquí, ya que lo expuesto lo habíamos visitado con anterioridad, es el denominado “Torrejón” o lo que de él queda. Pues en lo más alto de la población se levantó una atalaya de gruesas paredes y un recinto exterior rodeándola a modo de fortificación amurallada, así lo constatan los restos existentes. Pudiendo datarse su construcción alrededor del siglo X, siguiendo las levantadas por los musulmanes a orilla del Duero ante el avance de los ejércitos cristianos, con el fin de defender estos territorios y ejercer como sistema de comunicación.
Sirviendo posteriormente como inicio de un núcleo urbano “Barcam”, que se consolido durante las repoblaciones cristianas una vez consolidados estos territorios. Se sabe que más tarde el hueco de la atalaya se transformó en pozo de nieve, utilizándose este elemento tanto para conservación de alimentos, como para usos medicinales por parte de los galenos. La ubicación de la torre de la Iglesia de Barca (y por lo tanto de la atalaya que se situaba anexa en la cota más alta), hace que junto con la de Alentisque (25 km.), se comunican visualmente con la torre de Velamazán (a 30 km. de Alentisque).
Buscando ya llegar a Almazán, segunda población de la provincia, aun debemos desviarnos en el punto kilométrico 43,5, para desde allí acercarnos al inmediato cerro de “Castillo Piqueras”, que se encuentra situado apenas 4 km. de Barca. El lugar pertenece a la aldea de Covarrubias encontrándonos en su parte noroccidental lo que queda de una atalaya, torre medieval o castillejo de las que formaban la línea defensiva musulmana (“del tiempo de los moros” nos dice Madoz en 1850) en la línea del Duero, atendiendo a su zarpa y aparejo de sillarejo. También podremos encontrar restos de lo que fuera un pequeño castro celtíbero de los siglos III y II a. C.
Son pocos los vestigios que aún quedan, pero se puede determinar que su planta es rectangular rompiendo la estructura cilíndrica de las atalayas existentes en el suroeste de la provincia, entrando en similitud en lo que mayoritariamente nos vamos a encontrar entre el Duero de Almazán y Agreda por todo el Valle del Rituerto (Moñux, Castil de Tierra, Villanueva de Zamajón, Jaray, Noviercas, Hinojosa, Masegoso, Aldealpozo, Valdegeña, Castellanos, Matalebreras y alguna que me abré olvidado). Desde el cerro que domina una amplia extensión de la vega del gran río soriano, podemos apreciar los escasos dos metros de altura que aún mantiene alguna de sus parte con grosores de 1,20 m. no pudiéndose apreciar el acceso, toda vez que este se encontraría a la altura del primer basamento para abundar en su defensa. Y de aquí a Almazán apenas algo menos de 7 km. donde podemos allegarnos a comer en algunos de sus variados restaurantes, sin tener que destacar ninguno.
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