lunes, 26 de agosto de 2024

- Rio Sequillo…… el valle de los despoblados (parte I)

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Toca hoy recorrer los lugares por los que discurre el río Sequillo, que como su nombre indica no es de muy abundantes aguas aunque en tiempos pasados movía algunos molinos harineros. De unos 40 km. de recorrido, nace entre los términos sorianos de La Mallona y Las Fraguas en un paraje llamado Almagrales de la Mallona y el Recuenco de las Fraguas, por las laderas del poniente del Alto del Lomo que se eleva a 1237 mts. de altitud, de donde parten los barrancos que dan forma a los arroyos de Valredondo-Recuenco y Venta Nueva que a su vez son los cabeceros del río Sequillo, juntándose en el calzadillo para dirigirse hasta el lavadero de Nódalo. Aunque el mapa topográfico del I.G.N. lo desvía más al norte para comenzar su andadura entre la N-122 y la A-11, en las proximidades del Alto de los Ladrones por tierras mallonenses. Dando fin a su recorrido en La Olmeda uniéndose al Ucero, próximo al lugar donde se sitúan las atalaya musulmanas del Enebral y la algo más lejana de La Pedriza (Lodares de Osma), pero las dos con espléndidas vistas a la fortaleza “califal” de Gormaz y las vegas del Duero.


Atraviesa Nódalo como hemos dicho, población que presume de templo con buena hechura románica y espléndida pila bautismal del siglo XII. Continuando su andadura hacia el suroeste, cruza por el Cerro Santo las ruinas de la ermita de San Lorenzo (antiguo templo parroquial del despoblado de Casarejos) y un posible asentamiento romano aun sin documentar, aportándole en este tramo sus aguas la fuente del Moral y el Cubo de San Lorenzo. Siguiendo su andadura y dejando a diestra las ruinas de lo que queda del despoblado de Tarancueña, se topa con la Cañada Real Galiana y tras rebasar la hondonada de Roncesvalles (de indudable toponimia navarra), se le agrega el arroyo de la Dehesilla al que aporta sus aguas la Fuente Malluel. Manadero que brota con regularidad dando cauce al arroyo de la Dehesilla, origen a su vez del despoblado de Fuentemayuel.




Aldea al parecer deshabitada durante el siglo XVIII por causas desconocidas, pero con leyenda referente a una boda a la que fueron invitados todos los vecinos menos una pastora. Que por despecho y enfado, puso un buen número de “zaramanquesas” bajo las piedras por la que brota la fuente, envenenando de esta forma el agua que beberían todos los comensales en el convite, quedando por esta causa el pueblo despoblado y sin habitantes. Siendo por ello que en Rioseco (a 3 km. de distancia) a las salamanquesas se les tiene cierto grado de respeto y temor, habiendo entre sus vecinos un dicho “si te pica una zaramanquesa coge la pala y vete a la iglesia”.

 

Esta leyenda que se cuenta sobre la desaparición de “Fuentemayuel”, es casi un clásico en la pseudohistoria de los despoblados sorianos, ya que se repite (que yo tenga constancia) por lo menos en las aldeas de Mortero, Vadorrey, Masegoso, Santo Domingo (Tajueco), Torderón o Villamediana. En los relatos o fábulas que nos han llegado de estos hechos, se reseñan a salamanquesas o zaramaquesas como las causantes de estos envenenamientos, sabiéndose hoy que pese a sus formas dragonianas o de animal prediluviano, estos reptiles para nada son animales malsanos, al contrario si los vemos por nuestro rededor podemos agradecer su presencia contra repulsivas plagas o insectos molestos.

 

Nuestro río de hoy salva por el sur el Puerto del Temeroso de 1080 mts. áspero collado por el que discurre a sus pies, corriendo hacia el septentrión el vecino el río Milanos (a su orilla se situaba la villa romana de Fuentes del Abión en Blacos). Y entre medias el mencionado paso, lugar de siniestro e inquietante nombre, que el mapa provincial de 1860 titula como “Cuesta de los Ladrones”, y algo habría de ello con esas nominaciones para que notables y reales autoridades modificaran sus recorridos, usando la ruta por Quintana Redonda en sus tránsitos hacia el oeste.

 

Cubriendo la Calzada Romana que unía Astorga con Zaragoza, conocida como la XXVII del Itinerario de Antonino, se erigieron (en la actual provincia de Soria) una series de villas romanas que sirvieron para colonizar el territorio: Los Villares en Santervás del Burgo, La Dehesa en Las Cuevas de Soria y Quintanares en Rioseco. Siendo esta última, -que apenas se sitúa a 3.5 km. de la vía romana-, seguramente el origen de la población a la que hoy dirigimos nuestros pasos “Rioseco”. Enclavada así mismo entre dos ciudades celtibero-romanas como son Uxama (30 km.), Numancia (a 45 km.) y no muy lejos de Voluce – Calatañazor (8,5 km.).

 

Llegados a Rioseco, que aunque como población no es puntera en habitantes, sí que merece algún que otro encomiable párrafo, ya sean de ánimo, reconocimiento o simplemente informativo. Aldea que tras la conquista de la zona por Fernando I en 1060, quedó adscrita al Alfoz de Calatañazor, llamándose hasta mediado el siglo XX Rioseco de Calatañazor.

 

En primer lugar sorprende al pasear por sus calles, la cuidada limpieza que se respira y los singulares detalles que la diferencian de otras aldeas desabrigadas por sus regidores, destacando así mismo las cuidadas y espectaculares chimeneas tradicionales, conocidas como de estilo pinariego, que son dignas de ver. Aquí se nota la mano de que sus responsables saben que quieren para el futuro de su pueblo huyendo de un proyecto manido, apostando por lo cultural y el buen gusto. La población posee una bien cuidada ermita románica dedicada a Virgen del Barrio (su patrona), junto a la cual quedan los restos convertidos en “taina” de una torre romana “El Calabozo”, que serviría de apoyo y vigilancia a la cercana “Calzada”, así como el interesante templo también románico de San Juan el Bautista, del que algún vecino quiere ver en sus canecillos alguna representación erótica (un exhibicionista).




En su plaza mayor y bien colocado en su medio mitad, podemos observar el rollo jurisdiccional otorgado en 1817 (como consta en lo alto del pedestal) por el “felón”, “mastuerzo” y “rey” Fernando VII (6º de los “borbones”), lo peor que ha habido en España. Que elaborado con los restos de una Villa Romana del siglo IV, nos la encontraremos saliendo de la población camino de Boós

 

Villa, granja o casa de campo allí ubicada por la proximidad de las aguas del río, que seguro en tiempos pretéritos fueron más abundantes, determinando el emplazamiento de una de las pródigas mansiones romanas existentes en la provincia que cubrían la calzada Astúrica – Caesaraugusta (Astorga – Zaragoza). Apodada Los Quintanares, se extiende por aproximadamente 3.000 m2. que se articulan en torno a dos patios columnados que hacían de distribuidores entre sus habitáculos, los cuales se encuentran enlosados por 32 mosaicos de singular importancia, conservados en muy buen estado. Destacando de entre ellos el que representa a la diosa abundancia o madre naturaleza, así como una marmórea escultura del dios Saturno que podemos observar en el Museo Numantino de la capital soriana.

 

A esta deidad (protectora de la naturaleza y la agricultura) es a la que “Roma” dedicaba las fiestas saturnales desde el 17 al 23 de diciembre, festejos que costaron bastante al cristianismo erradicar, debiendo de cambiar para ello el nacimiento de “cristo” al día 25 de diciembre, haciéndolo coincidir con el solsticio de invierno o el renacer del Sol. Sobre estos importantes restos, el primer edil de Rioseco, está esperando se le dé un tratamiento museístico como el ejecutado en la de la Villa Romana de la Dehesa en las Cuevas de Soria, pero colores tienen las decisiones.




La que fuera ermita de La Soledad, se encuentra en la actualidad totalmente en ruinas, solo un trozo de paño sobresale junto a la cuneta de la carretera frente al aparcamiento de autocaravanas. Fue levantada en parte con sillares extraídos de los restos de la villa romana, y según me contaron en la población la mandó demoler en su tiempo el Sr. Cura de entonces. No debo dejar de recomendar antes de abandonar la población, su bien cuidado restaurante “Los Quintanares”, que haciendo honor a la villa romana, es sin, duda uno de los lugares referentes en la zona (por mi parte, ensalzar su postre estrella “helado de tomillo”).

 



Debo dedicar también un párrafo a algunos de sus personajes singulares, siendo el caso del peculiar escritor (juntaletras) desaparecido en 2016 Juan José Peracho Soria “el Peracho”, así como artesanos de la talla del diestro joyero en plata Víctor Torres (Bituko, Plaza Mayor, 7), o el maestro en dar forma a la madera Santiago González, al que me referiré más tarde.

 

Rioseco es población cabecera del entorno, perteneciendo a ella la pedanía de Valdealvillo y los despoblados de La Mercadera, Escobosa de Calatañazor, San Torcuato y el ya relatado de Fuentemayuel.




Estamos en uno de los pocos pueblos de Soria que posee circunvalación, y tomando esta en dirección a Torreblacos, veremos a nuestra izquierda la silueta la iglesia de La Mercadera. Otro abandono más, pueblo y templo, y un nuevo expolio (agosto de 2018) de su románica porticada del siglo XI y la pétrea cruz de su espadaña, y aunque estaba poco vigilada (nada) y se encuentra alejada de cualquier núcleo de población, no justifica la desidia de los responsables de “custodiar” este patrimonio que poco a poco nos están robando.

 

Si tomamos dirección a Boós, nos encontramos en apenas 3 km. el Club y Campo de Golf La Cerrada, instalación de la que el mítico “Perocho” no era muy partidario (y yo tampoco). Controvertidos espacios en la Costa del Sol por su consumo de agua, pero que aquí que se mantiene con la propia humedad del entorno, no habiendo más riego que el de la lluvia, ni otro escenario que la naturaleza rodeada por centenarias sabinas (hay quien las cataloga de milenarias), entre las que discurre una ruta de senderismo y un ramal de la Cañada Real Galiana: https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/senda-de-la-cerrada-rioseco-de-soria-prc-so-78-31028762 y https://www.discoversoria.com/rutas-senderismo/04-riosecocerrada/senda-la-cerrada-rioseco-de-soria-descripcion.pdf.

 

Y siguiendo el asfalto en dirección a Valderrodilla y Andaluz a tan solo 500 mts. y linderos a la Villa Romana, nos encontramos cuatro potentes chopos cuyos fisgones troncos nos hacen graciosa mofa. Son los “chopos burlones” realizados durante 2020 (en plena pandemia de COVID), por el artesano Santiago González Tejedor (Bongui, C/ Bajera 32), hacendoso carpintero y vecino de Rioseco, que liberando su creatividad a través de su aguda imaginación, nos dejó estos simpáticos y guasones rostros tallados en sus cortezas, ejemplo de simpatía para todos los que por su vera pasan.




Muy próximo a los árboles se encuentra el Molino de Abajo, espacio transformado en Museo con enseres de molienda, así como elemento de difusión y reivindicación de la Villa Romana Los Quintanares, conjunto merecedor de ser visitado.

 

Continuamos carretera por el puro sur un kilómetros más (dos desde el centro de Rioseco), para desviarnos a diestra en busca de un nuevo despoblado con su curiosa y caída iglesia, en este caso dedicada a San Torcuato. No la he adjetivado como ruinosa, toda vez que los vecinos (de Rioseco) se han dedicado a liberarla de escombros y adecentar su espaciosa nave, que “abierta a los cielos” como tantos y tantos templos sorianos nos recibe gustosa. Destaca de su cabecera las dos potentes columnas más propias de una catedral que de una iglesia rural (existiendo la posibilidad de que el templo formase parte de un monasterio aún sin documentar), así como una trabajada bóveda nervada en gótico.




Trescientos metros al oeste se vislumbran unas ruinosas construcciones que en tiempos no muy pasados hicieron las veces de “tainas”, siendo lo que quedara del despoblado que por allí se asentó y del que San Torcuato seria su iglesia, que dando el nombre del templo como topónimo, ya que no queda constancia de su apelativo original como aldea.

 

Volviendo al asfalto para continuar carretera y ruta, en apenas dos kilómetros nos desviaremos unos centenares de metros a diestra también para observar lo que queda de la así mismo despoblada y abandonada aldea de Escobosa de Calatañazor, por la que en sus mejores tiempos transcurría la Cañada Real de la Pedriza (cordel de La Galiana) y con rededores reputados de ser ricos en fósiles. Ubicada en un lugar de rebosante verdor por la proximidad del río Escobosa o arroyo de La Merendilla, encontramos en su parte más baja, el lavadero y la espaciosa así como insólita fuente, donde las gentes de la aldea solían reunirse a charlar.

 

Fisgamos por entre los ruinosos restos de la iglesia dedicada al “Bautista”, de la que apenas queda ya algo que no sea el humilde vía crucis pintado en las paredes sobre el yeso, pues su hermosa, sugerente y románica pila bautismal del siglo XIII, luce esplendorosa en el patio del Palacio Episcopal del Burgo de Osma, así como la también románica talla de su virgen que reposa custodiada en la catedral burgense, y poco más nos llama la atención que no sea el desánimo, el abandono, así como una mezcla de rabia y zozobra. Nos fijamos en la simpleza de su portada, de hechura similar a la de la ermita de Rioseco (Virgen del Barrio) o la de Boillos, pensando en cuanto tiempo durará sin ser expoliada.



Si habéis llegado hasta aquí leyendo estos párrafos, os habréis dado cuenta de que llevo ya relacionados ocho poblaciones despobladas (a medio camino), con sus casas ruinosas o inexistentes. En total, en la zona de influencia del río Sequillo, con una extensión de alrededor de 80 km2. he podido localizar unas 13 aldeas abandonadas por sus habitantes a lo largo de su historia, quedando únicamente pobladas otras 13 en las que están censadas (lo que no quiere decir que habiten) apenas 628 almas, por eso he querido titularlo como "el Valle de los despoblado".

 

Estamos a mitad del río Sequillo, así que el resto lo dejo para otros folios y no cansaros………… pero lo que queda también tiene sus historias, gentes, paisajes y sensaciones………. nos vemos no tardando.






miércoles, 7 de agosto de 2024

- Bussaco…… el castillo de hadas en el bosque encantado

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A medio camino entre las arenas de Mira (costa de Aveiro / Coímbra) y la Serra da Estrela, en plena planicie de la Beira Litoral y el Valle del Mondego, se eleva una aislada sierra que domina una buena parte de la marina central portuguesa. Es la Sierra de Buçaco o Bussaco, siendo este evocador lugar el que al parecer escogieron los cristianos de los primeros siglos, para dedicar sus reflexiones y penitencias eremíticas. Fue ya pasado el tiempo cuando documentos históricos del año 1628 nos verifican la presencia de unos monjes carmelitas descalzos procedentes de España en el lugar, fundando el monasterio de Santa Cruz. Aunque con antelación existe una “Bula Papal” de 1623 prohibiendo la entrada de mujeres en el recinto y otra de 1643, declarando la excomunión a cualquiera que talara o dañara los árboles.

Toda vez que los del “Carmelo”, se habían dedicado a cerrar el recinto a través de un potente vallado de 5740 mts. y tres de altura, consiguiendo con ello su ansiado aislamiento. Dedicando este espacio de unas 100 Ha. a plantar en él cualquier especie exótica traída por los navegantes en los tiempos de los descubrimientos, que fuera capaz de adaptarse al microclima por ellos conseguido, ya que su proximidad a la costa y su relativa altitud de cercana a los 550 mts. le proporciona una humedad y frescor que favorece estos plantones. Con una pluviosidad que ronda los 1.500 mm/m2. durante unos 130 días de lluvia, variando su temperatura desde los 35 ° en verano y 5 ° en invierno. Siendo usuales y densas las nieblas, lo que le confiere más aun un ambiente misterioso.

 

Apoyados en la bula papal y protegidos de las influencias exteriores por la potente tapia, los monjes se aplicaron en cuerpo y alma a la mejora del entorno natural del bosque, y a la piadosa devoción a dios. Levantando entre 1730 y 1750 once eremitorios donde recluir su soledad y ascetismo (de los que actualmente solo quedan nueve), así como varias capillas y media docena de fuentes. También un camino “viacrucis” de más de tres kilómetros que transita por la espesura del bosque hasta la cima-mirador de la Cruz Alta, recorriendo hasta veinte pequeñas camillas decoradas por figuras en barro a tamaño natural.

 

Aquí se concentran más de 25.000 árboles de 700 especies (400 autóctonos y unas 300 de origen foráneo), conviviendo ejemplares traídos de los tres continentes. Pudiendo distinguir enormes abetos del Himalaya, acacias australianas, alcanforeros japoneses, araucarias brasileñas…, pero también árboles autóctonos y de la flora europea, como alcornoques, encinas, hayas, madroños, olivos. Debiendo de prestar una atención especial al Eucalipto de Tasmania de 1876 con casi 73 metros de altura, el mexicano Cedro de San José (conocido así por estar cerca de la capilla dedicada a este santo), que con un porte de 32,9 metros de altura y 5,43 m de perímetro (medido a la altura del pecho) su origen se remonta a 1644, también una araucaria que ronda los 30 metros o varios ejemplares de secuoya de más de 45 metros de altura. Junto a estas migrantes especies destaca el conocido como “Olivo de Wellington”, donde se supone ató su caballo el general inglés,

 

Entre la variada floresta crecen abetos, cipreses, fresnos y hasta laureles, así como hortensias, agapantos, camelias, buganvillas, lirios del valle y grandes helechos. Generando las glicinias un paseo techado junto al palacio, pero no estábamos en época de floración (mediados de mayo), por lo que no pudimos disfrutar de su colorido. Destacando sobre las demás, la gran cantidad de camelias existentes en Bussaco, ya que las condiciones climáticas son idóneas para su desarrollo, siendo además estas flores las preferidas de la aristocracia lusa. Pudiendo en este entorno apreciar en época de floración (febrero - mayo) un sinfín de variedades de esta embaucadora flor. Una colección de ellas data de 1884, encantando desde entonces a los visitantes que se acercan a Bussaco, pudiéndose encontrar por todo el bosque, pero especialmente junto a los jardines del Palacio, en los entornos de la Fuente de S. Silvestre y por el Gran Lago.

 

Especiales sensaciones generan en el reposo tanto físico como mental, pasear por el “Vale dos Fetos” o Valle de los Helechos (gigantes); que originarios de Australia fueron introducidos aquí a finales del siglo XIX; el frescor, la humedad, la quietud y el silencio nos trasladan momentos de enorme placidez y sosiego. A mitad del mismo, junto a dos estanques, se encuentra la excepcional “Fonte Fría” con su sorprendente y grandiosa escalinata por la que descienden las aguas que manan de entre unas rocas, sin duda este lugar es uno de los más sugerentes de todo el entorno de Bussaco en cuanto a naturaleza se refiere.

 

Conocía en la antigüedad como sierra de Alcoba, la gran masa arbórea que hoy conocemos como “Mata do Buçaco” (Bosque de Bussaco), es una joya encantada en el interior de Portugal. Formando parte de una de las reseñas de vecino país, la Serra do Buçaco es sin lugar a dudas un espacio que cautivara a cualquiera que tenga el placer de visitarlo, al encontrarse en un entorno pletórico de misticismo. Un conjunto de rica diversidad botánica que se puede visitar por libre, recorriendo los variados de senderos que lo transitan.


Pero Bussaco aún nos depara la mejor de sus sorpresas, ya que tras la disolución en 1834 de las órdenes religiosas en Portugal su patrimonio paso al estado, teniendo que abandonar los monjes el monasterio de Santa Cruz. Convirtiéndose esta sierra en parada habitual para los visitantes foráneos, especialmente británicos, que realizaban la ruta entre Oporto y Lisboa, poniendo de moda este espacio a finales del siglo XIX.

 

Por lo cual el rey Carlos I de Portugal ordenó construir un palacio de caza en medio de este excepcional espacio, erigiéndose el edificio entre 1888 y 1907. Aunque los monarcas portugueses no pudieron disfrutar del mismo mucho tiempo, ya que la republica se proclamó en Portugal durante 1910, siendo utilizado por la familia real lusa en una única ocasión.




Era moda entre las “coronas” europeas de por aquel entonces, el construir o acondicionar palacios que habían pasado a mejor vida o estaban ruinosos, para dedicarlos a descansos temporales de sus majestades (o refugio de romances furtivos). Siendo el caso de Bussaco, que se ideo con el fin de dar forma a un palacio arquitectónicamente perfecto, acercándose a las características románticas del momento, pero siguiendo también patrones puramente estéticos a fin de conseguir una arquitectura de fantasía y ensueño. Para ello se le encargo su diseño al lombardo Luigi Pietro Manini, un onírico arquitecto con poderosa imaginación, magia en sus bocetos, así como esoterismo y cábala en sus edificaciones (años más tarde sería el responsable, junto al excéntrico y acaudalado António Carvalho Monteiro, de la construcción del magnífico y misterioso complejo de la “Quinta Regaleira” en Sintra. Manini quiso conjugar el estilo “manuelino” o gótico portugués, con elementos de la Torre de Belém, el claustro del Monasterio de los Jerónimos e la imaginería arabesca del Convento Templario de Tomar, pero con su propia identidad, sin necesidad de ser copia de nada.

 

El resultado no podía ser menos espectacular, aun con su exagerado ornato pétreo, luciendo en el más esplendoroso estilo neomanuelino de todo el país, convertido por su silueta y diseño en uno de los más bellos edificios de Portugal. Convertido en hotel de lujo en 1917, estuvo frecuentado por la nobleza y alta la burguesía de la época. Hoy en día, conservado perfectamente (aunque debieran de actualizar algunos detalles), su valiente traza sigue atrayendo visitantes y huéspedes de todo tipo.

 

Para realizar su construcción hubo que derribar gran parte del Convento de Santa Cruz, fundado durante el siglo XVII, quedando ya sólo de él la iglesia y el claustro. Lugar donde Wellington durmió en una de las celdas, cuando en 1810 este monte fue escenario de la histórica batalla de Bussaco, entre los ejércitos anglo-portugueses y las tropas de Napoleón, referente patrio y nacional para todo el país luso.

 

Las malas lenguas de la época hacían circular, que bajo sus techos o sobre sus camas, el rey Manuel II mantuvo un encuentro placentero y furtivo con la actriz y vedette francesa Gaby Deslys de la que era amante. Convertido en un destino de moda después de la Primera Guerra, se convirtió durante la II Conflagración Europea lugar de cita para espías de ambos bandos.

 

Se encuentra situado a apenas cuatro kilómetros de la población-balneario de Luso (con famosas termas), pudiendo de acceder hasta el Hotel Palacio a través de varios accesos, aunque por todos ellos deberemos circular por una aristocrática, estrecha y adoquinada carretera en pavés de granito, cual si estuviéramos en el Portugal al final de los años 70. Calzada que se introduce por la boscosa umbría, hasta que nuestros ojos descubren las maravillosas formas y los fantásticos ornatos que tenemos delante…… un palacio de hadas rodeado de un bien cuidado jardín, custodiado por exóticos y centenarios árboles …… Qué lugar tan hermoso y singular tenemos frente a nosotros, pudiendo observa tanto en su fachada sur como en las galerías orientada al este y al meridión su recargada pero ilusionante ornamentación.




Su interior aun es más sorprendente si cabe, recibiéndonos unas admirables y bien decoradas galerías arqueadas con profusión de floreados adornos manuelinos, y evocadores conjuntos de azulejos representando escenas de los tiempos de los descubrimientos. Para mayor grado de sensaciones, estos pórticos, por a la cercanía del bosque, están impregnados de sus fragancias, sobre todo en los amaneceres brumosos y atardeceres crepusculares.

 

Nos recibe y da la bienvenida un personal de selecto trato y cortesía, haciéndonos participes de todo el conjunto. Destacando en él los sensacionales vestíbulos de abovedados techos y pasos alabeados, siempre decorados con los característicos elementos del inmutable gótico portugués, que dan paso a la espaciosa y señorial escalera principal (una atracción en si misma), también decorada con motivos alegóricos de pasadas glorias lusas, representadas a través de soberbios azulejos blanco-azulados del siglo XIX. Los salones son amplios, cálidos y agradables, decorados con frescos de renombre y suntuosas chimeneas. El comedor del restaurante se sitúa en lo que fue en su día el salón de ágapes reales, luciendo sus grandes ventanales manuelinos bajo un esplendoroso artesonado mudéjar, a la luz de las elegantes y arácnidas lámparas de cristal. Teniendo comunicación directa con un bucólico cenador abierto en rotonda con vistas sugerentes, uno de los elementos más vistosos y fotogénicos de todo el edificio. La carta que ofrecen está acorde con el entorno, si bien los afamados vinos de cosecha propia no son del todo para mi paladar, demasiado suave el blanco que probamos. 




Destacan también por todo el edificio sus techos de nervaduras moriscas, las espléndidas tapicerías, los suelos de mármol y maderas exóticas. También la decoración interior que junto con el mobiliario de época y piezas de estilo Art Nouveau, convierten el palacio en un auténtico museo, con piezas y elementos no solo de Portugal, sino también de donde el país tubo colonias, sobre todo de las asiáticas.  

 

La habitación es amplia con grandes ventanales de arqueados góticos, aunque no le vendría mal algunas actualizaciones en el decorado (los cortinajes deben ser acordes al tiempo de su apertura) y también en el aspecto tecnológico (el wifi no está a la altura de las ***** del hotel). El desayuno, sin grandes pretensiones, está armónico con el entorno, en medio del salón principal alumbrado con la mágica luz mañanera, que penetrando por a la decimonónica cristalera de la enorme balconada-cenador que se asoma al jardín, nos ilumina…... pura magia ese instante.

 

Todo el conjunto genera un ambiente decadente que nos retrotrae a principios del siglo XX, como si formáramos parte de un escenario de Visconti en “Muerte en Venecia”, solo nos falta la ambientación musical a través de las notas de Mahler. Serenidad y paz se respira por cualquier rincón o espacio de tiempo, tanto en el exterior como en el interior, generado un entorno placentero, agradable y acogedor. Estamos ante una “morada” que atrapa y sorprende a todo ser sensible que se acerca a hospedarse, produciendo en muchos de sus visitantes enorme admiración y asombro por su singular belleza.




Está considerado como uno de los hoteles más bonitos e históricos de Europa, incluso del mundo. Un verdadero capricho arquitectónico comparable a un “castillo de cuento de hadas”, rodeado de un “bosque encantado”. Un “palacio real”, al que han acudido dos “republicanos de izquierda” a deleitarse y celebrar un merecido cumpleaños…… felicidades Elena.  




Por último indicar que estamos situados en la linde de las regiones vinícolas de Dão y Bairrada, donde el cochinillo asado es la especialidad más famosa de su gastronomía, atrayendo a mucha gente que se desplaza a propósito para saborearlo. Dejando nota y recomendando el restaurante “A Mó” en Barracão / Mortágua, a tan solo 8,5 km. del Palacio de Bussaco, donde comer un buen “leitao” (cochinillo asado) está asegurado.

viernes, 2 de agosto de 2024

- Río Paiva – Puente 516 y Pasarelas (Arouca – Portugal)

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El éxito de actuaciones como las desarrolladas en tierras hispanas con los reacondicionamientos del centenario “Caminito del Rey”, la también añosa y abandonada vía ferroviaria de la Fregeneda o las “Pasarelas del Río Vero”, han multiplicado este tipo de instalaciones con el fin de reactivar zonas deprimidas de nuestra geografía, además de hacer más accesible entornos de indudable valor natural a los humanos urbanitas y sobre todo de una forma poco invasiva. Aunque la proliferación de estas instalaciones comienza a llegar a una saturación que posiblemente el efecto resultante sea el contrario del buscado, pues en algunos casos se puede “morir de éxito” o de pasarnos de rosca con este tipo de actuaciones en algunos casos “faraónicas” o “desproporcionadas”, como algunas de las promovidas por algunos Gobiernos Autonómicos, como ocurre en la “Mañueca” Junta de Castilla y León con sus “esplendidos y armónicos” miradores de los que ya he comentado en otros artículos.
 
Estos acondicionamientos que se están realizado en nuestra latitud no son una nueva imaginería hispana, y como en muchos de los aciertos y desaciertos del ser humano, nos proviene en gran parte de los EE.UU. de América del Norte. No siendo ajenos a esta “moda” nuestro vecino el país “luso” (Portugal), donde durante los últimos años se ha disparado la instalación de “pasarelas” (passadiços) por multitud de variopintos lugares, extendiéndose por toda su geografía, pudiéndose visitar entornos naturales que antes eran prácticamente inaccesibles, logrando contemplar y acercarnos a una naturaleza que se siente protegida.
 
De todos estos, son con bastante diferencia, los Passadiços del Paiva quienes se llevan la palma por su longitud, singularidad, recorrido y entorno. Diseñadas para poder recorrer los sinuosos y en algunos casos inaccesibles barrancos del río Paiva, se terminaron de ejecutar, abriéndose estas pasarelas de madera al trajín de gentes en junio de 2015. Si bien ese mismo año y el siguiente, se debió de suprimir su recorrido al ser afectado parte de su trazado por sendos incendios forestales que lo inutilizaron en parte.
 
Se trata de prácticamente un itinerario casi ininterrumpido de pasarelas de madera por la ladera izquierda del rio, que en muchos momentos están suspendidas sobre las aguas y los roquedos, durante un trayecto de aproximadamente ocho kilómetros. Formando gran parte mismo un zigzag de escaleras para a través de ellas superar la cota 320 (unos metros por debajo del medieval y ruinoso Castelo de Carvalhais, loma-mirador que domina el entorno) donde se sitúa una de los accesos al puente “516 Arouca”, al que se llega desde el sur ascendiendo los 310 escalones existentes (partiendo de Areinho) o los 450 que por el norte nos encontraremos (partiendo de Espiunca). Durante todo el recorrido por la espectacular y vertiginosa garganta, iremos disfrutando; entre cantarinas cascadas, vetustos yacimientos arqueológicos y sugerentes playas fluviales; de unas impresionantes vistas en medio de una espléndida y abundante vegetación compuesta fundamentalmente de alcornoques, robles, castaños, pinos, etc. …… así como el impertérrito eucalipto.
 
La ruta se puede realizar de variadas formas, eligiendo nosotros la más cómoda, que es la que partiendo desde la población de Alvarenga o Pórtico de Alvarenga (margen derecha del río Paiva), lugar donde teníamos el alojamiento, se cruza el afamado puente para desde él conectar ya con las propiamente dichas “pasarelas”, recorriendo las escarpaduras del río a través de un recorrido que aproxima al individuo hacia la naturaleza más pura que quiere explorar.
 
Partimos del excelente alojamiento de la “Casa do Soutinho”, desde la que salimos caminando y sin problemas de donde aparcar el vehículo. Descendemos por las adoquinadas calles que conforman la barriada “Vila”, para en unos 20 de cómodos minutos entre la niebla llegar hasta el acceso oriental del puente “516Arouca”, que nos disponemos a cruzar tras unas breves explicaciones, de sus responsables. A mitad del trayecto podemos observar bajo nuestros pies el desparramo de las aguas de la Cascada de Aguieiras, una escalonada y bella caída de 160 metros de altura, que se precipita verticalmente por una pared de granito hasta lo más profundo del barranco de Paiva. 
 
El puente de 516 mts. de longitud (de ahí su nombre), se sustenta a 176 mts. por encima de las revoltosas aguas del rio que corren por el abismo bajo nuestros pies al cruzarlo, generando en la mayoría de los que por el transitan una sensación mezcla de vacío, emoción y suspense. Conectando las dos orillas del río y disfrutando de unas impresionantes vistas de la Garganta do Paiva, el puente colgante inaugurado en 2021se convirtió desde ese instante en uno de los espacios más visitados de todo el país, al poseer el récord de ser la pasarela de este tipo más larga del mundo. Marca que no le duró mucho pues un año más tarde (2022) fue batido por el Sky Bridge de 721 mts. en la República Checa y por el de Canillo en Andorra de 603 mts.



Ya en el otro extremo continuamos por un breve paseo por terroso y amplio sendero, dispuestos a descender los 450 peldaños que nos depositan en las proximidades del torrente. Desde aquí solo hay que seguir las pasarelas, detenernos en los lugares donde los sentidos nos indiquen una buena panorámica, entretenernos en las informaciones que de vez en cuando se localizan a las orillas de la ruta y dejarnos llevar por las sensaciones del granítico cañón. El audaz sendero recorre entre brezales la trama más escarpada del río rio Paiva, ejemplo perfecto de erosión, toda vez que las agitadas aguas en este tramo han abierto un espectacular tajo sobre el duro granito. Generando inclinados barrancos, trepidantes y cantarinas cascadas, así como angostos pasajes, con el único fin de que las agitadas aguas descansen al juntarse con las del sereno Duero 20 km. aguas abajo.



Las vertiginosas escaleras nos depositan en una sucesión de pasarelas que discurren bordeando los meandros creados por las sinuosas aguas a través de la noche de los tiempos, atravesando parajes repletos de variada vegetación conformada fundamentalmente por robles, fresnos, alisos y sauces. Vemos cómo a nuestro paso se va transformado el roquedo que nos rodea, cambiándose el granito que nos había acompañada hasta aquí por los esquistos, más blandos y por lo tanto menos resistentes a la acción erosiva de las aguas, haciéndose el barranco progresivamente más ancho.
 
Ante nuestra vista aparece un bucólico puente colgante en medio de una rebosante vegetación. Estamos en el cruce de la ruta de los “Passadiços” con el GR 28 entre Arouca y Alvarenga. Inmediatamente después llegamos a la denominada “Playa fluvial de Vau”, lugar donde algunos de los caminantes toman un descanso y se refrescan en las aguas ahora remansadas del regato
. Un buen lugar para observar la opulencia foresta de la zona y buscar entre sus arbustos (si es la época / finales de primavera) las delicadas flores violáceas de la endémica especie “narrhinum longipedicellatum” (linaria olorosa o espuela de Adonis).
 
Es en este lugar, donde antaño se situaba un “paso” entre las dos orillas por medio de una “barca a soga”, sirviendo de tránsito entre las freguesias de Canelas y Alvarenga. Existiendo una especie de ínfimo puerto desde el que se realizaba la travesía de una orilla a la otra, solo quedando de esta actividad el nombre “Vau” (vado), los restos de la casa del barquero y el recuerdo de viejas historias. Por aquí cruzaban personas y mercancías, entre estas las pizarras de las canteras de Canelas que una vez trasportadas en la barca, se cargaban en carretas de bueyes que las acarreaban hasta las aldeas y poblaciones de la ribera norte del Paiva, donde se usaban para techar las casas. Estas barcazas eran muy simples, fondo plano de tablones unidos por otras tarimas perpendiculares, sirviendo de guía un cable o maroma que uniendo las dos riveras servía para guiar la nave y hacerla progresar, siendo de cuidado el atravesar el cauce cuando había crecida y las aguas venían revueltas.
 
Unos mil metros más adelante y tras rebasar un fuerte y vistoso meandro, nos encontramos “Gola do Salto”, un potente salto de agua de unos cuatro metros en pleno cauce del barranco. Este curioso elemento se produce por la conjunción en el lugar de dos fallas geológicas con diferente orientación, pudiendo ser observado de cerca al existir una pasarela-escalera que nos deposita sobre ella.
 
A partir de este punto se suceden las zonas de rápidos desde donde poder practicar deportes de aventura en “aguas bravas”, aunque el entorno se va progresivamente haciendo menos espectacular y en algún tramo sin las casi perennes pasarelas. Teniendo ya a la vista el puente de Espiunca, donde finaliza el paseo y se encuentra la caseta de control, así como y un magnífico y gratificante merendero-bar donde poder refrescar nuestra sed. Junto al otro lado del puente (margen derecha del río) se encuentra una nueva singularidad geológica, la Falha da Espiunca.



Se trata de una falla geológica de gran importancia, conformada por cuarcitas negras (cristales de cuarzo) de más de 550 millones de años, ilustre muestra del sistema de “fallas” surgido durante el proceso de formación de las montañas circundantes. Concretamente la podremos distinguió en el talud artificial que tuvo que realizarse para ordenar el cruce de las carreteras hacia Castelo de Paiva y Alvarenga. Este tipo ruptura se puede ver aquí con facilidad, pudiendo observar somo los estratos han sufrido por los movimientos telúricos una desviación de aproximadamente 1,70 mts.
 
Estos lugares aquí reseñados, integran juntos con otros de no menos importancia, vistosidad y singularidad el Geoparque de Arouca, zona declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2009. Cual si fuera un museo geológico al aire libre, que rodeado por las sierras de Freita, Montemuro, Arada y el Macizo de Gralheira, se extiende sobre una superficie de 328 km2, siendo atravesado por cristalinos ríos: Arda, Paçô o Paiva, que discurren por valles angostos. Arouca población relevante de la comarca, situada a una hora en vehículo de Oporto, de la que dista 65 km. y aun así pertenece administrativamente a su área metropolitana, es un núcleo urbano ubicado en un complejo entramado geográfico, por lo que sus accesos son algo intrincados y sinuosos.
 
Estos territorios montañosos de la Sierra de Arouca nos reciben con paisajes sorprendentes, donde nuestras botas caminan por rocas de más de quinientos millones de años, pudiendo encontrar entre los graníticos roquedos de sus serranías más de una cuarentena de lugares declarados como de interés geológico “geositios”, conformados por destacados fósiles, fallas geológicas, singulares rocas, etc. Destacando de entre ellos: los yacimientos fósiles de trilobites gigantes (los más grandes del mundo) de Canelas, los icnofósiles del Valle do Paiva, las Pedras Boroas do Junqueiro en Albergaria da Serra que asemejan “mazorcas de Maíz”, las “piedras parideras” de Castanheira o las fallas geológicas que podemos observar por varios lugares de su geografía como es el caso de la “Falla de Espiunca” ya comentada.
 
Aunque no todo es geología en los entramados territorios arouquenses, habiendo así mismo un importante grupo de pequeñas y tradicionales aldeas que han podido conservar su esencia rural, a las que también el geoparque ha querido proteger y poner en valor. Erigidas en la mayoría de los casos sobe terrazas por lo inclinado de estos valles, estas aldeas y sus complementos: graneros, molinos y eras, están fundamentalmente construidas por granito o pizarra, los elementos más abundantes en su entorno, estando sus tejados protegidos por lanchas de pizarra o capas de colmo (paja). Una imagen que nos hace viajar en el tiempo, a pretéritos años donde la vida por estos barrancales era más intensa y más dura que ahora, habiendo dejado constancia de ello a través de poblaciones como: Paradina, Janarde, Canelas. Castanheira, Cabreiros, Cabaços, Meitriz o Drave entre otras, algunas de las cuales su acceso únicamente es caminando.
 
Así mismo es curioso, peculiar e interesante encontrar al sur de la comarca, en los aledaños de la Sierra de Freitas, los restos de lo que fueron unas clandestinas minas de wolframio-
tungsteno que se explotaron durante la II Guerra Mundial, sorprendentemente unas por parte de los alemanes y otras apenas 5 km. por los ingleses. También nuestra Sierra de Guadarrama fue usada para la extracción del apreciado mineral en la Mina de Wolframio en Cabeza Lijar, de la que se suministraban los teutones durante la contienda europea, para endurecer sus carros de combate. En estos aislados y agrestes barranco entontaremos los restos de un sin número de bocaminas que se extienden por una extensión de apenas 1.000 Ha. como son las Minas de Río Frades, la Galería Vale de Cerdeira, las Minas de Pena Amarela o las de Poça de Cadela, estas últimas en la población de Regoufe, algunas de las cuales aún son accesibles, teniendo un recorrido visitable de unos 400 mts.
 
No podemos dejar de visitar en la población de Arouca su impresionante Monasterio, cuyos orígenes se remontan al siglo X. Reseñar de este cenobio que fue utilizado por la infanta Mafalda de Portugal -quien fuera reina castellana por breve espacio de tiempo- para su retiro por espacio de 36 años hasta su fallecimiento en 1256. Siendo también imprescindible el poder probar la afamada “ternera arouquesa” (DOP) en algunos de los restaurantes de la zona, y los dulces de yema que se elaboran en la población siguiendo la tradición de la monjas cistercienses.



Hemos recorrido otro espacio mágico situado en el interior del vecino país, con un patrimonio geológico y etnológico de excepcional importancia, habiéndose creado para su preservación el Geoparque de Arouca. Pudiendo disfrutar durante nuestra visita de espacios al margen de los clásicos “Circuitos Turísticos”, ya que estos intrincados valles y laberínticas sierras poseen secretos que se nos irán descubriendo, a los que sin agobios y con los ojos bien abiertos nos acerquemos a escudriñar por sus resquicios.



Sintiendo una nueva satisfacción el poder recorrer este trozo escondido del interior portugués, que una vez más me ha sorprendido gratamente tanto en este y anteriores periplos.