En templada mañana de soleado marzo y con la intención de tomar un café en la Venta Nueva (imposible por ser domingo día de descanso de su personal), nos dirigimos hasta Aldehuela de Calatañazor, donde ya tomamos la ribera del Milanos hasta la entraba del pequeño barranco siguiendo la ruta que conduce hasta la aldea de La Cuenca. Como a mitad de camino entre las dos poblaciones se situaba Parapescuez o Parapescuezos caserio que, habiendo pertenecido a la Comunidad de Villa y Tierra de Calatañazor, dejo de existir en tiempos muy remotos pues ni de ello se encuentra constancia, apareciendo aun como aldea en el mapa confeccionado por Tomas Lopez de 1783. Aventurándose algunas fuentes a datar su despoblación allá por la Edad Media, apenas 300 o 400 años posteriores a su creación, al repoblarse en “presura” estas tierras al norte del Duero durante la primera mitad del siglo X.
Próximo al lugar donde desembocan el arroyo de Valdenarros y el Río Viejo, prácticamente en la linde de las dos poblaciones, y al comienzo (aguas arriba) del barranco que conforma la Peña de las Haceruelas; curiosamente coronada por una de esas múltiples, vetustas y centenarias cruces que podemos observar a la entradas de estas aldeas, haciendo en tiempos más piadosos las veces de conjuraderos y espantadores de tormentas; encontramos en buena ubicación, llanada y solanera, lo que fuera la aldea de Parapezcuez. Habiendo en el pasado quien recordaba la antigua certidumbre de que en el interior de la iglesia había un mojón que separaba los dos términos municipales, de tal manera que la nave pertenecía a La Aldehuela y el altar con la capilla mayor a La Cuenca.
De la extinta aldea solo queda un diseminado de piedras caídas por doquier cubiertas en parte por la maleza y el musgo, restos que debieron pertenecer a sus casas y corrales, hoy invadidos por la potente vegetación. Solo en pie vislumbramos algo de los muros norte y oeste, así como el arranque del ábside de lo que fuera su templo parroquial, posteriormente ermita dedicada a San Miguel Arcángel, el resto de la iglesia son piedras amontonadas a ras de suelo entre las cuales ya han salido alguna que otra poderosa sabina, todo rodeado de aislados campos de labor, rodales de enebros, rapaces surcando los cielos y el murmullo de las aguas de cercano regato que discurre próximo.
Un rústico cartel de madera, situado en las proximidades de lo que fuera su cabecera, nos informa del lugar, eso sí con un novedoso y computerizado código QR.
Nos encontramos frente a uno más de esos casos, -desafortunadamente tan abundantes en la geografía soriana, de desidia, olvido, desinterés, abandono y hastío, ya no históricamente, también en la actualidad-, de dejar caer y arruinarse arquitecturas y edificaciones de casi 1.000 años, como ocurre con este templo que fue catalogado como singular dentro del temprano románico rural soriano de las primeras décadas del siglo XII. La sobria y humilde construcción de Papapescuez, fue en realidad una interesante iglesia erigida según las pautas de este tipo de primitiva arquitectura que, entre espolios, escombros y abandonos, a veces nos presenta algunas escondidas joyas más propias de estar en museos que situadas en recónditos lugares perdidos en medio de la nada.
Pequeño pero singular y primitivo templo, erigido bajo incuestionable líneas de raíces musulmanas, de la que nos queda la completa descripción realizada por Juan Antonio Gaya Nuño en su trabajo sobre el Románico Soriano de 1934 (tesis doctoral publicada en 1946). Siendo el de Tardelcuende de los pocos estudioso que la conoce en aun en pie, aunque el templo ya se encontraba desatendido, en cuestionable estado de conservación, desacralizado y usado como taina de pastoreo, lo que no le restaba un gran interés artístico, tanto que, el investigador la calificó como una “obra excepcional del románico soriano”. Aunque hay otros expertos que la datan en tiempos anteriores al románico, suponiendo “una pervivencia de formas adaptadas aún al rito hispánico desarrollado por la cultura mozárabe anterior al siglo XI”.
Por medio de la exposición que nos traslada Gaya Nuño, se trataría de un humilde edificio en el que trabajaron maestros canteros de técnica no muy refinada. Siendo su analogía con el resto de los templos de la comarca de Calatañazor bastante notoria, sobre todo por lo que a los motivos decorativos se refiere. Estaríamos ante una edificación de referencias similares a las iglesias que se erigieron por la zona entre los siglos XII y XIII. Manuel Blasco Jiménez (maestro, republicano y federalista), que nacido en Lubia cuando el siglo XIX cumplía su primer tercio, nos describe escuetamente su posible influencia con las formas constructivas de los alarifes islámicos "con todos los caracteres de procedencia árabe", sin tener constancia de su raciocinio, pero siendo el primero que comenta sobre ella.
También por Gaya Nuño, sabemos cómo era el excepcional y singular arco triunfal del templo, así como una detenida y meticulosa reseña del edificio. Trasladándonos el insigne estudioso la referencia en darlo realmente a conocer, resaltando su importancia con los ejemplos de ábside cuadrado y su origen islamizante, colocándolo en el índice de las singularidades románicas provinciales. Siendo a través de los párrafos de gran intelectual soriano, de la fotografía que le prestó Blas Taracena (única existentes de la iglesia y realizada por el arqueólogo en abril de 1933) junto a unos bocetos de su planta; quien informó a Gaya de la existencia de la edificación; como podemos hacernos una imagen de su apariencia, creando figurada reconstrucción de cómo fue en su esplendor San Miguel de Parapescuez.
A través del texto de Gaya Nuño, conocemos que estuvo edificada en mampostería, salvo el muro sur donde se abría el acceso al templo, todo el de sillería, así como los vértices de la edificación. Con cubierta de madera a dos aguas, poseía una única y muy sencilla nave y capilla mayor con ábside cuadrangular (este protegido con bóveda de cañón), que separados por el original y ya relacionado arco triunfal (similar al de Nafría la Llana) de cuatro arquivoltas, dos lisas y dos decoradas con bocel y hojas dobles (bifolias), más parecía la entrada principal.
Esquema arquitectónico que Gaya relacionaba con la vieja liturgia cristiano-mozárabe, pudiendo separar la capilla mayor del resto de la iglesia con un cortinaje para algunos rituales concretos. Original es también la representación existente encima de este arco donde se situaban las imágenes talladas de tres dadivosos “padrinos” tácitamente identificados con los Reyes Magos, que guiados por una margarita, los dirigía hacia Belén a modo de estrella.
La portada se componía por cinco arquivoltas de medio punto, tres de ellas lisas, otra con tallos ondulantes y una más, de particular interés, con cabezas femeninas y masculinas dispuestas en el sentido de la curva. Cuando Gaya la visitó, aún quedaban restos de dos ventanitas que iluminaban el interior. La del frente del ábside tenía tres piedras que formaban las dos jambas con columnitas incisas y una arquivolta semicircular con tímpano. La ventana del frente sur era similar, solo que en ella el tímpano se sustituyó por una pieza rectangular. En el alero exterior nos mostraba una sencilla cornisa con un variado conjunto de canecillos de tosco cincelado. En resumen, una humilde construcción, pero excepcional ejemplo del más del representativo Románico Soriano.
A través de la interesante novela del bien renombrado Juan Antonio Gaya Nuño “El Santero de San Saturio” (muy aconsejable su lectura), podemos hasta conjeturar de la existencia durante la primera mitad del siglo XX de un “santero” en el lugar, al que acudió el “ínclito” del patrón soriano para tantearle sobre la creación de un sindicato de tan original y piadosa labor. Pero el de Parapescuez ya se había convertido en pastor, oficio que le había mejorado su sustento, ya que estaba cansado de pasar hambre, además de contestarle…….. “eso de ser santero era oficio de vagos, y puesto lo era y no quería trabajar, se estuviese quieto en Soria y no anduviese sonsacando a otros infelices”.
Todavía queda constancia escrita, recodando de cuando a principios del siglo XX cada 8 de mayo (aparición del arcángel San Miguel), los vecinos de La Cuenca y Aldehuela se congregaban en torno a la ermita para celebrar misa y compartir meriendas. Esta romería, recuperada en parte durante algunos años del actual siglo, se había perdido ya hacia los años 30 del pasado, cuando ya no se celebraba ninguna acción religiosa, aunque el templo se encontraba intacto. Posteriormente, ya a mitad del siglo pasado, cuando comenzó el éxodo de estos lugares y el olvido comenzó a teñir estas tierras, la ermita aun en pie empieza a sufrir el abandono, habiéndose trasladado la imagen de su patrón a casa de un vecino, siendo usada por los pastores de la zona como lugar de resguardo en caso de tormentas, convirtiéndose en una majada más de las existentes en los alrededores.
Ya barruntaba Gaya Nuño que, debido a su valor artístico, así como por lo aislado de su situación, los “cazadores de recompensas” y “amigos del fácil dinero”, reparasen en ella para mejorar sus espurios ingresos. Siendo la opinión de este erudito y conocedor del arte soriano, sobre el incierto futuro de este enclave y las amenazas que sobre él podían recaer eran más que supuestos, pudiendo convertirse en opciones avaladas por sus grandes conocimientos y las experiencias ya vividas con otras interesantes edificaciones y elementos desaparecidos o esquilmados: pinturas de San Baudelio en Casillas, derribo de la Iglesia de San Esteban en San Esteban de Gormaz y espolio de sus pinturas, portaba del templo de La Perera (despoblado del sur soriano), robos de los capiteles en Boós y Osonilla, así como columnas y capiteles en la ermita de N. S. de la Calzada en Brias, robo del retablo de la iglesia de San Bartolomé en La Barbolla, y al menos tres estelas discoidales que se hallaban depositadas al fondo de la nave en 1999, derribo de la iglesia de San Clemente en Soria, demolición de la Torre del Puente de Gormaz, espolio de las pinturas murales de San Pedro de Arlanza, espolio del claustro en el Monasterio de S. M. la Real de Sacramenia……………… así una lista con la que podría rellenar unos cuantos folios más.
Y la suposición se hizo realidad en febrero de 1964, cuando fue vendida por sus propietarios, la “clerecía” soriana de la diócesis de Osma-Soria, representada en aquel entonces por el “nocivo” obispo Saturnino Rubio Montiel, por el montante de 50.000 pesetas, sabedor el mitrado de la gran calidad artística y elevado valor que la ermita tenía. En una decisión sin el más mínimo pudor por el interés del templo, pero pletórico de indolencia por el patrimonio del que se creía dueño, siendo los vecinos más próximos quienes durante siglos dieron vida a estas piedras y por lo tanto los merecedores de su propiedad. El escarnio, contó además con el visto bueno de las autoridades del momento, ¡cómo no!, la Comisión Provincial de Monumentos. Gentes capitalinas “de bien” que dieron el plácet a la operación, remarcando la buenaventura de la venta por haber salvado de la ruina un apreciado templo, todo en un lenguaje edulcorado de buenas palabras como es costumbre en tan piadosos personajes de aquel entonces.
La prensa del momento (plena dictadura de Franco) aplaude la decisión como si se tratara de la única forma de salvación del enclave, no hubo oposición critica. Tanto “Campo Soriano” como “ABC”, perennes de la prensa escrita soriana por entonces, se hacen eco en ese sentido. También la “Gaceta del Norte”, referente informativo de la capital bilbaína, quien refleja el 26 de febrero de 1964 la noticia de la compra-venta, resaltado su traslado a tierras de Vizcaya con el posible uso para Museo de Arte Contemporáneo. Si revisamos en la Fototeca Digital de Centro Nacional de Información Geográfica (CNIG), el vuelo americano serie B de los años 1956-1957, podemos observar como la edificación no se encuentra en “inminente ruina”, motivo que se esgrimió para su venta.
La compra fue consumada, entre finales de 1963 y principios de 1964, por el empresario castreño Vicente Elosua Miquelarena, destacado empresario de la minería vizcaína, así como distinguido miembro de una saga conocida no solo por sus negocios, también por su gran inclinación a la adquisición de bienes artísticos. Siendo su intención trasladarla hasta una heredad de su propiedad situada en la población de Ciérvana, situada frente al mar sobre la margen izquierda de la Ría del Nervión ya en su desembocadura. Para ello debían desmontarla y trasladarla de los ásperos paramos sorianos hasta las brumosas y húmedas campas de Cantábrico. Pero no todo le valía al espoliador, solo precisaba los mejores elementos, despreciando de su edificación la humilde mampostería, solo quería los que se encontraban tallados por los maestros canteros del siglo XII: portada, arco de triunfo y ventanales, con sus piedras de sillería, dovelas, canes, columnas, capiteles y arquivoltas. Todo fue desmotado piedra a piedra y trasladado hasta tierras vascas, unas treinta toneladas, para lo cual se tuvieron que realizar más de treinta o cuarenta viajes de camiones, debiendo de ejecutarse la explanación de unos dos kilómetros por la ribera de rio Milanos para facilitar el acceso del trasporte pesado.
Sabemos no obstante que nunca se reconstruyó del todo, apenas se había elevado algunos de sus muros un par de metros cuando las obras se pararon a principio de los años 70 sin conocer el motivo de su interrupción, si fueron por motivos económicos o por apatía de sus propietarios, quedando hacinados en su base los elementos más singulares del expolio soriano. A partir de ese momento la maleza ha ido gradualmente realizando su trabajo, devorando los restos de la ermita hasta cubrirlos totalmente. Siguiendo estas valiosas piedras olvidadas y amontonadas sesenta años después, posiblemente hasta en peor situación que si se hubieran mantenido en su lugar de origen.
San Miguel, arcángel Jefe de los Ejércitos de Dios en sus luchas contra el mal (Luciferes, Satanes y Leviatanes), no consiguió en esta ocasión doblegar la espada de la codicia y el dinero. Aunque siempre queda la esperanza de que algún día las piedras que duermen su abandono a orillas de Cantábrico, regresen repatriadas a las tierras sorianas de los Campos de Calatañazor. Posibilidad que expongo aquí, a ver si las autoridades competentes se hacen eco de mi llamada, pudiendo realizar una oferta de compra a sus actuales propietarios, los herederos de la familia Elosua, para que su digna figura reconstruida vuelva al espacio del que nunca debió de abandonar.
El expolio de San Miguel aparece en la segunda edición “Rutas del románico en la provincia de Soria” de Cayetano Enríquez de Salamanca. Después vendrán otros prestigiosos autores que han investigado sobre ello y de los cuales yo he recabado los danos aquí expuestos. Siendo una más de las historias que aun pareciendo una novelada acción, se ha repetido por toda la geografía de nuestro país, -“El enigma de la ermita olvidada”, excelente título para uno de esos textos de suspense-, ¿cuántos de los casos de expoliaciones de este tipo habrán quedado en el silencio y el olvido?.
Dudas quedan de que aun haya en Soria algún resto tallado de este enclave, concretamente en el Museo Numantino del Espolón, ya que en él se encuentra un “crismon”, que forma parte de un bloque o sillar depositado en el gran museo “celtibero”, con las anotaciones de que “procedía de la iglesia de San Miguel que fuera iglesia del poblado de Parapescuez o Parapescuezos”. Aunque para el investigador y escritor Ángel Almazán de Gracia, la pieza según sus datos, fue encontrado en el Cerro del Castillo de Soria, no teniendo nada que ver con la ermita de San Miguel en la ribera del río Milanos.
Visitar hoy este enclave, nos debe hacer reflexionar sobre la cantidad de patrimonio malogrado en nuestro país, también constatar como hoy en día el nivel de concienciación ciudadana no permitirá estas tropelías. Y aunque los responsables cómplices de aquel atropello fueran las autoridades correspondientes; siendo su cabeza visible y máximo ejecutor el obispo Rubio Montiel, a quien tampoco le tembló la mano en demoler otros templos como el de San Clemente para que se instalase en su lugar la Cia. Telefónica en la capital soriana; no debemos de dejar de reprochar como aun hoy en día, en pleno siglo XXI, muchos templos, ermitas, castillos, palacios, atalayas o edificios singulares a lo largo de toda la provincia, se van desmoronado dejándolos morir, sin que se ponga freno a ello.
Invito a recorrer estos territorios, pudiendo realizar una ruta que partiendo de la Venta Nueva (donde, si no es domingo, tomaremos café o unos torreznos de los mejores de Soria), para siguiendo el curso del río Milanos pasar por las bien cuidadas poblaciones de Aldehuela de Calatañazor y La Cuenca, deteniéndonos a mitad del recorrido para hacer honor a los restos de Parapescues, dirigiéndonos después hasta la aldea de La Cuenca y por la Calzada Romana de Uxama (Osma) a Numantia (Numancia), que aquí conocen como Camino Sarraceno, allegarnos hasta la población de Villaciervos. Esta última parte del recorrido transcurre por lugares como La Llanada, uno de los rincones de estos montes de la Sierra de Cabrejas donde las sabinas son las protagonistas, transitando por terrenos donde sus ejemplares se pueden catalogar como singulares.
Bonito y tranquilo pueblo. Curiosas chimeneas
ResponderEliminarComo siempre no decepcionas con tus imágenes y comentarios