miércoles, 3 de octubre de 2012

- Manifestarse

Si que soy asiduo a vindicar mi descontento de forma pacífica en las calles, lo soy desde hace muchos años y reclamo mi derecho a "MANIFERSTARME". No he estado esta semana atrás en Neptuno, pero me siento identificado con los que allí estuvieron. Esta vez he sido uno de los 47.000.000 de ciudadanos de este país (como nos ha recordado nuestro ínclito presidente Rajoy) que aun no estando en esa Atlética plaza me he sentido representado por los que estuvieron en ella.

Ahora la actual delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes............Cristina se tenía que llamar.......... nos vuelve a regalar unas declaraciones sobre el mal uso que hacemos al MANIFESTARNOS. Nos lo quiere regular, o dicho en "verbum vulgaris" nos quiere quitar de las calles,............ le molestamos. De siempre, en los teatros y auditorios, en los tiempos en que sus suelos eran de madera y su arquitectura no era de "diseño", cuando a los espectadores no les gustaba la representación, existía y aun existe el derecho al pataleo, por eso crearon los empresarios teatrales  la "clá", gentes pagadas que asistían al evento, sentados en las últimas filas aplaudir como descosidos. Pues esto, el derecho al pataleo es lo que nos quieren quitar...........A los de la clá, los podéis reconocer en las tertulias radiadas o televisivas, hoy muy de moda o en los retrógrados artículos de la rancia nueva prensa.......... son los mismos de siempre, sus hijos, sus nietos,............. de los de siempre.

Aunque veáis que mis letras son abundantes en este blog, no por ello suelen ser fluidas a través de  mis dedos, y siempre encuentro las de otros para trasladar mis reflexiones, este es el caso del articulo de Gabriela Cañas, publicado por "El País" el martes 2-10-2012

Como interpretar a la "mayoría silenciosa"
“¿Por qué hay manifestaciones?”, se preguntaba Mariano Rajoy en 2005 cuando era líder de la oposición para luego responderse a sí mismo: “Pues hay manifestaciones de millones de españoles para que el Gobierno cambie una disparatada política antiterrorista. Y hay manifestaciones en Salamanca porque a la gente no le gustan los trágalas”... “Y hay manifestaciones y las habrá en defensa del Plan Hidrológico Nacional”.

Siete años más tarde, una vez que Mariano Rajoy ha logrado ocupar La Moncloa, las manifestaciones ya no son de su agrado. Él, que durante los dos primeros años de Gobierno de Rodríguez Zapatero promovió e incluso convocó una media de una protesta cada dos meses [por la política antiterrorista, por el traslado a Barcelona de los archivos de la Guerra Civil, por el matrimonio homosexual, por el aborto y por el Plan Hidrológico Nacional], el mismo que se puso a la cabeza de tantas manifestaciones, ha logrado soliviantar a una gran parte de la opinión pública contraponiendo el número de manifestantes [unos pocos miles] de la protesta "Rodea el Congreso" del martes 25 de septiembre a los 47 millones de españoles que conforman la " mayoría silenciosa". Sus palabras, expresadas en la sede neoyorquina de Americas Society / Council of the Americas, todavía resuenan. Estas fueron exactamente: “Permítanme que haga un reconocimiento a la mayoría de españoles que no se manifiestan, que no salen en las portadas de la prensa y que no abren los telediarios. No se les ven, pero están ahí, son la mayoría de los 47 millones de personas que viven en España. Esa inmensa mayoría está trabajando, el que puede, dando lo mejor de sí para lograr ese objetivo nacional que nos compete a todos, que es salir de esta crisis”.

Las palabras de Rajoy, pronunciadas el miércoles 26, fueron contestadas por dos manifestaciones más a las que muchos acudieron espoleados por las palabras del presidente del Gobierno, ha habido airadas reacciones en contra y este periódico ha recibido decenas de cartas al director quejándose del asunto; mostrando su indignación. “Me sentí insultada y venir aquí es mi respuesta”, resume una abogada que acudió el sábado a la concentración junto al Congreso de los Diputados.
¿Pero acaso no tiene razón Rajoy cuando habla de una mayoría silenciosa de millones de personas que no se manifiesta? “En democracia, la mayoría nunca es silenciosa”, explica la socióloga Belén Barreiro, directora del Laboratorio de la Fundación Alternativas y expresidenta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en la etapa de Zapatero. “Hay multitud de herramientas para saber lo que opina la gente: desde las mismas elecciones hasta los sondeos de opinión. Las encuestas de opinión son un utensilio habitual en todas las democracias. Pero, además, las manifestaciones son importantes. No son solo un derecho constitucional, sino que indican también el malestar de una parte de la ciudadanía”.

Tal como están las cosas, esa contraposición de cifras que Rajoy pretendió en Nueva York es algo que se le vuelve en contra. Esos pocos miles de manifestantes expresaban un malestar social hacia la clase política española que comparten millones de españoles. “No se puede contraponer ciudadanía activa reivindicativa contra ciudadanía pasiva sufridora porque en el momento presente son dos caras de la misma moneda”, alerta el sociólogo Carlos Lles.
Los sondeos de opinión del CIS, un organismo público, así lo indican. Para la mayor parte de los españoles los políticos, los partidos y el Gobierno son el tercer problema más grave que tiene España, solo después del paro y la coyuntura económica. Con Rajoy ya en el Gobierno, en julio de este año, el mismo CIS señala que el 84,9% de los ciudadanos considera que la gestión del Gobierno es regular, mala o muy mala. Y el 62%, según una encuesta de Metroscopía desaprueba la reforma laboral.
Ante tales datos, las palabras de María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP y presidenta de Castilla-La Mancha, cobran un significado diferente. Ella comparó la marcha del 25 de septiembre con el golpe de Estado de 1981. “Ambos han pretendido taparnos la boca a todos los españoles”, dijo. La declaración de su jefe en Nueva York introduce una inquietante variante: ¿quién trata de tapar la boca a quién?
Es famoso el discurso de un expresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, titulado La gran mayoría silenciosa. Todavia se puede escuchar completo en Internet. Data de noviembre de 1969, cuando EE UU registraba violentos disturbios contra la guerra de Vietnam. “Como presidente de los Estados Unidos, traicionaría mi juramento del cargo si permitiera que la política de esta nación la dictara la minoría de los que sostienen ese punto de vista y quienes tratan de imponerlo en una nación mediante la organización de manifestaciones en la calle”... “Si una minoría, fuese lo enérgica que fuese, prevaleciera sobre la razón y la voluntad de la mayoría, esta nación no tendría futuro como una sociedad libre”.
 
En ese mismo discurso, sin embargo, Nixon explicaba sus planes para que EE UU abandonara aquella guerra en una retirada de tropas que duró cuatro años. En 1972 revalidó su mandato con una amplia mayoría. En el extremo contrario está la mayoría silenciosa que mantuvo en el poder al franquismo. El miedo a manifestar sus opiniones —prohibido, por otra parte— y un crecimiento económico sostenido hizo posible que el dictador se perpetuara en su puesto.
Barreiro dice que no siempre el malestar social se traduce en un castigo electoral a través de las urnas. Eso dependerá de un cúmulo de factores, entre los que está la calidad de las alternativas que vislumbre el votante a la hora de depositar su voto.

Sin ir tan lejos, historiadores y sociólogos critican el mero hecho de lanzar un concepto, el de las mayorías silenciosas, tan intangible. “Por definición, una mayoría silenciosa necesitaría un intérprete”, dice Miguel Martorell, profesor de Historia Contemporánea de España en la Uned. “Un Gobierno democrático tiene plena legitimidad. El uso de un concepto tan intangible es una manera de intentar legitimar una determinada posición. No tiene ningún sentido. Apelar a la mayoría silenciosa es como intentar descifrar un mensaje en los posos del café”. Otro historiador, Ángel Viñas, cree que en democracia la opinión pública se manifiesta en las urnas. “Cuando hay un malestar social profundo, hay una minoría que sale a la calle”, explica. “Las palabras de Rajoy son un truco viejo, pero también es propio de un régimen autoritario: ‘Quien no se manifiesta contra mí está conmigo”. Pero hay otro ángulo: el miedo a que la calle, como alertaba Nixon, imponga su criterio. El secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, daba ayer argumentos en un artículo publicado en este periódico con el título Antipolitica y multitud, en el que alega que sustituir la institucionalidad deliberativa por el griterío de la población no es democracia, como tampoco es defender que la voluntad de un pueblo está por encima de las leyes.

Tanto Viñas como Barreiro hacen hincapié en la profundidad del malestar social que se vive en España; una situación de desánimo que no tiene parangón con ninguna parecida en los últimos 70 años. Mariano Rajoy, dispuesto a intentar mejorar la pobre imagen actual de España en su viaje a Nueva York, tuvo que tragarse, en este contexto, un par de sapos. El primero fue el sombrío reportaje de The New York Times sobre la situación social en España con fotos de ciudadanos rebuscando en las basuras. El segundo fue la manifestación frente al Congreso. Un hombre que conoce bien la fuerza (y la debilidad) de las protestas callejeras, Toni Ferrer, secretario de Acción Sindical de UGT, lo tiene claro: “Ese discurso de Rajoy es una manera de no afrontar la realidad. La mayoría está rechazando sus reformas y él mira para otro lado. Los psicólogos sociales lo definen como el odio al espejo de la madrastra de Blancanieves”.

En efecto, el reflejo que ofrece hoy el espejo no es el mejor que ha tenido España. Tampoco lo es la violencia de algunos en las protestas, pero esconder la realidad es una tentación todavía actual. “Es un disparate que se televisen todos los problemas del orden público con cámaras de televisión, porque incitan a manifestarse”, dijo ayer el presidente del Grupo Popular en el Parlamento Europeo, Jaime Mayor Oreja, que puntualizó en su entrevista a la Cope que lo que menos le gusta es que se televisen las cargas policiales. El sociólogo Lles puntualiza: “Cuando los políticos en sus expresiones optan solo por aquella que mas les conviene en cada caso y obvian —o desprecian— el resto están alimentando la crisis de legitimidad que las encuestas del CIS revelan”.


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