De siempre al viajero le ha gustado recorrer nuestro vecino país, son ya unas cuantas las veces las que ha traspasado la línea imaginaria de sus fronteras, sus ojos y su sentir han paseado por ciudades, costas, sierras, norte, sur; pero le faltaba la asignatura del Alentejo, ese interior pobre y atrasado que decían entonces, y que ya no lo es, donde Álvaro Cunhal conseguía sus votos comunistas, como salen de sus llanuras doradas los granos de trigo que alimentan el país.
El Alentejo (mas allá del Tajo) es algo más, un secreto desconocido en el interior de Portugal, un descubrir historias casi olvidadas, un descanso a la vista de los ojos, un transitar pausado por sus pueblos, una luz especial en el blanco de sus construcciones.
Fortificadas sus poblaciones colindantes a las nuestras por miedo a Austrias y Borbones, buscando en la historia los aliados precisos para que su eterno recelo no se hiciera realidad, así fueron unas veces amigos de galos y otras de sajones y como nada es gratis, estos últimos, como ha ocurrido en la historia de los tiempos se quedaron con el control de gran parte de su comercio, del que todavía quedan muestras en la titularidad de las bodegas del apreciado vino de Oporto.
Comienza nuestra aventura adentrándonos en él por el norte de Huelva, la Serra da Adiça hace de frontera natural, recorremos una treintena de kilómetros por un territorio casi despoblado, al final del cual el viajero tropieza con la muralla-acueducto de Serpa, en su interior un mundo sin coches, un paseo tranquilo que recorre sus calles estrechas de un blanco a rabiar, plazas recoletas, el Palacio de los Melos y la primera cerveza fría.
Continuamos recorriendo la llanura hasta Beja, capital del Bajo Alentejo a la que Julio Cesar denomino Pax Julia, por firmase allí el final de la guerra entre romanos y lusitanos, la cuidad de Mariana Alcoforado, la monja espistolaria que nos regaló unas cartas de amor en el siglo XVII, calificadas como la mayor expresión de amor y pasión jamás escritas, sobre las cuales ya me he referido en otro apartado de este blog.
En Beja el viajero pasea por la noche, idónea para refrescar y sosegar su ajetreado día, recorre calles y plazas en compañía del silencio, la noche es la dueña de esta ciudad, de noche es como verdaderamente se la puede conocer.
Beja esta situada en un cerro desde el que se divisa gran parte del sur alentejajo, planicie dorada de cereales campos, verdadera alhóndiga de todo Portugal. Aparte de visitar el antiguo Convento de la Concepción (hoy convertido en Museo Regional) y mirar por la ventana donde la monja Mariana recibió los efluvios de Eros, debemos de pasear sus calles dejándonos llevar por sus rincones, tomar algunos de sus deliciosos dulces en la pastelería Luiz da Rocha, situada la peatonal rua Capitao Joao Francisco de Sousa, 63 y visitar su Castillo ascendiendo los 197 escalones de su Torre Menagem, la mas alta de todo Portugal, desde donde la visión es completa y espléndida, destaca el viajero; pues es curioso a los signos de cantería; que en las piedras de esta torre ha encontrado las mejores firmas de cantero de las que sus fisgones ojos han podido admirar nunca, por variedad y originalidad.
Podemos aprovisionar nuestro maltratado cuerpo después de tanto escalón en el restaurante Alentejano, Largo dos Duques de Beja, 6 y 7, próximo al Convento y buen sitio para aparcar, donde los platos son abundantes y bien preparados, no olvidar aquí que el bacalao es el plato nacional de Portugal.
Parte el viajero en busca de la Villa luso-romana de Pisoes, localizándola en una finca agrícola a pocos kilómetros al suroeste de Beja, fue descubierta por casualidad durante unos trabajos agrícolas en l967, es de una gran importancia sobre todo por sus cromáticos mosaicos, en los que destacan las figuras geométricas, florales, de pájaros y uno muy interesante con un pez y una culebra. Una rustica alentejaña de complicado acento que sorprendió cocinando un guiso “a fuego” en su patio, le brindó la entrada, dándole al viajero la bienvenida a este trozo visual de la historia, entre el olor intenso de las rosas que a su alrededor se dejaban mostrar.
De nuevo cruzar Beja para encaminarse a Moura, desvío en Vidigerira y una recta interminable por campos de olivos nos sitúa en Moura, olivos que producen el mejor aceite de todo el país. Aquí la segunda cerveza fria y un paseo tranquilo por sus blancas callejuelas iluminadas de esa luz especial con la que El Alentejo regala al viajero. Tiene Moura desde la lejanía unas potentes murallas y una importante Torre del Homenaje, vecina a ella la Torre de Salúquia, desde donde cuenta la leyenda se lanzo la princesa mora para evitar su deshonra, pues abrio las puestas de la fortaleza a los soldados lusitanos confundiéndoles con la comitiva de su novio. La Iglesia de San Juan Bautista destaca a la entrada de la población por su color albero y su original balcón en la torre campanario, justo frente a de ella, situada próxima a la entrada de las Termas y el Jardín Municipal, encontramos la Fuente de las Tres Bicas, construida en piedra de lioz, mármol y mortero de cal.
Moura es un buen sitio para reponer vituallas, aquí encontramos buenas tiendas de chacinería y un buen restaurante, O´Ideal en la rua Serpa Pinto, 12, del que el viajero destaca el Povo a Lagarreiro (pulpo guisado con patatas y cebolla) y Feijoada (guiso de judías blancas, patatas, carne de cerdo, oreja, pata, costillas...................etc.) los dos platos muy bien cocinados y a destacar su abundancia, aquí el viajero se regaló como digestivo un aguardiente dorado por los años.
Camina ahora hacia el norte camino de Mourao por la margen izquierda del embalse de Alqueva que aquí forma el río Guadiana, atravesando pequeñas poblaciones agrícolas y dos potentes viaductos que salvan sendos istmos de la represa, llegando a la pequeña población con sus típicas chimeneas redondas de incuestionable origen árabe. Mourao esta situada a solo seis kilómetros de la frontera española y por lo tanto lugar estratégico en todas las refriegas históricas; quiero recordar aquí que no hace muchos años, alguno mas de 200, Manuel Godoy, nacido en Badajoz, Príncipe de la Paz y favorito del Rey Carlos IV (quinto de los Borbones), se anexionó por la fuerza la ciudad lusa de Olivenza el 6 de junio 1801 durante la llamada Guerra de las Naranjas, esta ciudad está situada a 24 kilómetros de Badajoz y no muy lejana a la que hoy el viajero le toca visitar. Hoy todavía Portugal no reconoce la soberanía española sobre este territorio, aunque tampoco hace de esta reclamación una cuestión de estado. Que curioso, enemigos eternos nuestros, hoy sus habitantes de forma mayoritaria no les importaría pertenecer a un estado común ibérico.
El Alentejo (mas allá del Tajo) es algo más, un secreto desconocido en el interior de Portugal, un descubrir historias casi olvidadas, un descanso a la vista de los ojos, un transitar pausado por sus pueblos, una luz especial en el blanco de sus construcciones.
Fortificadas sus poblaciones colindantes a las nuestras por miedo a Austrias y Borbones, buscando en la historia los aliados precisos para que su eterno recelo no se hiciera realidad, así fueron unas veces amigos de galos y otras de sajones y como nada es gratis, estos últimos, como ha ocurrido en la historia de los tiempos se quedaron con el control de gran parte de su comercio, del que todavía quedan muestras en la titularidad de las bodegas del apreciado vino de Oporto.
Comienza nuestra aventura adentrándonos en él por el norte de Huelva, la Serra da Adiça hace de frontera natural, recorremos una treintena de kilómetros por un territorio casi despoblado, al final del cual el viajero tropieza con la muralla-acueducto de Serpa, en su interior un mundo sin coches, un paseo tranquilo que recorre sus calles estrechas de un blanco a rabiar, plazas recoletas, el Palacio de los Melos y la primera cerveza fría.
Continuamos recorriendo la llanura hasta Beja, capital del Bajo Alentejo a la que Julio Cesar denomino Pax Julia, por firmase allí el final de la guerra entre romanos y lusitanos, la cuidad de Mariana Alcoforado, la monja espistolaria que nos regaló unas cartas de amor en el siglo XVII, calificadas como la mayor expresión de amor y pasión jamás escritas, sobre las cuales ya me he referido en otro apartado de este blog.
En Beja el viajero pasea por la noche, idónea para refrescar y sosegar su ajetreado día, recorre calles y plazas en compañía del silencio, la noche es la dueña de esta ciudad, de noche es como verdaderamente se la puede conocer.
Beja esta situada en un cerro desde el que se divisa gran parte del sur alentejajo, planicie dorada de cereales campos, verdadera alhóndiga de todo Portugal. Aparte de visitar el antiguo Convento de la Concepción (hoy convertido en Museo Regional) y mirar por la ventana donde la monja Mariana recibió los efluvios de Eros, debemos de pasear sus calles dejándonos llevar por sus rincones, tomar algunos de sus deliciosos dulces en la pastelería Luiz da Rocha, situada la peatonal rua Capitao Joao Francisco de Sousa, 63 y visitar su Castillo ascendiendo los 197 escalones de su Torre Menagem, la mas alta de todo Portugal, desde donde la visión es completa y espléndida, destaca el viajero; pues es curioso a los signos de cantería; que en las piedras de esta torre ha encontrado las mejores firmas de cantero de las que sus fisgones ojos han podido admirar nunca, por variedad y originalidad.
Podemos aprovisionar nuestro maltratado cuerpo después de tanto escalón en el restaurante Alentejano, Largo dos Duques de Beja, 6 y 7, próximo al Convento y buen sitio para aparcar, donde los platos son abundantes y bien preparados, no olvidar aquí que el bacalao es el plato nacional de Portugal.
Parte el viajero en busca de la Villa luso-romana de Pisoes, localizándola en una finca agrícola a pocos kilómetros al suroeste de Beja, fue descubierta por casualidad durante unos trabajos agrícolas en l967, es de una gran importancia sobre todo por sus cromáticos mosaicos, en los que destacan las figuras geométricas, florales, de pájaros y uno muy interesante con un pez y una culebra. Una rustica alentejaña de complicado acento que sorprendió cocinando un guiso “a fuego” en su patio, le brindó la entrada, dándole al viajero la bienvenida a este trozo visual de la historia, entre el olor intenso de las rosas que a su alrededor se dejaban mostrar.
De nuevo cruzar Beja para encaminarse a Moura, desvío en Vidigerira y una recta interminable por campos de olivos nos sitúa en Moura, olivos que producen el mejor aceite de todo el país. Aquí la segunda cerveza fria y un paseo tranquilo por sus blancas callejuelas iluminadas de esa luz especial con la que El Alentejo regala al viajero. Tiene Moura desde la lejanía unas potentes murallas y una importante Torre del Homenaje, vecina a ella la Torre de Salúquia, desde donde cuenta la leyenda se lanzo la princesa mora para evitar su deshonra, pues abrio las puestas de la fortaleza a los soldados lusitanos confundiéndoles con la comitiva de su novio. La Iglesia de San Juan Bautista destaca a la entrada de la población por su color albero y su original balcón en la torre campanario, justo frente a de ella, situada próxima a la entrada de las Termas y el Jardín Municipal, encontramos la Fuente de las Tres Bicas, construida en piedra de lioz, mármol y mortero de cal.
Moura es un buen sitio para reponer vituallas, aquí encontramos buenas tiendas de chacinería y un buen restaurante, O´Ideal en la rua Serpa Pinto, 12, del que el viajero destaca el Povo a Lagarreiro (pulpo guisado con patatas y cebolla) y Feijoada (guiso de judías blancas, patatas, carne de cerdo, oreja, pata, costillas...................etc.) los dos platos muy bien cocinados y a destacar su abundancia, aquí el viajero se regaló como digestivo un aguardiente dorado por los años.
Camina ahora hacia el norte camino de Mourao por la margen izquierda del embalse de Alqueva que aquí forma el río Guadiana, atravesando pequeñas poblaciones agrícolas y dos potentes viaductos que salvan sendos istmos de la represa, llegando a la pequeña población con sus típicas chimeneas redondas de incuestionable origen árabe. Mourao esta situada a solo seis kilómetros de la frontera española y por lo tanto lugar estratégico en todas las refriegas históricas; quiero recordar aquí que no hace muchos años, alguno mas de 200, Manuel Godoy, nacido en Badajoz, Príncipe de la Paz y favorito del Rey Carlos IV (quinto de los Borbones), se anexionó por la fuerza la ciudad lusa de Olivenza el 6 de junio 1801 durante la llamada Guerra de las Naranjas, esta ciudad está situada a 24 kilómetros de Badajoz y no muy lejana a la que hoy el viajero le toca visitar. Hoy todavía Portugal no reconoce la soberanía española sobre este territorio, aunque tampoco hace de esta reclamación una cuestión de estado. Que curioso, enemigos eternos nuestros, hoy sus habitantes de forma mayoritaria no les importaría pertenecer a un estado común ibérico.
Mourao, blanca también como el resto de sus vecinas, esta asentada en la ladera de una colina donde se emplaza su fortaleza medieval, sufriendo los efectos del terremoto de 1755 que hicieron diseñar de nuevo su trazado urbano y consolidar la estructura defensiva de su fortificación.
Tercera cerveza fría en esta población de origen Templario totalmente amurallada, donde la magia esta latente en el paso de los tiempos, fuerzas telúricas hicieron que por allí se asentaran pueblos primitivos. Puertas, baluartes, siete iglesias tiene (casi mas que su población), la Plaza Vieja presidida por una picota del siglo XVIII y su magnifico castillo tutelado por la Torre del Homenaje, fortín donde templarios batían sus espadas, hoy convertido en coso taurino de lucha desigual entre hombre y toro; desde sus bastiones la vista es excelente, las capturadas aguas del gran río por oriente, las llanuras salpicadas de alcornoques y olivos por poniente, todo desde allí es puro horizonte lejano, la luz al atardecer se nos hace especial.
Pero el viajero tiene que continuar su transitar para encontrarse con la capital del alto Alentejo, Evora es parada más que obligatoria, declarada patrimonio de la UNESCO en 1986 comprende mas de 300 edificios singulares de valor histórico, rodeada de murallas de distintas épocas, se alza vigilante encima de una colina. Sin duda el Templo de Diana es el símbolo de la ciudad, ubicado en medio de una plaza y muy próximo al Convento dos Loios, hoy convertido en Pousada (Parador), fue edificado por los romanos en el siglo II, habiéndose utilizado posteriormente como matadero hasta el año 1870, altivo y elegante desafía los atardeceres que desde sus proximidades el astro Sol nos regala, pero Evora es algo mas, tiene vida dentro de sus almenados muros, sus estrechos y empinados barrios de Morería y Judería, su acueducto urbano utilizado como fachada de algunas casas, su Catedral, su ilustre, coqueta y jesuítica Universidad do Espírito Santo, renacentista del siglo XVI, a la que el viajero tiene que entrar para ver su hermoso claustro barroco, pero sobre todo la viveza de su Plaça de Giraldo, centro de la urbe, organizadora de su tramado urbano y del ajetreo cotidiano de sus prójimos, lugar de reunión y charlas, de soleadas mañanas y tranquilas tardes, de cafeterías y soportales, de ires y venires de gentes multicolores, todo nos lleva a ella, amplia y elegante, configura la ciudad.
No podemos de dejar de visitar la Iglesia de San Francisco, un templo más sería de no poseer la Capela dos Ossos (Capilla de los Huesos), construida por tres monjes en el siglo XVII para demostrar la brevedad de la vida, todo su interior esta revestido con calaveras y huesos de 500 monjes de la comunidad capuchina, a su entrada leemos, ”Nós ossos que aquí estamos, pelos vossos esperamos” (Nosotros, huesos que aquí estamos, a los vuestros esperamos), no se trata de un ejemplo único del uso osario en la confección de estos tenebrosos y sugerentes escenarios, la de Campo Maior también en el Alto Alentejo, distrito de Portalegre, muy próxima a la linde con la provincia de Badajoz y al sur en el Algarbe podemos encontrar otra de dimensiones mas reducidas en Faro, ejemplos de esta macabra arquitectura encontraremos también en la Iglesia Capuchina de la Inmaculada Concepción de la Vía Vénetto en Roma, la existente en la ciudad de Brno en Chequia, así como el museo del holocausto en Ruanda y el Memorial del Genocidio Jemer en Camboya.
Para terminar la jornada os recomiendo bajar desde la Paça de Giraldo por la rua Serpa Pinto hasta el final, y torciendo a diestra antes de cruzar la muralla, enfilar la calle rua dos Peneros hasta encontrar en el nº 6 el restaurante Don Joaquim, os recomiendo los filetes de solha recheados con camarones y broculos, seguro que me agradeceréis esta reseña,............ buen apetito.
Desde aquí el viajero enfila el camino patrio y retorna a su cotidianeidad, dejando para otras ocasiones, otros lugares y otras gentes pendientes de ser visitados en otra ocasión, de este Alentejo portugués tan próximo y desconocido.
Cuando se leen tus reportajes, dan ganas de salir corriendo de viaje. De nuevo gracias por llevarnos en tu mochila. Carlota
ResponderEliminarEstimado Pablo: Fantásticas tus fotos y muy acertada y alentadora tu visión del Alentejo, pero hay algo que no has dicho y es de justicia señalar:
ResponderEliminarLa envidiable limpieza de las calles de sus ciudades y aldeas. ¿A que te diste cuenta? Carmen