Como si una enorme cicatriz se tratara, la Gran Falla o
Valle del Rift ,divide en dos la antigua Abisinia condicionando su geografía y
definiendo su sinuoso relieve. Apreciable
desde la Luna, esta colosal hendidura en la superficie terrestre fue estudiada
por primera vez en 1893 por el explorador y geólogo escocés John Walter Gregory; y aun hoy en
día los científicos, no llegan a refutar plenamente como las fuerzas
subterráneas de hace miles de años originaron este fenómeno natural. En un
lejano fututo, esta tremenda grieta de más de 7.000 km. partirá de norte a sur
todo el occidente africano, pues partiendo desde Mozambique, se extiende por Tanzania,
Uganda o Kenia, cruza Etiopia y Djibouti, continuando por el mar Rojo, Sinaí,
mar Muerto, hasta llegar la misma Siria por el valle del Jordán. Formándose en
millones de años una nueva plataforma continental, una flamante y enorme isla
independiente, en el levante de este inmenso territorio de la estirpe negra. Quien
llegue a poder contemplar la inmensidad de este valle, quedara atraído por la variada diversidad que en él se
acoge.
Además de ser el origen del ser humano; pues es allí donde se han hallado los restos de los homínidos más antiguos del planeta: "Lucy - Denkenesh" (3.5 millones de años) o "Ardi" (4,4 millones de años); aquí que se encuentra uno de los territorios más inhóspitos del Planeta, la depresión de Danakil o Triangulo de Afar, un desierto de 150.000 km2 anexo mar Rojo. Un enorme saladar en el que todavía podemos encontrar volcanes activos, y donde la superficie del suelo se encuentra a más de 120 m. por debajo del nivel del mar, con temperaturas que pueden alcanzar los 54°, llegando a resultar abrasadoras.
Además de ser el origen del ser humano; pues es allí donde se han hallado los restos de los homínidos más antiguos del planeta: "Lucy - Denkenesh" (3.5 millones de años) o "Ardi" (4,4 millones de años); aquí que se encuentra uno de los territorios más inhóspitos del Planeta, la depresión de Danakil o Triangulo de Afar, un desierto de 150.000 km2 anexo mar Rojo. Un enorme saladar en el que todavía podemos encontrar volcanes activos, y donde la superficie del suelo se encuentra a más de 120 m. por debajo del nivel del mar, con temperaturas que pueden alcanzar los 54°, llegando a resultar abrasadoras.
Desde los tiempos del "pangea", hace unos 200
millones de años, los continentes que ahora conocemos formaban uno solo,
comenzado a expandirse, proceso que aun continua, producido por el movimiento
continuo de las diferentes placas tectónicas que forman nuestro maltratado
planeta. Su origen está relacionado con
procesos de fricción, desgaste y posterior inmersión de la corteza terrestre,
en una línea de significativa debilidad geológica, que se generó en la noche de
los tiempos, como consecuencia de la separación de las distintas placas de la
corteza terrestre existentes entre la península Arábiga y África. Generando una
enorme actividad telúrica, como demuestran los numerosos volcanes que por la
zona hay, varios de ellos en plena actividad. Algunos de estos ya
extintos, son actualmente lagos, que como un rosario se extienden
longitudinalmente a lo largo del áfrica oriental, sobresaliendo en la zona etiópica
los de: Chamo, Abaya, Hawassa, Shalla, Abidjatta, Langano, Ziway, Koka, Besaka,
entre otros de menor tamaño. Teniendo una gran importancia para la economía del país,
siendo fundamentales para la alimentación de la población local que vive en sus
alrededores.
Esta inmensa fisura que corta en dos todo el Cuerno de África,
en Etiopia no solo parte el país, divide las zonas climáticas, su ancestrales
culturas, sus formas de vida y hasta fragmenta el concepto religioso de sus
gentes: un noroeste cristiano y un sureste islamizado. La depresión que forma,
está custodiada por la gran meseta del macizo etíope, al cual divide en dos
partes, destacando al norte los montes Simien y al sureste las montañas Bale,
sobresaliendo en ambas cumbres que superan los 4.000 mts.
Nos proponemos franquear, de sur a norte, toda esta fractura
de la corteza terrestre en el territorio etíope; desde casi la frontera del
vecino país keniano, hasta el golfo de Adén en la árida Djibouti; un recorrido
cercano a los 1.800 km. con variedad de climas, escenas y paisajes.
Nos acercamos para ello al sur del país, en las proximidades de Kenia y en tierras de los "borena", para comenzar esta ruta circundando y descendiendo el Cráter del Sod o Chew Bet (casa de la sal), un verdadero agujero negro en medio de este árido paisaje, una visión casi lunar. Este volcán de unos 230 m. de profundidad por debajo de la vasta planicie, acoge en su interior un salífero lago de aguas prácticamente negras, en el que los habitantes de la aldea próxima (Soda) se dedican de extraer la sal con sistemas totalmente primitivos, no utilizando ningún artilugio mecánico, siendo son sus únicos aparejos sus manos y unos cubos. Cargados como mulas, con calzado inapropiado, y bajo un calor asfixiante; así un día tras otro, hombres y mujeres suben y bajan varias veces al día el estrecho, zigzagueante y accidentado camino que por la ladera del cono desciende el precipicio, para extraer la sal, su bien más preciado.
Nos acercamos para ello al sur del país, en las proximidades de Kenia y en tierras de los "borena", para comenzar esta ruta circundando y descendiendo el Cráter del Sod o Chew Bet (casa de la sal), un verdadero agujero negro en medio de este árido paisaje, una visión casi lunar. Este volcán de unos 230 m. de profundidad por debajo de la vasta planicie, acoge en su interior un salífero lago de aguas prácticamente negras, en el que los habitantes de la aldea próxima (Soda) se dedican de extraer la sal con sistemas totalmente primitivos, no utilizando ningún artilugio mecánico, siendo son sus únicos aparejos sus manos y unos cubos. Cargados como mulas, con calzado inapropiado, y bajo un calor asfixiante; así un día tras otro, hombres y mujeres suben y bajan varias veces al día el estrecho, zigzagueante y accidentado camino que por la ladera del cono desciende el precipicio, para extraer la sal, su bien más preciado.
Por detrás del cráter, no muy alejado, apenas 10 km. por
una pista en no muy buen estado, nos acercamos a uno de los llamados
"pozos cantarines", del que los "borena" sacan agua a una
profundidad de unos 50 mts. para saciar la sed de sus rebaños. La forma de como
la que sacan del pozo hasta un abrevadero elevado es todo un espectáculo, ya
que desde las profundidades se forma una cadena humana, pasándose cubos de unos
a otros, al tiempo que tararean canciones, de ahí su nombre.
Partimos dirección norte camino de Awassa, siendo una
pertinaz niebla nuestra inseparable compañía, transitando una carretera
asfaltada (Addis Abeba - Nairobi), prácticamente insufrible, interminable, llena
de curvas, y baches, solo amenizada en algunos tramos de mejor visibilidad por
un paisaje tropical lleno de intenso verdor.
Cruzamos la población de Dila (donde hay una buena
pastelería, en la que sirven exquisitos zumos y batidos), y donde nos podemos
desviar para visitar los interesantes campos de las estelas de Tutu Fella y
Tutito. Conjunto funerario de formas fálicas, que con una antigüedad de más de
1000 años, eran usadas para el señalamiento de las tumbas. Llegados a Awassa,
entramos en el recorrido de los "lagos cráteres", una sucesión
encadenada de extintos volcanes de tamaño considerable, que ahora están
laminados por las aguas.
Awassa, situada en la orilla de uno de ellos, es la tercera
ciudad de Etiopia. Moderna, entendiendo por moderno, lo que puede ser este
término en este país, es una urbe dinámica y punto de paso de las rutas del sur
para la vecina Kenia y del este hacia las montañas Bale. Su principal atractivo
es el lago con hermosos atardeceres, y el animado mercado de pescado "Fish
Market", que en sus orillas se celebra cada mañana.
Continuando hacia el norte, se halla Shashemene, en donde
existe una comunidad "rastafari", regentada por gentes originarias de
Jamaica que llegaron a Etiopía en 1930, en la que su único interés es poder ver
algunos coloreados dibujos de su patriarca, el Emperador Haile Selassie y del
cantante reggae Bob Marley, además de podernos
fumar un porrete, invitación de la casa.
Cruzamos por entre los lagos Abyata-Shala y Langano. Los
primeros han sido declarados Parque Nacional y el Langano con un inconfundible
tono achocolatado, aunque para algunos sea de color oro, es lugar de reposo y
fines de semana, para las clases acomodadas de la capital etíope, un lugar
agradable donde pasar una velada. Más adelante se encuentran el lago Ziway con
una importante vida animal, sobre todo avícola, lugar muy interesante para los
pajareros y no muy alejado del el lago Koka que se halla a continuación.
Paramos en Nazret (Adama) para comer y conseguir "Amarula" una crema
de licor sudafricana (17º), que elaborada con azúcar, nata y el fruto del árbol
del elefante o marula, que similar al
irlandés Bailey's, nos sentó fenomenalmente en nuestro
anterior recorrido africano por sus tierras australes.
Tras pasar el lago Besaka, llegamos al Parque Nacional de
Awash, que recorreremos en la tarde, visitando a la mañana siguiente sus
cataratas. El rio Awash lo cruza, siendo en las orillas de su curso inferior
donde se han encontrado los restos de nuestros antepasados más antiguos, y que ya
sin ningún tipo de duda, eran oscuros…….. siiiiiiiiiiiiiii, los rostros pálidos
descendemos originalmente de seres de piel negra, negra como el carbón.
Tomamos dirección este, para introducirnos en la Etiopia más
musulmana, para llegar hasta Harar, la mítica ciudad musulmana y quinta del
Islam. La ruta recorre la cordillera de los montes Ahmar, donde durante
varios kilómetros sigue el perfil de la misma montaña con vistas a ambos lados,
donde se extienden las inmensas llanuras del Danakil al norte y el Ogadén al
Sur. A sus márgenes vemos a los orgullosos "afar", vendiendo sacos de
carbón vegetal y los primeros camellos. El paisaje es impresionante y
grandioso, estamos en las montañas Chercher a más de 2.000 metros de altitud;
y aunque la travesía no cunde, por la cantidad de curvas
que se suceden una tras otra a través esta espectacular
carretera de montaña; todo es verde a nuestro rededor, salpicado con pequeñas aldeas
de chozas. Cruzamos poblaciones, donde el colorido de las vestimentas de sus
mujeres es sorprendente, comenzando a vislumbrarse lo que será una constante en
esta zona del este etiópico. Entre aisladas plantaciones de maíz, observamos
cantidad de cultivos de “chat", esa planta estimulante que se mastica
por sus efectos alucinógenos, y uno de nuestros primeros contactos con el mundo
de esta droga autorizada que no nos abandonará hasta el final nuestro periplo
en Djibouti.
Llegamos en hora tardía a nuestro destino en Harar, solo
con tiempo para poder acercarnos a observar una de las singularidades de esta
ciudad, la de dar de comer a las hienas, cosa que acontece absolutamente todos
los días del año, en un oscuro lugar entre las puertas de Sanga y Erer a las
afueras del recinto amurallado. Hay varias creencias sobre el origen de esta
insólita práctica, convertida ya casi en rito. Una de ellas se remonta a
finales del siglo XIX, cuando después de la celebración del año nuevo musulmán,
se dejaban los restos sobrantes de las comidas para que fueran aprovechados por
los leones y hienas que rondaban por las afueras de la ciudad. La otra se refiere a la hambruna que asoló
esta zona del país también en el siglo XIX y que según la cual, las hienas eran
alimentadas hasta saciar en tiempos de bonanza, para que en tiempos de escasez
no atacaran a personas o animales. Aunque se ha dado el caso, que en alguna
ocasión las hienas se han engullido a algún beodo que privado por la ingesta
alcohólica, ha quedado inconsciente en la calle.
Había oído y leído tanto sobre este hecho que me lo
imaginaba medio turisteado, y nada mas lejos de la realidad. Alumbrado
únicamente por las luces de los coches que hasta aquí se acercan a verlo, un
señor con un saco repleto de despojos, llama a estos carroñeros y repulsivos
animales, que a través de sus guturales sonidos acuden a la llamada de su
valedor, quien uno a uno van comiendo todo lo que se les da. Los
"faranji" (turistas) que nos acercamos hasta allí, observamos con
perplejidad el espectáculo desde una prudencial distancia y cuando la cosa ya
esta medio calma y los repulsivos animales están medio saciados, el maestro de
ceremonias nos invita también a participar del espectáculo dándoles también su
sustento nocturno.
Situada en un estratégico enclave en lo alto de la montaña de
Ahmar, Harar; conocida también por Harrar, Harer,
Adari, o Adaray; es una antigua ciudad musulmana que de verdad impresiona.
Declarado su casco histórico Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el
2006, uno se siente en él como un viajero del pasado, como si el tiempo se
hubiera detenido siglos atrás. Fundada en el siglo VII, la llamada “Gey”
(ciudad) por sus habitantes, no adquirió notoriedad hasta 1520 cuando el emir
Abu Beber Mohamed ubicó en ella su capital, convirtiéndose en un centro
comercial, religioso y cultural, por donde transitaban todas las mercancías
procedentes de Etiopía, India y Oriente Medio, sobre todo marfil, oro, tabaco, azafrán,
café, y hasta esclavos. Pero ocho años más tarde en 1528, el líder musulmán
Ahmed ibn Ibrahim alias “Gragn” (el zurdo) comenzó una atroz guerra santa
contra el emperador cristiano Lebna Denguel, asolando todo cuanto encontró a su
paso, hasta que en 1541 con el auxilio de los portugueses consiguió vencer y
dar muerte al sarraceno en la batalla de Wayna Daga. Que aun así, consiguió conservar la
creencia del Islam en el interior de sus murallas a pesar de estar rodeados de
poblaciones cristianas, permaneciendo como foco de rebeldía hasta 1887 en
que definitivamente fue sometida por Menelik II, manteniéndose desde entonces
la unidad del estado.
De toda esta época guerrera siguen presentes sus cerca de
3,5 km. de muralla, cercando una superficie de más de un km2. convertida
en el infranqueable símbolo de la ciudad. Su acceso estuvo vedado durante
muchos siglos a los infieles (los no musulmanes), siendo el explorador y
traductor británico Richard Francis Burton, quien simulando ser un mercader
turco, en 1885 fue el primer europeo que logró penetrar en la ciudad,
permaneciendo en ella durante diez días. Después llegó
el poeta y filibustero francés Arthur Rimbaud, quien estuvo viviendo durante
diez años en ella, dedicado al lucrativo y nada honorable negocio
del tráfico de armas y esclavos.
Afamada como la localidad de las 99 mezquitas y los 300 morabitos,
su verdadero carácter no se encuentra en sus templos, sino en sus estrechas y
laberínticas callejuelas, en sus habitantes, en las decenas de desamparadas
viudas, tullidos, enfermos y lisiados que esperan la limosna de los fieles en
los rededores de las mezquitas, en sus casas enlucidas de colores, en
sus callejeras escuelas coránicas donde los niños recitan una y otra vez las
enseñanzas del Corán; señas de identidad de una urbe que prosperó como lugar de
confluencia entre los mercados de mas allá del Mar Rojo y los del interior de
África Oriental.
Los "harari", su población autóctona que viven
dentro de la muralla, llamándose a sí mismos “gey usu” (pueblo de la ciudad), mantienen
todavía su propia identidad, distinguiéndose del resto del país en su lengua,
en el atuendo de sus mujeres, y hasta en la forma de entender la vida. De mayoría musulmana (75%), en ella se puede evidenciar
la viabilidad de la mezcla de culturas y religiones, ya que la convivencia
pacífica entre creyentes cristiano-ortodoxos, islámicos y animistas, es palpable.
Conviviendo sus mezquitas perfectamente con los templos cristianos, todo un
modelo a seguir de respeto y tolerancia.
Acompaña nuestra visita Abdul, quien lo fuera también
de Javier Reverte, ese gran conocedor del áfrica y que tan magistralmente la
retrata en sus libros. Aunque las guías nos suelen aconsejar comenzar la visita
por la plaza de Feres Magala, centro neurálgico de la ciudad desde el que se
irradia toda su organización urbana, se debe improvisar, paseando sin rumbo
fijo por sus callejuelas observando y fisgoneando entre los patios de sus
tradicionales viviendas.
Harar
se siente orgullosa de mostrar a los viajeros que hasta ella se acercan, sus
principales monumentos: El Palacio de Hile Selassie, El palacio del gobernador
o Ras Makonnen, y la controvertida casa de Rimbaud o residencia Rambo, pues se desconoce
dónde habitó el poeta galo, pero que el Ministerio de Cultura Francés ha recuperado
y trasformado en museo.
Lo más atrayente y sugestivo de esta ciudad es la gran
actividad comercial que se realiza en sus calles y mercados, ya sea en el cristiano,
el musulmán, el de camellos o el de reciclados. En donde vemos como se agrupan
por gremios; por un lado los herreros, por otro los sastres, los carniceros,
etc. y donde las mujeres ya sean "oromos", "somalíes" o
"ahmaras" exponen sus productos. Pero sobre todo destaca en ella su
color: los vistosos tintes en las vestimentas de sus mujeres, las distintas
gamas pastel de sus casas y esa luz limpia que todo lo llena y hace que sus
matices sean más intensos. Al recorrerla nuestros ojos se llenan de esos vivos
tonos acercándonos a un irreal mundo que solo se encuentra plasmado en las
obras de delicados pintores, un colorido que nos envuelve en cada uno de sus
recónditos rincones y que es la esencia de toda la ciudad.
Ya solo nos queda acercarnos Dire Dawa, de la que dista tan
solo 54 km. La ruta discurre a través de un asombroso panorama sobre la
escarpadura del Gran Valle del Rift. El paisaje, que hasta ahora era
verde, con tierras donde se cultivan algunos de los mejores granos de
café de Etiopia, se va tornando árido y yermo a medida que nos aproximamos
a la segunda ciudad de etiopia, preludio de lo que nos deparara nuestra ruta
camino del final del periplo a orillas del mar Rojo. Paramos en Aweday, para
provisionarnos del imprescindible "chat" que luego nos ayudaría para
comprar las voluntades de los funcionarios en ambos lados de la frontera con
Djibouti.
Al "Chat", cuyo nombre común es “catha edulis”,
se le conoce por multitud de calificativos: khat, quitapenas, o incluso “flor
del paraíso”, pues la masticación de las hojas de esta arbustiva planta, que segrega
un agrio brebaje, consigue que sus asiduos consumidores se transformen en casi
deidades, ya que su ingestión provoca, como toda droga, una inicial euforia, para
después sumir al sujeto en la mayor de las miserias. Bienestar, ímpetu, inapetencia,
vigor, agudeza, inspiración y otras muchas más, son los efectos del consumo de
este estimulante, pero una vez que su efímera sensación ha pasado, vienen las
consecuencias negativas y sus secuelas, ya que su consumo continuado crea una
poderosa adicción (superior a la de masticar hojas de coca), originando en el
organismo humano resultados devastadores: daños mentales, alteraciones cardiovasculares
y gastrointestinales, úlceras, insomnio, anorexia y para rematar hasta
impotencia sexual. Consiguiendo su uso, arruinar prácticamente a una generación;
tal y como ocurrió en nuestro país con la "heroína" durante la década
de los 70 y 80 del siglo ya pasado; topándonos por las calles a gran cantidad
de gente tirada por la ingestión de este alucinógeno.
Etiopía, es uno de los principales productores mundiales de
"chat", convirtiéndose su obtención en el principal competidor del
café, ya que mientras este ha visto reducidas sus exportaciones a la mitad, las
de chat se han duplicado. Siendo así mismo su cultivo menos laborioso y
exigente, consiguiendo los campesinos con su comercialización, mayores y más
rápidos beneficios que a través del café.
El principal mercado de chat se encuentra de Dire Dawa, de
donde cada día salen entre cinco y siete toneladas de esta droga que se
distribuye por todo el país, e incluso se exporta a Yemen y Somalia por vía
aérea. Pasear por los mercados en donde se consume esta droga, es una actividad
que entraña cierto riesgo, aun acompañado de un local, sobre todo si eres tienes
la tez clara y encimas vas armado cámara fotográfica.
Dire Dawa es una reciente y moderna urbe, fundada en 1902
como importante parada intermedia del mítico tren Addis Abeba- Djibouti, habiéndose
generado por ello un rápido y pujante desarrollo, convirtiéndola en un potente
centro de distribución comercial del país. Dividida por el cauce de su seco rio,
que delimitando la parte antigua o Megala y la nueva Kezira, podemos encontrar
en ella el palacio de Haile Selassie, o el tradicional y multiétnico mercado de
Kefira, que situado en su viejo barrio musulmán, provee a todos los pueblos de
la región; siendo el centro más importante de toda Etiopia para el mercadeo
“tolerado” del contrabando procedente del vecino Djibouti. Pero quizás lo más
interesante de esta ciudad sea su estación ferroviaria, en la cual disfrutamos
de unas de las fiestas más importantes que se celebran en todo el país.
Durante el mes de Meskerem (primer mes del año etíope, del
11 septiembre al 10 de octubre, pues aquí se sigue utilizando el calendario
"Juliano"), tiempo en que termina la época de lluvias y los campos se
tornan de un verde astur, gran parte del país se tiñe de unas flores amarillas
(Bidens Macroptera) que son llamadas "Meskel" por los locales; muy parecidas
a nuestras margaritas amarillas. Celebrándose cada 27 de septiembre (dieciséis
días después del año) la gran fiesta del Meskel o Fiesta de la Cruz, en
conmemoración del hallazgo en el año 326 de la verdadera cruz de Cristo por
parte de Santa Elena, madre del emperador Constantino, el que como en otros
artículos de este blog he reflejado (Noia
y Compostela), remodelo el credo cristiano, creando lo más parecido a CRISTO. S.A. Parece ser, que estando
en Jerusalén buscando reliquias de Jesús de Nazaret, la santa bizantina prendió
una hoguera, rogando a Dios que le mostrara el camino para encontrar la cruz
verdadera; señalándole el humo la dirección correcta donde hallarla.
Es por ello, que al atardecer de la víspera de ese día, en
cada población etíope se enciende una "demera" (conjunto
de estacas de madera, apiladas y rematadas por una cruz).Durante esta fiesta cristiano-ortodoxa
se entonan cánticos y plegarias, así como bailes en la que participan cientos
de asistentes, situados alrededor de la enorme pira. Es una fiesta
tan significativa, que gran cantidad de individuos, ya sean hombres, mujeres,
niños, acuden con sus atadillos de ramas a depositarlas en el gran montón.
Formándose un gran corro a su alrededor, en el que en su interior se sitúan;
por un lado los clérigos que presiden la ceremonia perfectamente ataviados para
la ocasión, portando sus curiosas y originales cruces; y por otro los llamados
“dabtara”, grupos de diáconos y monjas que acompañados con el ritmo de grandes
tambores, ejecutan cánticos en honor de San Yared, acompasados con lentos
movimientos y ondulantes.
Durante el transcurso de esta original y sorprendente ceremonia,
podremos movernos libremente dentro del círculo humano, siendo invitado por los
lugareños a participar activamente hasta el punto de salir en las pantallas
televisivas, que al efecto estaban instaladas, para que la muchedumbre
congregada pudiera visionar con cierta inmediatez la gran fiesta en todo su
conjunto. En el ocaso del día, cuando la autoridad religiosa prende la demera,
la gente, entre toques de tambor, canticos y alabanzas, comienza a dar vueltas
alrededor de la misma como enloquecidos por momentos. A medida que la hoguera
se consume, llega el momento en que la cruz que la remata cae al suelo, pendiendo
de como lo haga, se auguran los acontecimientos que acaecerán durante el año
recién comenzado.
Con la gran fiesta del Meskel,
declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco a finales del año pasado,
nos despedimos de Etiopia. Un pueblo de contrastes y etnias, de ancestrales
cultos, colorido y vital, sorprendente y diferente al resto de áfrica, fiel a sus
tradiciones, orgulloso de su historia y expectante ante su futuro………. un
curioso país que se debe visitar.
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