El monasterio de San Polo y el Puente de Hierro forman parte del paisaje del río Duero a su paso por Soria.
Extraído de la publicación mensual "El Salto"
febrero 2020, escrito por Javier de Frutos.
La ciudad de Soria parece una urbe
inclinada, un entramado de calles en suave pendiente cuya vocación común es
llegar hasta el Duero. El caminante que se deje llevar por esta tendencia
terminara cruzando el rio y admirando el claustro de San Juan de Duero y los
fragmentos que han sobrevivido del monasterio de San Polo. Ese caminante hipotético
evocará los versos de Antonio Machado y de Gerardo Diego, y quizá se deje
llevar incluso hasta las leyendas sorianas de Bécquer. En estos días de
invierno, el caminante escuchará como se rompe el hielo de la escarcha bajo sus
pasos y se quedará observando el rio, que acaricia lánguido el contorno
oriental de la ciudad. Si, abstraído en la contemplación de ese lugar que
rebosa literatura, tiene la tentación de leer la leyenda El rayo de luna,
encontrará estas líneas escritas por Gustavo Adolfo Bécquer: “Sobre
el Duero, que pasa lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de
Soria, hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo convento de los
Templarios, cuyas posesiones se extendían a lo largo de la opuesta margen del
rio”.
El antiguo convento de los
Templarios recreado en la leyenda de Bécquer es el monasterio de San Polo. Del
conjunto original ha sobrevivido la iglesia. El caminante la atraviesa hoy por
un pasadizo breve, un túnel que corta el edificio. A primera hora de una mañana
del pasado mes de enero, el sol se quedaba instalado entre los muros interiores
del pasadizo. La escena parecía marcada por unos contrastes acusados de luces y
sombras y una vaga sensación de irrealidad.
El pasadizo actúa con frecuencia en
la literatura como un lugar fronterizo, propicio para los encuentros
improbables, fértil para el secreto. El pasadizo de San Polo tiene en la
actualidad un aspecto más bien prosaico, aunque, en estas líneas, prefiero pensar
que sobrevive en él la sensación de irrealidad de la leyenda becqueriana en la
que un noble persigue la visión de su amada sin sospechar que persigue tan solo
un rayo de luna. Al final del relato surge el desengaño: “Aquella
cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos; pero había
brillado a sus pies un instante, no más que un instante. Era un rayo de luna,
un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los
arboles cuando el viento movía las ramas”.
En El rayo de luna, el protagonista
termina, a ojos de sus contemporáneos, enloquecido. Pero el narrador se
desmarca de ese sentir y concluye: “A mí, por el
contrario, se me figura que lo que había hecho era recuperar el
juicio”.
Estas líneas se desmarcan también y
se deslizan ahora en un remedo de leyenda contemporánea.
Mas allá del pasadizo de San Polo,
sobre el Duero, que pasa lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las
murallas de Soria, hay un puente de hierro ya en desuso. Fue inaugurado en 1929
y su actividad ceso a finales del siglo pasado. Por el circulo el tren que unía
la capital soriana con Navarra. Hoy, una malla de metal quiere disuadir a los
visitantes de cruzarlo. Pero la malla ha sido retirada quien sabe por qué. Bajo
los pies del hipotético caminante que ose cruzar el puente de hierro se desliza
un rio helado. Avanzan con las aguas los reflejos del sol. Se insinúan restos
de hielo en las orillas. Imaginemos que el caminante se sitúa en mitad del
puente. Siente, aunque sea absurdo sentirlo, que un tren puede aparecer en
cualquier momento. Siente, aunque no sea absurdo sentirlo, el deseo de leer un
poema. Así que extrae de su bolsillo un pequeño libro de Apollinaire y lee en
voz muy alta: “Por debajo del puente Mirabeau fluye el
Sena / Y nuestro amor / Acaso el debe recordármelo / La dicha sucedía siempre a
la tristeza”. Los paseantes y corredores que, a esas
horas de la mañana, circulan por la zona lo observan con curiosidad. Pasan los
minutos, las horas. El hombre lee una y otra vez el mismo poema. "Y que
violenta siempre resulta la esperanza". Se forman corrillos alrededor del
puente. Surge la tentación de activar algún mecanismo administrativo para casos
de semejante índole. Pero como nadie sabe de que índole se trata no se activa ningún
mecanismo. Al caer la tarde, el hombre, extenuado, ya casi sin voz, lee por última
vez el poema y se va. El nutrido grupo que lo observa está convencido de haber
asistido al acto de un loco. A mí, por el contrario, se me figura que lo que había
hecho era un acto de singular lucidez.
Octavo de los artículos elaborados durante mi reclusión, internamiento y aislamiento coronavirulesco.
Octavo de los artículos elaborados durante mi reclusión, internamiento y aislamiento coronavirulesco.
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