Atrasada -por imagino más urgentes labores- esta última
entrega del periplo por Nueva Zelanda, intento con estos párrafos ponerme al
día. Y que así mismo sirva como tercero de los artículos elaborados durante mi reclusión,
internamiento y aislamiento coronavirulesco.
Después de haber dejado estas notas en el mágico fiordo de Milford
Sound, seguimos ruta cruzando en agradable y soleada mañana todo el sur de la
isla meridional neozelandesa, prácticamente de poniente a levante. Siendo aproximadamente
300 km. los que separan Te Anau de Dunedin por un terreno llano que se hace
monótono, y donde no cunden para nada conducir por estas carreteras aun sin
mucha circulación. Apenas una parada a mitad de camino en la población de Gore,
rompe esa desidia y desanimo de ese día que hará huella en mi devenir.
Estamos ya en la fase final del viaje, apenas nos quedan
cuatro días para coger el vuelo de regreso a Madrid y dedicamos la tarde,
después de habernos acomodado en el "victoriano" Wains Hotel de
Dunedin, a visitar la no muy lejana e interesante Península de Otago. Y en ella una pequeña área de protección natural (Penguin Place) ocupada en la conservación de la subespecie de "pingüino
de ojo amarillo", en la actualidad en peligro de extinción, quedando apenas
unos 5.000 - 6.000 ejemplares, todos en Nueva Zelanda. También visitamos un observatorio
de albatros (Royal Albatross Centre) que se sitúa en la
punta de la península, Harington Point.
Al regreso, sintiéndome no "muy
católico" y con una extraña presión en el pecho que no se me iba, me
llevaron al hospital. Del que salí cuatro días después con dos "stents" en la arteria circunfleja, al haber
sufrido en el Centro Hospitalario un paro cardiaco, producido por un IAM -
infarto agudo de miocardio. Mis mejores recuerdos a todos los profesionales del
"Dunedin Hospital", desde las enfermeras al equipo de cardiólogos…
GRACIAS de nuevo.
Esto produjo la
modificación sustancial de lo que quedaba de viaje (media semana), teniendo que
seguir el resto del grupo su recorrido, obligándome a estar 15 días casi "secuestrado" en este país contra mi
"frágil voluntad", pues yo me quería ir a mi casa. Llegándome a la
mente las imágenes de la película "Expreso de media noche" que, sin
punto de comparación, venían a mi recuerdo ante la desesperación de tener que
estar aquí sin venir a cuento, simplemente por los dichosos
"protocolos" de Emirates Airline, compañía aérea que tenía que
regresarme a casa, pero me obligaba a estar allí quince días.
De esta cuarentena impuesta, una tarde la dedicamos a
pasear hacia los extrarradios de la población, allí donde la huella de las
carencias humanas se deja sentir, y en donde, casualidad de la vida los rostros
y la piel de las gentes son más oscuros. Es en esta barriada del norte de
Dunedín donde se encuentra la calle "Baldwin Street", que ha ostentado el título de “ser la más empinada del mundo“, manteniendo el
titulo Guiness hasta el pasado año 2019. Tiene en su
punto más inclinado un 38% manteniendo una media de 19 º, y un 35% de pendiente. Ahora es
poseedora de ese galardón la calle "Ffordd Pen Llech", en la galesa
ciudad de Harlech, que situada en la costa del Mar de Irlanda está ubicada casi
es sus antípodas.
Otra mañana cogimos el tren en la histórica Railway Station (uno de los mejores edificios
de Dunedin), para recorrer el escarpado y espectacular desfiladero del río
Taieri, a través de puentes de hierro y túneles picados a mano hace mas de 100
años, llegando hasta la población de Middlemarch y vuelta.
Y día tras día recorriendo las calles de la población, que
la verdad es encantadora. Una y otra vez George
Street, la calle principal, donde
ya hasta los semáforos nos conocían y se abrían a nuestro paso. The Octagon plaza principal y centro de la ciudad,
que como su nombre indica de una original forma de ocho lados. El Jardín Botánico, que cruzamos varias veces, así como la
cercana cuidada Universidad, a la que pertenece el hospital. El recuerdo de las
calles empinadas en cuanto salías del centro y te alejabas del mar hacia el
interior. Para los pubs Irlandeses también hay un recuerdo agradable en mi
mente, pues son casi los únicos lugares donde comer decentemente (un secreto,
Nueva Zelanda en un país encantador con vellos paisajes, pero se come mal, mal).
Y como no podía ser de otra manera en un puerto de mar…………… realizar un crucero
por su bahía hasta Harington Point. También me viene a la
mente las fiestas navideñas, pues allí pasamos la Noche Buena y la Navidad de
2017, acompañados de amigos y familia (lo que hace la tecnología del WhatsApp), brindando con Moët &
Chandon eso sí.
Aparte de la zona "Victoriana", el otro atractivo de Oamaru son las colonias de pingüinos azules de sus proximidades. Estos graciosos pingüinos, son los más pequeños de su especie. Teniendo que esperar al atardecer o primeras de horas del anochecer para verlos en grupos por algunas zonas de la ciudad, sobre todo en los alrededores del puerto.
Pero si en algo sobresale en esta urbe
es su concepto estético del "Arte Callejero" o "STREET ART"…… sí con mayúsculas. Sus grafitis
de pulcro gusto, se extienden por decenas de fachadas, siendo un deleite ver
esa limpieza de formas y dibujos de buen hacer, en contraposición a la
ordinariez y macarrería de las que por estas latitudes se gastan nuestros
horteras, descerebrados y mancha-paredes de los de por aquí.
Un taxi nos trasladó hasta Christchurch
distantes 360 km. Durante el recorrido tuvimos la oportunidad de hacer unas
paradas en Moeraki y Oamaru, lugares por los que pasaríamos y estaban en nuestra ya frustrada ruta por Nueva Zelanda, aprovechando para verlos aunque fuera de forma rauda.
En el primero de ellos se haya la playa de Koekohe, donde se encuentran las "Moeraki Boulders", los Cantos Rodados de Moeraki. Unas extrañas formaciones
esféricas de piedra, que de forma sorprendente se encuentran en medio de la
playa como si el mar las hubiera arrastrado hasta allí, pero con la apreciación
de estas misteriosas y redondas rocas, algunas de ellas tienen varias
toneladas de peso y de un tamaño de hasta 2,2 metros de diámetro.
Narra una leyenda Maorí, que las Moeraki Boulders son calabazas que se cayeron de la mítica canoa Āraiteuru cuando ésta naufragó al tocar tierra neozelandesa, cuando realizaron su legendario periplo a estas costas desde la polinesia hace aproximadamente unos 800 años. La apreciación de los científicos, es que estas rocas están formadas por barro, limo fino y arcilla, todo ello cimentadas con calcita, en un proceso que tuvo lugar hace unos 65 millones de años, y que sus originales formas se deben a la tenaz erosión que la naturaleza las ha sometido, por parte de las olas, el aire y la arena de la playa.
Narra una leyenda Maorí, que las Moeraki Boulders son calabazas que se cayeron de la mítica canoa Āraiteuru cuando ésta naufragó al tocar tierra neozelandesa, cuando realizaron su legendario periplo a estas costas desde la polinesia hace aproximadamente unos 800 años. La apreciación de los científicos, es que estas rocas están formadas por barro, limo fino y arcilla, todo ello cimentadas con calcita, en un proceso que tuvo lugar hace unos 65 millones de años, y que sus originales formas se deben a la tenaz erosión que la naturaleza las ha sometido, por parte de las olas, el aire y la arena de la playa.
Su visión en un día soleado (que no fue el nuestro) y con
la marea baja, convierten a estas arenas marinas en uno de los lugares con mas
magia de la Costa Este de la Isla Sur de Nueva Zelanda.
Oamaru es la segunda
parada en este recorrido hacia el norte. Se trata de una tranquila y agradable población, en la que se ha mantenido su exquisito casco histórico
del tiempo en el que se instalaron en estas costas los colonos británicos. Próximo a su calle principal, donde
se encuentran los edificios más representativos, se halla un conjunto de edificios
de estilo victoriano conocido como Victorian Precint (Harbour Street). En donde
actualmente se han instalado tiendas, cafés,
librerías y restaurantes.
Aparte de la zona "Victoriana", el otro atractivo de Oamaru son las colonias de pingüinos azules de sus proximidades. Estos graciosos pingüinos, son los más pequeños de su especie. Teniendo que esperar al atardecer o primeras de horas del anochecer para verlos en grupos por algunas zonas de la ciudad, sobre todo en los alrededores del puerto.
Christchurch es la urbe más
poblada de toda le Isla Sur neozelandesa (485.000
habitantes) y sus pobladores están considerados como los mas
"ingleses" de todo el archipiélago. Su nombre significa Iglesia de Cristo,
pero esto no ha conseguido que la protección del sumo hacedor haya sido
efectiva, al contrario, como si fuera una maldición, ha sido una y otra vez
castigada por la fuerza de la naturaleza. Nueva Zelanda
se asienta entre las placas tectónicas del Pacífico y Oceanía, registrándose
unos 14.000 terremotos cada año, siendo más de la centena los que cuentan con
la suficiente potencia como para hacerse notar.
La región de Canterbury, donde se ubica Christchurch, ya
sufrió varios terremotos dañinos durante el siglo XIX y principios del XX, pero
fueron en septiembre de 2010 y febrero de 2011 los que aun tienen es su mente
los vecinos, pues sobre todo este ultimo afecto seriamente la zona. Siendo la
ciudad desbastada en parte por un seísmo de 7,1 grados de magnitud, produciendo
daños de consideración y destrucción total en 30.000 edificios, provocando la
muerte a cerca de 200 personas, con su emblemática Catedral parcialmente
destruida. En noviembre de 2016 sufrió otro terremoto de 7,8 grados, en el que fallecieron
varias personas, justo un año antes de cuando se refieren estas letras.
La vida se concentra alrededor de la Plaza
de la Catedral, donde está lo que queda de su antiguo templo neogótico, sin
saber aun que hacer con ellos, pero que genera un centro de atención, donde se
sitúan a su alrededor diversos cafés, restaurantes y hoteles
de elevada calidad. Por ella pasa el Tram (tranvía) que realiza un recorrido de
2.5 km. por los lugares más turísticos del centro de la urbe.
Por detrás de la plaza se sitúa Regent Street, una peatonal (a excepción del tranvía) calle con
edificios de estilo andaluz y llena de tiendas y restaurantes. A poca distancia
encontramos la curiosa e interesante Catedral
Provisional o Catedral de Cartón, diseñada en poco tiempo por el arquitecto
japonés "Shigeru Ban" y realizada con materiales reciclados y
resistentes a los terremotos (su techo está elaborado con tubos de cartón
procedentes de una fábrica de alfombras).
Re:Start o Container Mall, era un original y
curioso mercado donde las tiendas y cafés
estaban dentro de contenedores de metal de los que se usan para el transporte
de mercancías por mar. Pintados de diversos y alegres colores, fue abierto al
público en octubre de 2011, ante la necesidad de espacios comerciales debido al
terremoto, pero se cerró en enero de 2018. Era un lugar muy visitado por todos
los que se acercaban hasta Christchurch, dando una nota de color y animación a
la ciudad.
Recorriendo la rivera del río Avon y sus hermosos jardines llegamos a la Avenida Worcester, principal arteria de la ciudad y conexión de la Plaza de la Catedral con el Jardín Botánico. Con edificios históricos a ambos lados y el Christchurch Art Gallery (Centro de Arte de Christchurch), aun se pueden ver las huellas dejadas por el terremoto.
Recorriendo la rivera del río Avon y sus hermosos jardines llegamos a la Avenida Worcester, principal arteria de la ciudad y conexión de la Plaza de la Catedral con el Jardín Botánico. Con edificios históricos a ambos lados y el Christchurch Art Gallery (Centro de Arte de Christchurch), aun se pueden ver las huellas dejadas por el terremoto.
El Museo de Canterbury,
ubicado entre el prestigioso colegio Christ's
College y el Jardín Botánico, nos enseña y recrea parte de la historia de
la región. Pero nos atrae mes el verdor y la animación de un día soleado en Jardín Botánico, uno de los más bonitos y cuidados de toda
Nueva Zelanda. El Botanic Gardens fundado en 1863, trece años después de la fundación
de
Christchurch, es una ciudad - jardín como unos
bosques que son el pulmón de la ciudad.
No obstante, al igual que en
Dunedin, nos detenemos en cada una de las fachadas dibujadas que hay esparcidas
por toda la ciudad. Con el llamado "City
Art", es aquí también donde los artistas callejeros se han esforzado
en demostrar que ante la adversidad y las ruinas de la ciudad, se puede general
el color que dará nueva vida a las gentes, y cual Ave Fénix renacer de las cenizas.
Una lectura que hoy más que nunca debemos hacer nuestra en estos días que estamos
viviendo.
Gracias por este viaje. Preciosas fotos. Se me había olvidado que estoy enclaustrada.
ResponderEliminarGracias por este viaje. Preciosas fotos. Se me había olvidado que estoy enclaustrada.
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