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Otoño es la época del año en que los bosques ibéricos se visten con sus más coloridas galas queriendo de esa manera despedir el tórrido estío, disfrutando con su nuevo atavío antes de que lleguen los gélidos días invernales, y como es el caso que nos ocupa de los “hayedos”, se cubran con la sutil capa blanca de las nieves. Es por ello que nos acercamos a visitar algunos de los más meridionales hayedos de esta Europa que comienza a renegar de su ser….. mal asunto. Nos referimos a los que situados en el Sistema Ibérico, son los segundos más al sur de todo este viejo continente, siendo los del Sistema Central en Somosierra y Ayllón los más meridionales (Hayedos de Montejo, La Pedrosa y Tejera Negra). Siendo las Sierras de La Demanda, Urbión, Cebollera, Cameros (vertientes norte y sur) y Moncayo (laderas este y oeste), los que en realidad marcan la línea de esta elegante especie boscosa.
Las hayas son arboles de una prolongada existencia alcanzando hasta los 250 años de vida, llegando en algunos casos a marcar los 300 o 400 con monumentales dimensiones. Su lento crecimiento en busca de la luz les llega a poder alcanzar una altura de entre los 35 y 40 mts. desarrollando un recto, elegante y altivo tronco sin prácticamente ramificaciones, forrado con una corteza de tonos entre gris cenizo y plateado. Sus hojas de un brillante y traslucido verde en verano se transforman en rojo pasando por los tonos áureos en otoño, su madera pura y limpia bastante apta para ser usada en nobles tareas de ebanistería. Siendo ejemplo, el uso de la madera del bosque de Irati (Navarra) durante varios siglos en la fabricación de largos remos para las galeras elaboradas en las “atarazanas” de Barcelona.
Los bosque de hayas son reminiscencias de un pasado que se distancia en el tiempo hasta el final de la Edad del Hielo, hace ya la friolera de unos 12.000 años. Tratándose de bosques milenarios que se desarrollaron en diferentes condiciones climáticas a las actuales, llegando solo hasta el presente los situados en lugares con unas condiciones específicas de hábitat, así como su capacidad de resistencia y adaptación al medio, siempre que este le haya sido medianamente propicio. Los hayedos lograron alcanzar una extensión de terreno próxima al 40% del continente europeo, siendo el desarrollo de las poblaciones humanas y la necesidad de estas en generar nuevos lugares para las prácticas agrícolas, los que motivaron el comienzo de sus talas y el progresivo declive de estos grandes bosques.
Cada monte arbolado posee algo que lo hace singular, aunque la mayoría de ellos por muy aislados e inaccesibles que estén, han sido aprovechados por el ser humano. Solo un reducido número de ellos se les considera como virginales, pero estos son difíciles de encontrar, son los conocidos como “bosques primarios o primitivos”. Estamos relatando sobre un bosque “relicto” (en el lejano pasado abundante, extenso y menos excepcional) que ha permanecido inalterado desde tiempos inmemoriales, siendo algunos de estos hayedos existentes en la actualidad “bosques primitivos”, espacios que nunca ha sido explotada por el hombre, sirviendo en la actualidad como zonas de una naturaleza pura sin artificiales aderezos. Uno de los mejores ejemplos que tenemos en nuestro país de este tipo de bosque inalterado lo encontramos en la Selva de Irati, en la “reserva integral” del Hayedo de Lizardoia o Monte La Cuestión, que mantiene ese título ya de que durante muchos años “la cuestión” era dilucidar entre los pastores franceses o españoles de quien era su propiedad, quedando finalmente aclarada en el tratado de Bayona de 1856.
Hoy el entorno de estos singulares bosque de hayas hay que buscarlo en laderas montañosas de espacios húmedos no muy soleados, ya que les gusta cierta umbría y lugares con suelos calizos y musgosos, toda vez que esa abundancia de agua les permite acentuar su crecimiento. Estando estos árboles generalmente agrupado formando bosquetes o corros, siendo raro verlos de forma aislada, sufriendo de esta forma la acción excesiva del sol. Siendo durante el estío y cuando su follaje ha conseguido su máximo crecimiento, consigue que la alta densidad de su sombra no deje prácticamente desarrollarse otras plantas bajo ellas.
Para disfrutar de esta espectáculo de colorido visual que la naturaleza nos regala cada otoño, nos acercamos al norte soriano lindando con su vecina Rioja, a la comarca de Tierras Altas y al entorno del Valle del Cidacos. Concretamente al Hayedo de Diustes, ubicado en la orilla meridional del río Ostaza donde se asienta la localidad de Diustes, hoy una de esas aldeas despobladas durante gran parte del año, lugar en el cual la paz, el sosiego, así como la placidez están asegurados. Todo dentro de un entorno de exuberante naturaleza y poco más, ya que los servicios de atención a humanos (alojamiento, bares, restaurantes, etc.) se encuentran en la también agraciada y encantadora localidad medieval de Yanguas, ocho kilómetros aguas abajo, donde las aguas de Ostaza se rinden a las del Cidacos.
El Hayedo de Diustes es uno de esos bosque que han sobrevivido durante miles de años a los cambios climáticos que durante ese tiempo han existido, al estar favorecido por unas condiciones de ubicación, humedad y ladera en el cerrado y alto valle que conforma el río Ostaza. El bosque de unas 50 hectáreas, es una reliquia de frondosas que vistosamente se resguarda en la ladera del valle orientada al norte. Un trozo de naturaleza donde el otoño se representa de forma especial, adquiriendo su entrono todas las tonalidades posibles de esta época, regalándonos toda una gama de amarillos, naranjas, rojos y ocres increíbles de encontrar en otros tipos de vegetación. Es pequeño pero salvaje, empinado, montaraz y agreste, sin poseer ninguna cicatriz producida por el hombre (véase pista forestal o similar) que recorra su interior o el entorno que lo rodea.
Convertido durante estos otoñales días en uno de los paraísos sorianos, las hayas de Diustes contrastan a través de sus multicolores tonos con el verdor predominante de los bosque circundantes fundamentalmente de pino silvestre (pino albar). Siendo semana a semana y casi día a día como podemos observar cómo se transforma este bosque multicolor, transformándose a los ojos de humanos como un regalo que nos obsequia la naturaleza, la “Pachamama” soriana.
Añadiendo además, que por estas latitudes trajinaros hace millones de años dinosaurios de varios tipos, dejándonos prueba de ello a través de los numerosos yacimientos de icnitas (huellas de pisadas) marcadas en las rocas. Y por si esto fuera poco, debemos añadir los atractivos que una población como Yanguas ofrece a los visitantes, resaltando de su bien cuidado conjunto urbano: el Castillo, templos, a arquitectura tradicional con soportales construidos con lajas de piedra y casas blasonadas, Palacio, puentes medievales, ermitas, puerta amurallada y hasta campanarios románicos donde buscar los restos de dos reyes visigodos allí enterrados.
Recorrer el Hayedo
La ruta para observar y transitar esta maravilla, se puede comenzar tanto en el pueblo (lavadero), como en el aparcamiento que hay entre la carretera y el río 500 metros antes de llegar a la población (tramo escoltado por sendas hileras de chopos, con sus hojas doradas en esta época) donde se sitia el cartel de “Hayedo de Diustes”, una buen espacio donde aparcar y un área recreativa y de meriendas (km. 8 de la carretera de Yanguas). Yo recomendaría empezar por dejar el coche en la población, así de esta manera al terminar podremos visitarla.
La ruta de Gran Recorrido GR-86 “Sendero Ibérico Soriano”, transita por los bordes norte y occidental de Hayedo, habiendo otros itinerarios que lo recorren por su interior resultando más interesantes. Estando estos últimos con una señalización bastante deficiente, que en el mejor de los casos es seguir cintas rojas y blancas de platico (las que se usan en las señalizaciones de carreteras), que atadas por trozos penden de algunas ramas, el resto es guiarse por la intuición y segur las pobres veredas existentes.
Desde el pueblo cruzaremos por el Puente de Allende (s. XVIII) el rio Ostaza, para por su margen derecha llegar hasta aun cartel indicativo (GR-86) que nos indica a nuestra diestra la dirección a “Santa Cruz de Yanguas 3 h”. Tomamos esa dirección ascendiendo por una senda de respetable pendiente unos doscientos metros, hasta llegar a un cruce donde existe un amontonamiento similar a un termitero. El tramo recorrido en todo momento está señalizado con pinturas roja y blanca en los troncos de los árboles, que por aquí son mezcla, encontrándonos hayas, pinos, tejos, arces y sabinas, o inclusive algún aislado acebo con sus característicos frutos de intenso rojo.
Desde la intersección continuaremos por la izquierda en dirección noreste, penetrando totalmente en el corazón del hayedo. Si siguiéramos ascendiendo de frente por el camino señalizado, llegaríamos en unos 600 mts. hasta los restos del Haya Grande, monumental y singular espécimen que un rayo se llevó por delante no hace muchos años (en 2007 ya estaba caído). Volviendo a nuestro recorrido y tomando la senda mencionada. esta nos guía por la parte más sugerente del bosque, la más autentica y salvaje, caminando por encima de las primeras hojas caídas que ya forman una alfombra ocre bajo nuestro calzado.
Nos situamos en el enclave donde encontramos los ejemplares de mayor porte, y donde nos sentimos hechizados por la magia de hadas, ninfas, duendes, elfos o cualquiera de esos mágicos habitantes de los bosques encantados. El caminar entre estos troncos, el verdor, la humedad y el excepcional colorido que nos rodea, nos traslada a imágenes del pasado cuando nuestras botas recorrían los paisajes de Irati, Ordesa, Gorbea o Urbasa. La cámara de fotos no deja de disparar y nuestros ojos no saben a dónde dirigir la mirada, pues todo es hermosura a nuestro rededor, parándonos a cada paso para poder disfrutar de estos instantes de soledad y armonía envueltos en quietud y sosiego………… el momento es mágico.
Nos hubiera gustado quedarnos allí, pero debemos continuar la ruta descendiendo el aproximadamente un kilómetro que nos queda hasta llegar al cruce desde donde se inicia el recorrido en el área de descanso ubicada antes de llegar al pueblo y donde están los carteles indicativos de “Hayedo de Diustes”. Desde aquí y sin cruzar el río, tomamos nuevamente el GR-86 dirección oeste por una pista durante unos 700 mts. a través de una sencilla pero sugerente pista (paralela al cauce del rio) que, entre exuberante vegetación a modo de corredor cubierto de arbolado con todos los tonos posibles de verdes y ocres, llega de esta forma hasta el cartel del principio que nos indicaba la dirección a Santa Cruz de Yanguas, para desde él retomar nuestros pasos y terminar en la aldea.
DiustesEl caserío de Diustes se encuentra ubicado en plena serranía, al fondo de un estrecho valle donde el asfalto termina, cercano al limité con la Rioja por Cameros y el bosque de Monte Real. Situado a una altitud cercana a los 1.200 mts. aún mantiene una buena cosecha de frutales al sentirse protegido de las inclemencias invernales. Su nombre Diustes o “Las Yustes” proviene de unos de sus patronos San Justo. Protegiendo junto a San Pastor un casco urbano ejemplo de arquitectura popular serrana con casas de piedra, calles estrechas y empedradas, frondosas arboledas, puentes (hasta tres) que cruzan el río Ostaza y el Arroyo del Valle dividendo el pueblo barrios, una aldea que merece una reposada visita, como la que ya realizamos hace 20 años, que si bien en algo el pueblo ha cambiado, su esencia sigue siendo la misma.
Nos sorprende gratamente al acceder a este rincón soriano; enclavado entre dos de las principales vías de comunicación que enlazan Soria con la Rioja; la hilera de altos chopos de dorado ropaje a uno y otro lado de la estrecha carretera que hasta aquí nos lleva. Se percibe nada más llegar como los fríos y largos inviernos, junto al aislamiento y la aspereza de estos territorios serranos hallan provocado su total despoblación, ya que de las cerca de 370 almas con los que contaba al comenzar el siglo XX, ha pasado a la nada en el XXI.
Nos da la bienvenida el lavadero, para inmediatamente encontrarnos con la fuente, cuyo cartel se encuentra lacerado desde prácticamente su construcción en 1907, si algo no le falta a Diustes es agua. Recorremos sus callejas que se encuentran en un estado más que aceptable en su cuidado, observando como en las vigas de madera de los dinteles de sus puertas se hallan unas papelinas con las estampas de los “Santos Niños”, siendo tradición en esta aldea cuando se festejan a sus mártires, colocar estas ilustraciones en las viviendas donde hay damas, una lámina por cada mujer que haya.
Como es normal en este tipo de pobladuras, el templo parroquial sobresale de forma exagerada del resto de las edificaciones y aquí no iba a ser menos, la iglesia dedicada a los santos mártires alcalaínos es de hechura tardogótica del siglo XVI sin grandes adornos, destacando su pila bautismal románica tallada en arenisca y el empedrado de canto rodado con diseños de estilo mozárabe que encontramos formando el suelo de su elevado coro. Hace más de 30 años fueros sustraídas junto a la cruz procesional sendas imágenes de la santos Justo y Pastor, que aunque deterioradas por su antigüedad se custodiaban en el templo, sin que hasta el momento se halla tenido noticias de este suceso.
Se sabe la fama que tenía la miel de Diustes en el pasado, cuando contaba con algo más de cien colmenas, siendo hoy este producto de una reconocida exquisitez, aunque difícil de adquirir, siendo su producción muy limitada y artesanal. Y por último como curiosidad reseñar la asistencia de un majestuoso “pinsapo” entre su relación de árboles, rareza botánica en estas latitudes, toda vez que es una especie endémica del sur peninsular y del Atlas marroquí.