jueves, 3 de julio de 2025

- Uzbekistán……el corazón de la Ruta de la Seda

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Tartaria, Gran Bukaria, Transoxiana, Maverranajr o “la tierra entre los ríos” ... estos han sido algunos de los nombres de Uzbekistán a lo largo de su agitada historia, siendo su enclave en medio de las rutas comerciales de Asia Central muy codiciado por pendencieros vecinos. Sus tierras han visto el paso de griegos-macedonios, chinos, persas, turcos, árabes, mongoles, rusos… que guerrearon, invadieron, saquearon, sometieron, colonizaron y gobernaron estos territorios a lo largo de los tiempos. Conformando un país étnicamente híbrido ya que, a lo largo de la historia, el carácter del pueblo uzbeko ha sido moldeado por diversas etnias, al haber sido conquistado y ocupado por codiciosos y poderosos gobernantes al frente de temibles ejércitos: Alejandro Magno, Genghis Khan o Tamerlán entre otros. Los primigenios “uzbekos” englobaban a tribus nómadas del norte, que llegaron a estas tierras en el siglo XIV, donde se expandieron y asentaron dando posteriormente el nombre al país.


Este fascinante mosaico de cautivadora belleza en medio mitad de Asia Central, se encuentra situada entre dos de los más importantes ríos del centro asiático y rodeada de áridos desiertos, que copan prácticamente el 80% de su territorio. Con montañas al noreste (cordilleras Talas Alatau y Ugam) y al sudeste el poderoso Macizo del Pamir, lugares donde se sitúan sus zonas mar fértiles, entre los que se encuentra el extenso y sobresaliente Valle de Fergana, aunque el total de tierra cultivable de todo el país apenas es del 9%. Como también el aciago y maltratado Mar de Aral, convertido prácticamente en un charco durante los últimos 70 años por el desvío de sus agua para regar los cultivos de algodón. El que fuera hasta hace no mucho el cuarto lago más grande del paneta ha reducido su extensión en un 90%, provocando una de las catástrofes medioambientales más significativas de los últimos tiempos.




Situado aproximadamente a la misma latitud de países de la cuenca mediterránea como Grecia, Italia o España (Samarcanda está en un paralelo similar al de Madrid 40º Norte), sus rasgos climáticos son muy diferentes a los países de nuestro entorno, ya que Uzbekistán, dada su situación en medio mitad del Asia Central, no se ve afectado por la influencia del mar, pues este se encuentra a casi 2.000 km. de distancia. Las altas montañas del sur impiden la penetración de masas de aire húmedo procedentes del océano Índico, generando un clima casi desértico, con veranos calurosos y secos e invierno relativamente fríos.

 

Esta ubicación que para su climatología no es favorable, sí que lo es por su emplazamiento para los trayectos comerciales que se efectuaron en Asia durante prácticamente toda la etapa histórica. Siendo una encrucijada crucial para la conexión de todos estos itinerarios de intercambio entre oriente y occidente, no solo en el aspecto económico, también cultural e incluso estratégico-militar, trayectos que en el futuro pasarían a ser conocidos como la Ruta de la Seda.
 

Este maltratado trozo de tierra ha sabido mantener su identidad aun con los avatares de la historia. Muchas lenguas se han hablado en ella, habiéndose adoptado el alfabeto árabe tras la conquista por parte de los musulmanes. Los soviéticos implantaron el latino que fue sustituido por el cirílico en 1930, estando hoy en uso de nuevo el alfabeto latino en uzbeko que se estableció tras la independencia, aunque se sigue usando el persa en caligrafía árabe. Uzbekistán "el lugar de los dueños de si mismos", con apenas unos lustros de independencia, se sitúa arropado entre postergados vecinos cuyas fronteras fueron trazadas a interés de la estrategia ruso-sovietica.

 

El paso de los persas y musulmanes (estado laico con un 88% de población musulmana) por estas tierras han dejado una gran influencia en su arquitectura, lo cual podemos comprobar nada más observar las características cúpulas, los altivos minaretes o los portentosos iwanes (portalones) de sus edificios religiosos más característicos: mezquitas, madrazas y mausoleos, elaborados en ladrillo, yeserías y cerámicas esmaltadas. Espléndidos monumentos que atraen nuestra atención, con coronadas cúpulas de azulejos tapizadas por innumerables variedades de verdes o el sempiterno azul turquesa, extraído del cobalto, la piedra turquesa o el lapislázuli, tonos con los que elaboraban los trabajados dibujos con motivos geométricos y motivos vegetales.
 

Siendo en esta zona del planeta donde el arte del vidriado ha llegado a su máxima expresión, teniendo su auge en tiempo de Tamerlán y sus descendientes allá por los siglos XIV y XV. Con pleno dominio sobre azulejos esmaltados, baldosas de mayólica y terracotas labradas, arte que no solo cuidaba el valor estético de los edificios, sino que también servía como durabilidad y resistencia en un entorno de enorme aridez. Dejando ejemplo de ello en maravillas arquitectónicas que podemos contemplar en legendarias ciudades como Samarcanda, Bukhara y Khiva, a través de míticas y coloridas construcciones que conforman bellos ejemplos del paisaje urbano de Uzbekistán y en el pasado de la Ruta de la Seda, que dejaron huella a viajeros tan dispares como el veneciano Marco Polo, el tangerí Ibn Battuta, el madrileño Ruy Gonzalez de Clavijo o incluso el sueco y nazi Sven Hedin.




Ruta de la Seda

Gracias a su estratégica posición geográfica, los territorios que hoy conforman Uzbekistán fueron un trascendental enlace a lo largo de la legendaria Ruta de la Seda, trayecto que no era un único itinerario, por lo que los historiadores prefieren el nombre de "Rutas de la Seda", aunque es más usado en su nominación singular. Recorridos ya existentes en el siglo primero antes de Cristo durante la dinastía Han en la China del 130 a. C. comunicando las diferentes regiones de la antigüedad mediante el comercio. Manteniendo un recorrido enormemente próspero hasta que se abrió la ruta marítima a la India a finales del siglo XV en 1453, cuando el imperio otomano bloqueó el comercio con Occidente impidiendo los intercambios que hasta entonces se venían realizando. Teniendo los mercaderes que buscar nuevas rutas para el intercambio de los productos, siendo entonces cuando se potenció la ruta marítima. Hasta entonces la red de caminos, que en gran parte pasaba por Uzbekistán, fue vital para el comercio mundial.




Durante más de milenio y medio, esta provechosa vía comercial mantuvo abierta la comunicación entre Oriente y Occidente a lo largo de sus ocho mil kilómetros, distancia que unía las dos grandes capitales del mundo conocido hasta entonces la china de Chang’an (actualmente Xi’an) y Roma centro del Imperio de Occidente.

 

Partiendo de China y siguiendo diversos itinerarios que transitaban por India o Asia Menor, las rutas llegaban a su destino final. Algunas variantes finalizaban en Oriente Próximo (Damasco, Bagdad...),  y otras llegaban a los puertos importantes del Mediterráneo oriental (Antioquia, Constantinopla, Alejandría, Tiro, …) para zarpar de allí a Roma e incluso Britania. El existir diversos itinerarios estaba motivado por lógicas razones, una de ellas y ciertamente relevante es la competencia de las distintas caravanas en llegar los primeros a sus destino. Otras de ellas y no menos importantes son las dificultades físicas y lo inhóspito de los territorios que deberían cruzar (poderosas montañosas, extensos desiertos...), condicionantes que se mezclaban una climatología extrema, también los temidos salteadores, así como la incertidumbre política de algunos territorios.
 

El explorador europeo Marco Polo viajó por estas rutas durante el último cuarto del siglo XIII describiéndolas minuciosamente en su famosa obra “Libro de las Maravillas del Mundo”, no siendo hasta el siglo XIX (1877) cuando son apodadas por el geógrafo y viajero alemán Ferdinand von Richthofen como "Seidenstrassen" (Rutas de la Seda).




En la práctica, la historia de la Ruta de la Seda antecede a la dinastía Han, ya que la Ruta Real Persa (de Susa, en el norte de Persia (el actual Irán) hasta el mar Mediterráneo en Asia Menor (la actual Turquía), fue establecida durante el Imperio Aqueménida (c. 550-330 a. C.). Anqué posiblemente fuera Alejandro Magno después de su conquista sobre el Imperio Persa y fundar la ciudad de Alejandría Escate en 339 a. C. en el valle Fergana de Neb (en el actual Tayikistán), creando el Imperio Seléucida tras la muerte de él Gran Alejandro. Siendo Estrabón en el siglo i a. C. cuando relata que los griegos "extendieron su imperio hasta el Seres" (Seres es la nominación que estos le daban a China, “la tierra de donde viene la seda”, por lo que se cree que ya sobre el año 200 a. C. existieron contactos entre Occidente y China.




Las formas de ser helénicas (imperio greco-bactriano y la civilización china convergieron por esa época en lo que hoy es el actual Uzbekistán. La aproximación entre estas dos diferenciadas culturas es debida a un héroe desconocido en Occidente, Zhang Qian, enviado a occidente por el emperador Wudi en el siglo II a. C. aunque las relaciones entre poblaciones del este y el oeste del continente asiático ya se habían producido desde mucho tiempo antes. Pudiéndose remontar los orígenes de la ruta hasta las postrimerías del año 2.000 a. C., cuando los chinos crearon vínculos de conexión con las regiones desérticas y montañosas del este de Asia Central. Hay constancia de productos que viajaron desde Oriente a Occidente y viceversa durante el Neolítico. En realidad, es más que factible se tratase de trueques entre localidades vecinas, que de intercambios a larga distancia.

Este itinerario no fue solo una vía comercial, donde las transacciones más importantes se realizaban de oriente hacía occidente, sino que sirvió también como importante difusor cultural, militar y político Y aunque la seda fuera un producto sustancial, no era el único con el que se traficaba, ya que eran diversos y cuantiosas las mercancías que iban y venían a lo largo sus caminos. De oeste a este se comerciaba con: Oro y plata, la vid y las uvas, camellos. caballos, sillas de montar y arreos, pieles de animales, telas, mantas y alfombras de lana, cristal, armas y armaduras y Esclavos, eran los intercambios más usuales. De este a oeste se intercambiaba: Seda, té, tintes, pólvora, papel, arroz, especias, marfil, bronce y artefactos de oro, piedras preciosas, porcelanas, medicinas, perfumes, etc.

 

La pólvora y el papel, inventos de origen chino, generaron un impacto en la vida de occidente bastante superior al de la seda. También el comercio de especies fue más sustancioso que el generado por el tráfico y confección del suave tejido. Aun con ello en la Roma de los “cesares la seda era el lujo más deseado en todas las tierras del imperio. Incluso cuando el emperador Augusto, desdeñó su uso por parte de sus enemigos (entre los que se encontraban Marco Antonio y Cleopatra) con el afán de desprestígialos, al ser su uso libertino y promiscuo.




Eran precisamente los romanos; que valoraban su peso en oro; quienes tenían la firme convicción de que la seda era un producto vegetal salido de los árboles. Siendo la isla Griega de Cos (frente a la costa Turca, a escasos 5 km.), de donde provenía gran parte de la elaboración, convirtiéndose esta ínsula en opulenta y lujosa gracias a la confección de ropas con seda. En tiempos del emperador Marco Aurelio los ropajes de seda eran la moda más secundada en Roma, sin que las críticas de o sectores más retrógrados pudiera influir en su uso y pujanza. Hasta tal punto era su uso calificado como incitante, que en lugares del Peloponeso griego se prohibió a las mujeres llevar vestidos de seda transparente en las ceremonias religiosas.

 

Hasta el año 60 de nuestra era, no se conoció la realidad del origen de este tejido (recordemos la creencia de su procedencia arborícola), producido por unos gusanos que se alimentan de las hojas de morera. Durante mucho tiempo los chinos mantuvieron en secreto como se producía la seda, pero una vez descubierto el enigma cuidaban muy mucho que los gusanos no fueran sustraídos por agentes externos, así como el método de recolección y elaboración de la seda. El emperador de Bizancio Justiniano, harto de los chinos encarecieran cada día más el producto, mandó secretamente a dos espías camuflados de monjes con el fin de conseguir los apreciados gusanos para occidente. La operación fue todo un existo generando el inicio de la producción de seda bizantina.

 

Una mariposa de seda pone hasta quinientos huevos, que a los. veinticinco días eclosionan como orugas, precisando las horas de morera para alimentarse durante un mes, multiplicando su peso por diez y comenzando a elaborar el capullo que es el producto de donde se extrae la hebra de seda. Este hilo de seda es ocho veces más delgado que un cabello humano, pero mucho más resistente. Siendo presidas unas dos mil orugas, que consumen las hojas de dos árboles de morera, para confeccionar un solo vestido de seda.

 

Si bien la seda fue uno de los más importantes intercambios de esta ruta comercial, su mayor utilidad sin embargo fueron los intercambios culturales y el trasvase de conocimientos entre distintas formas de vida, tal y como ocurrió en Europa con el Camino de Santiago. Arte, tecnología, religiones, forma de pensar, lenguas, ciencia, arquitecturas….. se fueron traspasando de unos pueblos a otros a través de estos polvorientos caminos. Pero también por estas rutas viajaron los intereses políticos, las ambiciones, las maldades e incluso las enfermedades, como fue la extensión de la peste en el siglo VI, que llegaría hasta Constantinopla diezmando la población del por aquel entonces Imperio Bizantino.  

 

Siendo la toma por los turcos en 1453 con la toma de Constantinopla y la caída de Bizancio lo que cercenó este comercio, al cerrar los turcos todas las rutas habidas por tierra. Debiendo los mercaderes echarse a la mar buscando nuevas rutas para seguir comerciando, provocando de esta manera el florecimiento de la Era de los Descubrimientos, que a partir de entonces se fueron desarrollando con el ¿descubrimiento? de América por parte del almirante Colón.


Cuando en tránsito por la ruta de la seda aún era primario, los sogdianos (uzbekos de entonces) ya habían fraguado sólidos vínculos económicos con los chinos. Desplazamientos que con el paso del tiempo generó el desarrollo de ciudades hasta entonces inexistentes, que progresaron por estar situadas en puntos estratégicos de las diferentes etapas de cada uno de los itinerarios, sirviendo como lugares de trueque e intercambios culturales. Siendo en lo que nos ocupa, puntos fuertes las ciudades uzbekas de Tashkent, Samarcanda, Bukhara y Khiva. Teniéndose en gran valía desde entonces los productos uzbekos, como era el caso de la seda de Margilan (Valle de Fergana, cerca ya de la frontera con Kirguistán) que se usaba como medio de pago, al ser su valor equivalente al oro.

 

Al visitar Tashkent, la activa y moderna capital de Uzbekistán, cuesta creer que la Ruta de la Seda pasara por ella, ya que me he encontrado con una ciudad que yo tenía infravalorada, toda vez que el país que yo pensaba encontrarme se me antojaba algo anquilosado en el pasado. Pero no, para nada tiene que envidiar a muchas de las ciudades europeas de por aquí, edificios de cierta envergadura, avenidas de varios carriles, bulevares con abundante arbolado y fuentes que generan frescor, centros comerciales y una actividad urbana como las de nuestro entorno, sin llegar al agobio de un incómodo Madrid atestado de turismo cervecero y terracero sin límites.

 

Situada en una fértil llanura con importantes montañas que se elevan más de tres mil metros por encina a tan solo 100 kilómetros de distancia. Hoy es una urbe con algo más de 3 millones de personas, por donde antes pasaban las caravanas de camellos durante los siglos XIV y XV siguiendo el mítico recorrido. Localidad de fuertes contrastes, pudiendo observar un variopinto patrimonio arquitectónico, con evidentes influencias de persas, mongoles y soviéticos, conviviendo los modernos rascacielos con los tradicionales mahallas (barrios humildes), creando una mezcolanza única entre lo antiguo y lo nuevo.

 

Tashkent sufrió en 1966 un enorme terremoto que destruyó la cuarta parte de la ciudad cambiando por completo la fisonomía de la misma, sufriendo con más fuerza sus barrios antiguos edificados fundamentalmente con barro y adobe. Padeciendo de forma muy importante destrozos buena parte del patrimonio arquitectónico de la antigua ciudad. 300.000 de sus habitantes se quedaron sin hogar, teniendo que derribar el 80% de sus edificios. Reconstruyéndose en un tiempo récor al comprometerse en ello el resto de las repúblicas que por aquel entonces conformaban la U.R.S.S. Erigiéndose edificios que simbolizaban las ideas de modernidad plasmadas desde Moscú, siendo de aquellos tiempos su elegante metro.

 

Siendo por ello que la arquitectura del pasado sea muy escasa centrándose prácticamente en los edificios que no sufrieron mucho el terremoto, que se congregan en Complejo Khast-Imam, con las Mezquitas Hazrati Imam y Tila Sheikh, las Madrasas Barak Khan y la Moyie Mubarek que convertida en “Library Museum”, custodia el “Corán de Osmán” reconocido como el libro sagrado musulmán más antiguo de los que existen en el mundo. El conjunto se complementa con el también próximo Mausoleo Kaffal Shohi y completándose, cuando finalice su construcción, con el monumental “Centro para la Civilización Islámica”.

 

Junto a esto, lo más interesante de la ciudad son sus espacios verdes diseñados durante la época soviética, siendo del mismo periodo su “arquitectura brutalista”, que merece la pena descubrir. El “Brutalismo” es un movimiento arquitectónico (muy bien trasladado en la película  “The Brutalist”  de 2024) que se define por las formas geométricas, un uso funcional de los espacios y el diseño,  así como del uso del hormigón en su ejecución. Siendo Tashkent una de las ciudades donde más concentrados están sus proyectos a través de edificios emblemáticos como: el Hotel Uzbekistán, el Bazar Chorsu, el Circo de Tashkent, el Museo de las Arte, el Museo de Historia (antes Museo Lenin), el Palacio de la Amistad de los Pueblos, el Panoramic Cinema o el premiado bloque de viviendas Pearl Building, como así mismo el artístico y elegante Metro.




Arquitecturas que mezclan con otros estilos como el novedoso Palacio de Congresos junto a la torre del Hotel Hilton o la singular y ortodoxa Iglesia de Alexander Nevsky en el Cementerio Botkin. Los jardines que rodean la Plaza de la Independencia (antigua Plaza Lenin), Sailgokh Street (Broadway Street), Lokomotiv Park, el Parque de atracciones Anchor y el Parque Nacional Navoi donde se ubica el Magic City Park (el Disneylandia de Ansia Central. Todo esto podemos encontrar en la capital un país que ha sabido desarrollarse a partir de su independencia de la Rusia postsoviética hace algo más de 30 años y que sorprende a quienes lo visitamos.





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