sábado, 14 de noviembre de 2015

- Otoño Vasco-Navarro

A finales de octubre y principios de noviembre, los colores del otoño comienzan a extender su manto de tonalidades ocres por todos los bosques que hay en nuestro rededor. La policromía del tránsito hacia el inminente invierno dominará nuestro paisaje, siendo este periodo, al que muchos denominan "gris", cuando los matices de bosques se convierten en una verdadera paleta de pintor………. pero pintor de gamas áureas. Pasamos periódica e inevitablemente de los vivos colores del verano a estos tonos melancólicos de equinoccio anual, como si de Picasso se tratara, cuando tras su paso por "Gósol" (pueblo leridano del mediodía de la Sierra del Cadí) mudó sus pigmentos azules y rosas a los amarillos-pardos, en el intervalo de centrarse definitivamente en el arte tridimensional. Traslación natural que también sentimos los humanos terráqueos, pues el carácter se nos vuelve más taciturno y la sonrisa menos alargada, cuando debería ser al contrario, pues hemos dejado atrás los agobiantes calores estivales y el frescor nos hace recobrar la vida.

Es en esta época cuando debemos salir a llenarnos de esos vistosos tonos, y que mejor para ello que acercarnos a la iberia verde, la que se sitúa por encima de la Vieja Castilla, donde aun se cuidan la hayas y sus bosques casi llenan los espacios. Es al sur del país de los vascos y al oeste de las tierras navarras, donde nos encaminamos para observar lo que nos depararan, momento para dedicar este período del ciclo anual de la naturaleza en disfrutar de ellos: de sus rocíos matinales, de sus vaporosas luces, de las nieblas de los montes de Euskal Herría, donde el otoño se nos muestra en su plena magnitud, con sus mágicos pigmentos, pero también con toda su melancólica soledad. Bosques engalanados de centenarios robles, avellanos o castaños, pero sobre todo hayas, la reina de estos dominios, que humanizados con milenarios dólmenes o silenciosas abadías, y trasformados sus claveros en praderías por las que pastan los rebaños de ovejas latxas (de su leche sale el exquisito queso "idiazábal"), yeguas, caballos o becerros, crean fantásticos escenarios salpicados de caseríos y
pequeñas poblaciones. Nada más reconfortante en este tiempo, que un paseo sobre el manto ocre formado por las hojas que caen de los árboles de las navarras Sierras de Urbasa, Andia y Aralar, o por los alaveses valles de Urkiola y las laderas sur del mítico Gorbea. 

Valles y montañas donde el hombre y la naturaleza han convivido y compartido desde la noche de los tiempos, prueba de ello son los incontables restos megalíticos esparcidos por ellos. Siendo el fruto de esa relación una manera de ser que hoy todavía permanece viva en sus gentes, con una forma de entender el mundo que les rodea, de comprender la naturaleza de su entorno. Trasladada a su cultura, a una particular y vigorosa arquitectura rural, que ha dejado su huella al trascurrir la vida con el paso del tiempo, manteniendo sus las tradiciones populares, carnavales, festejos, mercados, gastronomía, etc. Conservando a través de ellos leyendas o personajes mitológicos… hasta un habla ancestral, el más antiguo de Europa, el euskera, impronunciable idioma para un mesetario como yo. En fin, una síntesis mágica que podremos descubrir en cada rincón de estas tierras. 

Por ello nos acercamos hasta estos lugares de los que os dejo unas fotos por aquí. 

Urbasa y Andia 
Estas casi planas y calizas sierras, situadas al norte del valle del Ega y las Amescoas, y al sur de la gran depresión del Valle de Arakil que forma la comarca de La Sakara (La Barranca) en el poniente navarro, se formaron hace millones de años por un hundimiento tectónico que creó una gran meseta a una altura media de mil metros. En ellas destacan sobre todo sus hayedos que cubren casi el 70% de su territorio. 
 
 
 

Aralar
Situada en el noroeste navarro y parte de sur guipuzcoano, esta sierra también comprende un gran macizo cárstico que alterna un paisaje caótico de lapiaces, cuevas, simas y valles ciegos, con otro más humanizado de prados verdes y hayedos de colores sugerentes, en el que podemos observar abundantes vestigios megalíticos, que esparcidos por toda ella nos encontraremos a cada paso.
 
A escasa media hora de Vitoria, pero ya en la provincia vizcaína, se halla el Puerto de Urkiola y su cercano Santuario de los Santos Antonios (el Abad y el de Padua) que conforman el punto neurálgico de este Parque Natural, con la mítica cima del Amboto dominando todo el territorio. Siendo uno de sus mejores tesoros, los bosques de hayas que podemos encontrar por sus valles y laderas, territorios que originariamente estuvieron ocupados por abedules "urkia", origen de su apelativo. Además de ser un enclave especial dentro de la mitología vasca, según la cual es hogar de antiguos dioses y criaturas mágicas, como nos narra la leyenda de Mari (la dama de Amboto), la más clásica y arraigada fábula entre los habitantes de estas tierras vascas.
   

Gorbea
Formando linde entre los entre los territorios históricos de Vizcaya y Álava se encuentra el Gorbea, monte sagrado de los antiguos vascos, referencia para autrigones, berones, caristios y várdulos, añejas tribus que poblaron estas tierras. Siendo desde tiempos remotos escenario de confabuladas leyendas de carboneros, herreros, pastores y otros asiduos de estas alturas; siempre intercaladas con historias de brujas, lamias y gigantes, que en los lugares más apartados consumaban sus ocultos akelarres. Muchas son las leyendas que se refieren al macizo del Gorbea, muchas de ellas referidas a los ovejeros de Orozko que pastoreaban en Itxina. En otras son protagonistas brujas, Basajaun, lamias, Odei, etc. y hasta Mari, “La Dama de Amboto”, sobre la que ya me he referido antes. 

El mitológico monte Gorbea con sus 1.482 m. de altitud está coronado por una cruz metálica de 17 metros construida a principios del siglo XX. Fue así mismo uno de los cinco montes "bocineros" de Vizcaya, desde su cumbre se convocaban, mediante hogueras y el toque de grandes cuernos, las Juntas Generales del Señorío de Vizcaya celebradas bajo el venerado Árbol de Guernica.
Con hermosos rincones tupidos de verdes prados, lugares de frondosos bosques y enigmáticos karst, es la montaña más reputada de todo el País Vasco. Su ladera sur alavesa es más suave y alomada que la septentrional vizcaína, permitiendo con más facilidad la formación de grandes y húmedos bosques, con fantásticas extensiones de hayas y robles que pueblan las laderas y los valles de este Parque Natural. Acogiendo una de las masas forestales más tentadoras para ser visitadas en época otoñal, un territorio mágico en el que dejarse seducir por los colores y la luz de esa estación preinvernal. Destacando sobre todos estos el hayedo de Otzarreta, del que muchos fotógrafos señalan como uno de los sitios más fotogénicos del mundo. Tal vez sea entre estas musgosas hayas y en un día de niebla, cuando entre el silencio de su alfombra de hojarasca se nos aparezca Basajaun, el señor de los bosques. 



Salinas de Añana
Situadas apenas 33 km. al poniente de Vitoria, las Salinas de Añana son uno de los tesoros naturales más bellos y ricos del País Vasco. Ubicadas en el interior del denominado "Valle Salado" y estando surtidas por manantiales de agua salobre, su ahora desolado paisaje está formado por caminos, pasarelas, canales, pozos, eras de sacado y silos de sal que al día proporcionan en torno a 260.000 litros de salmuera, con una densidad salina extraordinaria. Formado un conjunto de más de 5.000 eras sustentadas por pilotes de madera cual palafitos, son en la actualidad uno de los espectáculos culturales al aire libre, más llamativos de Europa. 

Aunque con una antigüedad de aproximadamente 6.200 años, se sabe que fueron explotadas desde los tiempos en que el Imperio Romano colonizó nuestras tierras. Siendo algo anterior a la ocupación árabe en la zona, en el año 822, cuando sus manantiales aparecen ya documentados. Pero es en 1.140, en la recién fundada población de Salinas de Añana, al obtener el primer título de villa alavesa concedido por Alfonso VII de Castilla, cuando se convierten en una verdadera factoría del oro blanco, convirtiendo a la población a través del comercio de la sal en una de las más prósperas del norte peninsular. Actualmente en declive y prácticamente abandonadas a partir de mediados del siglo XX, hoy en día se encuentran inmersas en un proceso de restauración, estando declaradas Monumento Nacional. 

Quien las visite por primera vez quedará deslumbrado al observar entre el verdor del entorno y la inmediatez de la población este paisaje blanco, del que únicamente rompe su inmaculada tonalidad las estructuras de madera que lo complementan. La mejor época para visitarlas es durante los meses de mayo a septiembre, cuando se encuentran en plena actividad los trabajos salineros. Recomendable reservar una visita guiada a través de: www.vallesalado.com. 
 

Espero que os hayan gustado estos paseos de otoño, aunque hoy es un día triste para todos........... yo también me siento en París

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