Nos
acercamos a la zona más aislada del ya por si remoto sudoeste etiópico, a las
márgenes del río Omo, donde hasta hace muy poco no había accesos decentes, y
visitarla era una verdadera odisea, ya que hasta la segunda mitad del siglo
pasado estaba prácticamente incomunicada con el mundo exterior. El hecho de ese
aislamiento ha producido, como en otros lugares de áfrica, que las costumbres
de los individuos que habitan en ella no hayan evolucionado y mantengan
costumbres de tiempos remotos, en algunos casos próximos a los albores de la civilización;
teniéndose evidencias científicas de que sus pobladores
han habitado de forma permanente esta apartada región por más de 100.000 años.
Aunque un auge del turismo en estas zonas está modificando sustancialmente
sus ancestrales conductas.
El río Omo discurre por el territorio etíope de norte a sur a lo largo de 760 km. su rápido curso salva un desnivel de 2.650 m. brotando sus primeras aguas desde una altura de unos 3.000, en los valles occidentales de las montañas Guraghe; cerca de la aldea de Anige, a unos 90 km. al suroeste de Addis Abeba y a unos 50 al noroeste del lago Ziway; desaguando en el Lago Turkana a 360 m. de altitud, formando un delta fluvial, al cual su descubridor, el conde Samuel Teleki, le bautizó con el nombre de lago Rodolfo en honor al príncipe heredero del imperio austrohúngaro, hijo de la afamada Sissi.
La
parte inferior de su curso fue durante miles de años lugar de encuentro para
las diversas culturas y grupos étnicos que emigraron hacía esa región, formando
hasta finales del siglo XIX el límite oriental de los antiguos reinos de
Janjero y Garo, en que fueron anexados a la actual Etiopia. El primer europeo
que se aventuro por estas latitudes (curso bajo del rio Omo) fue el parmesano Vittorio
Bottego en 1896, muriendo en 1897durante una escaramuza con los
"oromo" cerca de la población de Girami. Un par de años después
llegaron las expediciones de: Henry Herbert Austin, Wolda Giyorgis y
Alexander Bulatovich, estas dos últimas saqueando las tribus allí asentadas,
sumiéndolas en la más absoluta miseria.
Su
cuenca; al igual que la del rio Awash (donde se han encontrado los restos de
los homínidos más antiguos del planeta "Lucy" y "Ardi", con
3.5 y 4,4 millones de años de antigüedad), es interesante arqueológicamente, y
afamada por los restos paleontológicos en ella encontrados. Habiéndose excavado
varios yacimientos, que datan del plioceno y pleistoceno, apareciendo en ellos
fósiles de homínidos pertenecientes a los géneros "homo" y "australopithecus",
también utensilios confeccionados con cuarcita, el más antiguo de unos 2,4
millones de años. Dando asimismo su nombre a Omo 1 y Omo 2, los dos cráneos más
antiguos (195.000 años) de "homo sapiens" localizados hasta la fecha
en todo nuestro planeta. Debido a esto y su rica variedad
étnica, el bajo valle del Omo, fue declarada por la UNESCO como Patrimonio de la
Humanidad en 1980.
Comparten
este territorio unos 18 grupos étnicos diferenciados (tsemay, benna, ari,
bashada, mursi, bodi, hamer, karo, arbore, surma, nyangatom, bume, dassanetch o
galep), de los aproximadamente 45 que habitan el suroeste etíope. Muchos de
ellos seminomadas que viven en la actualidad del pastoreo y la agricultura, ya
que la caza ha disminuido mucho, además de estar regulada en la actualidad por
las reglamentaciones de los Parques Nacionales de Omo y Mago, ocupando cada uno
de ellos una margen del rio, que los divide y delimita.
Tras
cruzar la calurosa llanura de Woito, la carretera asciende por tierras de los
"tsemay y "benna", y pasando por Key Afer y Kako llegamos a
Jinka, en las proximidades del rio Neri, tributario del Mago, que a su vez lo
es del Omo. Actuando como capital comercial y administrativa de la zona, Jinka
es además de punto de encuentro de algunas de las tribus de este territorio, la
última localidad en la que aprovisionarse si pretendemos adentrarnos en los
espacios del Parque Nacional de Mago.
Partimos
de ella para seguir conociendo las tribus del sur etíope, de las más originales
y genuinas que pueden verse en todo este continente de dermis negras. Caminando
desde nuestro alojamiento, el "Rocky Recreation Camping"; del que no
quiero hacer comentarios sobre sus aseos, pues con esto está todo dicho;
visitamos un poblado "ari". Esta etnia, al estar muy próximos a zonas
en las que ya el "asfalto" ha llegado, sus miembros están muy
influenciados ya por las costumbres occidentalizantes, aunque mantienen gran
parte de sus tradiciones y antiguas formas de vivir. Visten ropa "actual",
de esa que les llega de nosotros, de la que metemos en los contenedores de
reciclar………. siiiiiiiii…, del que no tiene color asignado, del que vemos como
sacan con un gancho las camisetas y otros ropajes para sacudirse la crisis los
afectados por los de "el país va cojonudo". Pero sigamos; iba
contándoos sobre las formas de vida de los "aris"; viven en cuidadas
chozas de barro techadas en paja, rodeados por exuberantes cultivos en medio de una densa
vegetación, ocupando las tierras más fértiles de toda esta zona, propiciando
ser el grupo más boyante en la región. A sus mujeres se las reconoce con
facilidad, pues suelen llevar un pañuelo anudado a la cabeza y las adolescentes
visten unas curiosas faldas hechas de las hojas del falso banano llamado
"enset". También son excelentes alfareras, y habilidosas en la forja
de utensilios de hierro.
Nos
acercamos al mercado semanal que se celebra los jueves en Key Afer, donde somos
abducidos por el ajetreo y el colorido que desborda su actividad. Todos los
tonos imaginables deambulan a nuestro alrededor; aris, bennas y tsemays
fundamentalmente, comprar, venden, intercambian o simplemente se relacionan, en
un espectáculo lleno de vida y bullicio, donde nuestra presencia nada impide y
donde contemplamos gran parte de la realidad de estos pueblos que hasta no hace
mucho vivían en otra época lejana. Muchachos y muchachas pasean y ríen, algunas
"buscavidas" requieren nuestras fotos para sacarse algún
"birr" (la moneda del país), pero sobre todo los puestos en el suelo,
modo tradicional de trueque, en el que semillas, harinas, cereales, cuencos de
barro, quincallas, pieles y otros elementos pasan de mano en mano. Son las
mujeres "benna", con sus tocados y trenzados cabellos cubiertos por la
característica calabaza a modo de sombrero, y las "tsemay" con sus
vistosas vestimentas y abalorios, las que más sensación causan a nuestras
fascinadas neuronas. Un espectáculo único de actividad, viveza, tonalidad y
algarabía que se desarrolla a nuestro alrededor con la mayor naturalidad.
Toca
ahora acercarnos hasta los "mursi", para lo cual dedicaremos gran
parte del día, pues hay que recorrer gran parte del Parque Nacional de Mago por
sinuosas pistas, que no siempre están es un estado aceptable, pero tenemos
suerte y en algo más de un par de horas llegamos a su amplio territorio. Esto
sí que es volver al pasado, un tiempo sin precisar en qué época estamos, como
si de estar en los albores de la civilización se tratara. Esta tribu de mirada
fija y rudos gestos, orgullosa y guerrera, tuvo y tiene fama de belicosa,
hasta el punto que unas semanas
antes de nuestra visita el acceso a estos territorios estaba cerrado a los
visitantes, pues en un contencioso con la tribu "vecina" de los "bodi",
motivado por el uso de unos pastos para el ganado, había producido tres
muertes; debiendo por ello ir obligatoriamente acompañados por dos "rangers" armados, por si alguna conflictividad se pudiera originar. Destacar que si bien siguen viviendo prácticamente como en la época
del bronce, han sustituido las lanzas, los arcos y las flechas por modernos
rifles: el AK- 47
ruso (Kaláshnikov), el europeo G3 o el
americano M16.
En otra época disfrutaban matando, desvalijando a sus enemigos e incluso cortándoles
sus testículos que mostraban como trofeo, hoy en día aunque temidos sus formas
son más tranquilas, dejándose retratar por los foráneos que hasta ellos
acudimos, siempre que se pague por ello, lo cual comporta un grado de tensión y
hostigamiento al negociar su precio, siendo esto su principal fuente de
ingresos en la actualidad. Esta presión se trueca en desazón hasta el punto de
sentir incomodidad, deseando abandonar el enclave por el agobio, un verdadero
pesar pues el ambiente que nos rodea, los personajes y sus gestos son únicos e
irrepetibles.
Visitamos
la aldea de "Hayloha", a nuestro encuentro salen sus moradores: las
mujeres engalanadas de estrafalarios adornos: grandes pendientes de colmillo de
facocero (jabalí etiope), coloridas pinturas, escarificaciones en la piel, y
sobre todo y más llamativo, con su boca perforada para colocarse sus platos
labiales, lo mismo que hacen con sus orejas, para con ello representar su posición
social. Se desconoce el motivo de este ornamento bucal, habiendo quien teoriza sobre
que esta práctica comenzó en tiempos de la esclavitud, intentando impedir que
los negreros somalíes capturasen a las mujeres mursi, ya que las deformidades
que les producían impedía su venta en los mercados de esclavos.
Los
hombres, dedicados fundamentalmente al pastoreo, van prácticamente desprovistos
de ropajes, llevando como única vestimenta una manta que conservan durante toda
su vida. Mostrándonos a través de su corpulenta desnudez coloridas pinturas, con las que decoran sus cuerpos, y múltiples escarificaciones con
dibujos geométricos en su piel como muestra de valor, fuerza y agresividad. Pudimos
observar durante nuestra visita el rito de extraer sangre de una vaca viva para
bebérsela, utilizando para ello arco y flechas, hendiendo de esta manera la
arteria del animal. Al igual que otras etnias de la zona realizan ceremonias
para el reconocimiento de llegar a la edad matrimonial; en este caso se llama “thagine”,
llevándose a cabo después de las cosechas, consistiendo en un duelo entre
varios jóvenes batiéndose con largos varas de madera llamadas “donga”, poniendo
a prueba su valía, habilidad y fortaleza, siendo recompensados con la
admiración de las muchachas casaderas y el prestigio del resto de la tribu.
Nos
trasladamos a pequeña población de Turmi, donde hacemos base para visitar a
otra etnia del bajo Omo, los "hamer", acercándonos para ello hasta el poblado
"Assille Kebele", a 20 km. de Turmi, en la ruta a Woito, por el
territorio "arbore". Para llegar hasta él, debemos vadear un ancho
rio, que a la vuelta, en la oscuridad de la noche y crecido por las lluvias,
tenemos que cruzar a pie y medio en cueros, ya que los todoterrenos que nos
trasportaban no lo podían atravesar su cauce. Adornados con un sinfín de abalorios y
detalles, los "hamer" son un pueblo orgulloso, reacio a los nuevos
tiempos, fiel a sus tradiciones, pero acogedor hacia sus visitantes, rasgos
esenciales que definen su forma de ser. Los intentos de ser sometidos en tres ocasiones
durante los siglos XVIII y XIX por tribus vecinas, para afianzar su
expansión territorial, ha creado en esta etnia un especial sentido de supervivencia, forjando el poderoso e individualista temperamento de esta etnia.
Aún hoy en día, se trasmiten oralmente de padres a hijos las incursiones
habidas entre las tribus vecinas.
Polígamos
y presumidos, los hombres "hamer" van con el torso semidesnudo
mostrando su musculatura y las escarificaciones de los brazos, visten una
minúscula falda liada en la cintura, así como unos complejos y llamativos
casquetes de arcilla en el pelo, decorados a veces con plumas o vistosas cuentas.
Y para no perjudicar su curioso peinado van provistos de una especie de
apoyacabezas denominado "borkota", que les sirve a la vez de asiento,
del que apenas se separan en su vida cotidiana.
Las
mujeres llevan una especie de falda, adornada con coloridas piezas de vidrio de
multitud de colores, que ellas mismas confeccionan con pieles de cabra; la
parte delantera lleva unas piezas metálicas para hacer de peso y en la parte posterior
lleva un corte alargado que llega prácticamente al suelo. Sobre sus desnudos
pechos lucen una especie de bandolera a manera de collar, elaborada con las conchas
de cauri que provienen de intercambios con tribus cercanas al Índico, así como
llamativos adornos en los lóbulos de las orejas y gran cantidad de aros
metálicos en las muñecas y por encima de los tobillos. También portan un par
metálicas gargantillas en sus cuellos que nunca se podrán quitar, siendo tres
en el caso de las casadas, en este caso de cuero de la que despunta una especie
de cilindro férrico en su parte delantera; las más jóvenes llevan una cinta en
la cabeza que sujeta una fina especie de chapa ovalada sobre su frente,
resaltando su cuidado y vistoso peinado, elaborado con pequeñas trenzas que
untan de tierra roja engrasada con manteca.
Pero
lo que más llama nuestra atención y repulsa, son las cicatrices y marcas, que
orgullosas lucen en sus espaldas, ya que la flagelación de sus cuerpos forma parte
de su cultura y tradición, tal y como pudimos comprobar "in person"
durante la fiesta del "Ukuli Bula" o Salto del Toro. Un rito iniciático
o ceremonia de tránsito entre la pubertad y madurez de los hamer, en la
que, durante los tres días de celebración que dedican a ello, el aspirante
“ukuli” debe demostrar que ya es hombre “maz” y merecedor de ser reconocido como
tal por el resto de la comunidad; que de una forma u otra participa
mayoritariamente del festejo. En él, las mujeres en edad lozana del poblado
inician el ritual con melosas e insinuantes canciones, bailan, gritan, cantan y
haciendo sonar sus cornetas.
Engalanadas con aretes de cascabeles colocados bajo sus rodillas, y sin dejar de salta ni un solo instante, los hacen resonar incesantemente, al tiempo que entrechocan los aros de acero que llevan enroscados a modo de tobilleras. Entre tanto, algunas de ellas se separan del grupo comenzando a provocar a los jóvenes haciendo sonar sus pequeñas trompetas, les chillan e insultan, al tiempo que les tienden unas finas y cimbreantes varas, con las que les demandan ser azotadas, discutiendo entre ellas por ser flageladas en primer lugar. Los muchachos, con forzada y hosca actitud, fustigan con el latico las desnudas espaldas de sus suplicantes. El chasquido de cada latigazo fluye por los oídos de todos los asistentes. La rama cimbrea el costado de la muchacha, fundiéndose en su cuerpo hasta que la punta alcanza su espalda, rasgando la piel hasta sangrar; sin mostrar en ello el más insignificante gesto de dolor; volviendo sin pestañear y con el rostro impávido al griterío del resto del grupo. Dura, cruel y masoquista escena que se repite una y otra vez a lo largo del ceremonial, mostrando con ello el valor, la fortaleza física, el orgullo de las féminas y un símbolo de status superior. Cuantas más marcas tallen el cuerpo de las hamer, más merecedoras de respeto y consideración tendrán del resto del poblado, pudiendo acceder a un mejor acomodo marital.
Engalanadas con aretes de cascabeles colocados bajo sus rodillas, y sin dejar de salta ni un solo instante, los hacen resonar incesantemente, al tiempo que entrechocan los aros de acero que llevan enroscados a modo de tobilleras. Entre tanto, algunas de ellas se separan del grupo comenzando a provocar a los jóvenes haciendo sonar sus pequeñas trompetas, les chillan e insultan, al tiempo que les tienden unas finas y cimbreantes varas, con las que les demandan ser azotadas, discutiendo entre ellas por ser flageladas en primer lugar. Los muchachos, con forzada y hosca actitud, fustigan con el latico las desnudas espaldas de sus suplicantes. El chasquido de cada latigazo fluye por los oídos de todos los asistentes. La rama cimbrea el costado de la muchacha, fundiéndose en su cuerpo hasta que la punta alcanza su espalda, rasgando la piel hasta sangrar; sin mostrar en ello el más insignificante gesto de dolor; volviendo sin pestañear y con el rostro impávido al griterío del resto del grupo. Dura, cruel y masoquista escena que se repite una y otra vez a lo largo del ceremonial, mostrando con ello el valor, la fortaleza física, el orgullo de las féminas y un símbolo de status superior. Cuantas más marcas tallen el cuerpo de las hamer, más merecedoras de respeto y consideración tendrán del resto del poblado, pudiendo acceder a un mejor acomodo marital.
Finalizado
tan infame y siniestro ritual, el “ukuli” será pintado con carbón y colorida manteca
por alguno de sus familiares o amigos, que posteriormente formando un circulo a su alrededor le
despojan de sus vestimentas dejándole en cueros; a continuación el brujo de la tribu le empapa el cuerpo con las
vísceras de una cabritilla recién sacrificada. Consintiendo el siguiente paso,
el seleccionar un grupo de reses, entre 6 y 12, para caminar variar veces por
encima de ellas, recorriendo en inestable equilibrio, desnudo y descalzo los
lomos de las vacas. Operación que si es realizada con éxito le proporcionara su
nueva posición hombre casadero.
Es
interesante ir también a visitar otro de los sugerentes mercados de esta zona;
el que cada sábado se celebra en Dimeka, población situada a 30 km. al norte de
Turmi; donde se allegan a mercadear principalmente los hamer. Como sucede al
acercarnos a estos rústicos bazares que semanalmente se instalan en estas
rurales poblaciones, vemos a cantidad de mujeres acarreadas como mulas,
desplazándose hasta él a vender, cambiar o trapichear sus mercancías. Este
tribal zoco se extiende por buena parte de la localidad, y aunque no es muy extenso,la animación es grande, con un constante trasiego de gentes yendo y viniendo. Dispuesto
por zonas: la de los tenderetes de sorgo, los de verduras, leña, ganado, artesanía
y souvenires, etc. destacando a la entrada, donde venden la arenisca roja con
que las mujeres hamer se acicalan el pelo o la piel, o la zona de los utensilios de barro.
También desde Turmi partimos para realizar el último de los recorridos étnicos, y así completar nuestro viaje al pasado. Por dificultosa pista; en la que somos sorprendidos por enormes termiteros y hermosos arboles decorados con las flores denominadas "rosas del desierto", y los inevitables pinchazos en las ruedas a los que con asiduidad nos vemos sometidos; nos acercamos hasta la misma margen del rio Omo, ya casi en su parte final de su curso, que se nos presenta rodeado de verdes bosques. Allí sobre lo alto de su cauce, custodiado por un potente acantilado que forma uno de sus poderosos meandros y en medio de una magnifica panorámica con el Parque Nacional de Omo al fondo, se halla la aldea de "Kolcho", donde habitan los "karo".
También desde Turmi partimos para realizar el último de los recorridos étnicos, y así completar nuestro viaje al pasado. Por dificultosa pista; en la que somos sorprendidos por enormes termiteros y hermosos arboles decorados con las flores denominadas "rosas del desierto", y los inevitables pinchazos en las ruedas a los que con asiduidad nos vemos sometidos; nos acercamos hasta la misma margen del rio Omo, ya casi en su parte final de su curso, que se nos presenta rodeado de verdes bosques. Allí sobre lo alto de su cauce, custodiado por un potente acantilado que forma uno de sus poderosos meandros y en medio de una magnifica panorámica con el Parque Nacional de Omo al fondo, se halla la aldea de "Kolcho", donde habitan los "karo".
Estos
antiguos cazadores, hoy prácticamente agricultores, forman una de las etnias
con menor población de Etiopía, apenas los mil individuos. Bien relacionados
con sus contiguos los hamer, que cuidan de su ganado a cambio de obtener sorgo;
sus aldeas están compuestas por simples y cónicas chozas, llamadas “ono”,
elaboradas de ramas y paja, las cuales tienen que reconstruir varias veces al
año por la voracidad de las termitas que hemos visto existen en su entorno. De
los mismos materiales son los graneros, aunque de menor tamaño y elevados del
suelo por unos pilotes. En un velado lugar del poblado está el “marmar”, lugar
sagrado en donde realizan los rituales más significativos, al cual sólo tienen
acceso los miembros de la tribu que estén casados.
Pero
lo que más nos llama la atención de estos sujetos nada más llegar, y donde más desarrollan
el sentido de una estética singular, es en las pinturas de sus cuerpos y
especialmente sus caras, con bocetos que van desde delicados y elaborados diseños
a toscos pero impactantes bosquejos. Legando a su máxima expresión con las
pinturas faciales y pectorales, en las que armonizan los tonos blancos, negros,
amarillos, ocres o rojos; llegando algunos sujetos de la tribu a complementar
su ornato con vegetales y flores, e incluso piercings hechos con los más
variopintos materiales: clavos, chapas de refrescos, imperdibles, etc..
Las
mujeres se realizan unos cortes en la piel, frotándose e introduciendo ceniza
en ellos, produciéndose unas artísticas escarificaciones en los brazos y pecho,
intentando con ello resaltar su belleza y seducción. Al igual que los hamer,
los karo también saltan los toros para llegar a la madurez y poderse casar,
pero estos le llaman "pilla", siendo una de las ceremonias más
importante que celebran.
Otra
singularidad que les caracteriza es la libre sexualidad entre sus jóvenes, pero
comporta de quedar embarazadas, que el recién parido sea abandonado al considerarlo
“mingi” (maldito). De la misma manera actúan cuando un nacido tiene alguna malformación
o rareza y no alcanza pautas de normalidad, como el desarrollo de los dientes
superiores antes que los inferiores; dejándolos desasistidos hasta morir, en la
supersticiosa creencia de que atraen desgracias y fatalidad a la familia así
como al resto de la tribu. Comentar también sobre este tema, que las mujeres
"tsemay" dan a luz a orillas del río sin ayuda de nadie y sin ser
vistas, provocando una gran cantidad de muertes en los partos, por lo cual, en
estos momentos hay una ONG trabajando en la zona para mentalizar a la gente e intentar
cambiar este hábito.
Desde
la perspectiva que nos ofrece la altura en la que estamos sobre el rio,
divisamos en la lejanía en dirección norte una gran depresión. Son los terrenos
reservados a la "Ethiopian Sugar Corporation", para crean una de las
mayores plantaciones intensivas de caña de azúcar de toda áfrica, creando para ello
impactantes y potentes sistemas de riego que irreparablemente conllevan la
creación de grandes obras hidráulicas en el cauce del rio Omo.
Ya existen y están en funcionamiento las represas Gibe I y Gibe II, en el curso alto de su cauce. Pero la construcción de la denominada Gibe III (a las que seguirán la Gibe IV y Gibe V) en estas zonas, con 243 mts. de altura y 610 de longitud y con una planta hidroeléctrica asociada de 1.870 megavatios, la más grande de toda áfrica, producirá un impacto tan brutal en la zona, que cantidad de grupos conservacionista y "ongs" internacionales, han puesto el grito en el cielo, organizando una petición "online" contra el proyecto de esta presa, en base a su impacto ambiental y en defensa de los derechos humanos de sus habitantes, a los que se les está quitando sus territorios con artimañas y engaños por parte de las autoridades etíopes. Solo con la puesta en marcha de los dos primeros embalses, el lago Turkana, en el cual desagua el rio, que se alimenta de él en un 90%, ha visto reducir su nivel de forma alarmante, habiendo aumentado el grado de salinidad por la escasez del flujo de agua, lo que producirá en un tiempo no muy lejano la miseria y hambruna a los pobladores de sus riberas.
Ya existen y están en funcionamiento las represas Gibe I y Gibe II, en el curso alto de su cauce. Pero la construcción de la denominada Gibe III (a las que seguirán la Gibe IV y Gibe V) en estas zonas, con 243 mts. de altura y 610 de longitud y con una planta hidroeléctrica asociada de 1.870 megavatios, la más grande de toda áfrica, producirá un impacto tan brutal en la zona, que cantidad de grupos conservacionista y "ongs" internacionales, han puesto el grito en el cielo, organizando una petición "online" contra el proyecto de esta presa, en base a su impacto ambiental y en defensa de los derechos humanos de sus habitantes, a los que se les está quitando sus territorios con artimañas y engaños por parte de las autoridades etíopes. Solo con la puesta en marcha de los dos primeros embalses, el lago Turkana, en el cual desagua el rio, que se alimenta de él en un 90%, ha visto reducir su nivel de forma alarmante, habiendo aumentado el grado de salinidad por la escasez del flujo de agua, lo que producirá en un tiempo no muy lejano la miseria y hambruna a los pobladores de sus riberas.
Estos
modos de vida han sido retratados con enorme acierto durante años por el fotógrafo teutón Hans
Silverter,
realizándose sobre ellos algunos videos, merecedores ser vistos,
que nos muestran
el arte de la pintura corporal de estos pueblos.
En
estas tierras del sur etíope la globalización ha llegado de sopetón, las nuevas
infraestructuras en loor del progreso, y la cantidad de foráneos multicolores
que llegamos a este lugar introduciendo en sus vidas elementos ajenos a su
cultura, que les induce a dejar de utilizar sus utensilios tradicionales, sus
ropajes y adornos naturales de hueso o madera, sustituyéndolos por correas de
reloj, tapas de bolígrafos u otros elementos curiosos y extraños para ellos, están
consiguiendo que estas arcaicas culturas desaparecerán no tardando, dando paso a
la "modernidad". Observar a estas tribus en su entorno natural es una
experiencia inolvidable y única, una amalgama de nuevas sensaciones, y uno de
los espectáculos más singulares e increíbles que podamos imaginar, pero es de
temer que las costumbres ancestrales de estas gentes, su manera de vivir y comportarse,
sus rudimentarios utensilios, su organización social, etc. están trágicamente desapareciendo
de forma excesivamente veloz. Un viaje al pasado que no tendrá posibilidad de
realizarse en un futuro relativamente próximo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario