miércoles, 24 de enero de 2018

- Nueva Zelanda…… por los mares del Sur

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Perdidas en medio de los inmensos mares del pacifico sur, estas tierras situadas a tan solo 2.500 km. de las costas antárticas y a 2.000 de las australianas, estuvieron libres de la influencia humana hasta mediados del siglo XIII, cuando llegaros los polinesios a colonizarlas, denominándose desde entonces sus primeros habitantes "Maorís". Hawaiki es la mítica isla donde los polinesios sitúan su origen, relacionando su nombre con los de las islas Hawai‘i, o Savai’i, en Samoa, aunque Stephenson Percy Smith (1840 – 1922), famoso etnólogo neozelandés, en su libro Hawaiki, the original homeland of the Maori (1908) sugiere la localización de Hawaiki en Java. Siendo precisamente los maorís neozelandeses quienes todavía hablan acerca de haber llegado hace mucho tiempo, desde la isla Hawaiki que se estaba hundiendo, un inmenso y montañoso lugar al otro lado del agua. Las antiguas leyendas nos trasladan que la legendaria Hawaiki está situada al oeste, siendo el punto de partida desde donde se iniciaron las migraciones hacia otras tierras, entre ellas Aotearoa (Nueva Zelanda). Realizándose en siete barcas, siendo estas quienes fundaron las siete tribus originarias. Muchas culturas desde todas partes del Océano Pacífico hacen referencia a esta mítica tierra. Las leyendas de la Isla de Pascua hablan de Hiva, que se hundió bajo las olas mientras que los habitantes huyeron.  

Posteriormente, ya en los siglos XV y XVI, comenzaron a llegar los europeos con sus ansias de rapiña, siendo el holandés Abel Tasman y el británico James Cook de los primeros en acercarse a sus costas. El primeo de ellos, que llegó junto  su tripulación a finales del año 1642, solo le dio tiempo a cartografiar algunas costas y salir de najas, pues los indígenas querían comérselos guisados. Luego, ya en septiembre de 1769, llegó a estas islas el capitán Cook, quien ya con esa forma de hacer de los "británicos", vieron que había negocio y decidieron quedarse. 



Son el punto terráqueo más apartado de nuestras mediterráneas latitudes, tierras situadas justo en las antípodas de la Europa occidental a la que nos han adscrito, no pudiendo elegir otro lugar más alejado del planeta para viajar. Pues hasta allí hemos ido a colocar nuestras posaderas, y a que sean recorridos sus caminos por nuestras botas. Espacios muy diferentes a los de por aquí y no solo eso, nuevas forma de vida y de concebir el mundo, diferentes culturas y entendederas…… vamos, algo raros para nuestro razonar, pero buenas personas. 

Tierras australes impregnadas con las culturas de la norteña y fría Europa, que ocupada por piadosas y puritanas gentes, ha generado que sus poblaciones por lo general sean tranquilas, hasta el punto de poder llegar aburrir, pues esa forma de ser generada a través de sus normas, hace que a las 6 de la tarde en pleno verano austral y navidades, cuando aun es de día a las 10 de la noche, prácticamente todo esté cerrado y estén las calles inexplicablemente vacías, convirtiéndose sus ciudades en mortuorios paisajes urbanos. 

Estos dominios, aislados por el tiempo y la distancia, han generado una vigorosa naturaleza, que salvo por las enormes roturaciones de gran parte de sus poderosas masas forestales en la consecución de pastos para la potente cabaña de ganado que poseen (en un país de 4,750.000 habitantes, hay unos 10, 5 millones de cabezas de ganado bovino, y unos 50 millones de ovejas pastan en sus tierras, produciendo carne y lana de alta calidad). Naturaleza que se siente bien cuidada, diría que en exceso, pues para mi gusto esta expresión de la pureza del planeta no tiene que estar tan dispuesta al gusto del consumidor, ni estar envuelta en papel de celofán con lazo rosa……… son simples exageraciones metafóricas mías. Pero si que algo de ello hay: excesos en las señalizaciones de las aéreas, excesos en las pasarelas de los caminos, de las barandillas, de los servicios sanitarios (retretes) en plena natura………. todo milimetrado, medido, controlado………. sin ningún margen a la perdida y la aventura…… todo típicamente "sajón", limpio y pulcro. 

Con una superficie total de 267.000 km2. equivalente a la mitad de España, estos territorios están conformados por dos grandes islas, a las que se conoce como "Norte" y "Sur", fácil por lo tanto su ubicación sin más explicaciones. Pero si que diferenciadas, tanto por su climatología; la del norte es más cálida y menos húmeda, la del sur mas lluviosa y montañosa; como por su demografía; la del sur, aunque más grande, está la mitad de deshabitada. Así como por la actividad volcánica y telúrica, siendo importantes estos movimientos sísmicos en la isla septentrina, y poco llamativos en la isla del meridión. 

Este es el país que hemos decidido recorrer este año durante casi un mes y que después, por avatares del destino, se prolongó algo más de ese mes previsto, pero eso ya lo contare algo más adelante, en otro de los cuatro  capítulos previsto para estos insulares territorios. 



Comenzamos nuestro periplo por la isla Norte y su ciudad mas importante, que no su capital. Auckland (1.100.000 habitantes, la cuarta parte del país), es activa y cosmopolita, con una trama urbana de casas en baja altura como todo el resto de las ciudades del país, pero que aquí, quieren trasformar en el Manhattan de los Mares del Sur, por ello, si paseamos próximos al puesto, podremos comprobar cómo todo se centra en la construcción de altivos edilicios, que parecen competir unos con otros, no solamente en altura, sino también en los reflejos de sus cristales. Una mega-ciudad, pero que se deja pasear a esas horas de la mañana en el que el sol tiene una luz especial. Es en ella donde ya comprobamos esa actividad eruptiva de esta isla, visitando el Monte Eden, uno de los 48 pequeños y extintos cráteres volcánicos que existen en las proximidades de la ciudad, y que hoy han sido convertidos en espacios de ocio, recreo y naturaleza.  

En Nueva Zelanda es complicado comer decentemente, pero uno de los sitios que encontramos para hacerlo fue en esta ciudad y muy cerca del centro, de la Sky Tower y de donde estábamos alojados. Se trata de "Elliott Stables" en Elliott Street, 39 - 41, una especie de patio interior cubierto y con mesas, donde se pueden pedir cualquier cosa para comer o tomar, desde calamares fritos a salmón, hamburguesas y carne en trozo, ensaladas y pasta, bien regado todo de cerveza, en cualquiera de los 14 restaurantes que lo rodean. Un lugar agradable y no caro. 

Partimos hacia el norte, cruzando el puente de Auckland, y pudiendo observar su puerto marítimo-recreativo por el que la urbe es conocida como la "Ciudad de las velas". Y hacemos algunas paradas en playas y lugares de cierto interés por su ubicación, como es el caso de la reserva de Mangawhai Head, una loma cubierta de exuberante vegetación con unas sugerentes vistas de una hermosa y tranquila playa. 

Siguiendo nuestro recorrido por la costa este del Northland neozelandés el norte del norte, nos acercamos a la población de Whangarei donde, en sus alrededores realizamos, un bucólico paseo a la orilla del río Hatea y por un bosque de "kauris" (soberbios, interesantes y centenarios árboles de estas latitudes), hasta llegar a las cataratas Whangarei y disfrutar de su no menos agradable visión.

Llegando a la población de Paihia, donde dedicaremos un día completo para navegar entre las casi 500 islas e islotes que forman la "Bay of Island" (Bahía de las Islas), una gran área de unos 260 km2 (30 x2 0 km.) entre el cabo Brett y la península de Purerua, donde atravesamos el espectacular "Hole in the Rock" (Agujero en la Roca) en la pequeña la isla Piercy. Fue en esta bahía, donde el bizarro capitán Cook hizo escala en 1769 con su navío Endevour, pero dispuso no anclar mucho tiempo su barco, temeroso de la reacción de los maorís de la zona, temeroso de tener el mismo destino del explorador francés Marion du Fresne en 1772, que juntamente con 26 miembros de su tripulación fueron hechos muertos, sufriendo canibalismo. 

Conoceremos algo de la cultura maorí a través de un espectáculo folclórico-festivo, al visitar el lugar donde se firmó el 6 de febrero de 1840, en nueve hojas separadas y por más de 500 jefes maorís y los representantes del gobierno británico, el tratado de Waitangi. Hoy este documento es considerado como punto fundacional de Nueva Zelanda como nación. 

No muy lejos del lugar, parte un animoso sendero que tras recorrer la desembocadura del rio Waitangi y pasar por unos mangare, llegar en unos 6 km. hasta las cascadas Haruru. Un agradable paseo para terminar un intenso día. 

No nos da tiempo, ni está programado el visitar la punta más al norte y mágica de toda Nueva Zelanda, el cabo Reinga, de donde parten las almas de los muertos hacia Hawaiki, lugar de origen ancestral de los pobladores maoríes. Menos tiempo todavía para retornar por la inhóspita costa Oeste, recorriendo la solitaria Playa de las Noventa Millas y visitando los impresionantes y milenarios bosques de Kauris y la Kauri Coast,  no sé si lo que me queda por ver del planeta, me dará para volver a estos lugares de las antípodas…. dúdolo. 
 
 
Tomado ya definitivamente dirección sur y cruzando de nuevo Auckland, en un día gris plomizo y tristón que barruntaba lluvia, llegamos a Hamilton transitando prácticamente por valle del rio Waikato, el más largo del país con 425 km. de recorrido. Urbe fundamentalmente lechera, Hamilton no tiene el mayor interés, solo unos temáticos Jardines Botánicos, que ni siquiera son de los mejores del país, dedicando el poco tiempo disponible para comer algo y hacer una visita rápida a estos parterres. 
 
Continuando nuestro recorrido hasta la cuidad de Rotorua, donde entramos en plena zona geotérmica y volcánica, que se extiende desde la isla White hasta la costa de Bay of Plenty y el monte Ruapehu en el centro de la Isla Norte. Nada más entrar ya nos podemos dar cuenta de ello, observando cómo sale humo en las calles, entre las casas, en las vallas que separan a vecinos o en los parques en medio de la vegetación. Unos humos que nos parece como vapor de agua, pero que si que nos confirman que algo por debajo de la corteza terrestre aquí está ocurriendo. Rotorua, es una población agradable y bastante bien dimensionada, en la que se pueden recorrer caminando prácticamente sus lugares más interesantes: un curioso centro de conservación y reproducción de "Kiwis", donde conocimos a una mujer que nos supo trasladar su amor por estas pequeñas y frágiles aves en peligro de extinción, el bosque de Whakarewarewa con sus introducidas y potentes secuoyas rojas o secuoyas de California entre las que paseamos, su Centro Urbano (administrativo y comercial), el bonito edificio donde se sitúa el Museo (del siglo XX, que está en restauración por un reciente terremoto) y las próximas calderas que emiten gases, el recorrido por la orilla del lago al noreste de la población o la interesante área termal de Kuirau Park a la entrada de la urbe. Y para terminar otro espectáculo folclórico-festivo maorí, con cena incluida (guisada o asada bajo tierra), pero con muy buen recuerdo del condumio, estaba bastante buena.
 
La próxima entrega por tierras neozelandesas estará dedicada a las zonas geo-termales de Waimangu y Wai-O-Tapu, así como a los volcanes del Tongariro y su afamado trekking "Tongariro Alpine Crossing", que seguro os gustarán.

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