viernes, 30 de octubre de 2015

- Los Fiordos del Este - Austfirðir (Islandia)

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Los parajes situados al norte del gran glaciar islandés Vatnajökull, son una inmensa desolación que se dilata prácticamente hasta la costa septentrional de la isla.  Un considerable desierto de piedra y arena fuera de lo cotidiano, pues aun estéril, está surcado por potentes ríos que los hielos forman en su derretir. Son las áridas y despobladas tierras de Ódáðahraun, el campo de lava más extenso de Islandia, que con unos 6.000 Km2. se prolonga al norte del enorme glacial. Donde se han ido acumulando sucesivas capas basálticas procedentes de antiguas erupciones, la última en concreto de principios del siglo XVIII, procedente de la caldera volcánica del Askja. Cien kilómetros a la redonda de lava, arenas volcánicas y blanquecinos ríos procedentes de los hielos perpetuos de su vecino, el otro gran desierto helado. 

Fue aquí, en Ódáðahraun, donde se entrenaron los primeros astronautas de la NASA que viajaron a la Luna, desde entonces los cineastas hollywoodenses de ciencia ficción extraterrestre o terrícola, han tomado los parajes de Islandia para realizar sus películas más insólitas. Y por aquí también, justo al sur de esta aridez y en el límite de los hielos del glacial, donde "Los   Carolos" y "El Pirracas" (compañeros en este y otros viajes, y aun así amigos) estuvieron hace 25 años filmando un documental para TVE sobre las cuevas de hielo. Cargando y descargado, transportando como mulas el material necesario para su fin, siempre supervisados por el "gran comunicador" Sebastián Álvaro, ya por aquel entonces director de "Al filo de lo imposible", e ínclito plagiador de edulcorantes, sugerentes, escalofriantes y montañiles reseñas literarias de otros autores. Como así mismo record absoluto y campeón mundial de permanecía en los campamentos base, toda vez que nunca supera esa altitud en las montañas sobre las que nos hace sus gelatinosos comentarios, haciéndonos ver que él forma parte del protagonismo de la aventura……… cual mas lejos de la realidad. Pero sigamos con el relato. 

Durante nuestro recorrido por la primera parte de esta ruta, observamos en las proximidades de la carretera una hilera interminable de grandes mojones, pétreas señales que marcaban antiguamente el camino a seguir por estos indómitos y duros parajes. No me imagino cómo se podía transitar por ellos en los tiempos pretéritos, con las extremas condiciones climatológicas de estas tierras, en medio de las nieblas, los fríos y esas incesables ventiscas que nunca dejan de amainar por estas interminables y ásperas mesetas. Estos hitos, "vörður" como se les denomina en islandés, se usaban para marcar las rutas entre alejados lugares durante los pasados siglos, siendo ubicados lo suficientemente cerca para que caminando, el siguiente siempre estuviera a la vista. También se tiene la creencia que servían para proteger a los viajeros de fantasmas, duendes, gentes fuera de la ley, "huldufolk" (gente oculta), así como de los malos espíritus; siendo normalmente ubicados en zonas muy transitadas, denominándoseles "beinakerlingar" (huesos de brujas). 

En medio de este desierto de piedras, se halla un mirador con vistas a un lugar inusual, Biskupsháls "Collado de los Obispos", una cresta de toba entre Grimsstadir y Viðidalur, delimitación entre los condados de Suður-Þingeyjarsýsla y Norður-Múlasýsla. Zona, donde al parece en el año 1106 se juntaron dos prelados, acordando ubicar allí los denominados "Biskupavörður" (mojones de los obispos), hitos que delimitarían la antigua frontera entre la zona septentrional y el este de Islandia, dividiendo el país entre las dos diócesis existentes, la de Hólar que gobernaba en la zona del Norte y la de Skálkholt al sur, marcando la separación entre los
territorios de cada uno de los obispos. Estos dos mitrados, quedaron en volver a verse de nuevo en el occidente de la isla, delimitando el resto de su territorio por el recorrido que hicieran cada uno de ellos montados en sus cabalgaduras. Partió el obispo de Skálholt a caballo tan rápido como pudo, trotando día y noche, mientras que el de Hólar se lo tomó con más calma, disfrutando del camino. Encontrándose de nuevo en el extremo sur del fiordo Hrútafjörður (al noroeste del país), quedando desde entonces, marcando allí el límite occidental de cada una de las jurisdicciones. Obviamente el obispo de Skálholt, después de haber viajado mucho más lejos, consiguió que sus territorios fueran tres veces superiores a los de su acólito de Hólar. Parece ser que posteriormente, durante el siglo XVI, un agricultor donó la misma granja a ambos obispados, provocando una nueva disputa entre ellos. La historia comenta, que nuevamente se juntaron en este lugar, en la frontera sus territorios a fin de encontrar una solución. Mientras que los dos obispos discutían sobre el asunto, sus respectivas comitivas competían en amojonar a su favor. Estos dos mojones que hay hoy en día, son los frutos de esta pugna.

La ruta que trascurre a través Möðrudalsöræfi (La tierra baldía de Möðrudals), fue la primera vía construida por el hombre en este lugar, estando marcada por mojones. Esta antigua comunicación fue sustituida en el año 2005 por el nuevo trazado de la N-1 (la ruta principal del país), dejando este tramo casi sin uso en la actualidad. 

En vez de seguir por la carretera principal, nos desviamos por este antiguo trayecto (hoy en día pista de grava denominado F901) para visitar las granjas de Möðrudalur (7,5 km.) y Sænautasel (36,5 km.). Un recorrido de prácticamente los mismos kilómetros que la Ring Road (carretera de circunvalación de toda la isla), a través de los desolados y ásperos paisajes por los que trascurre, haciendo merecedora de ser transitada. Amplios horizontes carentes de vegetación nos acompañaran desde el principio al fin de nuestro itinerario por ella. 

En Möðrudalur durante el invierno de 1918 se registró la temperatura más baja jamás tomada en una zona habitada de Islandia -38º. Hoy es un complejo agrícola-turístico al que cada vez mas aceden los autobuses de los "turoperadores" cargados de gentes multicolores a visitar y tomar un café, ante lo cual apenas paramos para hacer unas fotos. 

Continuamos por terrenos deshumanizados, áridos, estériles, duros aun en verano. Todo es vacio a nuestro alrededor, solo la altiva silueta del Herðubreið (Trono de Odín); la montaña sagrada en los mitos islandeses; que se divisa a lo lejos rompe esa incontenible visión de desasosiego. Es un mundo extinto, inanimado, yermo y a la vez mágico aun en su desolación………. es la auténtica representación de la nada. La pista se prolonga por horizontes casi infinitos, la mañana es gris y esto aun le da un tono especial, los plomizos cielos se funden con el gris del horizonte como si fueran amantes, un amor salvaje y bravío como lo son estas tierras del Ódáðahraun.
Ódáðahraun se traduce como "campo de lava de las hazañas perversas (desierto de los bandidos)", nombre que le viene por la cantidad de proscritos huidos de la ley que se confinaban allí, donde furtivos de la justicia pasaban los veinte años para que sus fechorías prescribiesen. Entre las leyendas de renegados que existen de esta zona, sobresale la de Fjalla Eyvindur y su amante Halla, que durante el siglo XVIII pasaron la veintena de años ocultados en el oasis de Herðubreiðarlindir de esta región. 

En las proximidades de la granja de Möðrudalur parte una de las pistas, que se dirige por este áspero desierto, hasta la zona de Askja. Uno de los más míticos y temibles volcanes de toda Islandia, habiendo estallado en numerosas ocasiones desde que se tiene constancia histórica de la isla. La erupción de 1875 provocó, además de centenares de víctimas, una enorme crisis económica en todo el norte islandés, tardándose muchos años en ser superada.

Askja, que en islandés significa “la caja”; toda vez que se encuentra en el centro de un macizo volcánico; es un complejo formado por tres calderas superpuestas que ocupando una superficie de 45 km2. se sitúa muy próximo al vértice norte del inmenso glaciar Vatnajókull. Tras la erupción del siglo XIX aparecieron nuevos cráteres, siendo el mas afamado y conocido el también denominado Viti (como el del Krafla, reseñado en el capitulo dedicado al Norte de Islandia). Que posteriormente inundado por los episodios volcánicos de 1961, se trasformó en un delicioso lago de azuladas aguas. Un deposito geotermal de agua a 28º de temperatura, donde es factible bañarse aun en invierno.

El relieve de esta zona es bastante variable al estar situada sobre la falla que separa las placas tectónicas norteamericana y euroasiática. La crudeza de estos territorios, sus desolados paisajes esculpidos por la acción de todos los elementos climáticos, ha potenciado que estos lugares hayan sido usados como escenarios de distintas producciones cinematográficas, entre ellas la ahora de moda "Juego de Tronos". 

Continuando por la ruta alternativa a la N-1 y en medio de este vacío, en una zona apartada de la meseta formada al norte del Askja, y a orillas del lago Sænautavatn, se encuentra la granja Sænautasel, que como otras de estas edificaciones tradicionales de los viejos tiempos; de las que ya no quedan muchas en la geografía islandesa; se encuentra totalmente cubierta de hierba y sus muros levantados con de turba, lo que le aportaba un aceptable aislamiento. Este conjunto
de interesantes construcciones fue edificado en 1843, teniendo que ser abandonada en 1875, ya que tras la erupción del vecino Askja toda la zona se recubrió de cenizas. Recompuesta de nuevo la granja en 1880, fue abandonada definitivamente en 1943- Habiendo partido a principios del siglo XX algunos de sus moradores a tierras del norte americano en busca de mejor vida.

El pastoreo y una exigua agricultura eran labores complejas en esta aislada zona, con inviernos muy duros y largos, por lo que los pastos se cortaban en los veranos, para mantener durante el crudo invierno a las ovejas hasta la primavera siguiente.

En 1992, pasado más de un siglo de la huida de sus pobladores, la granja se restauró de nuevo haciendo las veces de museo, donde poder comprobar las condiciones vividas por las gentes de estas tierras en el pasado. Un verdadero remanso de paz en medio de esta desolación, no habiendo nada a 50 kilómetros a la redonda, pero lugar, donde el viajero se puede alojar y hasta tomarse un chocolate caliente con unas tortitas elaboradas por las muchachas que ahora lo regentan. Un oasis de vida entre tanta desolación.

Los que estéis interesados en ver imágenes de estas antiguas granjas repartidas por toda la geografía islandesa podéis entra en esta pagina, para haceros idea de como fue la vida rural en otros tiempos: http://www.flicriver.com/photos/tags/turfho  



De Nuevo ya en la carretera principal y con un entorno algo más humanizado, pasamos por la catarata de Hofteigur, otra muestra más de la belleza de estos saltos de agua que nos regala esta mágica y desbordante naturaleza. Cruzamos la población de Egilsstaðir, un pueblo de servicios feo y soso, sin absolutamente nada que haga su visita interesante. Continuando conduciendo hacia el sur por la margen derecha (geográfica) del lago Lagarfljot en busca de otra de las cascadas emblemáticas del país, Hengifoss.




Para llegar hasta ella hay un buen repecho que se supera fácilmente por un agradable sendero. Los sofocos de la subida son recompensados con las esplendidas vistas que desde el recorrido se observan hacia los cuatro puntos cardinales, no sabiendo si mirar a diestra y ver como se precipita el torrente entre piedras ocres y pilares de basalto, otear a la izquierda en busca de
otras cascadas mas pequeñas, descubrir delante nuestro la grandeza de Hengifoss o relajar la vista contemplando a nuestro dorso los verdes prados por los que juguetean los plateados meandros que el rio forma hasta llegar al gran lago.

A mitad de la subida, nos tropezamos con otra catarata sorprendentemente atractiva, es la de Litlanesfoss, que se desploma encajonada entre centenares de hileras de columnas de basalto, una original y singular caída de agua que hasta ahora no habíamos visto en nuestro recorrido.

Continuando la ascensión se llega al pie de la cascada, que precipita sus aguas desde una altura de ciento dieciocho metros entre acantilados veteados de diferentes tonalidades ocres. La pendiente que hay que superar y el paseo que conlleva lograr acercarse hasta ella consiguen hacer que no sea muy frecuentada, siendo esa exclusividad, las vistas durante el recorrido para
llegar hasta aquí y la majestuosidad del escenario donde se sitúa, hacen que Hengifoss sea una de las visitas ineludibles por estas tierras.

El lago-embalse de Lagarfljot, se sustenta del río Jökulsa i Fljótsdal que desciende del cercano glaciar Vatnajökull. Recibiendo aparte de sus propias aguas, otras derivadas de grandes obras para el aprovechamiento hidráulico, provocando que el lago acumule cantidad de arenas y cenizas volcánicas, que han modificado sustancial y negativamente los entornos naturales de la zona. Al igual que el escoces Ness, este también cuanta con su propio monstruo, aquí conocido como Lagatfljotsormurinn, cuya existencia está constatada en viejos documentos. Ya de regreso, y situado en la margen derecha de la extensa lamina de agua, cruzamos por Hallormsstaðsrskógur, un bosque de abedules y abetos de buen porte, si lo comparamos con lo que hemos podido observar durante nuestro recorrido por esta isla. 

Los fiordos del Este
La costa este islandesa está formada por un buen número de fiordos (estrechos y profundos golfos creados por glaciares que en tiempos desembocan en el mar). Esta proximidad al océano, ha propiciado que las montañas que los custodian estén revestidas de un verde manto de vegetación no arbóreo. Estando sus pequeñas poblaciones, aldeas y granjas ubicadas y protegidas a la orilla del mar, generalmente al fondo del “fjörður” (fiordo). 

Para llegar a esta costa del levante islandés, en vez de seguir la N-1 por el valle de Breiddalsvik, nos desviamos entre parajes de nevadas cumbres, por la pista 939 que atravesando el puerto de Öxi pass, de apenas 550 m. de altitud, nos lleva a los fiordos del Este, mucho más dulcificados que los del poniente islandés. A pesar de las nieblas de la tarde, somos bien acogidos en el Guesthouse de Eyjólfsstaðir; antigua granja situada en Fossárdal (Valle de la cascada), al fondo del fiordo Berufjörður; donde pasamos una agradable noche. 

Amanece un esplendido día, hoy el sol quiere recompensarnos de otras pasadas jornadas no tan luminosas, y entre los verdes prados de nuestra granja de acogida, diviso frente de mí la piramidal y basáltica montana de Búlandstindur, de la que dicen es la silueta más bonita de Islandia. Ya de ruta paramos para admirar la cascada de Sveinstekksfoss, desde la cual podemos contemplar a nuestros pies el estuario que forma el rio Fossá en su desembocadura, y en su amplitud (20 km. de largo) el sereno y reposado fiordo de Berufjörður. Donde como no podía ser de otra manera en estas tierras, existe una nueva y trágica leyenda con dama incluida, Bera, de la cual le viene el nombre al fiordo. 

En la punta de la península formada por los fiordos Berufjörður y Hamarsfjördur, se sitúa la agradable población de Djúpivogur, con su coqueto puerto pesquero, lugar agradable en esta esplendida mañana para pasear un rato entre alguno de sus históricos edificios, o acercarnos al
muelle para admirar la colección "Eggin í Gledivík" (Huevos en Gleðivík). Esculturas (a escala) de huevos de aves, donde la ultima de todas es la del frailecillo.  

Justo enfrente de la población se sitúa la isla Papey (isla del fraile), cuyo nombre le viene de los frailes islandeses que se establecieron en ella, allá por el siglo VIII, antes de la llegada de los primeros vikingos. 

Desde aquí, comenzamos a circular por la costa en dirección sur, con las montañas pegadas al mar, sin casi espacio por donde trascurrir la carretera, que en algunas ocasiones se ha visto bloqueada por los desprendimientos de las inmensas pedreras que forman las laderas de las cimas inmediatas. Hacemos paradas en algunos de los pocos sitios en donde es posible hacerlo: Mirador de Dalkur, desde el que se divisa la negra playa con el mogote rocoso de lonely rock, y el mirador de Djúpavogshreppur, desde donde se divisa todo el inmenso pedregal que cae hacia el mar. Disfrutamos también de las vistas que nos regala el lugar de Hvalnes, con su cabo, faro y la enorme laguna llena de cisnes, así como de la idílica granja situada a los pies del Hvalsnesfjall. 

Casi sin darnos cuenta habíamos llegado a Statafell, a donde nos hemos acercado para ver unos de los extraños paisajes con los que nos asombran estas tierras, y aunque de nuevo el día no nos acompaña con la luz que merecemos por ir a visitarlos, es agradable pasear por este lugar. Caminamos entre barrancos y cascadas durante un buen trecho, hasta llegar a una especie de collado desde el que se divisaba en la altura el profundo y sorprendente cañón Hvannagil. Un barranco de "riolita" surcado por decenas de estratos basálticos formado por la erosión de escorrentías, y aunque huérfano de vegetación, sus rocas y pedreras nos sorprenden con unos espectaculares colores que van del negro al blanco con infinidad de matices grises, hasta los ocres, rojos, naranja, amarillos y granates se nos presentan ante nuestra vista. Abajo, al fondo de la garganta, discurre un arroyo de blanquecinas aguas con matices esmeralda, y continuando el curso encajonado de las aguas, el río se calma entre laderas de tonos ocres, verdes y
azulados.
 
Descendemos por camino pedregoso y empinado hasta el cauce del arroyo, una vez en él observamos cómo está formado por un mosaico de pequeñas piedras de mil colores, que se intensifican cuando están bañadas por las aguas del torrente. Y como un regalo por nuestra visita, el tiempo cambia y comienza la tarde a obsequiarnos con un esplendido sol. Caminamos ahora por su fondo hasta la desembocadura del barranco en lónsöræfi (desierto de Lon), refiriéndose su nombre a la enorme y baldía extensión que el río Loni ha dejado en forma de residuos, que provenientes de glacial Vatnajökull se han ido depositando durante el trascurso de miles de años. Un paisaje plano de agua y guijarros por donde la corriente juguetea formando bellos meandros. Despidiéndonos la excursión con sugerente vista del estuario del Jökulsá í Loni, vigilado por la inconfundible silueta del Brunnhorn, asemejando con su silueta el emblema de Batman.




Es hora de ir acercándonos a Hofn, donde termina la región de los fiordos de Este, pero antes y como el día se ha trasformado aun tenemos tiempo de recorrer algunos lugares interesantes y curiosos. Para ello debemos de atravesar la barrera montañosa de los picos: Kambhorn, Vestrahorn y el ya mencionado Brunnhorn, lo cual sin dificultad lo hacemos por el túnel que hace una década se ha abierto por debajo del primero de ellos. Nada más salir de este boquete en las entrañas de la tierra nos dirigimos hacia el inmediato mar, parando en el primer (y creo que único) cruce para tomar algo en el Viking Café. Aislado establecimiento de madera, con agradable ambiente y un grado de decoración hippie, situado a los pies de las impresionantes montañas junto al mar. Desde aquí se parte caminado para visitar la reconstrucción de un poblado vikingo edificado para la filmación de una película que después no se realizó.

De nuevo en el vehículo, recorremos el par de kilómetros que nos llevan hasta el Cabo Stokksnes (en realidad una pequeña y plana península), donde hay un antiguo radar de la OTAN que en tiempos de utilizó para controlar el tráfico aéreo soviético. El sitio es tranquilo, la ausencia de visitantes multicolores inexistente, y hasta se pueden observar focas en las rocas de la costa. Pero lo más espectacular son sus vistas y no hacia el mar, si no hacia el interior, donde nos agasajan los asombrosos picachos del Vestrahorn emboinados de nubes, que junto a la playa de tranquilas aguas y negras arenas formando pequeñas dunas, nos generan una sensación de inmensa atracción, hasta el punto de poder sentir el Síndrome de Stendhal, la belleza fundida a la naturaleza creando arte.

Por fin llegamos a Höfn, población rodeada casi enteramente por el mar, y aunque asentada en una gran planicie, está presidida por las mágicas montañas de las que venimos. Si a esto juntamos el inmediato océano, y la visión de las lenguas glaciares del Vatnajökul que ya se empiezan mostrar hacia el oeste, el espectáculo no puede ser más atrayente. Höfn ha sido hasta el año 1974, la población más remota de Islandia, siendo en esa fecha cuando se finalizó la carretera de circunvalación (N-1). Hasta entonces se tardaba mas de diez horas en llegar hasta ella desde Reykjavik, pues había que rodear todo el oeste, norte y este del país. Aquí, nos "albergamos" en el Höfn Hostel: grande, moderno, cómodo, agradable y limpio....... pero impersonal; prefiriendo para blandear nuestros cuerpos, las rancias y vetustas granjas donde nos hemos alojado en días anteriores; aun así, descansamos del intenso día y pasamos en él la noche. Continuando en sucesivos días nuestro periplo por la costa del sur islandés, pero eso será en un próximo capítulo.


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