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lunes, 27 de abril de 2020

- Palermo (Sicilia)…… una ciudad que rezuma vida

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Decimo de los artículos elaborados durante mi reclusión, internamiento y aislamiento coronavirulesco, y van ya 44 días. Esperando no tener que situar en estas páginas muchos más por este motivo.

Continuando la ruta que nos trae desde el volcan Etna por Taormina y Mesina, la autopista  nos situaria en Palermo y Monreale en apenas 90 minutos. Siendo menester hacer una obligada parada en Cefalú,  vistosa población que antaño fuera un peculiar pueblo de pescadores, con un abigarrado núcleo urbano al abrigo de la altiva montaña de La Rocca, y abrazando su poderosa Catedral Normanda mandada construir por Roger II en el siglo XII al salir airoso de un naufragio en sus proximidades.

Cruzamos su medival casco viejo de este a oeste buscando aparcar por las proximidades de su playa, teniendo la duda de no haber cometido alguna infraccion contra el reglamento de trafico italiano. Las vista desde aqui con las casas pegadas el mar hasta el punto de fundirse con sus aguas es una de las imagenes que bien merecen su visita. En plana costa tirrena, Cefalú es uno de los puntos más visitados por los turistas y viajeros que vienen de vacaciones a Sicilia. Desde aquí salen los barcos a las Isla Eolias y sus atardeceres son uno más de sus reclamos. 

Nuestra vista continúa a poniente, y como si fuera un extrarradio de la capital siciliana, a una decena de kilómetros antes de llegar a Palermo se sitúa Monreale, sin duda la mejor y más espectacular forma de acceder a la cuidad más emblemática de Sicilia. Desde lo   alto de la Conca d'Oro (llanura que rodea Palermo) y ubicada en el conocido como "Mons Regalis", la finca de caza de los reyes normandos, de donde le viene el nombre "Monreale". Su Duomo (catedral) es una visita imprescindible, haciéndole sombra hasta a la de la vecina Palermo, siendo aquí donde los mejores maestros dedicados al mosaico de los siglos XII y XIII realizaron sus impresionantes e impecables trabajos.  

Dorados brillos y coloridos tonos que desprenden una luz especial envolviéndolo todo, consiguiendo hacer realidad la visión de encontrar el tesoro oculto que en sueños le llego al rey Guillermo II, logrando plasmar en este monasterio benedictino la mejor expresión de arte árabe-normando, dejándonos como herencia una de las catedrales más hermosas de la Europa de por aquel entonces. Siendo desde su interior como apreciamos su magnitud, pudiendo admirar a nuestro rededor los mosaicos medievales más sublimes de toda la Edad Media. Cubren los casi 6.000 m2 de la superficie de la nave principal del templo, habiendo necesitado para completar la obra 2.200 Kg de oro. Destacando de entre ellos el impresionante pantocrátor de su ábside. 

Y por fin nos dirigimos a Palermo descendiendo hacia el mar, asemejando la entrada a Barcelona cuando se baja caminando del Parque Güell hasta el puerto, cruzando por Graçia y L'Eixample. Entramos a Palermo por el Corso Vittorio Emanuele que la recorre longitudinalmente desde la Porta Nuova hasta "La Cala" (el puerto) en Porta Felice, cerca de dos kilómetros en una calle trazada con regla. Pero antes de entrar en lo que sería antiguo recinto amurallado debemos dedicarle una visita a cuatro interesantes lugares ubicados extramuros. Tres de ellos son unos interesantes palacios de recreo y placer, edificados en estilo árabe-normando por los monarcas durante la época normanda de la isla: La Cubota, La Cuba y La Zisa 

El cuarto de los lugares es un tétrico monumento a la muerte "Le Catacombe dei Cappuccini" (las Catacumbas de los Capuchinos), donde en sus galerías subterráneas, podemos encontrar sin enterrar, momificados tal cual, a miles de yacentes palermitanos de entre los siglos XVII y XIX, conservados como si fueran mojama de Barbate. La visita a este museo de horror, donde se exponen a gentes de todo tipo: religiosos, seglares, hombres, mujeres, niños, abogados, médicos, militares, pedigüeños, etc… ordenados por profesiones y edades, pero ataviados con sus ropajes de entonces, convierten el momento en una mezcolanza de agnosticismo, morbosidad y descredito religioso, hasta el punto de llegar a pensar de como se puede hacer esto con una persona fallecida, exponerla así como un objeto de escaparate………… irracional y surrealista escena. Hasta el punto de pasar por mi mente "que opinaría la iglesia si esto lo hiciera otra entidad que no estuviera en su órbita". Pero este lugar no es una excepción aislada, que yo sepa y haya podido conocer, hay mas lugares donde el miedo a la muerte y sus trágicas consecuencias para los "pecadores" se ha transformado en una exposición mundana: la Capela dos Ossos (Capilla de los Huesos) de Évora, la de Campo Maior también en el Alto Alentejo, otra de dimensiones más reducidas en Faro también en Portugal, la Iglesia Capuchina de la Inmaculada Concepción de la Vía Vénetto en Roma, así como la existente en la ciudad de Brno en Chequia, y supongo que habrá más. 

Respiramos profundo, por fin entramos en Palermo que nos recibe como si fuera una "vecchia signora" de cara arrugada y temblorosas manos, pero llena de vigor y vitalidad por cada uno de sus rincones. La decadente capital siciliana rezuma historia por todas partes, habiendo sido habitada por Fenicios, Cartagineses, Griegos, Romanos, Vándalos, Bizantinos, Árabes, Normandos e incluso Borbones. Sabiendo entenderse unos vestigios con otros, creando un variado compendio arquitectónico que también da personalidad a esta urbe: catedrales singulares, 80 iglesias y 50 palacios árabes, normandos, aragoneses y franceses se agrupan en lo que fuera la ciudad amurallada.  

Pero en contraposición es una metrópoli descuidada, ruidosa, pobre, sucia, con un tráfico agobiante, una seguridad dudosa y llena de construcciones semirruinosas.  Mostrándonos en cada fachada y en cada monumento las cicatrices de una restauración cuyos fondos saqueó la Mafia, no siendo una ciudad fácil.
Convirtiéndose en una experiencia para los que la visitan, recalcando sobre quienes no alcanzan a descubrirla o no saben dejarse seducir por la belleza de su evocadora decadencia, que en realidad no pueden decir conocer Sicilia. Pues es sin duda en Palermo donde late el alma de toda esta isla. 

Palermo es una reliquia recubierta por el polvo de la historia, donde  miseria y fortuna se juntan: los palacios más suntuosos se mezclan con la agitación y el declive de unas calles tan vivaces como anárquicas. No es fácil resumir las sensaciones que genera una ciudad así. Hay ciudades hermosas, monumentales, emblemáticas e incluso fastuosas, pero Palermo es una urbe que se puede sentir, una población llena de vitalidad, - no como la atractiva Venecia, que interesante y hermosa se nos presenta como muerta, con horarios como si fuera un museo y sin apenar sonrisa -. En Palermo hay vida a todas horas, desde la aurora hasta prácticamente el alba del siguiente día, una ciudad que huele a vida y tiene sabor a vida. 

Como en cualquier ciudad que se precie lo fundamental es callejear descubriendo las sorpresas y sensaciones con los que nos va regalando a cada esquina y que muchas de ellas son obviadas por las guías informativas que se abre a tesoros menospreciados en las guías. El simple paseo por sus calles, escudriñando sin rumbo fijo sus diferentes rincones sería un buen regalo a las sensaciones. 

La Ciudad se organiza en cuatro bien definidos barrios "mandamentis": Albergheria, La Kalsa, La Logia e El Capo, que perfilados perfectamente por las calles del Corso Vittorio Emanuele y vía Maqueda, crean unas cuadriculas perfectas con el punto de intersección en el afamado e histórico cruce de Quattro Canti, centro geográfico de la gran urbe.  

Comenzamos nuestro recorrido por el Barrio Albergheria o Rione del Palazzo Reale en la consistente y monumental Porta Nuova, que no es tan nueva pues parece ser que su origen se remonta a 1460, habiendo cruzado por ella en 1535 el mismísimo emperador Carlos V tras su victoria en Túnez.  

Dirigiendo nuestros pasos a visitar el Palacio Real "Palazzo dei Normanni", actual sede de la asamblea Regional Siciliana. Comenzada su construcción por los árabes en el siglo IX sobre unas ruinas púnico-romanas, ha sido durante tiempos la residencia de los reyes de Sicilia. De estilo normando, aun conserva una torre de aquella época "Torre Pisana". 



De su interior, aparte de unos hermosos y bien cuidados patios, sobresale la singular y magnífica Capilla Palatina, considerada como una de las iglesias más bellas del mundo. Este excepcional y caprichoso templo fue mandado construir por Roger II en 1131, edificándose en el ya conocido estilo gótico normando, en el que destaca su ornamentación interior a base de dorados y coloridos mosaicos a semejanza de la Catedral de Monreale, lo que le ha granjeado la denominación de ser “la obra más perfecta del arte cristiano”.
 
Nada más entrar, aun entre el gentío que la visita, nos atrapará la luz que invade su etéreo espacio y aun sin prácticamente ventanas, pues son los brillos de sus áuricos mosaicos que lo envuelven todo, quienes alumbran cada rincón del templo.  Su nave central, alineada por dos hileras de coloridas y marmóreas columnas nos dirigen hacia el ábside central, presidido por un extraordinario Cristo Pantocrátor. Siguiendo la nave central, y guiados por dos hileras de columnas de mármol de colores diferentes, llegamos al espacio sobre el que sea alza la cúpula, donde el Pantocrátor está escoltado por una serie de ángeles con las alas desplegadas. Sentarse con tranquilidad en el alguno de los bancos de la nave, abstrayéndonos del murmullo de la gente para poder admirar esta obra de arte con calma, es un autentico gozo.  



A cinco minutos caminando llegaremos a la iglesia de San Giovanni degli Eremiti - San Juan de los Ermitaños, antigua mezquita del siglo XII transformada por los gobernantes normandos en templo cristiano. Se trata de otra curiosa edificación de estructura cubica, jalonada en su techumbre con esas características cúpulas rosadas que nos encontramos por esta ciudad. Desde su campanario se divisa una hermosa vista del Palacio Real, la Catedral y una magnifica panorámica de los tejados. 

Dedicamos nuestros pasos a introducirnos en el meollo del barrio llegando a su epicentro, el callejero Mercado Ballaró, punto de atracción principal por su animación y colorido por las calles que lo sustentan. Se extiende desde la Piazza Casa Professa hasta las antiguas murallas del Corso Turoky y Porta Sant´Agata, siendo el más antiguo de Palermo existiendo ya desde el año 1500. Los mercados son el alma de esta metrópoli: este de Ballaró junto a Vucciria, Borgo Vecchio, Il Capo y el Mercato delle Pulci (mercado de las pulgas) dedicado a las antigüedades, forman los zocos históricos de la ciudad. 

Entre frutas y hortalizas, comprobamos que uno de los productos más expuestos en Ballaró, son las sardinas arenques que aquí las conocen como "salamoia" y que son usadas para la preparación de uno de los platos populares de la cocina palermitana "pasta con le sarde" con pasta, migas, hinojo, uvas pasas y claro las sardinas.



En los alrededores de Ballarò se sitúa casi todo lo interesante de este barrio, que durante la época del Fascismo de Mussolini (1922-1943), soportó una serie de derribos que desmantelaron buena parte de sus antiguos edificios reemplazándolos por horrorosos edificios de hormigón. Si bien hace años eran los comerciantes quienes residían en este barrio, actualmente son los inmigrantes llegados de otras latitudes los que ocupan gran cantidad de las viviendas de la zona Ballaró. Es sus proximidades nos encontramos la iglesia más conocida de la zona, la de Casa Professa o Chiesa del Gesú (Iglesia de Jesús).Al pasear por sus calles nos da la sensación de estar haciéndolo por el Lavapiés madrileño o el Raval barcelonés. 

Quattro Canti o Piazza Vigliena, es el cruce que crean en su confluencia Vía Maqueda con Vittorio Emanuele y podríamos decir que es el centro geográfico del viejo Palermo. Cuatro esquinas cóncavas, que ocupan cuatro edificios, con cuatro fuentes representando las cuatro estaciones del año, cuatro estatuas de reyes españoles que también lo fueron de esta isla: Carlos V, Felipe II, Felipe III y Felipe IV, y las cuatro santas de la ciudad: Santa Cristina, Santa Ninfa, Santa Oliva y Santa Águeda, representadas en las hornacinas del tercer y último piso. 

Nos internamos en Barrio de la Kalsa (Rione della Kalsa), conocido en sus tiempos árabes como al-Halisah "el más puro". Recorrer sus calles es percibir la dualidad de esta isla entre occidental y árabe, que se nota hasta en la fisonomía de sus gentes que la cultura norte-africana ha dejado en sus morenos rostros desconfiantes y recelosos. Un barrio de contrastes que va cambiando a medida nos vamos acercando al mar, y aunque destrozado en parte durante la II Guerra Mundial, siguiendo sin arreglar en parte, merece la pena visitarlo. 

Lo primero que nos encontramos en este rione, comenzando desde la vía Maqueda, es la hermosa y señorial Piazza Pretoria con su emblemática fontana (durante mucho tiempo conocida como "fuente de la vergüenza" por la desnudez de sus estatuas), vigilada por el Palazzo Senatorio (ahora Ayuntamiento) y la iglesia de Santa Catalina de Alejandría. Es en la noche cuando luce su completo esplendor este sugerente rincón.  

A su espalda se sitúa la Piazza Bellini, rodeada por al antiguo Teatro (hoy la afamada Pizzería Bellini), la iglesia y convento de "La Martorana", origen del mazapán palermitano que comenzaron a fabricar sus monjas, y lugar donde en 1282 se ofreció al rey de Aragón hacerse cargo de su gubernatura de Sicilia después de las ajetreadas "Vísperas Sicilianas". Su interior, dividido en dos partes, es de nuevo una expresión de luz y brillo con sus primigenios mosaicos bizantinos del siglo XII, y los coloridos frescos barrocos del XVI. También se encuentra en esta plaza la iglesia de San Cataldo, que siendo una
antigua mezquita, con sus características tres cúpulas rosadas y su cubica arquitectura árabe-normanda, es la sede de la Real Orden de Caballeros del Santo Sepulcro de Jerusalén. 

Desde aquí nos sumergimos en lo más profundo del barrio, en toda su autenticidad, callejeamos y abrimos los ojos para observar la vida y la realidad de esta ciudad, ajenos ya a sus reclamos turísticos. Entramos en un mundo gris, por callejuelas de poca luz, las ropas tendidas sobre nuestras cabezas, con un olor a fritanga que sales de sus locales callejeros con algunas modestas mesas en la calle y gritos tras las ventanas (parlano in alta voce)………. esta es la esencia del viejo y autentico Palermo, la realidad de una ciudad viva.  

Buscamos "L´Antica Focacceria San Francesco" en la Piazza S. Francesco D'Assisi, y la encontramos frente a la iglesia del santo de "Hermano sol, hermana Luna". Hemos decidido entrar a este establecimiento, pues parece ser uno de los lugares imprescindible parar a comer, ya que se trata de un símbolo de la ciudad así como también de la lucha contra la Mafia, habiendo su dueño denunciando a quiénes le pedían el "pizzo" (mordida que los mafiosos piden a los comercios por dejarles trabajar). Aconsejable probar los tagliatelle con carabineros y pistachos.

Continuamos nuestro recorrido por pasajes de una pobreza palpable, con una enmarañada red de callejas donde nos acompaña por momentos el olor a especias y kebab. Observamos como el abandonado Hotel Patria (Palazzo Aragona) sigue casi como en 1943 cuando fue afectado por un bombardeo de las fuerzas aliadas (EE.UU.). La estatua del Genio de Palermo nos mira mientras cruzamos la Piazza Rivoluzione camino de la iglesia de la SS. Trinitá. En esta iglesia, la ultima que se edificó en Palermo en estilo árabe-normando, el cura tiene reservado su lugar de aparcamiento. Trescientos metros más adelante llegamos a la iglesia sin techo de Santa María dello Spasimo (Nuestra Señora de las Angustias) y angustia es lo que da ver esta nave desflorada, en un templo de principios del siglo XVI que por vicisitudes históricas solo fue iglesia durante 20 años. 

Llegamos ya de otro tirón al corazón del barrio, la Piazza della Kalsa, con la iglesia de Santa Teresa y la Porta de Greci, tras la cual se halla el mar Tirreno. Buscamos la Vía Alloro para encontrar el Palazzo Abatellis, donde se encuentra uno de los símbolos de la ciudad: el fresco del siglo XV "Il trionfo della morte" (El triunfo de la Muerte) de autor desconocido. Acercarnos a la Plaza Marina y Jardín Garibaldi donde encontramos los interesantes palacios Chiaramonte y Mirto. Solo nos queda llegar al mar donde se encuentra la monumental Porta Felice, que además nos da paso al contiguo barrio. 

Del barrio de La Loggia (Lonja) o Vucciria, destacar su abigarrada trama urbana y su carácter marino, de ahí su otro nombre Castellammare. Justamente pegada al muelle, donde se instala el mercado de los domingos (como el Rastro madrileño), se ubica la iglesia de Santa María della Catena (en su origen se la llamaba Madona del Porto), que con un curioso pórtico de tres arquerías, su nombre hace referencia a la existencia de una cadena que cerraba el puerto de La Cala. 

Prácticamente en medio del barrio encontramos la iglesia de Santa Eulalia, hoy flamante Instituto Cervantes. Siendo el lugar en el que a su entrada se ubicaba la Loggia dei Catalani (Lonja de los Catalanes), antaños centros de reunión para comerciantes que dieron apelativo al barrio. Recorriendo sus siniestras callejuelas y próximos la plaza Garraffello, donde estaban demoliendo prácticamente todos los edificios, se nos acercó una pareja de palermitanos que indignados sabiendo éramos españoles, nos dijeron que era una enorme desgracia estuvieran demoliendo un barrio levantado por los españoles en el siglo XVI. Y la verdad si es pena que estos barrios históricos dejados morir de abandono, sean ahora fruto de la especulación y seguramente eventual negocio de la "mafia". 

Es en este "Rione" (barrio), en su límite suroeste, donde se instala el hoy afamado, y antaño agitado y vivaz Mercado de la Vucciria que Renato Guttuso retrató en 1974. Del que se decía "i balati ra Vucciria 'un s'asciucanu mai” (el pavimento de la Vucciria no se seca nunca), ya que chorreaba por los suelos la abundante agua de los hielos que mantenían el pescado fresco, pero al que hoy en día solo le quedan un par de fruteros, algunas pescaderías, varias tabernas que animan las noches, y claro.......... el cuadro de Guttuso. 

Por la estrecha y animada vía Maccherronai, llegamos a la Piazza de San Domenico. Frente a la Colonna dell’Immacolata se encuentra la Iglesia de Santo Domingo, que es la segunda iglesia más importante de la ciudad, después de la Catedral. Un buen ejemplo de barroco más sobrio, predominado en ella los tonos blanco y negro en concordancia con los colores de los hábitos de la orden dominica. Unas manzanas más al norte y situado en la Piazza Ruggero Settimo encontramos el Teatro Politeama, uno de los "templos" de la opera palermitana.  

Cruzamos la calle Maqueda y pasamos al último de los "mandamentis" históricos de Palermo, el barrio de Capo. Siendo justo al principio de nuestra ruta donde nos topamos con el impresionante Teatro Massimo (el tercer teatro operístico más grande del mundo), que en plena Piazza Giuseppe Verdi, hace honor a otro de los "olimpos" de la opera de esta ciudad. Justo delante, en plena esquina con vía Maqueda, se encuentra una pequeña y curiosa muestra del arte modernista por estas latitudes, el Quiosco Ribaudo, que diseñado en 1916 por el arquitecto Ernesto Basile, es uno de los máximos exponentes del Art Nouveau.  

Ahora sí que nos introducimos en el verdadero "Rione di Capo", al que también se le conoce como Seralcadi o Monte di Pietà. Uno de los barrios más antiguos y pobres de Palermo, que con una laberíntica traza urbana y a semejanza a una medina musulmana, muchos de sus callejones se encuentran sin salida. A pesar de estar situado en pleno centro de la ciudad, el paseo por su interior se nos hace "complicado", ya que se encuentra desafortunadamente en estado muy ruinoso, pudiendo observar calles aun ocupadas por escombros, fachadas con abundantes desconchones e iglesias abandonadas o medio destruidas.  



Cruzamos por delante de la iglesia y monasterio de los Agustinos (dueños de la región durante toda la Edad Media), introduciéndonos en esta laberíntica "kasbah" que entre las calles Vía Porta Carini, Vía Cappuccinelle y Beati Paoli, sitúan el animado y colorido "Mercato di Capo".

La calle y plaza Beati Paoli, toma el nombre de una misteriosa secta que protegía a los pobres de los abusos y atropellos de los poderosos.  Esta hermandad Creada en 1185, de profundo sentimiento religioso, hacia justicia por sus propios medios, sin tener en cuenta las leyes. No sabiendo en realidad si fueron justicieros o sicarios, o las dos cosas a la vez: lo primero porque conspiraban para vengar los delitos impunes, lo segundo porque se prestaban a realizar vendettas personales previo pago. De hecho, existe una relación histórica entre la sociedad secreta de los Beati Paoli del siglo XVIII y la mafia actual, que se formó precisamente al desintegrarse la estructura feudal de Sicilia a principios del siglo XIX. Muchas han sido las elucubraciones e hipótesis sobre esta secta, de la que puede decirse que es más leyenda que otra cosa. Pero de esto espero contaros más cosas en una próxima entrega. 

Podemos acercarnos hasta el "Mercado delle Pulci" Mercado de las Pulgas o mercado de antigüedades, que se extiende por la Piazza Domenico Peranni y Vía Matteo Bonello, no estando lejos de nuestro próximo y último objetivo.

La Catedral de Palermo, con unas proporciones impresionantes, se levanto en el siglo XII sobre los restos de una basílica paleocristiana anterior. Con el paso del tiempos ha sido reformada muchas    veces alterándose sus estilos arquitectónicos, pero esto no le ha impedido mantener su grandiosidad.




Realzada con decoraciones góticas, sabe fundir el estilo morisco con el renacentista y el gótico, mantenido una cúpula del siglo XVIII así como un campanario medieval. Fue convertida en mezquita en tiempos de los árabes, para recuperar en tiempos de los soberanos normandos el culto cristiano. Su exquisito pórtico de tres arcos, obra maestra de inspiración catalana, tardó en terminarse doscientos años.

En su interior se custodian los sepulcros de los reyes normandos, destacando la tumba de Constanza de Aragón con su corona de oro y piedras preciosas. 

Y de nuevo estamos en el Corso Vittorio Emanuele, observando a poniente la Porta Nuova por donde hemos comenzado el recorrido por esta magina ciudad llena de mitos y leyendas, pero sobre todo con un gran sabor a vida.