Ha pasado el tiempo desde aquel 15 de marzo de 2011 y
algunos de esos mozalbetes de Sol, que hasta se atrevieron a llamarnos a
algunos "casta", hoy salen a diario en los medios y luchan por
audiencias en las teles. Uno que algo sabe de parlamentos, reconoce que la gestión
política es compleja, tendiendo a suavizar con el tiempo ciertos planteamientos.
También el paso de los años nos modera, pero eso también el tiempo de nuevo se
encarga de corregir, y cuando los cabellos comienzan a tornarse más claros,
volvemos a recuperar la savia revoltosa de los años locos. Debe ser algo
parecido lo que les está pasando a algunos "podemitas", pero con el
fragor y la rapidez de los tiempos que vivimos, pues la sociedad no para y los
motores del tiempo cada vez tienen más bríos. El dedicar tiempo a la gestión política,
a las intrigas de tus correligionarios y a la presencia en los medios (de comunicación),
nos hacen perder el pisar las calles y tomar el pulso de las necesidades
cotidianas para gestionar el cómo cambiar el mundo (algo de experiencia en lo
que digo tengo), y eso les está pasando a estos chicos de Vallecas.
Mentes claras como las de algunos de estos miembros de la
"nouvelle gauche divine" son necesarias para el futuro de nuestro País.
Habiendo seguido con atención a algunos de ellos que me han sorprendido gratamente
por sus posicionamientos, es el caso de Errejón fundamentalmente, no el caso de
algunas "otras" que ya sabía por dónde iban a pajear. ¿Y ahora que se
empieza a despejar el galimatías de estos movimientos convertidos en partidos………
que será de ellos?......... ¿que será de los valiosos que apartan a las cunetas?...........
y sobre todo, ¿que será de los que como yo tuvieron una "utópica" esperanza?
Creo que me vuelvo a mi Socialdemocracia…………. el problema es donde está.
Creo que me vuelvo a mi Socialdemocracia…………. el problema es donde está.
Os dejo aquí un buen análisis sobre la situación que vive
la izquierda en nuestro país, pero que podría extrapolarse a esa Europa
insolidaria, globalizada, liberal y mercantilista, que hoy (24/04/2016) he
podido leer en EL CONFIDENCIAL con la firma de CARLOS SANCHEZ.
La inevitable marcha de Errejón al PSOE
Sostenía hace
algún tiempo el historiador económico Gabriel Tortella que la izquierda había
muerto de éxito. Y lo explicaba en los siguientes términos. Ningún dirigente
podía pensar hace un siglo que los países que hoy llamamos avanzados -la
mayoría europeos- hubieran podido levantar un Estado de bienestar tan
formidable como el que se ha construido, fundamentalmente a partir de 1945.
Las cifras le dan
la razón. El gasto público se situó el
año pasado en el 48,6% del PIB de la Eurozona, lo que se explica por
la universalización de derechos esenciales como la sanidad, la educación, las
prestaciones sociales de carácter económico, las pensiones o la cobertura de
desempleo, que han evitado la exclusión social de millones de familias. Un
logro inimaginable para quienes, en el primer tercio del siglo XX, luchaban por
la generalización de los derechos económicos y sociales.
Aunque es
evidente que la crisis ha afectado negativamente al tamaño -y a la calidad- de
ese Estado de bienestar, y todavía demasiados ciudadanos están fuera del
progreso económico, lo cierto es que el viejo sueño de Beveridge y de la
socialdemocracia europea se ha cumplido con creces. Hoy, casi la mitad de la
riqueza generada por un país en un año se destina a gasto público,
que, por lógica, beneficia en mayor medida a quienes tienen menores recursos
para destinar sus magros ingresos a educación o sanidad privadas. La revolución
tecnológica, igualmente, ha influido de forma decisiva en el sujeto del cambio
político, que ya no es el obrero industrial fordista (que requiere altos
salarios para que el sistema funcione) o el proletariado clásico enajenado de
sus derechos sociales.
Esto explicaría, según Tortella, que la izquierda,
fundamentalmente a partir de los primeros años 80, que es cuando comienza a
quebrarse la hegemonía del pensamiento keynesiano en favor del liberalismo (una
especie de triunfo casi póstumo de Hayek sobre el sabio de Cambridge) comenzara
a volcarse en todo tipo de revoluciones: la revolución feminista, el pacifismo,
la ecología o los derechos de las minorías marginadas.
Es decir, se pasó
de un movimiento político basado en cuestiones económicas y sociales -la
situación de millones de trabajadores era angustiosa en la primera mitad del
siglo XX y en el último tercio del XIX- a otro muy distinto en el que los
derechos civiles formaban parte central del discurso político. En el caso de
España, con otro factor de carácter 'nacional': la cuestión territorial, una
rara anomalía en el espectro de la izquierda europea. Hoy, un porcentaje no
despreciable de la izquierda española se ha hecho nacionalista desafiando el
tradicional internacionalismo que históricamente ha configurado sus señas de
identidad.
Hegemonía e impuestos
Como consecuencia
de estas transformaciones, la socialdemocracia tradicional se ha visto
arrinconada. Al fin y al cabo, la generalización de las prestaciones sociales
(incluso en países con gobiernos conservadores) hace menos necesario su
discurso. Y de ahí que nuevas formaciones hayan horadado su hegemonía. Hasta el
punto de que hoy, utilizando la célebre metáfora de Marx, la
socialdemocracia clásica es un fantasma que recorre Europa, pero en
sentido contrario al que predecía el filósofo alemán. Sus electores
tradicionales están hartos de pagar tantos impuestos para financiar el Estado
de bienestar y por eso votan a los conservadores. O a los partidos
socialdemócratas cuando se hacen ‘de derechas’.
Ese paraíso
perdido -o crisis de identidad- lo ocupan hoy, en el caso español, formaciones
como Podemos o,
en mucha menor medida, Izquierda Unida, con un doble anclaje ideológico. Por un
lado, sus dirigentes se sienten herederos de las viejas reivindicaciones de la
izquierda de carácter material (más gasto público); pero, por otro lado, han
articulado un discurso populista, sin consistencia intelectual alguna, que se
basa más en el activismo social que en el sistema de representación
parlamentaria, algo consustancial a las democracias más avanzadas. Cualquier
reivindicación callejera, en este sentido, sirve para moldear el discurso,
aunque sea incoherente y a veces trasnochado. Lo importante es ‘estar’ allí
donde hay una reivindicación, aunque sea profundamente reaccionaria. A eso lo
han llamado algunos la ‘nueva política’.
Esta
esquizofrenia ideológica, basada en un tacticismo muy primario, sin embargo, es
la que tiende a hacer irrelevantes a las formaciones populistas en situaciones
de 'normalidad' política y económica (si es que alguna vez se puede utilizar
este término). El tiempo corre en contra del oportunismo político, y en la
medida en que la situación se vaya ‘normalizando’, los nuevos populismos irán
perdiendo fuelle y adeptos.
Pero por el
momento ocurre todo lo contrario. Tras la crisis y el ensanchamiento inmoral de
la desigualdad, se ha producido una verdadera eclosión de esa izquierda. Una
parte tiene un componente estrictamente coyuntural, pero otra ha venido a
quedarse. Fundamentalmente, porque el ecosistema social en el que se
desenvolvía tradicionalmente tanto la izquierda política como la sindical ha
desaparecido, haciendo buena aquella descripción de Peter Glotz cuando hablada
de la sociedad de los tres tercios.
Es decir, un tercio de ciudadanos puede considerarse
satisfecho con el sistema económico (lo que en el lenguaje
coloquial se denomina ricos); otro tercio de la población vive cómodamente
instalado gracias a su trabajo más o menos bien remunerado, mientras que un
último tercio de empleados o subempleados sobrevive a duras penas: trabajadores
precarios pese a su sobrecualificación, expulsados del mercado de trabajo antes
de alcanzar la edad de jubilación, jóvenes sin formación condenados al paro de
larga duración o mujeres que viven de las prestaciones sociales como único
recurso de vida.
Iglesias vs Errejón
La consolidación
de este último tercio es lo que explica, sin lugar a dudas, el éxito electoral de Podemos, complementado con la cuestión
territorial mediante pactos con las célebres confluencias como un movimiento
puramente táctico. Tarde o temprano, sin embargo, este delicado equilibrio
basado en unas circunstancias excepcionales e irrepetibles tenderá a
agrietarse, probablemente después de las próximas e inevitables elecciones. Y
es muy probable que lo haga por la dirección política de Podemos.
Parece evidente
que las posiciones de Iglesias-Echenique,
por un lado, y de Íñigo Errejón y sus seguidores, por otro, tenderán en el
tiempo ensancharse, toda vez que Podemos solo es capaz de
sobrevivir unido cuando las encuestas y los votos juegan a su favor y el viento
está de cola, pero difícilmente una amalgama ideológica como la que representa
puede aguantarle el pulso a una situación adversa.
Entre otras
cosas, porque la posición de Iglesias es incompatible
con la construcción de nuevas mayorías de carácter transversal que reclama
Errejón, seguidor
de Gramsci (uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano) y su
teoría de la hegemonía: una victoria política siempre viene precedida de una
victoria ideológica (como Thatcher y Reagan demostraron a principios de los
80). Y hoy, le guste o no a Iglesias, los grandes partidos europeos tienen un
carácter transversal (agrupan a todas las clases sociales) que parece
despreciar el líder de Podemos, y que ha sido la causa de que Izquierda Unida
nuca haya superado los 23 diputados.
En este sentido,
la incursión de Podemos en la estrategia clásica izquierda-derecha (proponiendo
la integración de IU) será su suicidio político, salvo que logre adelantar al
PSOE en las próximas elecciones. Y no basta hacerlo mediante una distancia
escuálida, toda vez que las confluencias, por sus propias características, son
todo lo contrario que la integración orgánica. La unión temporal tiene más que
ver con un sindicato de intereses.
El frentismo que
reclama ahora Iglesias por razones puramente electorales es, precisamente, lo
que acabará empujando
a Errejón y a los suyos al PSOE tarde o temprano. Como en su día hizo
Enrique Curiel o tantos dirigentes del PCE que acabaron en el Partido
Socialista. Lógicamente, siempre que este partido se regenere, lo cual no será
fácil con un líder como Sánchez. Los populismos son transversales por
naturaleza (como el nuevo peronismo de Laclau que reivindica Errejón), y
Podemos ha iniciado el camino de la irrelevancia política alejándose de su
horizontalidad.
No es un fenómeno
nuevo. La historia de Izquierda Unida, que ahora parece entregarse con armas y
bagajes a Podemos por su angustiosa situación económica, no es más que el
reflejo de ese tacticismo infantil que le ha llevado a alejarse de los nuevos
actores sociales despreciando la nueva realidad socioeconómica. Como ha recogido en
este periódico Iván Gil, ese sectarismo de clase (IU nació también como una
confluencia ideológica) ha sido consustancial a una parte de la
izquierda política, que desde los primeros años 80 ha confundido la acción
política -que tiene un carácter más estratégico- con el activismo social, sin
duda necesario en un contexto de agresión a derechos que se consideraban
garantizados, pero ineficaz a la hora de construir un discurso político de
largo recorrido.