La intención de crear este lugar es que no solo sirva para poner en él mis opiniones y trabajos, también deseo que sea de todos los que aquí accedáis participando en mejorar el entorno que nos ocupa.
Hay quien hoy en día a las tribus “celtíberas” les denomina nuestros antepasados, sin pararse a analizar las vicisitudes históricas que en las tierras sorianas han sufrido a lo largo de los dos milenios largos que desde entonces llevamos vividos los que originarios de esta meseta nos sentimos, sin saber que tipo de “genes” llevaremos en nuestra sangre. Mas de una sorpresa se llevarían muchos, si al hacerse un análisis genético vieran que gran parte de su pasado fueron algunas tribus beréberes venidas del norte africano, esos mismos a los que de forma no muy cariñosa se les denomina como “moros”. Gentes que habitaron nuestras tierras en algunos casos durante 800 años, tiempo suficiente para crear una mezcolanza cultural y genética que en gran parte ha llegado hasta nuestro tiempo.
Fusión cultural y progresiva es así mismo la que originó el apelativo de Celtíbero, a la mezcla de los originarios pueblos “iberos” con las tribus celtas que llegaron a Iberia allá por entre los siglos VIII y VI a. C. procedentes del levante europeo o de oriente medio. Habitaban el sector oriental de la Meseta Norte, siendo la actual provincia de Soria el territorio en el que las tribus celtíberas dejaron una importante huella de su presencia a través de la “cultura de los castros” aunque se extendieron mucho más de estos límites. Las aldeas fortificadas; situadas en lugares prominentes y elevados, con buena defensa y adaptadas al terreno; que se extendieron por gran parte de la meseta entre los siglos VI y IV a. C. consolidando una forma de vida que a partir del siglo III a. C. se transforma en algunos casos en las primeras ciudades (Numancia como ejemplo cercano).
Podemos ubicar los territorios de “Celtiberia” a las extensas áreas enclavadas en los escarpados márgenes donde se unen las cordilleras Ibérica y Central y tierras circundantes, ocupando parte de las cuencas al sur del río Ebro, así como las partes altas del Tajo y del Duero. Demarcación definida por los historiadores romanos como “áspera, montañosa y por lo general estéril”, muy condicionada a la dureza de su inclemente climatología.
En nuestro rededor (me estoy situando en Quintana Redonda - Soria), ubicándonos en la linde de lo que fueron los territorios de “pelendones” y “arévacos”, los primeros más al norte, los segundos más meridionales, entorno a los ríos Duero, Mazos, Izana, Sequillo, Milanos y Abión. En apenas una imaginaria línea de unos 37 km. que partiendo de Garray en dirección suroeste nos situaría en Calatañazor, se sitúa la zona donde he podido referenciar hasta seis de esos asentamientos “celtíberos”: Numancia (Garray), Castro de Ontavilla (Carbonera de Frentes), Castro de Castilterreño (Izana), Castro El Castillejo (Nódalo), Los Castejones (Calatañazor) y Castro de San Cristóbal (Las Cuevas de Soria).
Es hasta este último en la cercana población de Las Cuevas a donde nos dirigimos a finales de agosto, para contemplar como realizaban la exhumación de los restos de dos fallecidas (una adulta y una niña) en las excavaciones que se estaban realizando anexas a la ermita de Los Santos Mártires que, ubicada bastante por encima de la aldea en el Cerro de Castro, está dedicada a los patronos de la población.
El antiguo poblado acomodado a la morfología de su entorno, solo era accesible por su lado este, ya que el resto de su contorno son prácticamente escarpaduras en algunos casos verticales (oeste). Es por ello que en esta zona menos protegida de forma natural fuera defendida por un grueso muro de mampostería, con una longitud de aproximadamente 93 m. calculando, junto con el foso que así mismo lo protegía, que en algunos casos podría haber tenido una altura cercana a los 8 metros. Su interior ocupa una extensión de unos 5.000 m2. lugar donde se edificó la ermita y donde se han desarrollado las actuaciones arqueológicas aquí reseñadas.
Siendo en la tercera cata, la más próxima a la ermita, donde se encontraron las estructuras de antiguas edificaciones bastantes espaciadas en el tiempo. Corresponde la más antigua a una cabaña de la edad del hierro (siglo VI a IV a. C.), así como muros de construcciones pertenecientes al siglo IV d. C. ambas pendientes de su análisis y datación definitiva. También se encontraron los esqueletos completos de dos individuos, en este caso femeninos, correspondientes a una adulta y una niña que pudieran pertenecer al asentamiento del último periodo (siglo VI), lo cual igualmente está pendiente de acreditación.
Los arqueólogos responsables: Antonio Chain Galán, Cesar Gonzalo Cabrerizo y Francisco Rodríguez Plaza (este último oriundo quintanero), analizando los distintos asentamientos existentes en la zona y su evolución en el tiempo, lanzan la hipótesis de un periplo habitacional en un radio de influencia de apenas 5 km2. durante casi un milenio. Pudiendo haberse instalados primeramente en el Castro de San Cristóbal (Las Cuevas), trasladándose posteriormente a Castilterreño (Izana), para posteriormente descender a la vega asentándose en la Villa Romana de La Dehesa (entre Izana y Las Cuevas), para terminar nuevamente en el Castro de San Cristóbal (Las Cuevas) posiblemente refugiados de algo o de alguien.
Sobre la existencia de restos del pasado en el Cerro de San Cristóbal hay información documental desde el siglo XVII (los lugareños de Las Cuevas seguramente mucho antes), teniendo conocimiento de lo referido a ello por parte de:
- Lope de Morales y Trujillo (nacido en Las Cuevas), quien relata en 1627 sobre la aparición de los Santos Mártires, crónica resumida por el clérigo Celestino Zamora (finales del XIX o comienzos del XX).
- Juan Loperráez Corvalán, trasladándonos en 1788 sobre la aparición de una lápida seis años antes.
- Eduardo Saavedra y Moragas, que en 1861 (no haya nada sobre el terreno, pero relaciona los restos hasta entonces encontrados por el lugar).
- Blas Taracena Aguirre, quien en 1941 realiza la primera investigación sobre el Cerro del Castro.
- En 1972 Fernández Miranda lo incorporó en su trabajo sobre los castros sorianos.
- También José Alberto Bachiller Gil en 1987, lo relacionó en su estudio sobre los Castros del Alto Duero.
- Siendo la Carta Arqueológica de la Provincia de Soria realizada en 1991 Pascual Diez, el trabajo más correcto realizado hasta el momento.
La excavación de este verano del 2023, debe considerarse la primera que se realiza en el lugar con rigor científico, descubriendo en los apenas 50 m2. un importante material que anima a seguir en sucesivas campañas, habiendo salido a la luz de entre los secretos guardados bajo tierra más de dos mil años:
- Fondo de Cabaña, dos enterramientos del siglo VI d. C. (mujer y niña).
- Muro de piedra.
- Piezas de cerámica.
- 17 pesas (numerosas en relación a la cata realizada) de posibles tensores para sujeción de cubiertas o telares.
Es curioso la relación de la población de “Las Cuevas” con las exhumaciones de remotos tiempos, pues a las aquí referidas, -mujer y niña exhumadas en 2023-, hay que añadir las de los supuestos “Santos Mártires” Sergio, Bachio, Marcelo y Apuleyo, que aparecieron en 1477 (como afirma Loperráez) o finales del siglo XIV (según Lope de Morales) junto a un pergamino dando información de los allí enterrados. Sobre el descubrimiento de los restos de los canonizados mártires, tanto Blas Taracena como anteriormente Loperráez tienen sus reservas, siendo este último el que afirma que las letras del pergamino no son muy antiguas, existiendo solamente este documento para la autenticación de las reliquias estando además el susodicho manuscrito extraviado. Hay así mismo que añadir a la relación de hallazgos necrológicos del asentamiento, una lápida sepulcral de origen romano que sirve como dintel para la ventana de la sacristía en la ermita, donde se hace referencia a “Valeria Titulla y su hija de 12 años”, que debieron estar enterradas en sus proximidades, ya que allí se encontró la estela con su epitafio. Teniendo información a través de Pascual Madoz en la aparición de más sepulcros con hombres armados.
Durante la excavación realizada en el verano de 2023, se han encontrado dos épocas diferenciadas: la más antigua correspondiente a la 1ª Edad del Hierro (siglo VI a IV a. C) y otra correspondiente al siglo IV d. C (ambas pendientes de su análisis y datación definitiva).
Se presupone un periplo de asentamiento humano que pasaría:
- 1º por el Castro del Cerro San Cristóbal (siglos VI a VI a. C.)
- 2º por el Castro de Izana – Castilterreño (siglos II a I y. C.)
- 3º por la Villa Romana de la Dehesa - Las Cuevas (siglos III y IV d. C.)
- 4º regreso a las alturas del Castro de Cerro de San Cristóbal (siglo IV d. C.)
Para finalizar estos párrafos dedicados a los celtíberos que habitaron las orillas del Izana, resaltar como el signo de identidad de Soria, el “caballito de Numancia”, que todo soriano que se aprecie lleva pegado en la trasera de su vehículo, es en realidad una “fíbula” (broche) de la que se valían los individuos de aquel entonces para con ella amarrar o sujetar su “sagum”, prenda de áspera lana que le cubría prácticamente todo el cuerpo a modo de capote, poncho o especie de manta, que se sujetaba con este original e identitario elemento sobre el hombro derecho. Prenda enormemente practica para combatir los fríos inviernos del interior ibérico, hasta el punto que los romanos la adoptaron para su ejército. Manteniéndose como atuendo ante las inclemencias no solo hasta el final de la dominación romana, siendo usado así mismo durante el medievo, derivándose de ella la palabra “sayo”.
Recalcar sobre este símbolo equino, el que era usado como regalo, agasajo o reconocimiento por los jefes tribales celtíberos, cuando sellaban un acuerdo o pacto entre distintas tribus o poblaciones. De ahí la abundancia de este tipo de iconografía (caballo con o sin jinete) que se ha encontrado entre los restos de la cultura celtíbera (cerámica, fíbulas, estelas funerarias e incluso en monedas acuñadas) por las distintas actuaciones arqueológicas.
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