Corrían los primeros años del siglo XV y el reino de Navarra
(antes de Pamplona) llevaba funcionando cerca de 600 años. Al "Noble"
rey Carlos III de Navarra, casado con Leonor, una castellana de la Casa Trastámara,
se le ocurre buscar consorte para su hija Blanca, eligiendo a Martín "El
Joven", rey de Sicilia aunque originario de Aragón. La joven infanta, educada
refinadamente en las dependencias del recién erigido recinto palaciego de Olite,
con anhelos de un príncipe azul y desposorio con amor, reniega del pretendiente
de su padre. Y aquí es donde comienza la leyenda.
La princesa Navarra que representaba lo más selecto de la
nobleza ibérica por aquellas épocas, viviendo dichosa su tiempo de juventud, no
era de extrañar se opusiera a los arreglos maritales que su padre acordó para
unir los linajes de Navarra y Aragón. Martín hijo del rey de Aragón fue el
pretendiente destinado para Blanca, mostrando ésta su más enérgico rechazo pues
ni siquiera conocía a su propuesto marido. Su padre, consciente de buscar el
mejor destino para su reino, no dudó un instante en escarmentar la
conducta de su hija enviándola al
castillo de Peñaflor, en medio de la soledad y la aridez de Las Bárdenas Reales
de Navarra, a unas 6 leguas de distancia de Olite, capital del reino. En ese desamparado
lugar permaneció encerrada y aislada, confinada en la torre de la solitaria fortaleza
durante dos meses, recibiendo como único sustento pan y agua. Un humilde pastor
de la zona se apiadó de la infortunada doncella, reconfortándola con queso,
leche y amigable conversación.
Pasado el tiempo, convertida Blanca en reina, se acordó
de aquel ocasional aliado otorgándole como compensación a sus cuidados la
propiedad de las tierras protagonistas de su forzada clausura, que con el paso
de los años se le conocería como Vedado de Eguarás. Según la interpretación
popular de la leyenda, ello explicaría que estas tierras correspondan hoy al
término municipal de Valtierra del que están separadas territorialmente, en
lugar de estar incluidas en Las Bárdenas al que corresponderían desde un punto
de vista lógico.
Parece ser que la infanta recapitulo en su encierro, pues
en 1402 se ofició el forzado casamiento, mas no hubo tiempo para el amor, dado
que el rey Martín trajinaba implicado en diferentes guerras, y la pasión
conyugal no concibió ningún vástago que alegrara la vida de nuestra princesa
navarra. Martín el Joven falleció en 1409 víctima de la malaria y su enlutada
viuda se encontró sola en tierra extraña. En ella continuó algunos años, los
mismos que tardó su padre en negociar un segundo matrimonio de conveniencia,
convirtiendo su vida sentimental en una verdadera calamidad, motivada en gran
parte a la agitados tiempos que pusieron fin a la Edad Media; provocando con su
descendencia la desaparición de reino de Navarra y la anexión al de Castilla
por parte de los "Católicos Reyes".........pero esto ya es otra
historia.
Otras crónicas
refieran la leyenda a Blanca II de Navarra, hija de la anterior. Pero según
otros escritos, no fue en Peñaflor donde, también por un pacto casamentero de
su padre, estuvo recluida, si no en una casa torre de la localidad alavesa de Lukiano, acogida por la noble familia de los Gereña. Creándose
con ello una nueva leyenda, la de "La Encontrada"
..................seria esta también otra historia que contar.
Once "Blancas"
de sangre real hubo en la historia de Navarra, no es extraño por ello que a
falta de legajos, los curiosos por las leyendas se hagan un lio con
ellas.........yo también,................ ya no se cual es la que pudo estar
recluida en el Castillo de Peñaflor. Sea cual sea aquí queda la fábula de la
triste historia de una reina sin amor.
El Castillo de Peñaflor tiene el atributo de ser la única
fortificación medieval que no ha sido alterada su fisonomía desde su
construcción en el siglo XIII. Formado por una pequeña torre central que
servía de atalaya, tres torres
más pequeñas y un recinto
amurallado donde se alojaba una reducida guarnición, del que hoy solo queda la
ruina de su torre. El fortín se alza sobre un erosionado cabezo situado en el
corazón del Vedado de Eguarás y por ende en medio de las Bárdenas Reales.
Construido, igual que otros castillos bardeneros (Mirapeix, La Estaca (o
Santa Margarita), Sancho Abarca, Aguilar,
Peñarredonda, Sanchicorrota), por el rey Sancho VII el fuerte en el siglo
XIII, para preservar las lindes con el reino Aragón y reprimir el creciente
bandolerismo que asolaba la zona.
De caprichoso equilibrio en lo alto del cerro, parece un prodigio
que haya llegado hasta nuestros días. No obstante, esta bella silueta se
encuentra en grave riesgo de perderse para siempre. Hasta hace quince años, se
podía ascender hasta la torre sin gran apuro, hoy para conseguirlo hay que
escalar su tramo final, desde la que se domina todo el contorno del Vedado de
Eguarás.
Situado bajo la meseta de La
Estroza, entre Valtierra y Arguedas, en una depresión del terreno, cuyos límites son los acantilados del Plano,
Candévalos y los desérticos parajes de la Blanca, el Vedado de Eguarás
con una extensión de 497,79 ha. representa aproximadamente solo el 1% del
territorio de las Bárdenas Reales. Está protegido por unas
pequeñas elevaciones de entre 329 y 372 metros que lo separan y
diferencian del resto de su entorno, constituyendo un oasis dentro de toda la
aridez esteparia del contorno,
ya que en él ha crecido a lo largo de los siglos una densa vegetación natural
de bosque mediterráneo, compuesta por: pino carrasco, coscoja,
escambrón, lentisco, enebro, romero y sabina, como así mismo otras especies endémicas como sisallo, tamariz
y el ontinar. En los cortados del Plano, que parecen una muralla natural,
anidan además el buitre, el alimoche, y el águila real; pudiéndonos encontrar
en él: culebra bastarda, gato montés y jabalí. Declarado Reserva Natural en 1987, en su pequeño bosque, de tan
solo 350 ha. se criaba abundante caza de perdices, jabalíes, conejos y liebres,
siendo escenario de escenario de múltiples cacerías reales y posteriormente coto de caza. Además de su riqueza natural,
el vedado de Eguarás ofrece unas parajes sorprendentes, atrayendo hacia este singular
enclave cada vez a más paseantes y cicloturistas, muchos de ellos
"gabachos" del otro lado del pirineo.
El Vedado no ha formado
nunca parte de los territorios que los congozantes (nombre con el que se conoce
a las poblaciones con derecho de explotación de las Bárdenas Reales) tenían
derecho a aprovechar, habiendo sido siempre finca independiente. Inicialmente,
propiedad a los reyes de Navarra, que solían usarla como territorio de caza, fue cedido en 1357, durante seis años y 60
libras anuales de arriendo, por el entonces rey Carlos II a García Bartolomé de
Roncal. A finales del siglo XV
el Vedado junto con Valtierra, paso a ser propiedad del condestable Mosén Pierres de Peralta, teniéndose constancia que en 1530, durante el reinado de Carlos V,
su propietario era el noble tudelano Juan de Eguarás del que tomaría su
nombre. A mediados del siglo XIX pertenecía al Conde de Parent. Los dueños actuales son los condes de
Cascajares, que explotan el vedado desde hace varias generaciones. En el interior de esta área
podemos encontrar como únicas construcciones: las ruinas del castillo de Peñaflor,
bajo este y en sus cercanías la Casa de Guardas y tres corrales para ovejas: el de la Blanca, el de la Barrera y el del
Chopo.
Para acceder hasta él, después de un hermoso amanecer
desde Tudela, nos adentramos en las Bárdenas por Arguedas, hasta el Castildetierra.
Partimos caminando (está prohibido el paso de los vehículos a motor) desde la
Cabaña de Aguirre, situada a 1,3 Km. de Castildetierra, donde dejamos el coche
para comenzar el recorrido. La mayor parte del mismo trascurre por pistas
agrícolas sin mayor dificultad que salvar nada más comenzar en Barrando Grande,
en el que encontraremos seguramente un buen barrizal que atravesar. Sin ningún
problema cruzaremos el Barranco del Vedado, continuando por la pista que
abandonaremos al ver el Corral de la Blanca, dirigiéndonos en su dirección e introduciéndonos
ya en el Vedado, llegando a los pies del Castillo. Lo rodeamos, continuando en
dirección oeste hasta la Casa de Guardas, desviándonos a la izquierda a un par
de centenares de metros de esta, rodeando los cerros de "La quemada",
llegando a la pista que nos llevara nuevamente hasta las proximidades del
Corral de la Blanca, volviendo sobre nuestros pasos hasta donde tenemos
aparcado el coche. Un recorrido de unos 12 km. tranquilo, donde poder pasar una
buena mañana.
El Rincón del Bú
Otro de los rincones sugerentes que podemos encontrar en
Las Bárdenas es el Rincón del Bú, zona declarada y protegida como Reserva Natural
desde 1986. Se trata de una pequeña zona de 460 ha. situada entre la parte sur
de la Blanca, casi ya en la Bárdena Negra, al norte de la carretera que une Tudela
con Ejea de los Caballeros. Su paisaje
está formado por potentes barrancos, arcillosos acantilados, quebradas llanadas,
así como planas mesetas y cabezos de singulares formas, con una original
orografía donde la erosión ha tallado con dureza el relieve, ofreciendo una visión de formas
espectaculares que no le dejarán indiferente al visitante. Su pobre vegetación,
desprovista prácticamente de arbolado y característica
de los lugares áridos, está compuesta fundamentalmente por: romero, tomillo, ontina, sisalla, saladares,
espartales y sabinar, donde no será difícil observar aves rapaces como
el águila real, buitre, alimoche, alcaraván, ortega, ganga o alondra, destacándose
el búho real, que cría en los cortados de su territorio y al cual debe su
nombre.
Al contemplarlo desde
la altura, nos parece haber llegado a lugares lejanos en la distancia y hasta podríamos
imaginar jurasicos tiempos, gracias a su árido paisaje que nos ofrece unas espectaculares
vistas. En sus proximidades se encuentra parte de un poblado medieval y
el cerro denominado "Balcón de Pilatos", un promontorio mesetario, de los muchos que por la zona hay, desde el
que poder observar de forma privilegiada
el vuelo de las rapaces que surcan los limpios cielos de la zona. Su
nombre seguramente proviene de “puy lato” o cerro ancho.
Para acceder al
Rincón del Bú hay que coger la carretera NA-125, que va de Tudela a Ejea de los
Caballeros. En el punto kilométrico, 17,3, donde la Cañada Real de los
Roncaleses cruza la carretera, donde hay una explanada y se sitúa la Cabaña de
los Catalanes. Continuando por la pista agrícola hasta la Cabaña y balsa de
Cabezogancho, donde giraremos a la izquierda, hasta llegar a la pista del
barranco de Santa Catalina, el cual recorreremos hacia la derecha hasta que su
estado nos lo impida y tengamos que aparcar el vehículo, a unos 4,4 km. de
haber dejado la carretera.
La ruta se inicia en dirección norte, siguiendo la vía
pecuaria ahora trasformada en pista, hasta llegar al cartel indicativo (si existiera)
de La Reserva Natural del Rincón del Bú. Desde el panel informativo descendemos
al Barranco de Valfondo, el cual tendremos que abandonar para ascender a la
Plana de Sagasti, por unas aristas arcillosas y después una fuerte pendiente. Justo
al otro lado de coronar estas aristas, en la cabecera del Barranco Chimorra, se
sitúa el denominado Rincón del Bú, es cual lo divisaremos perfectamente desde
la cumbre de la Plana de Sagasti, punto más alto de todo el recorrido con unas
estupendas vistas de toda la zona. Cruzamos la plana en dirección este hasta
introducirnos en un nuevo barranco que descenderemos, con continuas y obligadas
salidas y entradas en él. A su mitad encontraremos "El Rinconcito"
curiosa y seca cascada que forma un estrato rocoso con una poza de azul intenso
en su fondo. Continuando saldremos al Barranco de Valfondo, en lugar próximo al
cartel informativo, y tras retomar nuestros pasos volver al inicio de este
interesante paseo.
Menos tranquilo que el recorrido anterior, de unos 11 km.
es solo aconsejable para senderistas experimentados, acostumbrados a caminar
por malos terrenos y con soporte de GPS y los tracks de la ruta cargados, pues
gran parte de su itinerario es por barrancos y terrenos sin camino, no estando
en absoluto señalizado.
Dos nuevos enclaves, con su magia asociada, en medio de
uno de los desiertos menos conocidos de esta piel de toro que habitamos.
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