Como si estuviéramos en una ciudad europea de hace unos 10 años, el ajetreo es parte de la normalidad con cierto nivel de atasco a horas punta, transcurriendo la vida con total normalidad como ajena a su pasado. Sin tener conciencia sus gentes de habitar en una ciudad que ya existía hace casi tres mil años (cuando por aquí nuestros antepasados celtíberos aún vivían en “castros” próximos al Duero), siendo una de las urbes más antiguas del planeta. Apenas podemos observar algún grupo de foráneos más o menos agrupados en las zonas más vistosas de la urbe, pero sin más alborotos.……….estamos en Samarcanda…... esencia en la Ruta de la Seda.
Una urbe con ajetreada historia, donde los pueblos que la llegaron a dominar dejaron mella en sus piedras, justamente su nombre significa literalmente "fuerte de piedra" o "ciudad rocosa". Asentándose los sogdianos durante el primer milenio a. C. en una colina sobre el río Zeravashan, fundando la ciudad-fortaleza de Afrasiab origen de la actual Samancanda en un paraje habitable y aislado de los grandes desiertos y estepas del Asia Central. Siendo conquistados en el siglo VI a. C. por el persa Ciro el Grande, comenzando desde entonces una incipiente actividad comercial, originada por su longevidad y el trasiego, al disfrutar de un enclave singular en medio de las conexiones entre el oriente y occidente, lo que después se denominaría la Gran Ruta de la Seda.
Hasta ella llegó el Gran Alejando en el 329 a. C. guerreando contra Darío III y haciendo decaer el gran imperio Persa. Exclamando el “macedonio” al entrar en la ciudad que “Todo lo que había oído sobre Samarkanda es verdad, excepto que es más hermosa de lo que había imaginado”, sin existir aun las construcciones que se ejecutaron diez siglos después y que ahora aun podemos admirar, teniendo la delicadeza de no arrasarla como era costumbre en otras urbes, limitándose solo a destruirla parcialmente. Deslumbrándole hasta el punto de tomar por esposa a la princesa sogdiana, Roxana.
A la muerte de Alejando Magno, estos territorios pasan a manos de sus generales, iniciándose la dinastía griega de los “seléucidas”, quienes gobernarían gran parte de los territorios del Asia Central hasta el año 63 a. C., cuando los romanos con Pompeyo a la cabeza controlan la península de Anatolia hasta el Mar Caspio, el sur del Cáucaso y Palestina. Siendo ocupada por tribus nómadas de las estepas, quedando en el olvido pero manteniendo sus actividades comerciales y de intercambio entre sus vecinos.
No siendo hasta el siglo III de nuestra era, cuando de nuevo es conquistada por los persas sasánidas, quienes elevaron la categoría de la ciudad hasta convertirla en una de las ciudades más importantes del imperio Persa, reforzada por las rutas comerciales. Pero un siglo después, son expulsados por los “kusanas” pueblo nómada del Asia Central.
Tras la conquista musulmana de Persia en el siglo VII, Samarcanda hasta entonces seguidora del zoroastrismo, es sometida al control árabe a comienzos del VIII, convirtiéndose en parte del Califato, adoptando paulatina y progresivamente la cultura y religión islámicas, dándole ese característico toque musulmán a la ciudad, manteniendo esa forma de vida, credo. La anexión al “Califato Abasidi” de Bagdad desarrollo el comercio extrafronterizo, sobre todo el de las caravanas de la Ruta de la Seda. Creciendo de una manera brutal hasta llegar a tener medio millón de habitantes, más de los que poseía a finales del siglo XX.
En 1220 Samarcanda es asediada, ocupada y arrasada por el conquistador mongol Gengis Kan, quien dejo a su población diezmada, quedando solo una cuarta parte de sus gentes después de su paso por ella. Dejándonos constancia de su estado el viajero y explorador tangerino Ibn Battuta, quien visitó la ciudad en 1339 como parte de sus extensos viajes (20 años) por el mundo islámico, trasladándonos en su relato del viaje "Rihla", que no había murallas, las puertas no eran usadas y muchos monumentos estaban en ruinas, lugar que había sido “una de las más grandes, hermosas y espléndidas ciudades del mundo”. Señalando a sí mismo que los huertos se abastecían de agua mediante el sistema de norias.
En la medianía de los años 80 del siglo XIII, parece ser que Marco Polo se aproxima a Samarcanda, siendo su padre y su tío Niccoló y Maffero, en su primer viaje a la corte del Gran Kan (1255–1269) quienes pasan por ella. Lo más cerca que pudo estar Marco Polo de Samarcanda fue la población de Balkh (Balj) en Afganistán a la que describe como “grande y noble ciudad”, situada 350 km. al sur.
Quien sí estuvo irrefutablemente fue el madrileño (nacido en la Plaza de la Paja) Ruy González de Clavijo, enviado como embajador por el Trastámara rey Enrique III de Castilla (abuelo de la Católica Isabel) a la corte del Gran Tamerlán, buscando su apoyo en las riñas con los turcos. Dejando constancia de este viaja en su relato “Vida y hazañas del Gran Tamorlán”, el primer libro de viajes en lengua castellana que, publicado en 1582 sigue siendo hoy en día una buena fuente de documentación sobre los territorios por los que pasó, en especial Samarcanda de la que resalta “Es tal la riqueza y abundancia de esta capital que contemplarlas es una maravilla”. En honor a esta expedición un barrio de la ciudad se llama "Madrid", además de tener el propio “Clavijo” una Plaza- bulevar con su nombre muy cerca de la plaza Registán y frente a la dedicada a Marco Polo.
Siendo el mismo despiadado, orgulloso, sanguinario y cojo, conquistador turco-mongol Amir Timur “Tamerlán”, quien en 1370 convertiría la gran ciudad de Samarcanda en capital de su enorme imperio y centro de influencia del mundo por aquel entonces, reformándola totalmente, pues hasta entonces se encontraba prácticamente arruinada de tantas invasiones, ocupaciones y algaradas. Erigiendo en ella palacios, mezquitas, jardines y murallas defensivas en la parte oeste del antiguo emplazamiento, pues en pleno siglo XIV se había convertido en uno de los mayores cruces de tránsito del toda Asia. Lugar de influencias y culturas diversas (Europa, Persia, Arabia, India o China), desde las occidentales llegadas del Mediterráneo, hasta las provenientes de oriente en Xi’an o Catay, como se denominaba por entonces al norte de la China actual.
Para construir tal prodigio de urbe precisó lo mejor de los mejor de los artistas, artesanos, arquitectos, canteros y ceramistas del imperio, concibiendo la ciudad más seductora de toda Asia Central. Siendo durante este periodo y el de sus sucesores “dinastía timúrida”, fundamentalmente su nieto el monarca y astrónomo Ulugh Beg, cuando las ciencias y las artes tuvieron su máximo esplendor, levantándose mezquitas, madrazas, mausoleos, palacios, bazares y plazas tan singulares como la de Registán. Creando un estilo único y reconocible, que alcanzó la grandiosidad y la exquisitez, a través de sus grandes portalones, sus historiadas composiciones en azulejos y el azul de sus altivas y audaces cúpulas, demostrando la fuerza de sus creaciones y siendo vanguardia de todas las artes del momento, aglutinando científicos, matemáticos, filósofos y poetas.
Durante el siglo XV y llegados de los Monte Urales, así como de los río Sir Daria y Toblol territorios situados al norte, se agrupan en estas tierras las tribus Shaybánidas, que descendientes de Gengis Kan, toman la denominación de Ulus Uzbek, apareciendo por primera vez en la historia la denominación de “uzbeko”. Siendo posteriormente durante los siglos XVI al XIX, cuando florecen los “Kanatos” de Khiva, Bukhara y Kokand. Pasando la ciudad de Samarcanda a formar parte del imperio ruso en 1868 durante el mandato del zar Alejandro II, cuando es anexionado el Emirato de Bukhara. Mas tarde formó parte de la República Socialista Soviética de Uzbekistán, no sin pasar por las purgas realizadas por hierático Stalin. Y tras la disolución de la URSS obtuvo su independencia junto al resto de Uzbekistán en 1991.
Se nos muestra azul a nuestros ojos, azul de mar y eso que el mar está a más de 1.000 kilómetros (1.200 el Mar Caspio y 1.600 el Mar Arábigo en el Golfo de Omán), un azul que se nos traslada a través de los reflejos de las cupulas que rellenan el horizonte, así como en las arcadas de las mezquitas y madrazas. Porque Samarcanda es color y luz, vida y vergel, parsimonia y dinamismo, elegancia y dulzor.
Antes de invitaros a patear la ciudad quiero dejar constancia de algunas de sus singularidades. Conocida en la antigüedad como Afrosiab y Marakanda, fue la capital del antiguo estado de Sogdiana, convertida era un importante centro comercial y cultural en la antigua Ruta de la Seda, entre China y Europa. Justamente a mitad de camino, distante a tiro de piedra 3.500 km. de Chang'an (actualmente Xi'an) en Catay (la China actual), la misma distancia que hay hacia Constantinopla (la Estambul actual), motivo que la hizo crecer y resplandecer por encima de otras, situándola como una de las paradas más importantes de todo el recorrido.
En Samarcanda se encuentra una de las seis tumbas del “profeta” Daniel, reconocido por las religiones Hebrea, Cristiana y Musulmana, Del lugar mana una fuente de agua a la que se atribuyen propiedades curativas. Siendo también en esta antiquísima ciudad done se han encontrado las piezas más antiguas del popular juego de ajedrez.
“Samarcanda” es así mismo el título de la novela histórica escrita en 1988 por el prolífico escritor libanes Amin Maalouf, donde nos narra las vicisitudes de un manuscrito que recoge los afamados poemas "Rubayat" del poeta persa Omar Khayyam y su relación con el ismailí Hassan Sabbah el “Viejo de la Montaña”, fundador de la secta de los “hassasins” (fumadores de hachís), que desde su fortaleza de Alamut mantuvo en jaque a medio oriente “medio”.
A mediados del siglo VIII, se registra la batalla de Talas entre chinos y musulmanes abasidas, donde son hechos prisioneros que conocían los secretos de la fabricación del “papel”. Fundándose en Samarcanda la primera fábrica de papel del mundo islámico, extendiéndose inmediatamente su uso por el mundo musulmán y posteriormente Europa, convirtiéndose la urbe centro asiática en el primer centro productor del mundo. Aumentando su calidad incorporando telas (fibras de seda), así como corteza y pétalos de flores de morera mejorando su suavidad y dureza. Siendo probamente el motivo que nos encontremos este tipo de árbol por todos los lugares de la ciudad, que si es época de fruto (moras blancas), observaremos como nuestros calzados se quedan pegados a la calle.
Si algo resalta de Samarcanda son los destellos azules de sus cerámicas vidriadas, azules en todas las tonalidades que podemos encontrar por cualquiera de los edificios singulares de la ciudad en cualquiera de sus composiciones: baldosas de mayólica, azulejos o las mismas terracotas labradas recubren sus interiores, fachadas e incluso las cúpulas. El exclusivo y original color azul resulta del cobalto, el lapislázuli o la piedra turquesa, siendo si esmaltado o vidriado lo que generaba la durabilidad en un entorno tan espero como los climas desérticos de por estas latitudes (que también hemos sufrido).
Quiero resaltar de las cerámicas vidriadas de Samarcanda algunos ejemplos que me ha llamado singularmente la atención: el complejo de los mausoleos de Shah-i-Zinda, con sus azules añil, la mezquita de Bibi Bibi Khanum en su magnificencia, la sala de los sarcófagos del mausoleo de Tamerlán con la intensidad de sus cobaltos y oros y como no los espacios repartidos en los portalones y cúpulas de Registán. Destacando que si bien en el arte musulmán resaltan las decoraciones geométricas, florales o caligráficas de intrincados diseños, no resulta extraño en Samarcanda que este arte decorativo se salte la ortodoxia religiosa (la no exhibición de seres vivos), poniendo como ejemplo la madraza de Sher Dor, donde se muestran tigres y ciervos de forma evidente.
La mayor parte de los maravillas arquitectónicos de la ciudad que hoy podemos observar: mezquitas, madrazas o mausoleos relumbrando con sus azulejos de tonos azul turquesa, lapislázuli y oro, son encargos de Tamerlán y sus descendientes, verdaderos artífices del esplendor de la metrópoli.
Samarcanda es una ciudad conocida por sus mezquitas y mausoleos. Entre los puntos de referencia más destacados están la Plaza Registán, rodeada de tres elaboradas madrazas, generando una visión sorprendente, monumental y sugerente, con un magnetismo y un equilibrio especial solo comparable al Taj Mahal de la India. Su nombre significa “lugar de arena”. costando imaginar que en tiempos pasados se situara en esta plaza el bazar por el que pasaban las caravanas llegadas de los limites conocidos por aquel entonces del planeta. El Gur-e Amir o mausoleo de Tamerlán fundador del Imperio timúrida, en el que sobrecoge su interior de elaborada decoración cobalto y oro. Y la grandiosidad de la Mezquita de Bibi Khanym (medio en ruinas), dedicada a la mujer china de Tamerlán, de la que cuenta la leyenda que tuvo un ”affaire” con el arquitecto y ambos fueron despeñados desde uno de los minaretes.
El colorido Baazar Siyob, el cementerio y los mausoleos de Shah-i-Zinda, el Observatorio Astronómico de Ulugh-Beg o las ruinas de la antigua ciudad de Afrosiyob y su Museo con interesantes frescos del Palacio de los Ihshidos. Pero de todos estos lugares y mas no me quiero extender pues todo se encuentra ya descrito en cualquier guía turística que se precie, además de que Samarcanda es una ciudad que hay que descubridla por sí mismo. Si creo interesante que después de cenar en la terraza del Emirhan restaurante (turístico y de moda) situado en la trasera del complejo Registán y con soberbias vistas, nos acerquemos a disfrutar del espectáculo de “Luz y Sonido” que cada noche se realiza gratuitamente en la maravillosa Plaza, sin duda una más de las atracciones de esta sugerente ciudad.
Si que quiero dejar unos párrafos a ciertos lugares menos visitados donde poder respirar la normalidad de la ciudad fuera de los clásicos recorridos, me refiero a los barrios Ruso y Judío. Sobre el primero solo decir que es un encanto pasear al atardecer por sus exuberantes y amplios bulevares repletos de arbolado y vegetación, terminado la jornada con una cena en el restaurante Oasis Garden, de lo mejorcito de Samarcanda tranquilo, buena y serena música, con muy buen ambiente en medio de jardines.
Y sobre el barrio Judío decir, que ya cuando llego Alejandro magno a la ciudad ya había judíos en Samarcanda, posiblemente más que ahora, ya que su colectivo no debe de superar en la actualidad las 200 almas. También conocido como Makhallai Yakhudion, se encuentra al este de la calle Tashkent, separado de la zona monumental por un muro. Aunque la comunidad judía ha disminuido, el barrio aún conserva su importancia histórica y cultural, con la Sinagoga Gumbaz como un punto de interés clave.
Muy cerca se encuentra el Hammomi Davudi (baños turcos públicos) que aún están en funcionamiento y no muy alejada la Mezquita Mubarak, pudiendo ascender hasta la cúspide de su minarete. Hallándose justo enfrente la tienda de antigüedades Choychana Mubarak, una especie de “rastro” madrileño ubicado en un patio, donde podemos observar y adquirir recuerdos y añoranzas para los nostálgicos de la Unión Soviética. Desde allí podemos salir hacia la Mezquita de Bibi, donde poder cenar con vistas a sus espectaculares cupulas en la terraza del establecimiento “Zargarón”, restaurante del Hotel Bibi Khanym (turístico y tranquilo).
Shahrisabz
Interesante puede resultar si se tiene tiempo realizar una excursión de un día a Shahrisabz, que situada a (depende de por donde se realice la ruta entre dos y tres horas de coche) 85 o 140 km. al sur de Samarcanda. Se trata de la ciudad natal de Amir Timur “Tamerlán”, donde los lugares para visitar se concentran en un espacio relativamente accesible caminando, una explanada de algo menos de kilómetro y medio donde se ha realizado un moderno parque rodeado en parte de murallas. Al norte se encuentran las ruinas del Ak Saray Palace (palacio de verano de Tamerlán), donde admirar su enorme y magnifico portalón recubierto de interesantes azulejos, siendo lo único que queda del sugerente edificio. Al sur podemos visitar el complejo Dor- ut Tillovat, compuesto por la Mezquita Kok-Gumbaz y el Mausoleo Gumbazi Sayidon. Así como el complejo Dor-ut Saodat, formado por la Mezquita Jasrati Imom, el Mausoleo de Jahongir y la Cripta de Amir Temur (donde no reposan sus restos).
Solo por el hecho de nombrar Samarcanda, a nuestra imaginación llegan imágenes de caravanas con camellos repletos de sedas, valiosas cerámicas, especias o joyas, que transitaban la Ruta de la Seda de oriente a occidente o viceversa. Susurrar su nombre evoca lo mítico y lejano, imaginando que viajar hasta ella se puede convertir en un cuanto más para nuestra imaginación, formando parte de algunos de esos relatos de antiguos viajeros.
Quiero trasladaros a los que os llame la magia de Samarcanda que, la ciudad que hoy visitamos para nada es similar a la de los cuentos y leyendas de las mil y una noches, no debiendo caer en las habituales decepciones a las que nos arrastran los folletos turísticos, pues para nada es una ciudad anclada en aquellos años, encontrándonos una vida dinámica y moderna, con travesías de cuatro carriles, centros comerciales y atascos. Siendo lo más atrayente de la ciudad su pasado y por ello me he explayado en trasladaros fundamentalmente su historia a través de estos párrafos.