jueves, 10 de octubre de 2024

- Asperón de Soria…… las minas de Fuentetoba

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Yo viví aquel Madrid castizo del barrio de La Latina y la calle Toledo, donde todavía existía el histórico Mercado de la Cebada, el de hierro, -que diseñado por un discípulo de Eiffel en 1875 fue mandado derribar en 1960-, zoco que constituia el centro neurálgico de la barriada. Ese Madrid de los paseos a las Vistillas y la Cuesta de la Vega, el de La Paloma y sus fiestas populares en las calles, el de las ruinas y descampado del Cuartelillo donde alguna vez hice novillos, el del “autentico” Rastro con su movimiento y su luz, el de las freidurías de “entresijos, gallinejas y chicharrones”, el de los serenos en la noche……… ese Madrid que hace ya bastantes años se desvaneció.

 

Un barrio que había sufrido mucho la “Posguerra Civil”, pues fundamentalmente habitaba en él gente humilde y de izquierdas. A mi mente aun llegan recuerdos de cuando al anochecer se cerraba el portal del edifico donde vivía, reuniéndose furtivamente en la portería conocidos del barrio, a escuchar la clandestina y proscrita “Radio Pirenaica”, algunos de ellos familia mía.

 

Jugaba al tacón en medio de la calle, a dola y a las chapas en los bordillos de las aceras, que aunque ya estaban asfaltadas (ojo al apunte) por mi calle no transitaba por entonces ningún coche ni los había aparcados, las calles eran el lugar de juegos y convivencia, un verdadero espacio humano. Por ellas solo pasaban los carros de mano que servían como puestos externos de venta añadidos alrededor del cercano mercado, guardándose por la noche en un garaje para ello, ubicado justo al lado de donde yo habitaba. Llegando también a mi mente la imagen del “tranvía nº 24” pasar por la calle Humilladero a apenas 80 mts. del portal de mi casa, donde los chavales poníamos hileras de fósforos en la vías para producir ruido a su paso.

 

Yo vivía en un tercer piso de un humilde edificio de 1880 que no tenía ascensor, por eso al subir y bajar las ajadas escaleras de desgastada madera, observaba como eran limpiadas con una especie de fina arena usada con un cepillo de fuertes púas. Era la misma arena que junto a los estropajos de esparto, se podía encontrar en una lata metálica sobre el fregadero de las casas, elementos que se repetían en prácticamente todas las cocinas del barrio ya que eran utensilios de limpieza (como el fairy de hoy), esa arena tan imprescindible en los hogares de entonces era el “asperón”. Por aquel entonces tenía yo entre 8 y 10 años y quien me iba a decir que ese peculiar producto 60 años después iba a llamar mi atención en tierras sorianas de Fuentetoba.

 

El Asperón (de áspero), no es más ni menos que una arenisca compuesta por finos granos silíceos y afiladas arcillas de un color cercano al blanco (blanco azulado), que usado para la construcción o como piedra de afilar, su utilidad fundamental estaba relacionada con la limpieza y el decoro, ya que por su elevado contenido en carbonato cálcico y silicatos, absorbía la grasa con facilidad además de pulir las superficies. Añadido en algunos casos a jabones, dada su plasticidad y poder desengrasante, actuaba como potenciador de estos al ser un elemento más abrasivo, consiguiendo de esta manera más efectividad en la limpieza cotidiana de las casas y en la eliminación de manchas.

 

Estas específicas arenas se pueden encontrar con relativa abundancia, bajo las laderas del Pico Frentes en Fuentetoba, siendo hasta allí donde dirigimos nuestros pasos en busca de lo que durante la primera mitad del siglo XX fuera una de las fuentes principales de la economía de esta población cercana a la capital soriana.




Efectivamente en los entornos de la aldea “tobera”, aún quedan restos de cuando se extraían estas areniscas, siendo tres los lugares que hemos podido localizar de cuando se realizaba esta actividad, fundamentalmente al sur y suroeste del núcleo urbano. El primero de ellos es la amplia “cantera” de arenas “facies utrillas” (así es como se les llama en el argot científico), que nos encontramos entrando a la urbe por el sur inmediatamente antes de llegar a la piscina, polideportivo y bar. Es allí, en los cortes de la extracción, donde podemos hacernos la primera idea de este tipo de mineral o arena fina que vamos a ir a lo largo de la jornada observando.

 

Al segundo situado accedemos justo enfrente nada más cruzar la carreta, donde encontraremos un cartel de madera indicándonos “ MINA DE ASPERÓN LA SOMADILLA 0,8 Km.”, no tiene perdida, siempre a la izquierda, aunque el resultado es un tanto defraudante pues prácticamente no queda nada de lo que fue. Estando todo en gran parte cubierto de vegetación y ni siquiera un cartel indicativo o explicativo indica con exactitud el lugar. Enclave que en su día debió de tener cierta relevancia, toda vez que uno de los productos elaborados de su extracción se denominaba “Asperón La Somadilla”.

 

Por último nos acercamos hasta la “Mina el Picazo”, a la que se accede por el denominad camino Eras Someras que pasa junto al “Camposanto” en dirección sur, dejando el vehículo justo en la primera curva y ya caminando por entre los tonos fucsia de las flores de los biercoles (brezo) que nos indican la proximidad del otoño, aproximarnos hasta un vallado balaustrado de madera y los restos de un “Cartel Informativo” que encontramos por los suelos. Mi consejo para poder visitar el lugar, -el más interesante de todos ellos-, es recorrer primeramente por la parte alta la zona oriental de los barrancales existentes, para continuar descendiendo a su fondo atravesando posteriormente el situado más al este y por último el más occidental, donde se encuentra un cuadrada construcción plenamente picada en la pared de la roca.




El conjunto y su recorrido es de lo más interesantes, y aunque la sensación de estar por un lugar de actividad minera para nada es notorio, pues hace ya bastantes décadas que su actividad dejo de realizarse habiendo la erosión junto a la vegetación, trasformado el paisaje de cuando estuvo en plena actividad minera. Pudiendo observar interesantes formaciones rocosas de esa tonalidad blanquecina que le da al lugar un aspecto y una luz dignas de alabar. Además nuestros pies irán caminando por encima de esa fina arena que nuestras abuelas y tatarabuelas usaban para la limpieza de la casa y útiles de cocina, amén de dejarnos una sensación de alivio en nuestros pasos………….. y eso sí, siempre guiados por el silencio, autentico compañero de la soledad.

 

El uso del asperón parece que procede de la edad media, hace ya 800 años cuando era empleado en la limpieza de utensilios de cocina tales como perolos, cazuelas, sartenes, etc. restregando sin agua sobre ellos la fina arena, hasta que quedaran perfectamente fregados y lustrados. Una fina y singular arenilla a la que también se la conocía como espuña, trípoli, tierra blanca, greda o tierra de batán. Con una textura entre harina y sal,  se despachaba en trozos o en grano,  siendo durante siglos el más útil elemento de limpieza.

 

Compañero cuasi inseparable del estropajo (de estopa le viene el nombre), el asperón era también cómplice de la lejía, elemento que se producía fácilmente en las casas con agua hirviendo y cenizas de madera dura. Estos eran los elementos de limpieza en las casas de hace 100 y más años, que funcionaban también como los actuales detergentes químicos, enormemente eficaces en la limpieza de muebles, tarimas, útiles de cocina, fregados de toda índole, las manchas de ropa o el enarenado de escaleras en madera. Añadiéndole sosa caustica y aplicada con estropajos de esparto dejaba los escalones de las escaleras de un característico tono blanquecino que tanto gustaba a las amas de casa de por aquel entonces.




Hoy aún se sigue comercializando, pero cuando en las primeras décadas del siglo XX costaba entre 15 y 20 céntimos de peseta (0,0009 y 0,0012 €.) la pastilla de ½ kg. actualmente lo podemos encontrar por entre los 10 y 20 euros el kilo.

 

Su precursor, fabricante, comercializador y quien genero la patente del producto “Asperón de Soria” fue Casto Hernández Hernández, soriano de Castilruiz nacido en 1863, un avispado mesetario de los que en Soria hubo y bastantes hay. De humilde familia, tuvo que emigrar como tantos de estas tierras para poder medrar en sus necesidades, pero no salió de la provincia, afincándose finalmente en la capital terminando el siglo XIX. Siendo aquí, donde instaló su primera fábrica de jabones y una tienda de “ultramarinos” (hoy estaría frente al Mercado de Abastos y anexa a la Escuela Oficial de Idiomas), junto a la cual también elaboraba aguardientes y licores.

 

Austero como buen soriano, Don Casto era serio, recto y buen cristiano, paternalista con sus obreros (hasta el punto de instaurar la paga de navidad, cuando aún no se había legislado). Indagó en la posibilidad de usar las arenas existentes bajo las laderas del Pico Frentes de Fuentetoba, que facilitando el restregado mejoraban la eficacia de sus jabones, consiguiendo con ello crear un emporio a través de un producto asequible y de enorme utilidad. Tras su éxito, en 1910 trasladaron la producción a unos terrenos en las afueras de Soria, donde se situaba el Alto de San Francisco, próximos a la antigua estación del ferrocarril y muy cercanos a lo que hoy es la nueva Delegación de Defensa (militar) en Soria. De aquello solo queda en la zona el nombre de la piscina municipal cubierta “El Asperón”. Pudiendo afirmar que con todos estos condicionantes El Asperón es el gran invento soriano del siglo XX.

 

Su consumo se extendió por todo el país, especialmente en Sevilla, Valencia, Bilbao, sendas Castillas y Madrid, donde se vendía de forma abrumadora. Siendo en la capital, cuando termino la mal llamada “Guerra Civil”, y a falta de todos los suministros, uno de los primeros que llegaron fue “El Asperón de Soria”, creándose enormes filas para poderlo adquirir. Su máxima producción se alcanzó en la década de los años 60 (cuando yo lo conocí) llegándose a elaborar alrededor de 6 millones y medio de pastillas al año.




Aunque “El Asperón” sucumbió al progreso, pues con el paso de los años y la aparición en el mercado de los nuevos detergentes, así como la incorporación del otro gran invento hispano “la fregona”, el uso de estas arenas progresiva he invariablemente fue desapareciendo, máxime con la renovación de suelos y escaleras de madera por el terrazo y losas cerámicas, dejando de fabricarse definitivamente en 1978.




La riqueza natural de Fuentetoba la tenemos a la vista con las siluetas del Pico Frentes, la muela de la Peña Cruz, así como la exuberante, publicitada y afamada, aunque escondida Cascada de la Toba, pero sus valores geológicos no terminan con el asperón ya que en el entorno de la población hay rocas con petróleo. Pudiendo encontrar, -al norte de su casco urbano y lindando a poniente con la “exclusiva” urbanización de La Toba-, de otro interesante situado para los gustosos de la geología y la minería, ya que en este lugar antaño también hubo minas de las que se sacaron ingentes cantidades de areniscas bituminosas impregnadas de petróleo y betún.

 

Terrenos donde hace unas cuantas décadas, se explotó una mina de asfalto con galerías, toda vez que en sus entrañas había suficiente mineral con abundante materia orgánica fosilizada, que una vez procesada se conseguía obtener distintos elementos derivados del petróleo, tales como el asfalto y breas. Llegando algunos años (finales del siglo XIX) a tratarse medio millar de toneladas para la obtención de estos subproductos por parte de la empresa Asfaltos El Volcán, propiedad del Duque de Maceda, a su vez dueño de la Mina Maceda en Fuentetoba, que obtenía en marzo de 1851 el monopolio en la aplicación de la “brea asfáltica” para la pavimentación de las calles de Madrid. Mina Maceda se situaba al pie de la Peña de la Cruz, siendo la primera mina de asfaltos en Fuentetoba y la fábrica “Asfaltos El Volcán” levantó oficinas y talleres al pie de Pico Frentes. Siendo el popular Mesón La Tobas (hace tiempo cerrado) parte de las instalaciones mineras.

 

Quien me iba a decir de cuando era infante y jugaba en las calles del Viejo Madrid allá por los años 60 del pasado siglo (tal y como os he relatado al principio), que el asfalto por el que pisaba se había extraído de la soriana población de Fuentetoba……….. las vueltas que da la vida…………. en fin tendremos que seguir con otras cosas.

 

Como curiosidad para los “quintaneros”, aquí os dejo una foto de la actividad minera relacionada con el petróleo allá por los comienzos del siglo XX, trasladando el muy interesante pie de foto. “Fotografía del sondeo de exploración petrolera perforado en Quintana Redonda (Soria) en 1907 por la ‘Compagnie Ibérique des Mines’ (La Ilustración Española y Americana, 30-VII-1907). En la parte inferior derecha de la foto se observa la vía del ferrocarril Torralba-Soria. La fotografía es del estudio ‘Viuda e Hijo de Casado’, que obtuvieron una serie de fotografías del pozo que fueron expuestas durante julio de 1907 en el escaparate de su estudio fotográfico en Soria”

 



Posiblemente la instantánea fuera del sondeo de investigación petrolera realizado alrededor de esos años en Quintana Redonda, que menciona la Estadística Minera de España (de 1907). Perforación propulsada por una máquina de vapor que alcanzó los 450 mts. de profundidad.






viernes, 4 de octubre de 2024

- Rio Sequillo…… el valle de los despoblados (parte II)

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Continuamos relatando los encuentros y desencuentros por tierras sorianas de la cuenca del Sequillo de la que ya di cuenta en una primera parte a finales de agosto pasado, prometí no tardar y aquí estoy de nuevo en ese río de escasas aguas. Quedó el relato en la arruinada y despoblada aldea de Escobosa de Calatañazor, desde la que continuamos descendiendo por la orilla del arroyo que da nombre al caserío (o viceversa), hasta juntase con el Sequillo poco antes de llegar a Boós, población que nos recibe amable y serena. Sorprende al entrar en ella una vivienda de curva esquina, asombrándonos también su mantenida y cuidada arquitectura de adobe, con cruzadas maderas en algunas de sus edificaciones.

 

Quedando así mismo asombrados por el frontón “apaisado” que descansa sobre el lienzo norte de la Iglesia de la Asunción. Templo que, datado en el siglo XVII, aún posee dos canecillos románicos en su cubierto pórtico, uno de ellos representando a una dama mostrando su atributo femenino, como haciendo arremedo de su homologo masculino en la población de Rioseco. El tabernáculo parroquial, da paso a un mirador ajardinado en el que encontramos una estela discoidal de época medieval, dejándonos cierta perplejidad y extrañeza la curiosa arcada facilitándonos el acceso al bar de la población, que anexo a la iglesia más bien parece su sacristía que un santuario a “Baco”. Pero lo más singular del complejo religioso es su torre campanario, sobre la que descansa un herrumbroso reloj de 1895 que se paró a las 12,30 de un día ni se sabe cuándo.
 

Serenidad transmite la población y simpatía sus pocos habitantes, invitándonos a ver los elementos singulares que su entramado urbano posee, como la interesante casa en adobe y madera remendada a través de un programa europeo de financiación, la curiosa perspectiva de un diseño arquitectónico en el lateral de otra edificación o la vistosa y colorida morada “Villa Pin y Pon”. También sus tradicionales y rurales y “portalillos”, y los sorprendentes encuentros con representaciones figuradas de animales: cigüeñas, ardillas, gatos, etc. esparcidos por los espacios menos sospechados, para terminar descubriendo, a la salida de la población, una construcción a modo de morada con el tejado de hierba.




A tiro piedra, poco más de un kilómetro, se encuentra el despoblado de Boíllos del que apenas quedan las ruinas de su iglesia dedicada a San Lorenzo, templo que el abandono transformó en ermita, la desidia en ruina y la codicia en saqueo, habiéndose llevado todo lo posible incluido dos capiteles románicos de su arco triunfal, ahora sujeto por unos soportes. Expoliados en septiembre de 2018 y felizmente recuperados por la “benemérita” unos meses después, actualmente se encuentran custodiados en Valdenebro a la espera de ver donde se ubican definitivamente.




Si continuamos desde Boós por la orilla del Sequillo, tras dejar una curiosa y vieja sabina horadada en su base hasta el punto de casi partirla en dos, nos introducimos en el Cañón de Boós o para algunos la Hoz del Hocino. Donde paredes verticales de caliza a un lado y a otro, sirven a los noveles escaladores sorianos para hacer sus primeros y arriesgados pasos de escalada. El lugar no puede ser mas mejor, el entorno saludable, sereno y accesible, no cansándose los intrépidos alpinistas mesetarios en marchas de aproximación.




A la salida del barranco nos encontramos a mano “zurda” un rústico puente de madera que salva un vado del riacho, es el camino que debemos tomar para llegar hasta la ermita de Olmacedo a la que llegamos tras recorrer 1,8 km. Esta ermita del siglo XIII es nuevamente la iglesia de un despoblado que tenía el mismo nombre que el templo (y la virgen), sin saber con ciencia cierta cuando se puedo despoblar. La ermita es un claro ejemplo de ese austero románico rural tan común en estas tierras, sobrio en sus formas (una sola nave), de arquitectura simple sin apenas ostentaciones, apenas unos originales canecillos labrados circundan su techo y un sutil pórtico son prácticamente toda su decoración. El lugar de su ubicación no puede ser más sugerente, en medio del monte, con la más absoluta soledad como compañera, y aupada sobre una loma con unas espléndidas perspectivas sobre el entorno. Lugar que también gustaría a los romanos, pudiendo existir una villa romana en sus proximidades “El Quintanar”. Ya, para los muy animosos, acercarse hasta las Cruces del Carrascal que situadas a 1.300 mts. de distancia son la máxima altitud de la zona (1052 m.) y vértice geodésico, con unas extraordinarias y completas panorámicas de prácticamente media provincia de Soria.




Nos queda acercarnos a Valdenebro, no sin antes percatarnos de la existencia en la orilla de la ruta de una singular y extraña cruz, muy similar a la de Caravaca, pero nada usual en estas latitudes. Interrogadas personas de la población por su peculiar forma, solo nos comentaron que se la conocía como Crucero de doble brazo o Cruz de los Cuatro Brazos, aunque como curiosidad decir que la pudimos distinguir tallada en las piedras de las jambas del pórtico de la ermita de Olmacedo (algo tendrá que ver su simbología con la zona), lugar que también usaban los lugareños para el afilado de las navajas y cuchillos. Al callejear por la población, admiramos sus bien restauradas viviendas de arquitectura tradicional y la cuidada limpieza del su caserío, custodiado desde lo más alto por la iglesia dedicada a San Miguel de comienzos del románico en Soria. En sus proximidades (El Majano, al noreste) parece que hubo otra villa romana “Nertóbriga, Nortóbrega o Lutia” aprovechando la cercanía de Uxama y la Calzada entre Astúrica Augusta /Astorga) y Caesar Augusta (Zaragoza), yendo ya unas cuantas estancias romanas por estas tierras.

 

Continuando el cauce del Sequillo llegamos a Lodares de Osma, pequeña población cuyos mayores atractivos urbanos son: la carretera autonómica CL-116 que cruza peligrosamente por el pueblo, y la Iglesia de San Nicolás de Bari (Papa Noel / Santa Claus), templo que ha visto este verano como las abejas habutaban los paneles situados en su tejado, acudiendo a sus novenas, efecto que también se repetía en la no muy lejana aldea de Valdenarros.

 

Lodares es punto indicativo de la Ruta del Cid, ya que la leyenda cuenta como en ella se elaboró la afamada espada del “Campeador” citada como “Colada”, siendo forjada en una fragua de la localidad y templado su acero en las aguas del río Sequillo. Entre sus montes, algo escondida de las miradas fisgonas, se halla una de esas sugerentes atalayas musulmanas que riegan los cerros de todo el sur y este soriano, la de La Pedriza, que junto a la de El Enebral (La Olmeda) y Torrevides hacían llegar las señales al inmediato Castillo de Gormaz, espléndido baluarte califal. Completando sus lugares montanos reseñar el Alto de la Cruz y el Enebro del Guarda, próximos a por donde transcurre el Sendero Ibérico Soriano GR-86.

 


De esta localidad solo me quedaría mencionar la finca “Peñas Altas”, situada en plena hoz del río Sequillo aguas abajo de Lodares, justo resguardada al abrigo de unas peñas en un paraje enormemente sugerente. Pero su curiosa y singular historia, digna de ser novelada, me demoraría unos cuantos párrafos, así que los dejo para ser relatados en otra ocasión, de todas maneras deciros que es un lugar interesarte de ser visitado, si se logra o consigue poder entrar. Por aquí discurre en paralelo al Sequillo el río Abión, apenas les separan 800 mts. pero en medio se encuentran las lomas de Peñas Altas y el Cerro de Lomero, lugares por donde transita cimera la Cañada Real Soriana Occidental, existiendo una nueva atalaya musulmana en las proximidades del Lomero.

 

Ya nos queda poco para terminar nuestra andadura, pues el Sequillo se incorpora al río Ucero en el mismo casco urbano de la población de La Olmeda. Serena población de buenas gentes que se ordena en apenas cuatro calles alrededor de sus dos plazas, la soleada de la Fuente (fuente de la Zorra) con el extraordinaria pilón erigido en 1936, y la sombreada Plaza Mayor con sus dos suculentos olmos y donde se ubica la sede municipal, que anteriormente y en otra edificación más añeja fuera la sede de la Junta de las Tres Casas. Antiquísima institución que regía un fuero especial concedido a San Esteban, Osma y Gormaz, -parecer ser desde tiempos de Fernán Gonzáles en el siglo X-, por haberse distinguido las gentes de estas tres poblaciones en las correrías contra los sarracenos.

 

Privilegios que tenían estos vecinos y autoridades para “pacer (explotar los pastos), yacer (circular y residir libremente) y regular la vida de estos territorios de forma mancomunada, principalmente estableciendo las pautas para la corta de madera, así como determinar la superficie que podía ser destinada al cereal o a la viña”. Siendo sus prerrogativas ratificadas por los sucesivos reyes castellanos, durando su estructura hasta el siglo XIX, cuando estas entidades fueron abolidas en 1837, pasado su funciones en este caso a la Diputación Provincial durante 1841. Sería una larga historia que contar la de las vicisitudes de esta entidad y su resolución en nuestros días.




En la actualidad el edificio mas relevante de La Olmeda es su Iglesia, la cual nos encontramos a la entrada a la población dándonos las bienvenida. Una construcción nada presuntuosa que trasmite frescura a través de sus líneas dedicada Santa María Magdalena, la predilecta de Cristo y máxima representación de arrepentida pecadora que logra la salvación. Su culto tiene un claro origen medieval ligado al Camino de Santiago y a la Orden del Temple, sin que tengamos constancia de que por aquí estuvieran los Templarios, ni pasara la Jacobea Ruta.

 

En el entorno destaca otra de las atalayas que servían como postes de comunicación en la línea del Duero, la de El Enebral o La Olmeda. Esta forma parte de las que han tenido la suerte de estar restauradas por las autoridades autonómicas, contando con unas buenas escaleras de acceso, así como una inmejorables vistas del castillo de Gormaz hacia el sureste y de las atalayas próximas de La Pedriza (algo escondida en el pinar), Cerro Lomero (Burgo de Osma) y Navapalos. 




Muy cercana a ella, si buscamos bien, podemos encontrar un buen ejemplo de bodega subterránea donde se guardaba la producción de vino en otros tiempos, no debemos olvidad que nos encontramos en plena Ribera del Duero SorianaPudiendo acercarnos también en su entorno al viejo y abandonado puente de hierro del ferrocarril Valladolid / Ariza, espacio que seguro nos generará una sensación entre melancolía y vintage.

 

También desde El Enebral divisaríamos la atalaya de Torrevides, pero esta ya hace tiempo que es un simple montículo (entre los pinos) sobre el altozano situado por encima de la que fuera la población de Torrevides y que en la actualidad son las ruinas de un nuevo despoblado al levante del Morro de Santo Domingo, así mismo cercano a Quintanas de Gormaz, donde también se situaba un nuevo abandono, este conocido como Fuenterrey del que ni siquiera quedan restos, solo el lugar donde se situaba la aldea, cercana a la Fuente del Cubo.

 

En el anterior artículo que dediqué al Río Sequillo, ya comentaba como llevaba relacionados en esos párrafos hasta 8 aldeas abandonadas. En estos nuevos he añadido otras siete más que completan las trece que he sabido recopilar en mis indagaciones……. sin querer hacer una comentario más, solo dejar los datos para la reflexión, ni se los con certeza los motivos del éxodo (posiblemente el hambre), ni se, ni estoy capacitado para dar soluciones a la forma en cómo parar esta sangría poblacional que sigue y sigue dejando estos pueblos vacíos……… no soy capaz.