miércoles, 12 de mayo de 2010

- Saladares de Atienza y Sigüenza

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La sal ha sido históricamente un elemento fundamental para los humanos desde la antigüedad, presente no solo en el agua que bebemos y en los alimentos que tomamos, necesaria para el buen funcionamiento de nuestro organismo y enriquecer al paladar lo que guisamos en nuestros pucheros. La sal ha sido, hasta el descubrimiento del frigorífico, el componente fundamental para la conservación de los alimentos, siendo objeto en tiempos pretéritos de monopolios, impuestos e incluso guerras, pudiendo llegar a ser un tipo de moneda; la palabra “salario” se deriva del pago en sal de trabajos realizados. Gandhi en la india utilizo la sal como forma de rebelarse contra el dominio Imperial Británico que tenia el monopolio de tan valioso mineral, por cierto el único que es comestible para los humanos.

Visto esto, no es de extrañar que desde las primeras civilizaciones, se buscasen sitios próximos a donde existiera para crear asentamientos estables, y en la zona en donde hoy nos toca hurgar la hay; el alto Henares, arropado por sus acólitos afluentes el río Dulce y el río Salado no se escapó de ello, concretamente este ultimo. En tierras altas de la Alcarria , entre las poblaciones de Atienza y Sigüenza, encontramos un verdadero rosario de explotaciones salineras, en total unas doce, que desde tiempos inmemoriales han sido utilizadas para obtener el preciado cristal.

La mas importante y extensa de todas estas salinas es la de Imón, de la que se cuenta que ya los romanos se proveían de ella. Hay referencias sobre su provecho en el siglo X, utilizándola los reyes de entonces para conceder prebendas a clérigos y nobles. Alfonso VI concretamente concedió en 1139 al obispado de Sigüenza su explotación, bastantes años mas tarde, en el siglo XVIII Carlos III, el rey alcalde, fue el verdadero impulsor y modernizador de este salar, obras de aquel entonces que aun hoy se mantienen en pie.

Fueron las de Imón no solo las mas importantes salinas de la zona, junto con las de La Olmeda, Gormellón, Bujalcayao y Carabias; eran por entonces la mayor industria de sal de toda la península, hasta la puesta en marcha las de Torrevieja en Alicante.

Para darnos una idea de su dimensión, abarcan una extensión de unas 12 hectáreas (unos 12 campos de fútbol), cuenta con cinco norias para la extracción de agua, de las que se conservan cuatro, existen tres grandes almacenes para la sal y enseres de mas de mil metros cuadrados cada uno, recocederos, calentadores y unas mil albercas donde se almacena el agua y donde se deseca para la obtención de la sal, de las que salían al año mas de 3.600 toneladas, un 7% de la producción de toda España en el siglo XVIII.

La obtención de sal en Imón finalizó en 1996, siendo abandona su explotación en el año 2002. Hoy lo que nos queda de aquellos años de intensa actividad son solo las ruinas de sus almacenes, pozos y secaderos desvencijados condenados al olvido, así como el abandono de acequias, canales y albercas que aunque se mantienen en mejor estado, no dejan de causarnos una sensación de desidia y dejadez. Hoy esta singular devastación, que sin embargo no deja de causarnos encanto al enseñarnos su desnuda hermosura, han sido declaradas por la Junta de Castilla la Mancha como Bien de Interés Cultural.

Una cancioncilla popular de la aldea nos deleita los oídos:

No hay carretera sin puente,
desierto sin arenal,
ni muchachita en Imón
que no tenga gracia y sal.

Imón es hoy una pequeña aldea de solo 40 habitantes, que sobrevive en parte de las instalaciones turísticas creadas por el interés de sus saladares.

Bien merece una visita sosegada este trozo de Alcarria, que además de sus laminas saladas de Imón, Rienda y La Olmeda, nos depara sorpresas como Riva de Santiuste donde los ojos, nos llevaran lejos la vista desde su altivo castillo de origen musulmán, o la pequeña aldea de Pozancos, situada en un estrecho valle, encontrándonos arropada su iglesia románica del siglo XIII, donde esta sepultado Martín Fernández otro Arcipreste de Hita, pero no Juan Ruiz el del “Libro del Buen Amor” del que no se sabe ni donde ni cuando nació, ni donde ni cuando murió y ni siquiera si era Arcipreste, al que algunos le creen enterrado en el monasterio de San Francisco de la capital alcarreña, pero nunca en Pozancos, como aseveran informaciones que he podido comprobar, faltas del mínimo rigor histórico.

También hay que recorrer las calles de Palazuelos, totalmente rodeado por sus más de dos kilómetros de muralla del siglo XV, que le hacen llamarse la “Ávila alcarreña”. Castillo y murallas fueron mandadas construir por Iñigo López de Mendoza, primer Marques de Santillana y asemejan en su estilo, solo en su estilo al de Manzanares el Real (Madrid). Muy cerca de esta población, tan solo a 1,5 km. encontramos una nueva y magnifica sorpresa, Carabias, pequeña población pero que acoge en su interior una iglesia románica del siglo XIII con un hermoso atrio porticado, único en toda la provincia, un lujo para nuestras vistas.

Al mismo tiempo invitaros a de recorrer la traza urbana de las siempre interesantes e historicas localidades de Atienza y Sigüenza, la primera con su auténtico sabor medieval en sus calles y plaza, de la del Doncel que decir, disfrutar de un paseo por sus empinadas calles a la sombra de su soberbio castillo.

Con el sabor en los labios de la sal regalada por esas tierras del norte de Guadalajara, medito sobre la vida de los que durante años acarrearon ese mineral a gran parte de las dos Castillas.

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