martes, 18 de noviembre de 2014

- Valle del rio Omo (Etiopia) - Tribus: Tsemay - Benna - Ari - Mursi - Hamer - Karo

 
Viajar en el tiempo es una constante en las aspiraciones del ser humano; el volver a épocas pretéritas o trasladarnos al futuro pudiendo ser espectador de la historia, ha sido uno de los retos en la evolución del hombre. Vivir acontecimientos sucedidos con anterioridad o inmiscuirse en los que puedan acaecer, es un desafío al que algunas mentes insignes han dedicado sus conocimientos y sus reflexiones desde hace cientos de años; y no es tan complejo hoy en día hacer ese viaje al pasado, solo con acercarnos a otras latitudes, comprobar sus culturas y sus formas de vida, nos hará realidad ese periplo onírico. El tiempo, ese espacio impersonal que nos marcan los relojes, está detenido en algunas partes de este planeta que habitamos, es el caso de las tribus del sur etíope, las asentadas a las orillas del rio Omo, ancladas en un remoto ayer como si el tictac de las manillas allí no existiera. 

Nos acercamos a la zona más aislada del ya por si remoto sudoeste etiópico, a las márgenes del río Omo, donde hasta hace muy poco no había accesos decentes, y visitarla era una verdadera odisea, ya que hasta la segunda mitad del siglo pasado estaba prácticamente incomunicada con el mundo exterior. El hecho de ese aislamiento ha producido, como en otros lugares de áfrica, que las costumbres de los individuos que habitan en ella no hayan evolucionado y mantengan costumbres de tiempos remotos, en algunos casos próximos a los albores de la civilización; teniéndose evidencias científicas de que sus pobladores han habitado de forma permanente esta apartada región por más de 100.000 años. Aunque un auge del turismo en estas zonas está modificando sustancialmente sus ancestrales conductas.  

El río Omo discurre por el territorio etíope de norte a sur a lo largo de 760 km. su rápido curso salva un desnivel de 2.650 m. brotando sus primeras aguas desde una altura de unos 3.000, en los valles occidentales de las montañas Guraghe; cerca de la aldea de Anige, a unos 90 km. al suroeste de Addis Abeba y a unos 50 al noroeste del lago Ziway; desaguando en el Lago Turkana a 360 m. de altitud, formando un delta fluvial, al cual su descubridor, el conde Samuel Teleki, le bautizó con el nombre de lago Rodolfo en honor al príncipe heredero del imperio austrohúngaro, hijo de la afamada Sissi. 

La parte inferior de su curso fue durante miles de años lugar de encuentro para las diversas culturas y grupos étnicos que emigraron hacía esa región, formando hasta finales del siglo XIX el límite oriental de los antiguos reinos de Janjero y Garo, en que fueron anexados a la actual Etiopia. El primer europeo que se aventuro por estas latitudes (curso bajo del rio Omo) fue el parmesano Vittorio Bottego en 1896, muriendo en 1897durante una escaramuza con los "oromo" cerca de la población de Girami. Un par de años después llegaron las expediciones de: Henry Herbert Austin, Wolda Giyorgis y Alexander Bulatovich, estas dos últimas saqueando las tribus allí asentadas, sumiéndolas en la más absoluta miseria. 

Su cuenca; al igual que la del rio Awash (donde se han encontrado los restos de los homínidos más antiguos del planeta "Lucy" y "Ardi", con 3.5 y 4,4 millones de años de antigüedad), es interesante arqueológicamente, y afamada por los restos paleontológicos en ella encontrados. Habiéndose excavado varios yacimientos, que datan del plioceno y pleistoceno, apareciendo en ellos fósiles de homínidos pertenecientes a los géneros "homo" y "australopithecus", también utensilios confeccionados con cuarcita, el más antiguo de unos 2,4 millones de años. Dando asimismo su nombre a Omo 1 y Omo 2, los dos cráneos más antiguos (195.000 años) de "homo sapiens" localizados hasta la fecha en todo nuestro planeta. Debido a esto y su rica variedad étnica, el bajo valle del Omo, fue declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1980. 

Comparten este territorio unos 18 grupos étnicos diferenciados (tsemay, benna, ari, bashada, mursi, bodi, hamer, karo, arbore, surma, nyangatom, bume, dassanetch o galep), de los aproximadamente 45 que habitan el suroeste etíope. Muchos de ellos seminomadas que viven en la actualidad del pastoreo y la agricultura, ya que la caza ha disminuido mucho, además de estar regulada en la actualidad por las reglamentaciones de los Parques Nacionales de Omo y Mago, ocupando cada uno de ellos una margen del rio, que los divide y delimita.  

Tras cruzar la calurosa llanura de Woito, la carretera asciende por tierras de los "tsemay y "benna", y pasando por Key Afer y Kako llegamos a Jinka, en las proximidades del rio Neri, tributario del Mago, que a su vez lo es del Omo. Actuando como capital comercial y administrativa de la zona, Jinka es además de punto de encuentro de algunas de las tribus de este territorio, la última localidad en la que aprovisionarse si pretendemos adentrarnos en los espacios del Parque Nacional de Mago.
 
Partimos de ella para seguir conociendo las tribus del sur etíope, de las más originales y genuinas que pueden verse en todo este continente de dermis negras. Caminando desde nuestro alojamiento, el "Rocky Recreation Camping"; del que no quiero hacer comentarios sobre sus aseos, pues con esto está todo dicho; visitamos un poblado "ari". Esta etnia, al estar muy próximos a zonas en las que ya el "asfalto" ha llegado, sus miembros están muy influenciados ya por las costumbres occidentalizantes, aunque mantienen gran parte de sus tradiciones y antiguas formas de vivir. Visten ropa "actual", de esa que les llega de nosotros, de la que metemos en los contenedores de reciclar………. siiiiiiiii…, del que no tiene color asignado, del que vemos como sacan con un gancho las camisetas y otros ropajes para sacudirse la crisis los afectados por los de "el país va cojonudo". Pero sigamos; iba contándoos sobre las formas de vida de los "aris"; viven en cuidadas chozas de barro techadas en paja, rodeados por exuberantes cultivos en medio de una densa vegetación, ocupando las tierras más fértiles de toda esta zona, propiciando ser el grupo más boyante en la región. A sus mujeres se las reconoce con facilidad, pues suelen llevar un pañuelo anudado a la cabeza y las adolescentes visten unas curiosas faldas hechas de las hojas del falso banano llamado "enset". También son excelentes alfareras, y habilidosas en la forja de utensilios de hierro. 

Nos acercamos al mercado semanal que se celebra los jueves en Key Afer, donde somos abducidos por el ajetreo y el colorido que desborda su actividad. Todos los tonos imaginables deambulan a nuestro alrededor; aris, bennas y tsemays fundamentalmente, comprar, venden, intercambian o simplemente se relacionan, en un espectáculo lleno de vida y bullicio, donde nuestra presencia nada impide y donde contemplamos gran parte de la realidad de estos pueblos que hasta no hace mucho vivían en otra época lejana. Muchachos y muchachas pasean y ríen, algunas "buscavidas" requieren nuestras fotos para sacarse algún "birr" (la moneda del país), pero sobre todo los puestos en el suelo, modo tradicional de trueque, en el que semillas, harinas, cereales, cuencos de barro, quincallas, pieles y otros elementos pasan de mano en mano. Son las mujeres "benna", con sus tocados y trenzados cabellos cubiertos por la característica calabaza a modo de sombrero, y las "tsemay" con sus vistosas vestimentas y abalorios, las que más sensación causan a nuestras fascinadas neuronas. Un espectáculo único de actividad, viveza, tonalidad y algarabía que se desarrolla a nuestro alrededor con la mayor naturalidad. 

Toca ahora acercarnos hasta los "mursi", para lo cual dedicaremos gran parte del día, pues hay que recorrer gran parte del Parque Nacional de Mago por sinuosas pistas, que no siempre están es un estado aceptable, pero tenemos suerte y en algo más de un par de horas llegamos a su amplio territorio. Esto sí que es volver al pasado, un tiempo sin precisar en qué época estamos, como si de estar en los albores de la civilización se tratara. Esta tribu de mirada fija y rudos gestos, orgullosa y guerrera, tuvo y tiene fama de belicosa, hasta el punto que unas semanas antes de nuestra visita el acceso a estos territorios estaba cerrado a los visitantes, pues en un contencioso con la tribu "vecina" de los "bodi", motivado por el uso de unos pastos para el ganado, había producido tres muertes; debiendo por ello ir obligatoriamente acompañados por dos "rangers" armados, por si alguna conflictividad se pudiera originar. Destacar que si bien siguen viviendo prácticamente como en la época del bronce, han sustituido las lanzas, los arcos y las flechas por modernos rifles: el AK- 47 ruso (Kaláshnikov), el europeo G3 o el americano M16. En otra época disfrutaban matando, desvalijando a sus enemigos e incluso cortándoles sus testículos que mostraban como trofeo, hoy en día aunque temidos sus formas son más tranquilas, dejándose retratar por los foráneos que hasta ellos acudimos, siempre que se pague por ello, lo cual comporta un grado de tensión y hostigamiento al negociar su precio, siendo esto su principal fuente de ingresos en la actualidad. Esta presión se trueca en desazón hasta el punto de sentir incomodidad, deseando abandonar el enclave por el agobio, un verdadero pesar pues el ambiente que nos rodea, los personajes y sus gestos son únicos e irrepetibles. 


Visitamos la aldea de "Hayloha", a nuestro encuentro salen sus moradores: las mujeres engalanadas de estrafalarios adornos: grandes pendientes de colmillo de facocero (jabalí etiope), coloridas pinturas, escarificaciones en la piel, y sobre todo y más llamativo, con su boca perforada para colocarse sus platos labiales, lo mismo que hacen con sus orejas, para con ello representar su posición social. Se desconoce el motivo de este ornamento bucal, habiendo quien teoriza sobre que esta práctica comenzó en tiempos de la esclavitud, intentando impedir que los negreros somalíes capturasen a las mujeres mursi, ya que las deformidades que les producían impedía su venta en los mercados de esclavos. 


Los hombres, dedicados fundamentalmente al pastoreo, van prácticamente desprovistos de ropajes, llevando como única vestimenta una manta que conservan durante toda su vida. Mostrándonos a través de su corpulenta desnudez coloridas pinturas, con las que decoran sus cuerpos, y múltiples escarificaciones con dibujos geométricos en su piel como muestra de valor, fuerza y agresividad. Pudimos observar durante nuestra visita el rito de extraer sangre de una vaca viva para bebérsela, utilizando para ello arco y flechas, hendiendo de esta manera la arteria del animal. Al igual que otras etnias de la zona realizan ceremonias para el reconocimiento de llegar a la edad matrimonial; en este caso se llama “thagine”, llevándose a cabo después de las cosechas, consistiendo en un duelo entre varios jóvenes batiéndose con largos varas de madera llamadas “donga”, poniendo a prueba su valía, habilidad y fortaleza, siendo recompensados con la admiración de las muchachas casaderas y el prestigio del resto de la tribu.

Nos trasladamos a pequeña población de Turmi, donde hacemos base para visitar a otra etnia del bajo Omo, los "hamer", acercándonos para ello hasta el poblado "Assille Kebele", a 20 km. de Turmi, en la ruta a Woito, por el territorio "arbore". Para llegar hasta él, debemos vadear un ancho rio, que a la vuelta, en la oscuridad de la noche y crecido por las lluvias, tenemos que cruzar a pie y medio en cueros, ya que los todoterrenos que nos trasportaban no lo podían atravesar su cauce. Adornados con un sinfín de abalorios y detalles, los "hamer" son un pueblo orgulloso, reacio a los nuevos tiempos, fiel a sus tradiciones, pero acogedor hacia sus visitantes, rasgos esenciales que definen su forma de ser. Los intentos de ser sometidos en tres ocasiones durante los siglos XVIII y XIX por tribus vecinas, para afianzar su expansión territorial, ha creado en esta etnia un especial sentido de supervivencia, forjando el poderoso e individualista temperamento de esta etnia. Aún hoy en día, se trasmiten oralmente de padres a hijos las incursiones habidas entre las tribus vecinas.



Polígamos y presumidos, los hombres "hamer" van con el torso semidesnudo mostrando su musculatura y las escarificaciones de los brazos, visten una minúscula falda liada en la cintura, así como unos complejos y llamativos casquetes de arcilla en el pelo, decorados a veces con plumas o vistosas cuentas. Y para no perjudicar su curioso peinado van provistos de una especie de apoyacabezas denominado "borkota", que les sirve a la vez de asiento, del que apenas se separan en su vida cotidiana. 

Las mujeres llevan una especie de falda, adornada con coloridas piezas de vidrio de multitud de colores, que ellas mismas confeccionan con pieles de cabra; la parte delantera lleva unas piezas metálicas para hacer de peso y en la parte posterior lleva un corte alargado que llega prácticamente al suelo. Sobre sus desnudos pechos lucen una especie de bandolera a manera de collar, elaborada con las conchas de cauri que provienen de intercambios con tribus cercanas al Índico, así como llamativos adornos en los lóbulos de las orejas y gran cantidad de aros metálicos en las muñecas y por encima de los tobillos. También portan un par metálicas gargantillas en sus cuellos que nunca se podrán quitar, siendo tres en el caso de las casadas, en este caso de cuero de la que despunta una especie de cilindro férrico en su parte delantera; las más jóvenes llevan una cinta en la cabeza que sujeta una fina especie de chapa ovalada sobre su frente, resaltando su cuidado y vistoso peinado, elaborado con pequeñas trenzas que untan de tierra roja engrasada con manteca.  


Pero lo que más llama nuestra atención y repulsa, son las cicatrices y marcas, que orgullosas lucen en sus espaldas, ya que la flagelación de sus cuerpos forma parte de su cultura y tradición, tal y como pudimos comprobar "in person" durante la fiesta del "Ukuli Bula" o Salto del Toro. Un rito iniciático o ceremonia de tránsito entre la pubertad y madurez de los hamer, en la que, durante los tres días de celebración que dedican a ello, el aspirante “ukuli” debe demostrar que ya es hombre “maz” y merecedor de ser reconocido como tal por el resto de la comunidad; que de una forma u otra participa mayoritariamente del festejo. En él, las mujeres en edad lozana del poblado inician el ritual con melosas e insinuantes canciones, bailan, gritan, cantan y haciendo sonar sus cornetas.

Engalanadas con aretes de cascabeles colocados bajo sus rodillas, y sin dejar de salta ni un solo instante, los hacen resonar incesantemente, al tiempo que entrechocan los aros de acero que llevan enroscados a modo de tobilleras. Entre tanto, algunas de ellas se separan del grupo comenzando a provocar a los jóvenes haciendo sonar sus pequeñas trompetas, les chillan e insultan, al tiempo que les tienden unas finas y cimbreantes varas, con las que les demandan ser azotadas, discutiendo entre ellas por ser flageladas en primer lugar. Los muchachos, con forzada y hosca actitud, fustigan con el latico las desnudas espaldas de sus suplicantes. El chasquido de cada latigazo fluye por los oídos de todos los asistentes. La rama cimbrea el costado de la muchacha, fundiéndose en su cuerpo hasta que la punta alcanza su espalda, rasgando la piel hasta sangrar; sin mostrar en ello el más insignificante gesto de dolor; volviendo sin pestañear y con el rostro impávido al griterío del resto del grupo. Dura, cruel y masoquista escena que se repite una y otra vez a lo largo del ceremonial, mostrando con ello el valor, la fortaleza física, el orgullo de las féminas y un símbolo de status superior. Cuantas más marcas tallen el cuerpo de las hamer, más merecedoras de respeto y consideración tendrán del resto del poblado, pudiendo acceder a un mejor acomodo marital. 

Finalizado tan infame y siniestro ritual, el “ukuli” será pintado con carbón y colorida manteca por alguno de sus familiares o amigos, que posteriormente formando un circulo a su alrededor le despojan de sus vestimentas dejándole en cueros; a continuación el brujo de la tribu le empapa el cuerpo con las vísceras de una cabritilla recién sacrificada. Consintiendo el siguiente paso, el seleccionar un grupo de reses, entre 6 y 12, para caminar variar veces por encima de ellas, recorriendo en inestable equilibrio, desnudo y descalzo los lomos de las vacas. Operación que si es realizada con éxito le proporcionara su nueva posición hombre casadero. 


Es interesante ir también a visitar otro de los sugerentes mercados de esta zona; el que cada sábado se celebra en Dimeka, población situada a 30 km. al norte de Turmi; donde se allegan a mercadear principalmente los hamer. Como sucede al acercarnos a estos rústicos bazares que semanalmente se instalan en estas rurales poblaciones, vemos a cantidad de mujeres acarreadas como mulas, desplazándose hasta él a vender, cambiar o trapichear sus mercancías. Este tribal zoco se extiende por buena parte de la localidad, y aunque no es muy extenso,la animación es grande, con un constante trasiego de gentes yendo y viniendo. Dispuesto por zonas: la de los tenderetes de sorgo, los de verduras, leña, ganado, artesanía y souvenires, etc. destacando a la entrada, donde venden la arenisca roja con que las mujeres hamer se acicalan el pelo o la piel,  o la zona de los utensilios de barro.



También desde Turmi partimos para realizar el último de los recorridos étnicos, y así completar nuestro viaje al pasado. Por dificultosa pista; en la que somos sorprendidos por enormes termiteros y hermosos arboles decorados con las flores denominadas "rosas del desierto", y los inevitables pinchazos en las ruedas a los que con asiduidad nos vemos sometidos; nos acercamos hasta la misma margen del rio Omo, ya casi en su parte final de su curso, que se nos presenta rodeado de verdes bosques. Allí sobre lo alto de su cauce, custodiado por un potente acantilado que forma uno de sus poderosos meandros y en medio de una magnifica panorámica con el Parque Nacional de Omo al fondo, se halla la aldea de "Kolcho", donde habitan los "karo".   
 



Estos antiguos cazadores, hoy prácticamente agricultores, forman una de las etnias con menor población de Etiopía, apenas los mil individuos. Bien relacionados con sus contiguos los hamer, que cuidan de su ganado a cambio de obtener sorgo; sus aldeas están compuestas por simples y cónicas chozas, llamadas “ono”, elaboradas de ramas y paja, las cuales tienen que reconstruir varias veces al año por la voracidad de las termitas que hemos visto existen en su entorno. De los mismos materiales son los graneros, aunque de menor tamaño y elevados del suelo por unos pilotes. En un velado lugar del poblado está el “marmar”, lugar sagrado en donde realizan los rituales más significativos, al cual sólo tienen acceso los miembros de la tribu que estén casados.  
Pero lo que más nos llama la atención de estos sujetos nada más llegar, y donde más desarrollan el sentido de una estética singular, es en las pinturas de sus cuerpos y especialmente sus caras, con bocetos que van desde delicados y elaborados diseños a toscos pero impactantes bosquejos. Legando a su máxima expresión con las pinturas faciales y pectorales, en las que armonizan los tonos blancos, negros, amarillos, ocres o rojos; llegando algunos sujetos de la tribu a complementar su ornato con vegetales y flores, e incluso piercings hechos con los más variopintos materiales: clavos, chapas de refrescos, imperdibles, etc..  


Las mujeres se realizan unos cortes en la piel, frotándose e introduciendo ceniza en ellos, produciéndose unas artísticas escarificaciones en los brazos y pecho, intentando con ello resaltar su belleza y seducción. Al igual que los hamer, los karo también saltan los toros para llegar a la madurez y poderse casar, pero estos le llaman "pilla", siendo una de las ceremonias más importante que celebran. 


Otra singularidad que les caracteriza es la libre sexualidad entre sus jóvenes, pero comporta de quedar embarazadas, que el recién parido sea abandonado al considerarlo “mingi” (maldito). De la misma manera actúan cuando un nacido tiene alguna malformación o rareza y no alcanza pautas de normalidad, como el desarrollo de los dientes superiores antes que los inferiores; dejándolos desasistidos hasta morir, en la supersticiosa creencia de que atraen desgracias y fatalidad a la familia así como al resto de la tribu. Comentar también sobre este tema, que las mujeres "tsemay" dan a luz a orillas del río sin ayuda de nadie y sin ser vistas, provocando una gran cantidad de muertes en los partos, por lo cual, en estos momentos hay una ONG trabajando en la zona para mentalizar a la gente e intentar cambiar este hábito.  


Desde la perspectiva que nos ofrece la altura en la que estamos sobre el rio, divisamos en la lejanía en dirección norte una gran depresión. Son los terrenos reservados a la "Ethiopian Sugar Corporation", para crean una de las mayores plantaciones intensivas de caña de azúcar de toda áfrica, creando para ello impactantes y potentes sistemas de riego que irreparablemente conllevan la creación de grandes obras hidráulicas en el cauce del rio Omo.

Ya existen y están en funcionamiento las represas Gibe I y Gibe II, en el curso alto de su cauce. Pero la construcción de la denominada Gibe III (a las que seguirán la Gibe IV y Gibe V) en estas zonas, con 243 mts. de altura y 610 de longitud y con una planta hidroeléctrica asociada de 1.870 megavatios, la más grande de toda áfrica, producirá un impacto tan brutal en la zona, que cantidad de grupos conservacionista y "ongs" internacionales, han puesto el grito en el cielo, organizando una petición "online" contra el proyecto de esta presa, en base a su impacto ambiental y en defensa de los derechos humanos de sus habitantes, a los que se les está quitando sus territorios con artimañas y engaños por parte de las autoridades etíopes. Solo con la puesta en marcha de los dos primeros embalses, el lago Turkana, en el cual desagua el rio, que se alimenta de él en un 90%, ha visto reducir su nivel de forma alarmante, habiendo aumentado el grado de salinidad por la escasez del flujo de agua, lo que producirá en un tiempo no muy lejano la miseria y hambruna a los pobladores de sus riberas. 


Estos modos de vida han sido retratados con enorme acierto durante años por el  fotógrafo teutón Hans Silverter, realizándose sobre ellos algunos videos, merecedores ser vistos, que nos muestran el arte de la pintura corporal de estos pueblos.

 

En estas tierras del sur etíope la globalización ha llegado de sopetón, las nuevas infraestructuras en loor del progreso, y la cantidad de foráneos multicolores que llegamos a este lugar introduciendo en sus vidas elementos ajenos a su cultura, que les induce a dejar de utilizar sus utensilios tradicionales, sus ropajes y adornos naturales de hueso o madera, sustituyéndolos por correas de reloj, tapas de bolígrafos u otros elementos curiosos y extraños para ellos, están consiguiendo que estas arcaicas culturas desaparecerán no tardando, dando paso a la "modernidad". Observar a estas tribus en su entorno natural es una experiencia inolvidable y única, una amalgama de nuevas sensaciones, y uno de los espectáculos más singulares e increíbles que podamos imaginar, pero es de temer que las costumbres ancestrales de estas gentes, su manera de vivir y comportarse, sus rudimentarios utensilios, su organización social, etc. están trágicamente desapareciendo de forma excesivamente veloz. Un viaje al pasado que no tendrá posibilidad de realizarse en un futuro relativamente próximo.




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