Volvemos nuevamente en busca del cauce del Nágima, que abandonado en Serón recuperamos al llegar a Torlengua 7 km. más al sur. De esta población se comenta reside en ella la “Novia de las Vicarías”, torre de la parroquia de Santiago El Mayor, semejante en pequeño a la del Pilar de Zaragoza (provincia vecina y lindera). De nuevo no encontramos aquí cuatro reseñables “peirones”, de los que ya he comentado en escritos anteriores: San Isidro a la entrada de la carretera, San Pascual en la ruta a Deza, San Gregorio yendo a Serón y el de la Virgen del Carmen en el acceso a la aldea. En su término se encuentra la “Piedra de Quebracantos”, un roquedo de gran dureza del que dicen pudiera ser un meteorito, ya que todas las piedras que se lanzan contra él se descuartizan.
Por su toponimia, en “Torlengua” pudo existir antaño una atalaya que mantuviera comunicación visual con la de Cántabos por el sur y al norte con el campo de Gómara a través de Serón de Nágima. Así lo relaciona en su trabajo Vicente Alejandre Alcalde (El sistema defensivo musulmán entre las marcas media y superior de al-Andalus (Siglos X-XII)), pudiendo haber estado ubicada en el cerro El Torrojón, un kilómetro al sur de la población. Existiendo en su territorio otros lugares con toponimia relacionada a este tipos de almenaras como: Atalaya Rubia, junto al cerro Rezadero (1.125) al norte del término municipal en los lindes de Deza, Serón y Mazaterón. O La Atalaya más allá de la Cañada Ramírez, ya lindando con Aragón en el término de Bordalba.
Tomando camino al sur, en apenas 5 km. nos situamos en Fuentelmonje, donde nos reciben sus cuatro “protectores” peirones situados en sendos puntos cardinales: Santa Bárbara (norte), San Antonio (sur), Virgen del Carmen (este) y Virgen del Pilar (oeste), destacando así mismo de la villa la también desmesurada iglesia de la Romerosa, que con algún resto románico posee una espléndida portada. La población lleva por apellido el de los cenobitas que se establecieron en el no muy alejado Monasterio de Cántabos, embrión del que fuera el gran monasterio cisterciense soriano a la orilla del Jalón. Siendo Alfonso VII quien en 1142 se encargó de traer un grupo de monjes cistercienses desde la francesa localidad de Berdoues comandados por el abad Rodulfo.
Cántabos se fundó alrededor de 1150, siendo una de las primeras comunidades cisterciense de la Iberia Hispana. Situándose a la orilla del Nágima, a la sombra de una más de esas medievales atalayas musulmanas de vigilancia y comunicación, que gracias a este uso ha llegado hasta nuestros días aunque sea en ruinoso aspecto como el resto del cenobio. La atalaya de planta circular es obra del siglo X época del califato, teniendo como función reforzar la defensa de la no muy alejada Medinaceli, por aquel entonces capital islámica de la Marca Media (frontera cristiano / musulmana). Aun hoy y pese a su estado, podemos observar en la parte baja del singular edificio, como los monjes lo transformaron en capilla con techo abovedado y puerta adintelada en forma de concha marina.
La escasez de agua motivó que en 1162 tuvieran que trasladarse unos quince kilómetros hasta la entonces granja de Huerta de Ariza, junto la frontera con Aragón, fundando el exquisito monasterio de Santa María de Huerta. Con lo que Cántabos pasa a pertenecer al Concejo de Soria, y posteriormente a Rodrigo Ximénez de Rada; -afamado Arzobispo de Toledo, participe en las Navas de Tolosa, además de sobrino de San Martín de Finojosa (abad de Santa María de Huerta)-; pasando a ser una granja y molino, actividad que se mantuvo junto a un retén de monjes hasta 1835 (desamortización de Mendizábal) en que el lugar es totalmente abandonado.
Apenas dos kilómetros aguas abajo pero sobre la otra ribera del Nágima y situada en la cumbre del Alto del Molino, nos encontramos los restos de una nueva atalaya de la misma época califal y de similar hechura, a la que se le conoce con el nombre de su asiento o del despoblado que se ubicaba a sus pies en la orilla del río, Villapardillo. Con unas excelentes vistas de toda la comarca (la linde aragonesa apenas se sitúa a 2,7 km.), observamos al acceder hasta ella como sus caídas paredes han generado un cónico montículo, observando dentro del mismo como de un pozo se tratará, las paredes interiores que aún se mantienen de esta vigilante torreta.
Continuamos al sur otro trecho de unos 4 km. con la vista al frente de la Peña San Matiel, otro singular enclave en que existen restos de haberse dedicado para la defensa y vigilancia de la zona y no me extraña en absoluto, pues la simple visión de las rocas de su cima ya nos genera la imagen de una verdadera fortaleza. Nos encontramos a la vera de uno de los lugares más singulares de esta comarca del sur soriano en cuanto a naturaleza se refiere, el Embalse de Monteagudo. Con el apellido de Las Vicarias, la población de Monteagudo es el punto neurálgico de la zona y el que se encuentra con más poblamiento, si es que a una población de 177 habitantes se le puede llamar abundante…………… aquí sí. En esta interesante localidad encontramos, castillo, recinto amurallado con singular arcada, una poderosa iglesia con elementos de estilo mudéjar y un puñado de interesantes y bien cuidadas moradas.
Nos hallamos en la Raya de Aragón, comarca que fuera tiempo antaño disputa entre los reinos Castellano y Aragonés, hasta que unos Católicos Reyes unieran sus destinos a través de interesadas nupcias. A tiro de piedra y siempre al meridión se disponen el Castillo de la Raya y la ermita de la Virgen de la Torre y ya en tierras mañas Monreal de Ariza, donde el Nágima río que hemos venido siguiendo, cede sus aguas al Jalón. Como veréis este párrafo va de corrido y nada extendido, motivado porque a estos lugares les debo unos párrafos más amplios, siendo mi intención dedicarles una redacción completa.
Como no soy persona que le guste repetir, normalmente la vuelta de las rutas suelo realizarla por diferentes lugares a los de arribada, en este caso retornando por dominios de la comarca de Medinaceli / Jalón y Campos de Almazán, tierras “rayanas” del sureste soriano de singular paisaje. Transitando por desérticos paisajes que nos traen a la memoria algunos espacios del norte africano, a través de suaves llanuras cercadas por erosionados cerros terrosos, con escarpes yesíferos teñidos de dispares tonalidades naranjas, ocres o blancas, pobres suelos solo dispuestos a dejar crecer espartales, espinos y algunos tomillos o romeros. Tierras desabridas estas de la Raya de Aragón, donde los estíos se convierten en penitencia, propinada en este caso por la aridez y la canícula del terruño y el medio.
Desde el Castillo de la Raya, a través una sucesión de pistas sin asfaltar (algo menos de 5 km.) en aceptable estado de conducción y en dirección a poniente, llegamos a lo que se denomina Las Cabezas (son tres) que situadas a nuestra derecha se nos muestran como amesetados cerros que aquí se conocen como “muelas”. En la de Enmedio, se sitúa en su parte oeste una nueva atalaya islámica de esas que estamos siguiendo durante todo el recorrido. Uno más de esos torreones más o menos fortificados que servían para dar comunicación a la ya no muy alejada “Madīnat Sālim” (en árabe - ciudad segura), la Medinaceli actual, teniendo también comunicación visual con el Castillo de la Raya. Siendo una pena su actual estado de abandono, desidia y negligencia una vez más por parte de sus responsables (Junta de Comunidades de Castilla y León), toda vez que aún se está a punto de poderla salvarla de su colapso total.
Desde la atalaya se domina un extenso horizonte, que por el poniente llega a las Sierras del Muedo y La Mata (Puebla de Eca, Utrilla, Aguaviva de la Vega y Radona). Cobijándose en la ladera orientada al sur, bajo la muela, en el lugar que hoy ocupan los Corrales de la Cabeza de Enmedio, vestigios de lo que debió de ser un antiguo poblado de origen musulmán, donde se han identificado los restos de unas 40 viviendas (de una sola estancia y 3 x 3 metros). Este despoblado al que se le cita con el nombre de Bojiamorat “Torre del Moro”, de indiscutible toponimia islámica, alude a la torre que se sitúa por encima, encargándose de su vigilancia, defensa y mantenimiento.
Seguimos al oeste sin dejar las pistas de tierra que en bastante buen estado sirven a los agricultores para llegar a sus campos, y en algo menos de 10 km. observamos a diestra una formación rocosa de llamativas formas y colores, que separada por la erosión de su enclave original se nos muestra en verdad insólita y sugerente, llamando la atención sobre todo su entorno. Se trata de Peña Obrada o Peña Dorada, pues con los dos nombres la he localizado, que elevándose a 946 m. sobre los llanos al norte de Almaluez y Utrilla, domina desde su cima una buena extensión de esta comarca del Jalón hacia el sur y Las Vicarias a levante. Observarla al atardecer reafirma su nombre, toda vez que se tiñe de tintes dorados al ponerse el sol.
Su cima, como en tantos otros lugares, sirvió en tiempos para instalar en ella una más de las atalayas bereberes que los andalusíes erigieron para comunicarse con Medinaceli, distante apenas 25 k. pero con tres (por lo menos) de estas torretas por medio: La Torre, Torre Murón y El Majano de Beltejar. Previo a los sarracenos 2.500 años antes, dejaron sus improntas los originarios peninsulares de la Edad del Bronce, habiendo encontrado restos de esta cultura el “castellólogo” soriano/aragonés Federico Bordejé Garcés allá por 1915, lugar que ya había señalado el Marqués de Cerralbo sin poder haberlo visitado. También pasaron por su proximidad las tropas carlistas del coronel, cura y tradicionalista Vicente Batanero, en los fríos días 2 y 3 de febrero de 1836, que procedentes de Cameros iban camino de Guadalajara a guerrear en la Venta de Almadrones, hoy convertido en el Área 103 de la N-II y conocido punto “ultra”.
Peña Obrada hace de linde y mojón entre los territorios de Utrilla y Almaluez aldeas a las que nos dirigimos, situándose los caseríos de ambas sobre la orilla de los arroyos Margón y Santa Cristina, cuyos amplios y llanos ribazos sirvieron a los sublevados en 1936 parta instalar sendos aeródromos en cada una de las poblaciones y que usaran de base los aeroplanos de la italiana y fascista “Aviazione Legionaria”. Vecinas, distantes apenas 4,5 km. una de otra, protegidas del “cierzo” por la Sierra del Muedo, estas poblaciones de amplios horizontes y limpios aires, se rodean de terrenos prácticamente esteparios de no mucha productividad debido su aridez, siendo de esta zona el dicho “en Almaluez se coge un año para diez”, únicamente las vegas se salvan de tal condición. Existiendo en sus términos canteras de yeso y en tiempos minas de plata.
Muchas más cosas se pueden contar de Utrilla y sobre todo de Almaluez, pero ya están dichas por aquí continuando hasta Puebla de Eca. Aldea con una importante comunidad judía durante la edad media (algo bastante común en los poblados de alrededor), contando apenas con ocho habitantes en la actualidad y el bar cerrado. Pudiendo sin embargo poder admirar en la Plaza Mayor un interesante y gótico rollo jurisdiccional o “picota” del siglo XVII, así como una más humilde Cruz de Humilladero. Esta última a la salida del pueblo en dirección a la Sierra del Muedo (suroeste), ruta que nos llevara hasta su cima de 1154 m. con unas impresionantes vistas y a la Atalaya nominada como “Castillo de los Moros” (1059 m.).
Torreón que muy similar a la Cabeza de Enmedio, se sitúa por debajo de su cumbre en una empinada muela que da hacia la población. Hasta sus arruinados restos se accede atravesando un foso que la preservaba de posibles incursiones, no pudiendo protegerse del paso del tiempo, ya que apenas queda un pequeño paño de su muralla y uno de sus cilíndricos cubos defensivos. Su visibilidad es magnífica, pudiendo estar comunicada con: Señuela, Majan, Peña Dorada, Cabeza de Enmedio, Monteagudo e incluso el Castillo de la Raya.
Observamos en la parte baja de Puebla de Eca restos (muro redondeado) de lo que me ha parecido una antigua muralla, pudiendo haber tenido en el pasado una fortificación que la rodeara como en las mencionadas poblaciones de Utrilla y Maján, al estar su casco urbano trazado con calles circulares en torno a la plaza y la Iglesia de la Asunción (elementos románicos). Disponemos nuestras viandas en su bien cuidado parque público que Crisóforo (Teniente Alcalde de Almaluez y vecino de aquí) ha recién segado, obsequiándonos con una amena charla.
Dejamos para otro momento el curioso túnel de Alentisque, sobre el infortunado trazado del ferrocarril Ariza / Valladolid (definitivamente clausurado en 1994), dirigiéndonos a Señuela. Pequeña población de apenas ocho habitantes alzada sobre una roca, donde su topónimo la quiere identificar como “torre de señales”, al haber sido en tiempos lugar de ubicación de una más de las atalayas musulmanas de la Marca Media, dando vigilancia al río Morón e incluso al Torete /Bordecorex, ya que tendría visión con las atalayas de Torre Anjara, Torre de la Senda e incluso la de Alcubilla de las Peñas y el castillo de Morón. Pero esto son conjeturas, pues hasta el momento no existen ni documentos ni pruebas arqueológicas que lo confirmen, solo razonamientos de unos cuantos autores. Si bien es verdad que su situación conforma un extenso balcón desde el que en días claros se divisa a ver el Moncayo, la Cebollera e incluso el pico Urbión.
Esta escabullida e ignota torreta, podría ser en origen del magnífico y almenado torreón que custodia la iglesia consagrada a Santo Domingo formando parte de sus cimientos, pero aun el “saber” no ha llegado a este nivel, teniendo que esperar al futuro para que despeje esta incógnita. El templo catalogado como iglesia fortificada, data de entre los siglos XIII y XV en el que se mantienen algunos elementos góticos. Por lo demás Señuela es una más de esas poblaciones de adobe y piedra en las que su característica principal es la ausencia de vecindad, pero manteniendo aun elementos de común como: la fragua, el horno o el lavadero.
Cruzamos Morón de Almazán; -con castillo ruinoso (restos), bar, campo de golf y una de las Plazas Mayores más bonitas e interesantes de toda la provincia, pero no nos entretenemos, dejando su visita para otro día (pues tiene que ver)-; dirigiendo nuestros pasos a Soliedra, población también dispuesta en lo alto dominando su entorno. En ella nos sigue acompañando la invariable percepción de toda la ruta, la deshumanización de prácticamente todas las poblaciones de la comarca, zona que curiosamente durante el medievo gozó de una importante densidad de población musulmana..
Siendo reseñable de esta localidad lo que aún queda de su castillo: el asilado lienzo sur resistiendo a abandonos e intemperies, compuesto por dos torreones cilíndricos a sendos lados unidos por un resistente y vertical muro. De más que posible origen musulmán, en él se aprecian las formas constructivas en aparejo “califal”, a base de sillares atizonados, del siglo X. Este altivo baluarte sirvió hasta mediados del pasado siglo como moderno palomar, que situado en lo más alto se accedía a través de un túnel excavado por el interior de la pared.
Junto a la de Almazán, Serón de Nágima, Moñux y otras, a esta fortaleza le correspondía la defensa de los accesos hasta Medinaceli, capital musulmana de la Marca Media. Toda vez que su situación es idónea para desde su posición controlar el camino que desde Morón de Almazán conduce al Campo de Gómara, así como la ruta que desde el Jalón comunica con el Duero. Separado de la aldea a través de una especie de foso, que al parecer construyeron los romanos en la “calzada” que por allí transcurría, su esbelta silueta ceñida sobre una roca, es lo que le confiere desde la lejanía personalidad a la localidad.
Destacable también la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, románica, con elementos góticos y pórtico cegado. Y junto al templo su camposanto desde el que los finados disponen de unas excelentes vistas del castillo y un extenso horizonte. Si nos entretenemos en pasear por su pequeño caserío podemos descubrir algunas moradas con curiosos he historiados dinteles, como es el caso de la ruinosa casona de “FRANCISCO GIMENO AÑO DE 1819”.
Por Soliedra corría (según Blas de Taracena) el camino romano de la ruta del Jalón al Duero que pasaba por Alentisque, Momblona, Escobosa y Villalba. Aun hoy es apreciable a simple vista parte de esta calzada en el tramo comprendido desde el Arroyo de Soliedra hasta la torre, dispuesta prácticamente en dirección oeste – este. Cruzando al inicio por un humilde puente en arco de medio punto, dirigiéndose en serpenteante ascenso hasta la parte meridional del castillo, estando este último tramo excavado prácticamente en la roca viva al acceder a la población.
Un camino terroso de apenas 3,5 km. (16 por asfalto) nos dejará a orillas de lo que fuera el despoblado de El Castillejo, no busques que nada queda, mostrándose, en lo alto por encima de nosotros, los restos de un nuevo torreón morisco. Se trata de la atalaya de Neguillas o de Valdemora (valle de la mora), de la que aún se conserva una altura de entre 1,5 y 2,5 mts. de su traza circular, sobre una base de poderosos peñascos. Sirviendo de comunicación con el castillo de Soliedra y los Campos de Almazán, protegiendo la Calzada antes mencionada, pudiendo asimismo llegar su visión hasta los Cerros de Perdices (donde pudo existir otro de estas torretas), e incluso a Morón de Almazán y su extinto castillete.
La aldea de Neguillas se sitúa apenas a 1,7 km. siendo una mas de esas poblaciones en las que ya no es que no se vea población, es que casi ni se divisan vehículos. Si que reseñar su rústica arquitectura basada fundamentalmente en el barro y adobe, dejando constancia (al igual que las localidades de alrededor) de su indiscutible influencia bereber, sin haberse aun despojado de ella 900 años después de pasar a manos cristianas.