Sicilia no se puede considerar del todo una parte de
Italia. Su historia, escrita en las piedras de las ruinas de sus templos, está plenamente
diferenciada de la seguida por la península latina. Por esta isla pasaron, convirtiéndola
en parte de sus territorios: fenicios, cartagineses, griegos, romanos, vándalos,
bizantinos, musulmanes, germanos, normandos, y por ultimo aragoneses
(finalmente españoles después de las nupcias de los católicos reyes). Por
motivos de la Guerra de Sucesión en España paso a ser independiente en 1713,
reinando un descendiente borbón de Felipe V, aunque con muchas connotaciones
con nuestro país; hasta que en 1860 (hace poco más de 150 años) Garibaldi la
invade con tramposas artimañas, anexionándola posteriormente al hasta hora
unificado estado Italiano.
De esta agitada crónica, en su costa sur y oeste nos
quedan los restos de dos míticas ciudades erigidas durante los siglos VII y V
a. C. Las dos rivales y enfrentadas por la ser hegemónicas en su época; Segesta
en el noroeste y Selinunte en el sudoeste. Las guerras entre ellas por el
control del comercio marino y terrestre de la isla ha formado parte de ancestrales
escrituras. Riñas que se extendieron durante cerca de 300 años, en las que
azuzaron intereses griegos y cartagineses. No sabían las dos urbes que su
destino iba a ser el mismo, consiguiendo ser ambas destruidas en sucesivas
refriegas y convertidas con el paso de los siglos en un amasijo de labradas
piedras esparcidas por el erial, hoy reclamo para los curiosos de la historia
que nos acercamos hasta ellas a visitarlas y agasájalas.
Segesta, aliada de Atenas, al ser derrotados los griegos por los siracusanos pidió ayuda a Cartago para atacar Selinunte. Siendo asediada en el 409 a.C. durante 9 días por una flota cartaginesa compuesta de 100.000 hombres, que arrasó templos, e incendió casas, pasando a cuchillo a 16.000 de sus ocupantes, otros 5.000 fueron hechos prisioneros para ser usados como esclavos. Pese a la destrucción de sus murallas defensivas, se permitió a los habitantes supervivientes de Selinunte que continuasen en ella como vasallos de Cartago, permaneciendo en la ciudad bajo la autoridad de Hermócrates. En el 250 a.C. durante la primera guerra púnica entre Cartago y Roma, fue destruida definitivamente por los cartagineses en su huida ante las legiones del Imperio.
Segesta no siguió mejor suerte, fue destruida en el 306
a. C. al ser obligada por Siracusa a rebelarse contra Cartago. Reconstruida
posteriormente en varias ocasiones, finalmente fue desbastada por los
sarracenos en el siglo XI, desapareciendo de la historia para siempre.
Las dos están apartadas en la actualidad de cualquier
asentamiento humano de importancia, lo que las confiere ese halo mágico del aislamiento.
Segesta en un altozano en medio de los
montes, dominado gran parte del noroeste Siciliano, y a escasos 10 km. del mar
en Castellammare del Golfo que le servía
en su época de esplendor como puerto. Selinunte en la misma orilla del mar,
sobre un acantilado avistando toda la línea del horizonte marino.
Nuestras andanzas por esta parte de la mayor de las islas
mediterráneas, comienza precisamente por Segesta. Aquí es donde recibimos
nuestro primer baño de ese clasicismo arquitectónico, cual si estuviéramos en
las costas de la antigua Grecia. Ascendemos hasta las proximidades del Monte
Bárbaro, desde el que contemplamos un magnífico espectáculo de cultivados
campos verdecidos por la primavera. Orientado al norte, ubicación poco usual,
nos encontramos escavado en la pura roca su hermoso y bien conservado Teatro
Griego, con unas panorámicas impresionantes. No sé si yo sería capaz de
concentrarme en alguna de las tragedias de Sófocles, Eurípides o Esquilo que
seguro en él se representaron, ante esta inmensidad de paisaje y colorida
naturaleza.
A pocos metros, se hallan las ruinas de una mezquita del
siglo XII, la primera en ser identificada en toda Sicilia, y en sus alrededores
el resto de lo que fue esa prospera cuidad fundada por los originarios
"élimos", antiguos pobladores de la isla que provenientes de la destruida Troya, llegaron hasta aquí
guiados por el héroe Acestes, así por lo menos nos lo cuenta Virgilio en su
"Eneida".
Al descender caminado, contemplamos bajo nosotros el
espectáculo que hasta aquí fundamentalmente nos había traído. En medio de la
nada, sobre la ladera de un cerrete, se nos presenta el Templo Dórico tal cual
lo dejaron sus constructores en las proximidades del 430 a.C. pues nunca fue
terminado, ya que su techumbre nunca se cubrió, se cree que debido a los costes
que acarrearon las disputas con su rival Selinunte (los recortes de la época,
solo que ahora los peculios se los regalamos a los bancos para
"rescatarlos" por su mala gestión). Perfectamente conservado y
compuesto de 36 férreas columnas levantadas sobre una base de aproximadamente
1.600 m² (61 x 26), forma uno de los más impresionantes tabernáculos griegos de
toda Sicilia, tanto por su porte, como por la ubicación en la que se encuentra.
A su entrada, en la cafetería, pruebo por primera vez una de las exquisiteces de la "goloseria" siciliana, los "cannoli", como no podría ser de otra manera de origen árabe.
A su entrada, en la cafetería, pruebo por primera vez una de las exquisiteces de la "goloseria" siciliana, los "cannoli", como no podría ser de otra manera de origen árabe.
Desde el clasicismo griego nos dirigimos tras unos 40 km.
al medievo de Erice ("monte"
en el idioma de los antiguos sículos). Encaramada en lo alto del Monte San
Giuliano, a 750 m. de altura sobre el inmediato mar, esta ciudad parece
descolgada desde el cielo y depositada encima del azul mediterráneo como una
guinda encima de un picudo pastel. Aunque también mencionada por Virgilio en La
Eneida, aquí fue donde aterrizo Dédalo (el constructor del Laberinto de Creta,
del que escapo el Minotauro) en su huida del rey Minos; pero poco, o escondido
queda de esa época en esta peculiar población.
Entre la niebla que juega al escondite con un tibio sol,
llegamos a ella para recorrer sus pétreas y empinadas cuestas de calles
normandas, abrazadas por casas de origen musulmán levantadas en torno a un
patio. En lo más alto su magnífico castillo la vigila, bajo sus cimientos se
encontraba el templo de Venus (romanos) o Afrodita (griegos), diosa del amor y
la fecundidad, donde menesterosas sacerdotisas, ninfas del placer deleitaban
con sus encantos carnales a los peregrinos que hasta allí se acercaban. Desde
este altivo lugar, verdadero faro natural, divisamos los cuatro puntos
cardinales: al sur, la inmediata Trápani: su puerto, las cercanas salinas y la
silueta de las islas Egades, hasta la costa tunecina se puede divisar en los
momentos sin caima; al este la campiña siciliana hasta divisar el Etna en los
días claros; al norte la franja costera de Valderice y al oeste la inmensidad
ese aturquesado mediterráneo, por donde llegaban las naves del Reino de Aragón.
Sin duda Erice es una de las visitas inexcusables de realizar en Sicilia.
Sugerente es también entrar en alguna de las pastelerías,
en donde tomar algunos de los dulces de almendra y mazapán, que antaño eran
solo elaborados por las manos de las monjas de sus conventos.
Descendemos en continuo zig-zag los 14 km. que nos
separan de nuestro próximo destino Trápani, con la panorámica del vecino mar
que a nuestros pies se extiende y sobre el que tenemos la sensación de poder
alcanzar con las manos.
La antigua Drepana
griega, importante puerto en la época Fenicia, Trápani es hoy solo la sombra su
esplendoroso pasado, fraguado durante la dominación musulmana y sobre todo
durante el periodo Aragonés, sobre todo por el paso por ella de los cruzados
camino a Tierras Santas. Su barroco casco viejo junto al puerto, hoy en gran parte
peatonal, se articula fundamentalmente sobre sus tres calles: el
Corso Vittorio Emanuele (que prácticamente nos encontramos en todas las
poblaciones de la isla), la Vía Garibaldi y la Vía Torrearsa. Recorrerla al
atardecer, durante ese espacio entre dos luces, en el que poco a poco la noche
dominará la ciudad, se convierte en un momento de serena armonía, empezándonos
a enseñar la esencia de estas tierras que hemos decidido recorrer.
Famosa también por sus salinas ubicadas al sur, dirigimos
ahora nuestros pasos hasta ellas. Hacia Marsala, toda la línea costera está
prácticamente formada por estas geométricas y acuáticas balsas, que en otros tiempos contribuyeron al
esplendor y prosperidad de o la medicina, y su importancia económica en todo el
mediterráneo hasta la decadencia de las mismas, producida por los nuevos
sistemas de industrialización, ha proporcionado a la región un marchamo de
singularidad que ha definido las relaciones sociales, toda la zona. La
producción de sal, con sus “mágicas” cualidades aplicadas en la gastronomía económicas
y hasta paisajísticas entre los habitantes de la provincia y su entorno. Los montículos
de sal, resguardados bajo las tejas de terracota, simulan mantas que defienden el preciado y
blanco elemento de cualquier factor que ose agredirles. Aunque actualmente se
sigue obteniendo sal por métodos artesanales, solo se realiza esta de forma
testimonial, obteniendo un producto de una apreciada calidad, pero de alto
coste.
Las salinas de Stagnone que nos encontramos 10 km. antes
de llegar a Marsala, entre plomizos cielos que barruntaban lluvia, son las más sugerentes
y añejas que se sitúan en nuestro recorrido. Ubicadas en la Reserva Natural de
Stagnone, un enclave donde las agua bajas de una laguna pegada al mar, surgen
como confinadas en grandes estanques de blanco color, en el que, cincelados
sobre su horizonte y reflejando su inconfundible figura sobre las platinas
acuosas, los molinos de viento que antaño bombearan las salobres aguas, generan
un paisaje atrayente, relajante e inspirador.
Dejando atrás las salinas situadas frente a la isla donde
se ubicó el antiguo asentamiento fenicio de Mozia, llegamos
Marsala, conocida por su afamado vino, similar a nuestro
exquisito Jerez, así como por el desembarque de Garibaldi
en Sicilia.
Bajo el dominio romano, Marsala fue un importante enclave
del Mediterráneo, dada su situación estratégica frente a la costa africana.
Reconvertida mas tarde en ciudad árabe (Marsa Allah), fue reforzada en los
tiempos de la dominación normanda, y secularizada por los aragoneses a cuya
época pertenecen muchos de sus actuales templos.
Transitamos en soleada mañana su peatonal Casco antiguo,
desde la Puerta Garibaldi, donde en su lateral se apoya curiosa iglesia de
la Addolarata, de planta octogonal,
hasta llegar a la Porta
Nova, pasando por su potente Catedral. En su plaza, nos topamos
saliendo de la Seo donde se estaba celebrando un funeral, con un curioso grupo
de trajeados elementos del que sobresalía por su condición uno de entre ellos.
Cruzaban la explanada camino de una cafetería próxima, el más sobresaliente iba
arropado por los demás; al verle acercarse uno del interior del establecimiento
salió, y con sumisión y vehemencia le beso la mano. La escena no podía ser más cinematográfica, ni el mismo Francis
Ford Coppola la hubiera rodado mejor, Don Vito en su esencia pura..............
nos habíamos cruzado con "mafia siciliana".
Partimos de Marsala en busca de la otra mítica urbe
griego-cartaginesa, Selinunte, calificativo que le dieron los romanos a la
antigua Selinus griega, y cuyo nombre proviene de "selinon", el apio
salvaje que crece espontaneo por toda la zona.
Su ubicación a la orilla del mar sobre un acantilado, su
aislamiento y su enormidad, ya que se trata de una ciudad que llego a tener en
su época, siglo VII a.C. más de 25.000 habitantes, la convierte en uno de los
espacios arqueológicos mas importantes de todo el Mediterráneo, siendo el
yacimiento griego más grande de toda Europa. Hasta el punto que para poderlo
recorrer, están disponibles a sus visitantes unas especies de cochecitos
eléctricos, como los usados para el golf, para los que no quieran darse las
caminatas que su recorrido requeriría.
Su corta vida de apenas 200 años, entre su fundación en
el 628 y el 411 a.C. en que fue destruida, está reflejada con exactitud sobre
sus restos, prácticamente inertes, intactos descansando en el sueño de los años,
como si de un terremoto se hubiera tratado, hipótesis no descartada por algunos
historiadores, pero sin ninguna base documental. Aunque se han descubierto ocho
de sus templos y fue recuperada para la historia por el dominico Tommaso
Facello de Sciacca en 1551, sigue sin estar prácticamente escavada, eso es lo
más sugerente de ella, su mágica desolación en medio de la nada, sin
prácticamente un atisbo de humanidad a su alrededor.
Recorrer las dos colinas sobre las que se asienta la
antigua urbe, con un mar de restos de capiteles, columnas, frisos, triglifos y
otros vestigios esparcidos ante nuestra visión, con el azul marino del mar como
telón de fondo, genera una sensación de respeto, belleza, quietud y
majestuosidad a la vez. Por eso mismo, por su aspecto devastado y desolado,
genera más encanto aun su desorden, con la pura piedra que en otros tiempos
generó arquitectura, hoy tirada por los suelos entre una naturaleza salvaje, teñida ahora por la primavera con el
verdor de los campos y el amarillo de sus flores.
Solo, a la entrada del recinto, el Templo denominado "E"
de estilo Dórico y levantado en el siglo V a. C. es el único reconstruido de
todo el conjunto. Derruido en tiempos por un terremoto, se rehízo en 1960 de
una manera un tanto ortopédica, recolocando los basamentos esparcidos por el
suelo, método denominado anastilosis. Al entrar en él y dirigirnos hacia su
altar, lograremos imaginar la grandiosa estatua representando a la diosa Hera a
la que estaba dedicado que acogía en su interior.
Camino de Agrigento y 10 km. antes de llegar a ella, nos
desviamos para visitar La Scala dei Turchi al atardecer, y si bien el momento
no es el más idóneo para sacar las "instantáneas fotográficas", si lo
es para llenarse de la belleza del lugar, aunque el fuerte viento que soplaba
no fuera el mejor aliado para ello, pero aun así mereció la pena llegarse hasta
aquí, a esas horas del incipiente crepúsculo.
Las playas de Scala dei Turchi, en Punta Grande, es uno de los secretos mejor guardados de toda la isla y una de sus más bellas curiosidades, cuya originalidad radica en un fantástico y escalonado acantilado de arenisca blanca, que al atardecer se tiñe de tonos rosas. Situadas en las proximidades de Realmonte, las terrazas de La Scala son un elemento único en el paisaje siciliano. La arena de sus costas no es abundante y el acceso algo complicado, pero su visión es tan, singular y llamativa que merece la pena desviarse sólo por contemplar su entorno.
Las playas de Scala dei Turchi, en Punta Grande, es uno de los secretos mejor guardados de toda la isla y una de sus más bellas curiosidades, cuya originalidad radica en un fantástico y escalonado acantilado de arenisca blanca, que al atardecer se tiñe de tonos rosas. Situadas en las proximidades de Realmonte, las terrazas de La Scala son un elemento único en el paisaje siciliano. La arena de sus costas no es abundante y el acceso algo complicado, pero su visión es tan, singular y llamativa que merece la pena desviarse sólo por contemplar su entorno.
Llegamos a Agrigento ya en tarde avanzada, nos alojamos
en el recomendable B & B Portatenea, en el nº 2 de la
céntrica Vía Atenea, pero aun así nos dio tiempo a
transitar la parte vieja de la ciudad entre la negrura de la noche. Recorrimos
callejas, subimos y bajamos escaleras, nos acercamos hasta la Catedral situada
en lo más alto, y en verdad que alguno de sus rincones generaban respeto por su
oscuridad, había pasajes y recovecos en completa penumbra. Las sombras de personajes
dispares en sus estrechos y escalonados callejones, el indefinido color de las
siluetas y la abundancia de gentes venidas ser sur en busca de una mejor vida,
la conferían un aspecto terrífico y siniestro.
Situada encima de un roquedo con caída hacia el no muy
alejado mar, la vieja Agrigento a la que Federico II definió como la
"Città Magnifica", aun conserva gran parte de su fisonomía medieval
con edificios e iglesias de ese barroco característico que en estas tierras
abunda y que en muchos de los casos han sido edificados encima de lugares
levantados durante el predominio de la cultura griega. La Porta di Ponte, reconstruida
en el siglo XIX sobre la original del IX, nos da la entrada a la ciudad a
través de la Vía Atenea, eje principal y comercial de la urbe y donde
encontramos algunos de los edificios singulares de la población, como el Palazo
Celauro donde vivió el filosofo y escritor teutón Goethe.
Cerca de su puerto "Porto Empedocle" se halla
la población de Kaos, que pese a su "desordenado" nombre, es el lugar
donde nació y donde reposan las cenizas de Luigi Pirandello, escritor y
dramaturgo que paso su vida entre, "personajes que buscaban autor",
con "difuntos como Matías Pascal" que transitaban jubilosamente por
la campiña italiana, o diciendo a todo el mundo "así es, si así os
parece". Legándonos una impronta literaria reconocida con el Nobel de
literatura en 1934, aunque su filiación política en el partido fascista de
Mussolini, generó una gran frustración entre sus fieles lectores, así como en
la ciudadanía italiana oprimida por el siniestro dictador "facha".
Dejando la literatura aparte, lo que en realidad nos ha
traído a esta parte del sur siciliano es el Valle de los Templos (Valle
dei Templi), enclave que podría ser el mejor
conjunto arqueológico de toda Sicilia y por ende uno de los mejores de mundo
clásico, pero las reformas para hacerlo accesible al turismo de masas lo ha
convertido en un parque temático. No por ello deja de tener gran interés y
además es cómodo de visitar, pero ha perdido la magia y el misterio que rezuman
tanto Segesta como Selinunte, a las que he dedicado fundamentalmente este
articulo.
Situado en la antigua Akragas (Agrigento), fue definida
por Píndaro como “la más hermosa de las ciudades mortales". Formando por
las más añejas y mejor conservadas construcciones helenas fuera de Grecia, lo
componen una serie de edificaciones de tonos rojizos que se iluminan con el sol
del atardecer. Su recinto arqueológico, que se extiende desde la Agrigento
actual hasta las proximidades de la línea del mar, es inmenso (unas 1.300 ha.)
y aun esta en gran parte sin excavar. Siendo la expresión "valle" con
el que está denominado no del todo acertada,
pues sus edificaciones se hallan más bien en los altozanos que rodean la
antigua urbe.
El conjunto del extenso territorio dedicado a ser morada
de los dioses, está compuesto por siete monumentales templos griegos de estilo
dórico, que fueron levantados durante los siglos VI y V a. C. En gran parte restaurados, su estado de conservación
varia en como el paso del tiempo, los expolios que han sufrido y sobre todo
como han sido a afectados por los terremotos que se han sucedido a través de la
historia, hoy forman parte de los lugares declarados Patrimonio de la Humanidad
por la Unesco.
Fundada en el 580 a. C. la greco-romana ciudad mantuvo su
fastuoso esplendor hasta el 406 a. C. cuando fue sitiada y saqueada por los
cartagineses, albergado por aquel entonces unos 200.000 pobladores. Con la
posterior llegada de los romanos en el siglo III a. C. Agrigento recupero su importancia, que
posteriormente iría perdiendo hasta tu decadencia final, con el asentamiento en
ella de bizantinos y cristianos que arrasando sus paganos templos, fue
paulatinamente abandonada y transformándose en las ruinas que hoy la muchedumbre
multicolor viene a admirar.
Pasear por entre sus vestigios, bajo los destruidos
capiteles y los devastados arquitrabes, que albergaron en su día los coloridos santuarios,
es suficiente para imaginar la grandeza que tuvieron en su pasado los templos. Aunque
los más visitados sean en la actualidad, por su excelente estado de
conservación, los de Hera o Juno, que situado junto a un gran altar, domina
toda la colina con una panorámica del resto del complejo, y sobre todo el de la
Concordia, que ubicado a unos 700 m. es su inmediato. Este último es el mejor
conservado de todos, debiendo su nombre a una inscripción hallada en su
contorno, aunque se cree que debió de estar dedicado a Castor y Pólux. Bajo su
base, en las proximidades del empedrado camino que los recorre, nos encontramos
la fotogénica escultura del mitológico y abatido Ícaro.
A continuación, uno tras otro se suceden los tabernáculos
de Hércules, Júpiter o Zeus Olímpico, Hefestos, Dioscuros, Asclepios, Deméter y
Atenea, completando un recorrido por casi la totalidad de las divinidades clásicas,
que rodeados de un entorno, salpicado de floridos almendros, con los verdes
campos y el mar como fondo, convierten a este lugar en un paraje seductor.
Después de visitar este "Olimpo" siciliano, dirigimos nuestros pasos hacia el norte, a la población de Enna, para desde ella introducirnos en el "Barroco Siciliano"; pero eso será en un nuevo articulo de este periplo por la isla de los "dioses", que si os interesa puedes ver aqui .
Gracias, Pablo. Pormenorizada descripción que hace obligada una pronta visita. Un abrazo. Daniel Blanquer
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