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El espacio tiempo suele ser el gran enemigo para la
memoria de los que humanos nos sentimos, pero también puede recuperarse como un
gran aliado. Hace más de 30 años que mis botas pisaron por primera vez estas
serranas tierras y alrededor de 25 de mi última visita, pero mis recuerdos siguen
frescos de aquel entonces. No muchas cosas han cambiado, si que la forma de
vivir de sus gentes; ahora los pequeños núcleos de población del interior de
estos altozanos, antaño humildes y aislados, hoy son reclamo de un creciente turismo
rural hambriento de deportes de acción y naturaleza. Pero en poco más he notado
ese cambio en el tiempo. Reconocer que el asfalto ha sido sustancialmente
mejorado, pero el resto de las rutas siguen manteniendo esa magia de
descubrimiento, sus gentes siguen siendo amables, aunque algunas de ellas en la
actualidad sean foráneas, pero nos reciben con la misma sonrisa que tenían sus
padres o abuelos.
Este macizo calcáreo que ocupa el noreste de Jaén, avecinado
con Albacete y Granada, ocupa una extensión cercana a las 215.000 ha. Siendo el
mayor espacio protegido de España y el segundo del continente Europeo. No es
una sierra tal y como se nos imagina a los mesetarios, por ello mi denominación
de “macizo”, pues comprende varios y díscolos cordales, dibujando un laberinto
de valles, calares y altiplanos, trazando un relieve enormemente abrupto surcado
de profundas barrancadas, en las que sus ríos toman distintos caminos. Unos
hacia el Este como el Segura, camino de las huertas murcianas del mediterráneo
y otros como el Guadalquivir que se dirigen hacia el Suroeste en busca del
mítico tartessos atlántico.
Los primeros restos humanos catalogados de la época
prehistórica (VI milenio a.C.) están ubicados en el corazón de la sierra,
próximos a la Nava de San Pedro, localizados en un pequeño abrigo de roca del
valle de Valdecuevas, situada al final del riachuelo de su mismo nombre, en un
espolón sobre el arroyo, en la sierra del Pozo, no muy lejos del río
Guadalentín. Pudiendo tratarse de un campamento
ocasional de pastores o cazadores del neolítico.
Se tiene probada evidencia de la presencia en la sierra,
concretamente en las faldas orientales de la sierra, de grupos de pastores
neolíticos que recorrían estos parajes, cobijándose en covachas y abrigos de la
zona. Dejando en muchas de ellas vestigios de su paso a través de pinturas
rupestres como las que he podido documentar en la Cueva del Clarillo, con unas magnificas
y extraordinarias manos en rojo, que traen a mi mente las impresionantes del
Rio Pinturas en la Patagonia Argentina.
Durante la dominación islámica de la península, que
por estas tierras duró lógicamente más que por en norte de Hispania, las
tierras de Cazorla y Segura estuvieron
pobladas de numerosas baluartes, alquerías y pequeñas poblaciones. En el
término municipal de Santiago-Pontones quedan huellas de recintos fortificados
entre los que destacan el Castillo de las Gorgolillas.
Pero sigamos recorriendo parte de la historia de
estas tierras. En 1809 los vecinos de los pueblos de los alrededores serranos,
huyendo esta vez no del Cardenal Cisneros y su “Santa Inquisición”, si no de
las huestes de los ejércitos franceses de Napoleón que habían invadido esta
maltratada piel de toro, sembrando la desolación y la muerte por toda la
geografía española. Utilizan nuevamente las navas, los valles y los lugares mas
recónditos de estas serranías para refugiarse de las travesuras gabachas, como
la destrucción y quema de la iglesia de Santa María en Cazorla, el saqueo de la
vecina población de La Iruela, con la destrucción y quema de su Basílica de
Santo Domingo de Silos, pasando a cuchillo o cruelmente fusilados a cuantos
lugareños sorprendían con las armas en la mano o la ocupación en 1810 de Segura
de la Sierra, arrasando su castillo y dando muerte a muchos de sus vecinos.
El fracaso de Napoleón al intentar traernos la modernidad a este país de “aquesas formas”, nos introdujo en el revuelto y dispar siglo XIX, con sus crisis permanentes, creadoras de una oligarquía rural que abusó del caciquismo para imponer a sus gobernantes, donde los ricos se hacían más ricos y los pobres más y más pobres. Esta situación provocó el crecimiento del bandolerismo en el sur peninsular, más concretamente en Andalucía, y estas sierras no estuvieron fuera de ese fenómeno. La figura del bandolero como malhechor y salteador de caminos, que resguardado en la sierra bajaba de ella para atracar a los sorprendidos viajeros, como un pintoresco componente de atrasadas sociedades rurales, de complejas comunicaciones y con poca presencia policial, tal y como nos han dejado las películas y series televisivas, nada tiene que ver con la visión que de ellos se tenia desde el interior de las sierras, donde la concepción mayoritaria justificaba, y aún hoy en día justifica, muchos de los actos que abocaron al bandolerismo (resistirse violentamente a pagar impuestos abusivos, robar a quien robaba, castigar al delator, agredir al capataz despótico o aplicar la propia e inapelable justicia).
Algunos narradores no dudan en afirmar que Francisco
Ríos González, “El Pernales”, merodeó en mas de una ocasión por las sierras de Cazorla
y Segura. Pudo ser de paso hacia Valencia, ya que esta demostrado que estuvo en
esta ciudad intentando embarcar a América al menos en dos ocasiones, antes de ese
fatídico 31 de agosto de 1907, en que una partida de la Guardia Civil dio
muerte al famoso bandolero en la vecina Sierra de Alcaraz, en el paraje del
Arroyo del Tejo de Villaverde de Guadalimar, cerca de la población de Salobre,
donde nació José Bono, nuestro ínclito y simpar anterior Presidente de Las
Cortes.¿Volveremos en el siglo XXI (daros cuenta que las siglas romanas son las mismas, pero con otro orden) al XIX…………….?. La crisis esta que no es nuestra, los nuevos modos de explotación laboral, el acopio de riqueza de unos, las decisiones de los gobernantes, las presiones de los mercados, la corrupción, el robo de los banqueros, las mentiras de los políticos……….. ¿Volverá a renacer en estos tiempos que corren el bandolerismo romántico y trasgresor?...........o será suficiente el 15-M para remover las conciencias.
Durante los primeros años de la postguerra fueron
numerosos los grupos de maquis que circularon por la provincia. Tales fueron, los
capitaneadas por los hermanos "Jubiles", o las de "Vidrio"
y "Torrente de Andalucía" situadas en los aledaños de Sierra Morena.
Las partidas de " Cencerro " y " Salsipuedes " operaron en
las sierras del sur de la provincia, mientras que las de los hermanos
"Chaparros", "Pajuelas" y el "Sargento Chamorro"
lo hicieron en Sierra Mágina.
Uno de estos huidos de la represión sediciosa fue Manuel
Calderón Jiménez alias " Ramiro ", miembro de la
partida de “Pablo el de Motril”, uno de los últimos guerrilleros
antifranquistas abatido en 1952 por la guardia civil. Encontró la muerte en
Torcal
del Lobo junto al río Guadalentín, un lugar muy próximo a la
Nava de San Pedro, en pleno corazón de las Sierras de Cazorla y Segura. Su
cuerpo cargado en una mula y trasladado hasta Quesada fue enterrado en la
oscuridad de la noche, sorteando las miradas importunas de la población. Se le
dio sepultura en la fosa común del "corralillo de los ahorcados", una
porción de tierra relegada del cementerio y reservada en aquellos tiempos de
fundamentalismo católico, para los suicidas, ateos, niños sin bautizar y
apostatas, que no eran merecedores de ser sepultados con los piadosos.
Curiosos y singulares son también las denominaciones
que se utilizaban para definir a las personas que colonizaron o desarrollaban
algunas actividades en las sierras. Durante el siglo XIX, las desamortizaciones de
Mendizábal y Madoz tuvieron efectos significativos para estas sierras, pues a través
de ellas se consiguió la repoblación de las mismas. Un decreto permitió ocupar
“sin pago” las tierras de realengo cercanas al Guadalquivir y sus afluentes,
amojonarlas y ponerlas de terreno nuevo apto para cultivo, considerándose
“siempre” de su propiedad. Este es el origen de ”Los Hornilleros” y supuso la
colonización de la Sierra de Cazorla, hasta que en 1960 se declarara el Coto
Nacional de Caza, obligando a los serranos a abandonar sus casas para vivir en
los pueblos que entonces se crearon al efecto, Coto Ríos y Vadillo.
De nuevo una huida a estas sierras, esta vez por penuria.
Familias enteras, hombres mujeres e hijos, llegaban a estos territorios tan
alejados de sus orígenes, llevando tan solo consigo consigo sus aperos de
labranza, sus ganados y sus bestias de carga, aunque muchos eran tan pobres que
no tenían otras posesiones que la ilusión de poseer un trozo de tierra. Casi
todos iban con sus hornillos colgados para cocinar la escasa comida que llevaban
o la que pudieran conseguir por el camino, por lo que los individuos que los
veían pasar cuando se dirigían hacia estas sierras empezaron a llamarles “Los Hornilleros”.
Estas gentes simplemente amojonaban un territorio, lo saneaban de pinos para ponerlo
en cultivo y construían su choza. Sin necesidad de escrituras ni papeles, se convertían
en sus amos, no hacía falta redactar censos para tener tierras. Como el
dicho………. “tenían menos papeles que la burra de un gitano”,……….. pero no los precisaban
para vivir allí; simplemente la tierra pertenecía a quien vivía en ella y la
trabajaba.
La actual población de Santiago de la Espada,
ubicada en las faldas de la Sierra de Segura, tuvo su origen en un grupo de
pastores que acudían con sus ganados desde Cuenca, llamándose originalmente El
Hornillo, desde entonces sus habitantes tienen el gentilicio de hornilleros,
apodo del cual están muy orgullosos.Desde mis primeras visitas a estas intrincadas sierras obra en mis manos la novela que Juan Luis González-Ripoll editó en 1976, “Los Hornilleros”. En ella nos narra las vicisitudes de estos colonos en estas sierras. Sus vidas, miserias, sus inquietudes, su coraje y sus esperanzas son contadas a través de la familia Montiel, protagonistas en un tiempo ya lejano, en que la sierra atufaba a lobo y aun quedaban osos por las altas cumbres.
Curioso, aunque también tétrico y macabro, es el término de “recolectores de cadáveres” que se acuño por estos lugares desde la colonización del interior de las sierras en el siglo XVIII por “Los Hornilleros”, hasta comienzos del siglo XX. Las navas, valles, arroyos, praderas y regatos estaban salpicados de una colectividad humana que aunque diseminada en cortijadas tenia cierta importancia, amen de las personas que se trasladaban desde las poblaciones de las cercanías, para desarrollar las variadas tareas que las explotaciones rulares requerían en su interior, desde pastores a agricultores, pasando por buscadores de fortuna, mineros, guías, leñadores, clérigos, pescadores, cazadores, delincuentes, guardas, peones camineros, viajeros ocasionales… una disparidad de sujetos se movían por un territorio carente de las comunicaciones de hoy, adentrándose en lo más recóndito sin coincidir dos personas en semanas, con jornadas de trabajo duras y sin el menor remedio próximo ante la enfermedad, produciendo en multitud de ocasiones la muerte del desventurado que tenia la mala fortuna de caer herido, enfermar o ser asesinado en estos territorios inhóspitos, lejos de su lugar de origen.
Esto ocasionó que algunos individuos de las aldeas
circundantes se dedicaran a la búsqueda de los desaparecidos que no habían
vuelto a sus hogares en el tiempo razonable. A estos personajes de peculiares
características y un oficio nada envidiable se les denominaba "buscadores
de muertos" o "recolectores de cadáveres”, hombres sencillos,
respetuosos, fuertes, normalmente solitarios. Su
labor fácil a la vez que tétrica y desagradable, era ir con una o varias
bestias por los parajes donde se creía
podía encontrarse el difunto, localizarlo, cargarlo y transportarlo hasta el
cementerio del pueblo, toda vez que había que darles sepultura en tierra
sagrada, normalmente el La Iruela o Cazorla, evitando que sus almas tuvieran
problemas con la divinidad. Su partida de búsqueda solía ser al atardecer ocultándose de la vista de los ciudadanos. Los supersticiosos lugareños tenían reparos en cruzarse con ellos, por lo cual utilizaban trochas y veredas poco usadas y apartadas de la vista, sendas que tomaron la denominación de “caminos de los muertos”. Durante el retorno se repetía el mismo ritual se procuraba coincidir con horas en los que la luz era escasa, normalmente de noche, intentado que no hubiese contacto visual con la población, hasta dejarlos en el cementerio. Uno de esos lugares de enterramiento era el antiguo camposanto de la Iruela, Un lugar tenebroso ya de por sí que sin duda favoreció más si cabe a fomentar la leyenda negra sobre estos traslados de cuerpos. El tramo final que conduce hacia el interior de un recinto amurallado, es un camino estrecho, empedrado, y con una claustrofóbica entrada que hace varios giros leves pero lacónicos.
El Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura
y las Villas, que ese es su nombre, está declarado Reserva de la Biosfera por
la UNESCO desde 1983, Parque Natural desde 1986, así como Zona de Especial
Protección para las Aves (ZEPA) desde 1987.
Para visitar sus mágicos enclaves lo mejor es recorrer
a pie sus antiguas trochas y los caminos de herradura, que durante siglos usaron
como vía de transito la escasa y dispersa población local, que desde tiempos
añejos moraron esta extraordinaria tierra. Muchos de estos viejos senderos hoy
han quedado en desuso, aunque otros se están recuperando. No me quiero extender
sobre los sorprendentes lugares y asombrosas veredas que por estas sierras
podemos encontrar. Hoy afortunadamente existe este medio por el que me estas
leyendo y con la infinidad de publicaciones existente que encontramos en
cualquier librería especializada, podemos documentarnos sobre enclaves y recorridos
por estas serranías. Es por ello que no os voy a cansar más, solo relacionaros
algunos lugares de especial interés, reconociendo que no soy un gran conocedor
de la zona y sabedor de mis carencias sobre otros lugares de igual o superior
belleza escondidos entre estos barrancos serranos:
Visitar el Valle y Nacimiento del Guadalquivir, ir a
contemplar los Tejos milenarios del Barranco de la Cañada de las Fuentes, pasar
a admirar el Nacedero del Segura, recorrer el Barranco del Guadalentín, caminar por la Nava del Espino hasta llegar a
los miradores del Poyo de la Mesa, recrearnos en la Nava de San Pedro para
acceder a los Arroyos de Valdecuevas y Valdetrillo, ascender a la Nava de Paulo (donde antiguamente habia un refugio en el que dormi en mis años mozos y del que ahora solo quedan sus ruinas)
para conocer los Campos de Hernán Perea y ascender al Pico Empanadas, transitar
la Cerrada del Utrero admirando la Cascada de Linarejos y sobre todo realizar
el recorrido por el Rio Borosa hasta la Laguna de Valdeazores.Espero que estas letras mías os hayan intrigado hasta el punto de acercaros a visitar estas tierras.




