miércoles, 7 de agosto de 2024

- Bussaco…… el castillo de hadas en el bosque encantado

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A medio camino entre las arenas de Mira (costa de Aveiro / Coímbra) y la Serra da Estrela, en plena planicie de la Beira Litoral y el Valle del Mondego, se eleva una aislada sierra que domina una buena parte de la marina central portuguesa. Es la Sierra de Buçaco o Bussaco, siendo este evocador lugar el que al parecer escogieron los cristianos de los primeros siglos, para dedicar sus reflexiones y penitencias eremíticas. Fue ya pasado el tiempo cuando documentos históricos del año 1628 nos verifican la presencia de unos monjes carmelitas descalzos procedentes de España en el lugar, fundando el monasterio de Santa Cruz. Aunque con antelación existe una “Bula Papal” de 1623 prohibiendo la entrada de mujeres en el recinto y otra de 1643, declarando la excomunión a cualquiera que talara o dañara los árboles.

Toda vez que los del “Carmelo”, se habían dedicado a cerrar el recinto a través de un potente vallado de 5740 mts. y tres de altura, consiguiendo con ello su ansiado aislamiento. Dedicando este espacio de unas 100 Ha. a plantar en él cualquier especie exótica traída por los navegantes en los tiempos de los descubrimientos, que fuera capaz de adaptarse al microclima por ellos conseguido, ya que su proximidad a la costa y su relativa altitud de cercana a los 550 mts. le proporciona una humedad y frescor que favorece estos plantones. Con una pluviosidad que ronda los 1.500 mm/m2. durante unos 130 días de lluvia, variando su temperatura desde los 35 ° en verano y 5 ° en invierno. Siendo usuales y densas las nieblas, lo que le confiere más aun un ambiente misterioso.

 

Apoyados en la bula papal y protegidos de las influencias exteriores por la potente tapia, los monjes se aplicaron en cuerpo y alma a la mejora del entorno natural del bosque, y a la piadosa devoción a dios. Levantando entre 1730 y 1750 once eremitorios donde recluir su soledad y ascetismo (de los que actualmente solo quedan nueve), así como varias capillas y media docena de fuentes. También un camino “viacrucis” de más de tres kilómetros que transita por la espesura del bosque hasta la cima-mirador de la Cruz Alta, recorriendo hasta veinte pequeñas camillas decoradas por figuras en barro a tamaño natural.

 

Aquí se concentran más de 25.000 árboles de 700 especies (400 autóctonos y unas 300 de origen foráneo), conviviendo ejemplares traídos de los tres continentes. Pudiendo distinguir enormes abetos del Himalaya, acacias australianas, alcanforeros japoneses, araucarias brasileñas…, pero también árboles autóctonos y de la flora europea, como alcornoques, encinas, hayas, madroños, olivos. Debiendo de prestar una atención especial al Eucalipto de Tasmania de 1876 con casi 73 metros de altura, el mexicano Cedro de San José (conocido así por estar cerca de la capilla dedicada a este santo), que con un porte de 32,9 metros de altura y 5,43 m de perímetro (medido a la altura del pecho) su origen se remonta a 1644, también una araucaria que ronda los 30 metros o varios ejemplares de secuoya de más de 45 metros de altura. Junto a estas migrantes especies destaca el conocido como “Olivo de Wellington”, donde se supone ató su caballo el general inglés,

 

Entre la variada floresta crecen abetos, cipreses, fresnos y hasta laureles, así como hortensias, agapantos, camelias, buganvillas, lirios del valle y grandes helechos. Generando las glicinias un paseo techado junto al palacio, pero no estábamos en época de floración (mediados de mayo), por lo que no pudimos disfrutar de su colorido. Destacando sobre las demás, la gran cantidad de camelias existentes en Bussaco, ya que las condiciones climáticas son idóneas para su desarrollo, siendo además estas flores las preferidas de la aristocracia lusa. Pudiendo en este entorno apreciar en época de floración (febrero - mayo) un sinfín de variedades de esta embaucadora flor. Una colección de ellas data de 1884, encantando desde entonces a los visitantes que se acercan a Bussaco, pudiéndose encontrar por todo el bosque, pero especialmente junto a los jardines del Palacio, en los entornos de la Fuente de S. Silvestre y por el Gran Lago.

 

Especiales sensaciones generan en el reposo tanto físico como mental, pasear por el “Vale dos Fetos” o Valle de los Helechos (gigantes); que originarios de Australia fueron introducidos aquí a finales del siglo XIX; el frescor, la humedad, la quietud y el silencio nos trasladan momentos de enorme placidez y sosiego. A mitad del mismo, junto a dos estanques, se encuentra la excepcional “Fonte Fría” con su sorprendente y grandiosa escalinata por la que descienden las aguas que manan de entre unas rocas, sin duda este lugar es uno de los más sugerentes de todo el entorno de Bussaco en cuanto a naturaleza se refiere.

 

Conocía en la antigüedad como sierra de Alcoba, la gran masa arbórea que hoy conocemos como “Mata do Buçaco” (Bosque de Bussaco), es una joya encantada en el interior de Portugal. Formando parte de una de las reseñas de vecino país, la Serra do Buçaco es sin lugar a dudas un espacio que cautivara a cualquiera que tenga el placer de visitarlo, al encontrarse en un entorno pletórico de misticismo. Un conjunto de rica diversidad botánica que se puede visitar por libre, recorriendo los variados de senderos que lo transitan.


Pero Bussaco aún nos depara la mejor de sus sorpresas, ya que tras la disolución en 1834 de las órdenes religiosas en Portugal su patrimonio paso al estado, teniendo que abandonar los monjes el monasterio de Santa Cruz. Convirtiéndose esta sierra en parada habitual para los visitantes foráneos, especialmente británicos, que realizaban la ruta entre Oporto y Lisboa, poniendo de moda este espacio a finales del siglo XIX.

 

Por lo cual el rey Carlos I de Portugal ordenó construir un palacio de caza en medio de este excepcional espacio, erigiéndose el edificio entre 1888 y 1907. Aunque los monarcas portugueses no pudieron disfrutar del mismo mucho tiempo, ya que la republica se proclamó en Portugal durante 1910, siendo utilizado por la familia real lusa en una única ocasión.




Era moda entre las “coronas” europeas de por aquel entonces, el construir o acondicionar palacios que habían pasado a mejor vida o estaban ruinosos, para dedicarlos a descansos temporales de sus majestades (o refugio de romances furtivos). Siendo el caso de Bussaco, que se ideo con el fin de dar forma a un palacio arquitectónicamente perfecto, acercándose a las características románticas del momento, pero siguiendo también patrones puramente estéticos a fin de conseguir una arquitectura de fantasía y ensueño. Para ello se le encargo su diseño al lombardo Luigi Pietro Manini, un onírico arquitecto con poderosa imaginación, magia en sus bocetos, así como esoterismo y cábala en sus edificaciones (años más tarde sería el responsable, junto al excéntrico y acaudalado António Carvalho Monteiro, de la construcción del magnífico y misterioso complejo de la “Quinta Regaleira” en Sintra. Manini quiso conjugar el estilo “manuelino” o gótico portugués, con elementos de la Torre de Belém, el claustro del Monasterio de los Jerónimos e la imaginería arabesca del Convento Templario de Tomar, pero con su propia identidad, sin necesidad de ser copia de nada.

 

El resultado no podía ser menos espectacular, aun con su exagerado ornato pétreo, luciendo en el más esplendoroso estilo neomanuelino de todo el país, convertido por su silueta y diseño en uno de los más bellos edificios de Portugal. Convertido en hotel de lujo en 1917, estuvo frecuentado por la nobleza y alta la burguesía de la época. Hoy en día, conservado perfectamente (aunque debieran de actualizar algunos detalles), su valiente traza sigue atrayendo visitantes y huéspedes de todo tipo.

 

Para realizar su construcción hubo que derribar gran parte del Convento de Santa Cruz, fundado durante el siglo XVII, quedando ya sólo de él la iglesia y el claustro. Lugar donde Wellington durmió en una de las celdas, cuando en 1810 este monte fue escenario de la histórica batalla de Bussaco, entre los ejércitos anglo-portugueses y las tropas de Napoleón, referente patrio y nacional para todo el país luso.

 

Las malas lenguas de la época hacían circular, que bajo sus techos o sobre sus camas, el rey Manuel II mantuvo un encuentro placentero y furtivo con la actriz y vedette francesa Gaby Deslys de la que era amante. Convertido en un destino de moda después de la Primera Guerra, se convirtió durante la II Conflagración Europea lugar de cita para espías de ambos bandos.

 

Se encuentra situado a apenas cuatro kilómetros de la población-balneario de Luso (con famosas termas), pudiendo de acceder hasta el Hotel Palacio a través de varios accesos, aunque por todos ellos deberemos circular por una aristocrática, estrecha y adoquinada carretera en pavés de granito, cual si estuviéramos en el Portugal al final de los años 70. Calzada que se introduce por la boscosa umbría, hasta que nuestros ojos descubren las maravillosas formas y los fantásticos ornatos que tenemos delante…… un palacio de hadas rodeado de un bien cuidado jardín, custodiado por exóticos y centenarios árboles …… Qué lugar tan hermoso y singular tenemos frente a nosotros, pudiendo observa tanto en su fachada sur como en las galerías orientada al este y al meridión su recargada pero ilusionante ornamentación.




Su interior aun es más sorprendente si cabe, recibiéndonos unas admirables y bien decoradas galerías arqueadas con profusión de floreados adornos manuelinos, y evocadores conjuntos de azulejos representando escenas de los tiempos de los descubrimientos. Para mayor grado de sensaciones, estos pórticos, por a la cercanía del bosque, están impregnados de sus fragancias, sobre todo en los amaneceres brumosos y atardeceres crepusculares.

 

Nos recibe y da la bienvenida un personal de selecto trato y cortesía, haciéndonos participes de todo el conjunto. Destacando en él los sensacionales vestíbulos de abovedados techos y pasos alabeados, siempre decorados con los característicos elementos del inmutable gótico portugués, que dan paso a la espaciosa y señorial escalera principal (una atracción en si misma), también decorada con motivos alegóricos de pasadas glorias lusas, representadas a través de soberbios azulejos blanco-azulados del siglo XIX. Los salones son amplios, cálidos y agradables, decorados con frescos de renombre y suntuosas chimeneas. El comedor del restaurante se sitúa en lo que fue en su día el salón de ágapes reales, luciendo sus grandes ventanales manuelinos bajo un esplendoroso artesonado mudéjar, a la luz de las elegantes y arácnidas lámparas de cristal. Teniendo comunicación directa con un bucólico cenador abierto en rotonda con vistas sugerentes, uno de los elementos más vistosos y fotogénicos de todo el edificio. La carta que ofrecen está acorde con el entorno, si bien los afamados vinos de cosecha propia no son del todo para mi paladar, demasiado suave el blanco que probamos. 




Destacan también por todo el edificio sus techos de nervaduras moriscas, las espléndidas tapicerías, los suelos de mármol y maderas exóticas. También la decoración interior que junto con el mobiliario de época y piezas de estilo Art Nouveau, convierten el palacio en un auténtico museo, con piezas y elementos no solo de Portugal, sino también de donde el país tubo colonias, sobre todo de las asiáticas.  

 

La habitación es amplia con grandes ventanales de arqueados góticos, aunque no le vendría mal algunas actualizaciones en el decorado (los cortinajes deben ser acordes al tiempo de su apertura) y también en el aspecto tecnológico (el wifi no está a la altura de las ***** del hotel). El desayuno, sin grandes pretensiones, está armónico con el entorno, en medio del salón principal alumbrado con la mágica luz mañanera, que penetrando por a la decimonónica cristalera de la enorme balconada-cenador que se asoma al jardín, nos ilumina…... pura magia ese instante.

 

Todo el conjunto genera un ambiente decadente que nos retrotrae a principios del siglo XX, como si formáramos parte de un escenario de Visconti en “Muerte en Venecia”, solo nos falta la ambientación musical a través de las notas de Mahler. Serenidad y paz se respira por cualquier rincón o espacio de tiempo, tanto en el exterior como en el interior, generado un entorno placentero, agradable y acogedor. Estamos ante una “morada” que atrapa y sorprende a todo ser sensible que se acerca a hospedarse, produciendo en muchos de sus visitantes enorme admiración y asombro por su singular belleza.




Está considerado como uno de los hoteles más bonitos e históricos de Europa, incluso del mundo. Un verdadero capricho arquitectónico comparable a un “castillo de cuento de hadas”, rodeado de un “bosque encantado”. Un “palacio real”, al que han acudido dos “republicanos de izquierda” a deleitarse y celebrar un merecido cumpleaños…… felicidades Elena.  




Por último indicar que estamos situados en la linde de las regiones vinícolas de Dão y Bairrada, donde el cochinillo asado es la especialidad más famosa de su gastronomía, atrayendo a mucha gente que se desplaza a propósito para saborearlo. Dejando nota y recomendando el restaurante “A Mó” en Barracão / Mortágua, a tan solo 8,5 km. del Palacio de Bussaco, donde comer un buen “leitao” (cochinillo asado) está asegurado.

2 comentarios:

Paco dijo...

Me dejas sin palabras. que imágenes, el bosque las plantas la arquitectura la filigrana de la piedra que parece orfebrería. el guiño a Dalí con tu Gala en el balcón genial.
Veo que ganaste un poco de peso por dejar de fumar supongo. Un abrazo desde el norte lluvioso

Carlos dijo...

Como os cuidais Pablo. Ese sitio me gusta mucho, ya he estado dos veces. Un abrazo