Partimos en temprana y soleada mañana desde la sosegada bahía de Wellington para
cruzar el estrecho de Cook, y aunque la brisa litoral era fresca a esa hora del
día en la cubierta del ferry, las ganas de acercarnos a nuevas tierras y
paisajes, nos hacia soportar de mejor manera el aire que provenía del la isla
Sur de Nueva Zelanda, próximo destino que nos aguardaba al final del trayecto
marino. Para ello, tenemos que introducirnos y recorrer el hermoso y sugestivo
fiordo Marlborough Sound y llegar a la población de Picton que, aunque situada en
la orilla del mar, se encuentra a 35 km. del interior de la isla.
Durante cientos de miles de años, el proceso de inmersión de
la placa tectónica Indoaustraliana bajo la placa del Pacífico, ha generado que
segmentos del paisaje de la isla Sur de Nueva Zelanda se encuentren sumergidos.
Los angostos canales marinos norteños de Marlborough Sound y la zona sureña de
Fiordland son ejemplos de altas cadenas montañosas que se han "hundido"
en el mar, creando espectaculares estrechos y fiordos. Áreas que nos brindan
algunos de los escenarios más pintorescos de estas australes tierras, con salvajes
colinas revestidas de abundante vegetación que se descuelga hasta profundas y
calmadas bahías.
La Isla Sur, la mayor de las dos que forman Nueva Zelanda y
la duodécima más grande de nuestro maltratado planeta, se
encuentra dividida longitudinalmente por los Alpes del Sur o Alpes
Neozelandeses, producto de la colisión de las placas telúricas antes
mencionadas. Característica y larga cordillera que cuenta con 17 cimas de más
de 3.000 metros de altura, convertida en barrera natural a lo largo de toda la
isla, que dificulta la comunicación entre la costa oeste y este de la isla. Montañas,
que en gran parte están protegidas por distintos Parques Nacionales, como
Aoraki/Mount Cook, Westland, Fiordland o Mount Aspiring, conformando el área de
conservación "Te Wahipounamu", declarada en 1990 Patrimonio de la
Humanidad por la Unesco.
Una leyenda maorí nos traslada: que durante un viaje por el
mar, la canoa en la que iban Ngai Tahu, Aoraki y sus hermanos (hijos de Rakinui
"el Padre Cielo") volcó, y cuando lograron salir nuevamente a flote,
el gélido viento del sur los transformó en piedra. Convirtiéndose la canoa en
la Isla Sur (Te Waka o Aoraki), y Aoraki y sus hermanos en las cumbres de los
Alpes del Sur. Montañas que un día emergieron del mar y que recorren el lado
occidental de la isla.
Desembarcamos en Picton, ciudad que cruzamos como una exhalación ya que debemos visitar los viñedos de Malbourough, afamados por estas tierras. Y si bien sus cepas se extienden por miles de hectáreas a nuestro alrededor y su comercialización se multiplica año a año, su calidad-bouquet, para los que habitamos latitudes mediterráneas, deja de desear, sobre todo en sus tintos elaborados fundamentalmente con cabernet sauvignon, algo de merlot y pinot noir. Si bien los blancos de aroma afrutado, obtenidos a base de sauvignon o chardonnay, se salvan de la crítica de este humilde "cata caldos"…………. pero es así y hay que decirlo, no tienen nada que enseñar, ni de coña, a nuestros "morapios" rivereños, ya sean del Duero, Ebro o de galaicas cepas, y no es "patria" lo que me lleva a escribir estas notas.
Desembarcamos en Picton, ciudad que cruzamos como una exhalación ya que debemos visitar los viñedos de Malbourough, afamados por estas tierras. Y si bien sus cepas se extienden por miles de hectáreas a nuestro alrededor y su comercialización se multiplica año a año, su calidad-bouquet, para los que habitamos latitudes mediterráneas, deja de desear, sobre todo en sus tintos elaborados fundamentalmente con cabernet sauvignon, algo de merlot y pinot noir. Si bien los blancos de aroma afrutado, obtenidos a base de sauvignon o chardonnay, se salvan de la crítica de este humilde "cata caldos"…………. pero es así y hay que decirlo, no tienen nada que enseñar, ni de coña, a nuestros "morapios" rivereños, ya sean del Duero, Ebro o de galaicas cepas, y no es "patria" lo que me lleva a escribir estas notas.
Estos moluscos, de tonalidades verdosas en su exterior y
lejanas tierras, al parecer no solo poseen propiedad favorables para su
condumio, siendo cada vez más usados para la mejora en las articulaciones de
los humanos, al tener un contenido extraordinariamente alto en
glicosaminoglicanos, unos aminoazúcares muy valiosos, que se encuentran también
de forma natural en el tejido conjuntivo humano, ayudando a normalizar la
producción de líquido sinovial de nuestras bisagras óseas.
Repuestos de los mejillones, del chardonnay y de los carajillos, llegamos a media tarde hasta la población
de Nelson. Otra más de esas ciudades insulsas y sosas de las que está lleno
este país, donde solamente distinguimos una plazuela bajo la Catedral con algo
de animación en las terracitas situadas en la calle. Sin embargo Nelson es el
punto de partida para visitar el magnífico y sorprendente
Parque Nacional Abel Tasman, que situado en plena costa noroccidental de la
isla meridional de Nueva Zelanda y en medio mar de Tasmania, nos pareció una
simbiosis entre las selvas amazónicas y las paradisiacas playas de islas
vírgenes.
Un salvaje territorio formado por pequeñas bahías rodeadas
de exuberantes bosques tropicales, playas de finas y doradas arenas
permanentemente bañadas por cristalinas y turquesas aguas, encantadores afloramientos
rocosos de granito, caliza o mármol, cuevas, ríos, así como extraordinarios y
sugestivos estuarios… una belleza que brinda la naturaleza en su máximo
esplendor.
Es allí, donde realizamos parte del "Abel Tasman Coastal Track", un sendero que recorre durante cuatro días todo el litoral de esta singular e inalterada costa. También pudimos disfrutar de un recorrido marino por prácticamente todo su perímetro, admirando su naturaleza y virginidad. Eso sí, rehuyendo la práctica de kayak, otra de las actividades que por sus aguas se realizan.
Es allí, donde realizamos parte del "Abel Tasman Coastal Track", un sendero que recorre durante cuatro días todo el litoral de esta singular e inalterada costa. También pudimos disfrutar de un recorrido marino por prácticamente todo su perímetro, admirando su naturaleza y virginidad. Eso sí, rehuyendo la práctica de kayak, otra de las actividades que por sus aguas se realizan.
Fue en 1642 cuando el explorador neerlandés Abel Janszoon Tasman llegó hasta estas costas en su viaje y descubrimiento de estas tierras hasta entonces ignotas para los occidentales, sufriendo uno de sus navíos un ataque por parte de los maoríes a bordo de sus "Wakas" (canoas), en el que cuatro de sus hombres perdieron la vida. Siendo a raíz de este hecho, que Tasman denominó al lugar como la Bahía de los Asesinos, hoy es conocida como Golden Bay, nombre mucho más apropiado para nuestros días.
Continuando nuestro periplo hacia el sur, siempre al sur, y
a medida que nos introducimos en los territorios de esta maravillosa isla, notamos
como todo se va trasformando en más indómito y salvaje. Siendo innumerables los
lugares que deberíamos de recorrer y visitar, pero que en esta entrega nos
centraremos en su Costa Oeste, la "West
Coast" o Westland, siendo a partir de la población de Westport cuando verdaderamente entramos en ella. Un lugar medio salvaje, repleto de ríos y selvas tropicales, glaciares y
tesoros geológicos, que con apenas de 50 kilómetros de ancho y 450
km. de longitud, es la zona del país con menos densidad de población, apenas
unas 31.000 personas, convirtiéndose en la Nueva Zelanda profunda, siendo
su localidad más grande Greymouth (13.300 habitantes). La carretera que la
recorre, se comenzó por los dos extremos, uniéndose a mediados del siglo pasado
en Knight´s point, sin haber hasta entonces conexión terrestre, solo marina.
Algunos de sus paisajes más afamados son: El cabo Foulwind donde observar su pequeña colonia de focas y
leones marinos, las rocas en
forma de panqueques y los géiseres marinos de Punakaiki, las turquesas aguas de la garganta
de Hokitika. Siendo esta zona también la única fuente de jade (pounamu) de
Nueva Zelanda, cuyos yacimientos se encuentran en los ríos que la recorren. Pero
sobre todo sus paisajes costeros, con bucólicas y sernas vistas.
Para alimentar nuestro estomago y por ser la hora precisa
para ello, además de estar lloviendo, paramos en Ross, la mas "autentica y
genuina" población de Nueva Zelanda. Ciudad minera dedicada a la búsqueda de
oro desde principios del siglo XIX, y con una población de apenas 350
habitantes, es la esencia del carácter de estas gentes, los "coasters",
personas independientes, autosuficientes y austeros, pero a la vez,
inmensamente amigables y hospitalarias, con un sutil encanto y perverso sentido
del humor. Es aquí en
Jones Creek cerca de la población, donde en 1909 se encontró la pepita de oro más grande de Nueva
Zelanda "Roddy Nugget", que del
tamaño de un puño, pesaba algo más de 3 kg. 99.63 onzas, aunque pequeña si se compara con pepita de oro más grande
del mundo, el "Welcome Stranger" (Bienvenido Extraño), de un peso de bruto de 109 kg. hallada
en Moliagul, Australia, en 1869.
La pausa en Ross nos sirvió para también alimentar nuestro espíritu,
pues el lugar elegido para comer fue el fantástico "Historic
Empire Hotel", un bar, pub, café, restaurante, salón de billar, hotel y
sitio de reunión para lugareños y mineros cerveceros, que parece salido de otro
tiempo, y no es su decoración……………. es así, de otro tiempo, siendo posible
encontrar en él polvo de hace 100 años. Construido en
madera pintada de amarillo mostaza, tiene más de 100 años y su interior es una
verdadera sorpresa para cualquiera de los sentidos, repleto de insignias pasadas de
moda, fotos amarilleadas por el paso del tiempo, chucherías, polvorientas antigüedades,
recuerdos y un cartel de aspecto desgastado que pedía información sobre la misteriosa muerte de un viajero en la playa unos
años antes.
Su olor a humo también es real, desprendido de su gran
chimenea de leña, que sin parar,
va quemando enormes troncos para calentarse mientras se toman unas pintas servida
directamente del grifo. El techo está
cubierto de billetes de banco de todo el mundo, y una fotografía enmarcada de
un político local de principios del siglo XX, que mira hacia abajo por encima
del mostrador, como si quisiera ver el calendario de chicas desnudas que hay
por detrás de la barra. Al ambiente se
agrega su hermosa y lustrosa barra de tablón, así como el hueco de la escalera
de madera que conduce a los alojamientos. Más allá de la
mesa de billar se encuentra el aseo de mujeres con un letrero que advierte
sobre un límite de peso a 250 kg. en contraposición del retretes de hombres al
que se puede acceder sin ninguna limitación de peso.
El piano, acorde con el resto de la decoración, nos los
imaginamos en veladas nocturnas con el ambiente cargado de humo de tabaco, y
las notas que salen de sus amarillentas teclas de marfil, movidas por los dedos
de algún pianista local tocando melodías de antaño. Al fondo está
el comedor, y junto al piano en una sala continua, es donde se cogen las
vituallas de la comida (cordero asado, pescado, sopa, puré, patatas fritas,
salsas, ensaladas, etc.) que aunque se podría denominar "buffet", es
lo más dispar y anacrónico a ese método frio e impersonal para servir, distribuir
o repartir los condumios.
El local obtuvo su licencia por primera vez en 1866, hace algo más de 150 años, y aunque se incendió en 1908 fue reconstruido ese mismo año. Actualmente lo rigen con cariño y entusiasmo Mark y Paulette Brown, unos increíbles anfitriones que van en armonía con el establecimiento, gente cálida, acogedora e increíblemente ocupada. Visitar el Historic Empire Hotel es una experiencia imprescindible si visitamos estas tierras, un viaje en el tiempo que vale la pena realizar, pudiendo llegar a sentir el tipismo de la vida real de la Costa Oeste. Conservando ese encanto del viejo mundo, es un lugar tan autentico que bien merecen estos párrafos.
El local obtuvo su licencia por primera vez en 1866, hace algo más de 150 años, y aunque se incendió en 1908 fue reconstruido ese mismo año. Actualmente lo rigen con cariño y entusiasmo Mark y Paulette Brown, unos increíbles anfitriones que van en armonía con el establecimiento, gente cálida, acogedora e increíblemente ocupada. Visitar el Historic Empire Hotel es una experiencia imprescindible si visitamos estas tierras, un viaje en el tiempo que vale la pena realizar, pudiendo llegar a sentir el tipismo de la vida real de la Costa Oeste. Conservando ese encanto del viejo mundo, es un lugar tan autentico que bien merecen estos párrafos.
Unos ciento diez kilómetros más adelante llegamos a la región de los glaciares, esos ríos helados que en su tiempo de esplendor por estas tierras casi llegaban al mar, hablamos de entre los 10.000 y 15.000 años atrás. Alcanzando su máximo esplendor en tiempos modernos a principios del siglo XVIII, siendo muy afamados y visitados a finales del siglo XIX y principios del XX, en plena "belle époque" de efervescencia alpina.
Desde entonces
solo podemos contar la historia de su declive, habiendo retrocedido varios
kilómetros entre los años 1940 y 1980, entrando en avanzada fase de regresión en
1984 y en ocasiones encogiéndose a un ritmo fenomenal de 70 cm. por día. Este
comportamiento cíclico está bien ilustrado por un sello postal emitido en 1946,
que representa la vista de la Iglesia Anglicana de Santiago (templo construido
en 1931, con un altar panorámico para aprovechar su ubicación), donde en 1954
el glaciar había desaparecido de la vista de la iglesia. Augurando los científicos
que el glaciar Franz Josef se retire 5 km. y pierda el 38% de su masa para el
2100 en un escenario de calentamiento de mediano alcance.
La primera descripción europea de
uno de los glaciares de la costa oeste (posiblemente el Franz Josef) se hizo en
el tronco del barco Mary Louisa en 1859. Independientemente de su declive, la
zona representa un interesante lugar en medio de la West Coast, con los glaciares Franz Josef y Fox que se
abrieron camino por los valles a tan solo 250 metros sobre el nivel del mar.
Distantes tan solo 24 km, el glaciar Franz Josef conserva en la actualidad una
longitud de unos12 km. manteniendo el Fox unos 13 km. siendo este último uno de
los glaciares más accesibles del mundo.
En la actualidad se pueden realizar unas cortas caminatas
hasta llegar a observar su morrena terminal, pero casa vez esta queda más
lejos. Siendo cada vez más usados los helicópteros por parte de los visitantes,
para admirar la inmensidad de estos ríos de hielo. A tan solo 5 kilómetros del mismo
pueblo de Fox, desviándonos por la Cook Flat road, se encuentra el hermoso lago
Matheson. Una de de las imágenes más fotografiadas de Nueva Zelanda, cuando en
los días despejados se reflejan sobre sus cristalinas y serenas aguas las imágenes
del glaciar Fox, el Monte Tasman y el Monte Cook, y cuando
la bruma cubre la lamina de agua esa estampa aun se hace mas bucólica.
El próximo artículo estará dedicado a las montañas Aspiring
y el Paso Haast, las tierras de Fiordland y el mágico fiordo Milford Sound.
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