Para situar a donde dedicaré estos párrafos de hoy, no solo hay que valerse del lugar, también del espacio “tiempo”, ya que depende del siglo en que nos ubiquemos, estaremos en el noreste soriano o en el sureste de La Rioja, toda vez que la zona que nos toca visitar perteneció a Soria hasta el primer tercio del siglo XIX, pasando a la provincia de “Logroño” en 1833. Nos ubicamos en Arnedo, población emplazada en pleno cauce del Cidacos, lugar por donde han dejado huella todas las civilizaciones y culturas que han transitado por nuestra vieja “piel de toro”. Desde los humanoides del neolítico, hasta los medievales templarios que, en mucho o poco, algo de rastro a su paso han dejado por estas riberas, siendo el trazo de este río con nombre de “conservera”, uno de los pasos naturales entre la depresión del Ebro y el valle del Duero.
Han sido precisamente los condicionantes geológicos de su cuenca, quienes de forma sustancial han definido la historia de sus gentes, o por lo menos su forma de vida en gran parte. El curso bajo del Cidacos se formó durante millones de años fundamentalmente con elementos sedimentarios generados por aluviones, que posteriormente fueron tomando forma creando lo que se conoce como Depresión u Hoya de Arnedo (entre Arnedillo y Autol). Modelando sobre la margen izquierda del cauce, unas potentes paredes arcillosas de un característico tono rojizo que, conformadas por conglomerados y areniscas, siendo estas arenas (del romano “arenetum”) posiblemente el origen del nombre de la ciudad de Arnedo. Sirviendo estos cortados de blandas rocas, como lugar de cobijo y morada a los habitantes de la comarca durante gran parte de su existencia. Excavando y cincelando en ellos un hábitat idóneo ante las inclemencias meteorológicas y también como sistema defensivo.
Posiblemente fueran cristianos de los primeros tiempos de nuestra era quienes crearan las primeras comunidades religiosas en estos valles, que a semejanza de los eremitas del Alto Ebro excavaran estas oquedades para en ellas cultivar ese “cristianismo puro” que por entonces se practicaba, ejerciendo el ascetismo, la pobreza, la meditación y el rezo. Esculpiendo como sus hermanos aguas arriba del gran río, las cavidades que hoy podemos observar por encima de los tejados de las actuales edificaciones. También pudiera ser que fueran hasta anteriores a esos asentamientos de los siglos VI y VII, siendo algunas de estas covachas ya horadadas por las primitivas tribus de los “berones” o “pelendones”, quienes las utilizasen para sus trogloditas hábitats.
Debemos entender de que se trata el “eremitismo” para comprender su significado y la extensión que tuvo durante la Alta Edad Media (entre los siglos V-VII) en el norte peninsular. Forma de vida o filosofía social, basada fundamentalmente en el aislamiento personal de un pequeño grupo de seres más místicos y piadosos con la finalidad de llevar al sumun sus creencias religiosas, viviendo en la más absoluta de las carencias, dedicándole todo el tiempo a orar y meditar en la búsqueda de su perfección interior. Usando como lugares de habitáculo, oquedades naturales del terreno que fueron con el tiempo acondicionando, siendo uno de los propulsores de estas prácticas, Prisciliano obispo de Ávila (quien pudiera ser el origen de la leyenda de Santiago en iberia), siendo declarado “hereje” por la iglesia oficial y ajusticiado por mantenerse en sus creencias (de este precursor cristiano ya he comentado en otros artículos de este blog). Estos incipientes cenobios originaron que, al asentase posteriormente en sus proximidades población con la que repoblar las tierras ganadas al sarraceno durante la reconquista, algunos de sus embrionarios pobladores usaran ese sistema troglodita como vivienda.
Las oquedades naturales existentes en entornos accesibles, han sido utilizadas desde tiempo inmemorial como enclaves para usos: defensivos, como hábitat humano, para almacenar enseres e incluso como lugares de prácticas religiosas. Siendo frecuentes en La Rioja estos asentamientos a orillas de los ríos, toda vez que su tallado y cincelado es mal fácil debido a su relativa blandura al tratarse de piedra arenisca, pudiéndose horadar sin mucha dificultad creando en ellas multitud de cavidades en con extensas galerías. Generando un original fenómeno rupestre que dota al valle medio de Cidacos con una peculiar orografía, dotándole de personalidad y singularidad a todo el entorno, convirtiéndose en señero distintivo con la que se identifica Arnedo y sus aledaños.
En la margen izquierda del Cidacos se formaron en el transcurso de los tiempos, escarpes prácticamente verticales de arenisca y conglomerados, que has sido usados por los pobladores de alrededor de una decena de poblaciones para en ellos abrir amplios vanos, dándoles diversos y múltiples usos incluidos los de templos y viviendas. Siendo reseñables los habitáculos trogloditas de la población de Arnedo a los que voy a dedicar fundamentalmente estos párrafos.
No creamos que el fenómeno del eremítico iniciado en tiempo visigodo se da exclusivamente en las zonas de la Rioja Alta y Rioja Media, pues todos los valles riojanos de una u otra manera han conocido cierta actividad en este género de vida. Por toda la geografía riojana podemos observar la existencia de antiguos santuarios, monasterios, templos ascéticos u oratorios relacionados con algún tipo de vida eremítica y monástica en pasados tiempos y el valle del Cidacos, con una conformación geología más apta aun para ello ni iba a ser menos.
Siendo en la conocida como Hoya de Arnedo, donde a pesar de su limitado territorio, se concentran la mayoría de las poblaciones y las cuevas artificiales horadadas por el hombre, donde localidades como Autol, Quel, Herce, Arnedillo, Préjano, Munilla, Zarzosa, Santa Eulalia, el Monasterio de Vico, pero sobre todo Arnedo, concentran este tipo de construcciones que hasta la actualidad se han conseguido conservar. Pudiéndose observar en Herce las Cuevas de Santa María del Juncal junto a la carretera (Cuesta de Sarranco) o junto a su Castillo y Ermita de San Salvador con oquedades en sus proximidades. En Santa Eulalia Somera, poblado de claro origen eremítico, encontramos la extraordinaria Cueva del Ajedrezado y los "lagares" rupestres del Cogote de las Pilas, así como la coqueta ermita dedicada a San Tirso en Arnedillo. También las numerosos oratorios o pequeños santuarios que en el pasado existieron en los alrededores de Préjano: Santo Tomás, Santa María del Prado, San Andrés, Santa María Magdalena, Santiago, San Justo y Pastor. Muchas de las cuales con cavidades similares a las ya reseñadas, manteniendo aun hoy en día toponimia relativa con el santoral existente en tiempos pretéritos de la Iberia Visigoda y Medieval.
Pero tal y como me he comprometido en párrafos anteriores, debo de centrar mis letras en la población de Arnedo, núcleo principal del fenómeno rupestre en todo el valle del Cidacos y capital de esta comarca hoy riojana. Se sabe de la existencia de la población ya en tiempos romanos, cuando su nombre “Arenetum” está relacionado con las arenas existentes y sabiendo que en esa Hoya ya había oquedades habitadas en sus cantiles terrosos. Hablar de Arnedo es rememorar también el paso musulmán por sus dominios, cuando fue morada de la poderosa dinastía de los Banu Qasi (visigodos islamizados de la familia Casius) hasta el siglo X cuando llegó la reconquista cristiana. Y si bien se ha documentado que los prehistóricos se asentaron en algunas de sus cavernas, y que en tiempos romanos había también covachas habitadas, fue en la Alta Edad Media cuando este tipo de acomodación se consolidó debido a la inseguridad de la época, buscando un refugio seguro para sus habitantes en la montaña o “dentro de ella, pues antes de la invasión árabe, fueron habitadas por monjes, eremitas y ascetas.
Se cuentan por centenares las cuevas y oquedades que a lo largo de los años se han horadado en los cerros y barrancos anexos a la localidad de Arnedo, abandonadas la mayoría, pero algunas todavía en uso para algún tipo de actividad. Albergando la población guarecido en sus entrañas, un extraordinario y curioso patrimonio rupestre, del que una parte sustancial se ha mantenido hasta nuestros días. Tal es el caso de la importante red de galerías y oquedades excavadas en la roca arenisca, arcillosa y rojiza muralla natural que rodea la ciudad por el noroeste. Vanos situados fundamentalmente en los barrios de Santiago (cerros de San Miguel y Calvario), Castillo, Santa Marina y La Carrera, ubicados prácticamente todos al norte del caserío, y que aún se conservan aceptablemente en ciertos situados.
En 1945 había en ellos hasta 181 cuevas habitadas, estando algunas más por estas fechas en construcción, calculándose que hasta los años 50 del pasado siglo más de 200 familias vivían en estas covachas, a las que hay que añadir otro centenar de chamizos dedicados a bodegas, así como un buen número para uso de pajares y palomares. Tenía por aquel entonces Arnedo unos 7.000 pobladores repartidos en algo menos de 2.000 viviendas de las cuales un 10% habitaban casas-cueva, que fundamentalmente se ubicaban en los barrios del: Cerro de San Miguel o del Calvario (oeste), Cerro del Castillo (este), Cerro de San Fluchos (al este del cerro del Castillo), suburbios que fueron abandonándose paralelamente al desarrollo económico y social de la ciudad, siendo muchas de ellas acopladas en las nuevas construcciones del pueblo viejo de Arnedo. Otras, en cambio, cayeron en el olvido y se convirtieron en el escondite donde jugar los chavales o en simples vertederos de enseres destartalados (aun podemos ver como símbolo de una de estas construcciones, una moto “Wespa” amarilla en un tejado del Barrio de Santa Marina, bajo el cerro de San Miguel).
Aunque no disponían de luz eléctrica y agua corriente, eran viviendas confortables pues mantenían una temperatura casi constante de entre 15 y 16 grados durante todo el año, resguardando a sus moradores del áspero clima de la zona, con veranos calurosos e inviernos gélidos. Su estructura es similar prácticamente a todas ellas: un pasillo central (caño) a modo de distribuidor repartiéndose a un lado y al otro las estancias. Estando la cocina situada siempre hacia el exterior, repartiéndose por el resto las alcobas (dormitorios), cuadras, almacenes, espacios artesanales y evidentemente lugares para guardar el vino. Dos veces al años eran encaladas (pintadas con cal), dándole una mayor luminosidad al espacio, sirviendo así mismo para mejorar la limpieza y salubridad del laberintico habitáculo.
Su fácil adaptación al terreno las convertía en viviendas flexibles, adecuándose a las necesidades de la familia si esta crecía y tenía más miembros, solo era cuestión de horadar más a pico y pala, para generar un nuevo aposento o ampliar el establo. Tampoco había problemas con la propiedad, ni con la fiscalidad en cuanto a su tamaño, ya que este tipo de asentamiento estaba exento del pago impuestos. Por lo que las personas necesitadas de habitáculo buscaban un hueco libre en la ladera de la montaña y se ponían a picar.
A medida que la industria del calzado se fue consolidado y convirtiéndose en la primera actividad de Arnedo, las casas-cuevas fueron progresivamente deshabitándose cayendo en el abandono más absoluto, aunque algunas de ellas siguieron siendo habitadas hasta bien entrados los años 60 del siglo anterior, cuando el Ayuntamiento, tras el derrumbe de algunas construcciones, prohibió la habitabilidad en las cuevas ante el peligro que suponía. Porque, aunque oficialmente se cercenó su huso a finales de los años cincuenta, la decisión de abandonarlas no se ejecutó del todo, ya que muchos de sus ocupantes sortearon las prohibiciones añadiendo una fachada convencional delante cual trampantojo, aunque el interior seguía siendo una casa-cueva".
El Cerro de San Miguel alberga el conglomerado rupestre más sugerente de todo el entorno, un completo e ingente laberinto de galerías subterráneas y espacios comunicados entre sí por lúgubres pasillos, espaciosas estancias soportadas por gruesas columnas y escaleras que unen los cuatro niveles de los que consta. Cuyas vanos, con puertas, ventanas y tragaluces abiertos en la verticalidad de los farallones rocosos, es en la actualidad la más representativa imagen de la urbe de Arnedo. Al constituir la Cueva de los Cien Pilares, el conjunto rupestre más monumental, curioso y extenso de toda la demarcación autonómica, apodado como “La Capadocia Riojana”
Sorprende por sus dimensiones, conformando un enmarañado espacio de luces y sombras sostenido por una profusión de potentes pilares (de ahí el origen de su nombre) que, totalmente recubiertos por cuadrilongos “columbarios”, fueron reutilizadas más tarde como palomares. Esculpidos huecos, en tamaños similares y bien alineados como si de un tablero de ajedrez se tratara, hornacinas que han despertado la curiosidad de muchos entendidos. Su ignoto origen sobre la función y usos que a lo largo del tiempo ha tenido la Cueva de los Cien Pilares, le otorga un halo de misterio a este enclave rupestre excavado en las entrañas de la montaña.
Se cree que las actuales tres iglesias con las que cuenta la población (cuatro con la de San Miguel), fueron de inicio rupestre, quedando solamente por confirmar este origen en la de Santa Eulalia.
Aunque su principal uso ha estado vinculado tanto al ámbito doméstico como viviendas y zonas anexas a estas, se cree que en la antigüedad podría haber albergado en época altomedieval el Monasterio de San Miguel. Teniendo constancia de que en el siglo XI existía un “antiguo monasterio de San Miguel de Arnedo”, ya que en 1063 el entonces Señor de Arnedo, Sancho Fortunionis, lo donase en testamento al Monasterio de San Prudencio en Monte Laturce de Clavijo (hoy en ruinas). Aunque hay documentos que anticipan su creación, como es el caso del Padre Fray Mateo de Anguiano quien nos traslada que, estas cuevas en los primeros siglos del cristianismo (siglos IV o V) fueron mansiones de “anachoretas, eremitas y monges, que se retiraron a ellas, y las formaron, y las poblaron”. Siendo también el monje benedictino Fray Gregorio Argaiz, quien nos comenta que el monasterio de San Miguel de Arnedo estaría fundado por San Venancio o por otro de sus compañeros hacia el año 537. Por lo tanto, se trataría de un antiquísimo monasterio cuyo origen se podría situar casi sin duda alguna, a estar creado antes de la invasión sarracena.
Al recorrer los espacios de lo que se suponía era el templo, observamos como hay varias aberturas: antiguas puertas y ventanas que posibilitan el acceso de luz a las oscuras estancias religiosas. Destacando de estas oquedades la curiosa, representativa y fotogénica “cerradura”, a través de la que se puede observar una parte sustancial del casco antiguo de Arnedo. Este llamativo y singular “óculo”, antes de sufrir un derrumbe parcial, conformaba una de las entradas con la que contaba el monasterio, siendo la parte superior de la oquedad el antiguo “rosetón” y la inferior la entrada misma, accesos que se completaban con otros dos existentes, en la parte sur del cortado rocoso que da hacia lo que actualmente es la población de Arnedo, concretamente a la Calle Carrera de Vico, por la que hasta no hace mucho seguían accediendo los vecinos.
Debemos tener en cuenta lo piadoso que fue en tiempos esta parte de los valles que dan al gran río Ebro, ya que existen abundancia de situados monacales, destacando no solamente por su cantidad, también por su calidad. Contando con los cenobios de: Nuestra Señora de Vico, el comentado de San Miguel de Arnedo; San Prudencio (actualmente en ruinas), San José de Calahorra, los de Suso y Yuso en San Millán de la Cogolla, el de Santo Domingo de la Calzada, Santa María la Real y Santa Elena en Nájera, Valvanera en Anguiano, La Piedad en Casalarreina, el Monasterio de Cañas, la Estrella en San Asensio; o la Cueva del Ajedrezado, en la vecina Arnedillo, muy similar a la de los Cien Pilares.
Aún muy deterioradas y ya totalmente deshabitadas, se conservan muchas de estas casas-cuevas en los escarpes de toda la zona, bastantes más de las que se encuentran documentadas. Hoy en día podemos acceder a visitar algunas de ellas al haber pasado a ser gestionadas por el Ayuntamiento de Arnedo, que pasa por ser una de las ciudades de más arraigada tradición troglodita de nuestra geografía, compitiendo por ello con la granaína Guadix. Es el caso de la Cueva de los Cien Pilares, fenomenal complejo rupestre sobre el que quedan muchas interrogantes por despejar, constituyendo uno de los enclaves más enigmáticos de La Rioja.
Este conglomerado de oquedades comunicadas entre sí, se restauró para favorecer el acceso de público en él con estándares de seguridad, abriendo sus puertas a los vecinos y visitantes en el año 2016, ampliándose el recorrido en 2020 debido al gran éxito obtenido. Realizándose un recorrido a través de un armonioso, agradable y grato paseo que permite realizar una visita mucho más interesante y completa, pudiendo observar las distintas actividades que en sus sombríos espacios se desarrollaron en pasados tiempos. Comienza la ruta (visita guiada que debemos reservar con antelación) en la Oficina de Turismo de Arnedo, ascendiendo por las empinadas callejuelas de su casco histórico, hasta llegar prácticamente a la cima del Cerro de San Miguel, donde comienza realmente el recorrido por las entrañas de la montaña, para finalizar como una hora y media después en el viejo depósito de abastecimiento de agua de la población.
Esta peculiar Cueva de los Cien Pilares, nos enseñara como se vivía en este habitar tiempo atrás, para después introducirnos en lo que sería el antiguo monasterio de San Miguel, continuando por las dependencias de los monjes y los lugares de las distintas actividades que en los cenobios se realizaban: palomares, botica, transcripción de manuscritos, aposentos, talleres y hasta columbarios para los restos de los frailes eremitas. Encontrándonos sus características galerías de rojizos tonos comunicadas entre ellas, e incluso a varias alturas, sirviendo así mismo en infranqueable defensa para ocasionales atacantes. Hoy sirviendo de balcón sobre Arnedo y su valle con unas excepcionales vistas, a través de las oquedades abiertas que nos sirven para realizar suculentas instantáneas fotográficas.
Vigilado por lo que aún queda de la mole de su imponente castillo musulmán, el entramado rupestre que conforma la Cueva de los 100 pilares, se extiende por más de un kilómetro llegando a ser el complejo de este tipo más considerable del sur europeo. Convertido en el mayor reclamo en cuanto a emplazamiento rupestre de la Comunidad Riojana, siendo una de las visitas indispensables de todo el Valle del Cidacos, no solo por su originalidad constructiva, sino también por todos los misterios que esconde, haciendo trabajar a nuestra imaginación de cómo pudieron habitar aquí sus moradores de otros tiempos, en algunos casos no muy lejanos.
Hasta aquí mis letras, ahora solo queda que os acerquéis hasta Arnedo para disfrutar de estos singulares, mágicos y sugerentes espacios cavados en las entrañas de la tierra………. os gustaran. Pudiendo así mismo mercar unos Fluchos, Pitillos, Geox o Callaghan (zapatos) a buen precio, como dedicar tiempo a degustar las apetitosas, variadas y suculentas “tapas” en la infinidad de locales dedicados a ello en el meollo de la urbe …….. otra de las gratas sorpresas de esta población riojana.
1 comentario:
Como siempre articulo con gran detalle e ilustrado con estupendas imágenes.
Lo de la vespa muy original. ¿Sigues teniendo Moto?
Un saludo desde el frio norte del Cantábrico.
PACO
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