El verde paisaje y los exultantes campos cultivados del
territorio de los sijs, del que hasta ahora habíamos estado disfrutando, poco a
poco se va trasformado en un panorama más áspero y sórdido en el que las líneas
del horizonte son prácticamente planas, la vegetación va paulatinamente
desapareciendo y la sequedad empieza a ser nuestra incesante compañía; comenzando
a percibir como esa arena fina y melosa se va adueñando gradualmente de nuestro
espacio visual, adentrándonos en una atmosfera diferente a todo lo anteriormente
vivido en nuestro periplo por este singular país. Atrás quedaron los bosques y los
tormentosos ríos de las estribaciones del los Himalayas, también los rasgos
diferenciados de los altivos sijs y las contagiosas sonrisas tibetanas de los
lugares ya recorridos, pero aun así entramos en un nuevo espacio encantado.................
Hemos partido del Punyab, camino hacia ese irremisible sur donde se sitúa el Rajasthán.
Situado en el noroeste de la India, el territorio Rajasthani
es la esencia del exotismo del país. Aunque Indostán es un territorio enorme
con cantidad de paisajes diferenciados, esta región representa la imagen
onírica de esa India que todos hemos tenido alguna vez en nuestra imaginación, el reino de
los maharajás de esas antiguas películas de cine en las que estos singulares
gobernantes compartían poder con el Imperio Británico, con sus suntuosos
palacios repletos de elefantes y abundancia de lujos y placeres, o incluso a
épocas más antiguas, a la india del siglo V, la de los cuentos de "Las Mil
y una Noches". Lugar, donde las antiguas historias y leyendas cobran vida,
de orgullosos hombres de grandes bigotes, cubiertos con enormes turbantes, y engalanadas
mujeres adornadas de elaboradas joyas, ceñidas con coloridos y refinados saris.
Rajasthán es la tierra de los rajputs (hijos de
reyes), tradicional y aguerrido clan guerrero, protector de su tierra, su
familia y su dignidad, que rigieron
este territorio del subcontinente indio durante más de un milenio, conforme a
un código de honor equivalente al de los caballeros feudales occidentales del medievo.
De ascendencia "aria", su historia habla de un romántico sentido del
orgullo y del honor que todavía hoy sigue vivo; su coraje y su concepto de la dignidad
llegaba a tal nivel, que ante una derrota, se sometían al “jauhar”, un ritual
de inmolación en el que las mujeres de estos maharajás y sus hijos, se
arrojaban a una pira funeraria y ellos salían al encuentro del enemigo, en
busca de una muerte segura. En la actualidad viven con la nostalgia de su
esplendoroso pasado, aferrados a un estatus señorial y de dominio, abolido por
el gobierno en 1971, pero que en cierto grado, aun detentan sobre las
comunidades más rurales.
Estos feudales hindús, gobernaron la región desde
aproximadamente el siglo VI, instaurando diversos reinos que resistieron las incursiones de tucos y musulmanes
hasta llegado el siglo XVII, en el que prácticamente toda la india quedó
dominada por los "mogoles", regida desde el sultanato de Delhi. Si
bien algunos de estos antiguos
reinos no fueron totalmente sometidos, lo que hizo modificar la actuación de
los invasores hacia ellos, creando lazos matrimoniales, confiándoles cargos
políticos y militares, y otorgándoles una cierta autonomía, pero manteniéndoles
como reinos vasallos. Con la decadencia del imperio mogol en el siglo XVIII,
los rajputs recuperaron parte de la independencia que más tarde, en 1818,
pondrían en manos del Imperio Británico a cambio de autonomía local y
protección frente al nuevo peligro invasor, los Marathas, que llegaron a ocupar la importante ciudad de Ajmer en el
siglo XVIII.
Los príncipes rajput lograron conservar ciertos
privilegios después de la independencia de india en 1947, cosa que no agradaba
mucho a los nuevos gobernantes. Alrededor de 565 maharajás hindúes y nababs
(gobernadores) musulmanes gobernaban como soberanos absolutos y hereditarios
sobre aproximadamente 100 millones de habitantes, un tercio del territorio de la
India. Príncipes como el Maharajá de Cachemira o el Nizam de Hyderabad
gobernaban estados tan poblados y extensos como algunos de los países europeos.
Entre ellos se encontraban algunos de los hombres más acaudalados del mundo,
como también soberanos con peculios tan modestos como los de un comerciante de
bazar. Calculándose que cada uno de ellos poseía de media: unas 6 esposas, 11
títulos nobiliarios, alrededor de 10 elefantes, entre 3 y 4 Rolls-Royce, 3
vagones de tren privados y unos 23 tigres abatidos en distintas cacerías.
Tras la abolición de sus títulos y prebendas por la
Primera Ministra Indira Gandhi en 1971, empezó
el declive de estos feudales del siglo XX. Fue entonces cuando muchos de estos
maharajás se vieron forzados a convertir sus palacios y fortalezas, en algunos
de los cuales aun viven los descendientes de estas castas medievales de antaño,
abriéndolos al público, transformándolos en seductores hoteles de lujo y permitiendo
su entrada a los curiosos visitantes que nos acercamos a ellos.
La antigua Ruta de
las Indias
Las leyendas de "Simbad el Marino" (siglo IX),
las de su homologo el terrestre "Sindbad
el mozo de cuerda" (siglo VIII)
y sobre todo el "Libro de Las Maravillas del Mundo" (siglo XIII) con
el relato del periplo de Marco Polo, nos hablan de lugares exóticos, de mercantes
que hablan desconocidas lenguas y de naves que retornan colmadas de nuevas
especias. Esto desarrollo un floreciente comercio con oriente, creando largos y
complicados itinerarios para atraer a occidentes tan preciados y desconocidos
elementos.
Así se crearon la Ruta de las Especias y la de la Seda,
que desde el siglo VII, gracias a los intermediarios árabes, facilitó descubrir
nuevas especias a los refinados paladares europeos, que no solo se usaban para sazonar
y condimentar los platos y guisos, también se utilizaban en la
preservación de los alimentos, para confeccionar fragancias y perfumes,
elaborar afrodisiacos, para su uso en la medicina de entonces. y con fines
místicos o sagrados. Fue gracias a las especias que India y Europa
se encontraron, lo que dio paso a un fructífero comercio de
todo tipo, no en vano las especias eran llamadas “el oro de India” y por ello
se buscaban nuevos itinerarios en la búsqueda del otro ‘Dorado’ el oriental.
Es conocido que el interés del viaje de Cristóbal Colón era intentar llegar a
las Indias por occidente, pero sin quererlo (o sabiéndolo), se encontró un
nuevo continente en el camino.
Todo comenzaba en las Indias Orientales, en Ceilán,
Sumatra o Java, donde se cosechaba clavo, pimienta o nuez moscada, que mas
tarde eran trasportados hasta el golfo de Bengala. Estos recorridos que en un
principio se realizaron por mar, para después llegar a El Cairo, Damasco o
Constantinopla, a través del Golfo Perico o el Mar rojo, para posteriormente
llegar por Mediterráneo mar a los principales puertos comerciales de aquel
entonces de Venecia o Génova.
Después de la invasión islámica del Indostán y la unificación de toda la zona
con la llegada del Imperio Mogol (musulmanes), estos itinerarios en gran parte marítimos
se sustituyeron por derroteros terrestres
más seguros y menos arriesgados, creándose las "Rutas de Caravanas", desplazando
los antiguos recorridos por otros que atravesaban el territorio de Rajasthán,
convirtiéndose durante la Edad Media estos áridos territorios en lugares de
significativo trasiego, en los que florecieron ciudades y fortalezas de importancia
que protegían el comercio de enfrentamientos bélicos, piratas, salteadores o
pugnas locales, generándose así mismo un potente desarrollo en las vías de
comunicación.
Ya no fueron solo especias las que circulaban por las
nuevas vías de comunicación, sino todo tipo de mercancías. La población de Mandawa,
encrucijada de las rutas del Rajasthán, situada
al norte de Jaipur y Ajmer en pleno corazón de la región de Shekhawati,
se convirtió en un lugar de trueque en la que se intercambiaba entre otros
productos, la seda china por el opio afgano. Gracias a este prospero comercio se
desarrolló enormemente, donde los potentados mercaderes construyeron fastuosas
residencias "havelis" decoradas con vistosos colores, hoy casi abandonadas
al desaparecer este característico transito de antaño y haberse trasladado el
comercio fundamentalmente a los puertos de Bombay o Calcuta, hecho que sucedió
en tantas otras poblaciones de todo este territorio, como confirmaremos en
nuestros paseos por Bikaner, Jaisalmer, Jodhpur y Jaipur, verdaderos museos
vivos de su pasado esplendor.
Bikaner, encrucijada de la ruta de estas caravanas, fue
el primer contacto con una ciudad del Rajasthán, la más importante de las
situadas en el desierto de Thar, aunque en la actualidad es bastante más
modesta que antaño. Es los tiempos de su mejor esplendor, a sus pobladores les
gustaba deleitarse con los placeres terrenales, habiendo documentación escrita
en la que se relaciona el abundante uso de opio y asha que en ella se consumía.
El "asha" es un apreciado licor, elaborado con azafrán y rosas
destiladas que le dan su característico color, al que se añaden perlas molidas,
polvo de oro y plata, así como sesos de oveja o cabra, siendo muy apreciado por
sus intensas cualidades afrodisiacas.
Son afamados sus
camellos, contando con la granja más grande de Asia de estos rumiantes. 200 de
estos, fueron entregados a los Británicos en 1842 para las campañas militares
en Afganistán. Esto y los paisajes que
estamos recorriendo, me hace rememorar la inolvidable película John Huston
"El hombre que pudo reinar", interpretada magníficamente por Sean
Connery y Michael Caine, basada en el
libro del nobel de literatura Rudyard Kipling. Sin duda una de las
mejores films de aventuras, y que recomiendo a todo el mundo.
En Bikaner, además de poder apreciar la arquitectura
"raiput", visitamos el fuerte Junagarh "Viejo Fuerte", el barrio
donde se concentran los "havelis", su bazar lleno de actividad y el
templo jainista de Bhandasar con su genuino gurú, al que
alguien sacó parecido con Almodóvar. Sobre estos atrayentes lugares no me voy a
entretener en pormenores, pues cualquier guía escrita los relacionara mucho
mejor que yo, solo indicar que fue aquí, en esta ciudad, donde comenzó la india
hacerse más patente y genuina, donde empezamos a ver aglomeraciones humanas, y donde fuimos espectadores de platea sobre un
gran atasco, justo en el enclave principal de la urbe, provocado por una vaca
que con toda tranquilidad, sin ninguna molestia por parte del gentío y campando
a sus anchas era la reina del trafico, sin que ningún conductor o viandante
hiciera el menos atisbo de caso al guardia urbano que intentaba contralar
aquella daliniana situación.
En el ocaso de la tarde nos acercamos a
cenar al recomendable The Laxmi Niwas Palace, el palacio del Maharajá,
hoy convertido parte de él en hotel y restaurante, era la noche del 11 de septiembre, "Diada de
Catalunya", día en el que los barretinos formaron la cadena humana por la
independencia, entre Le Perthus y el Rio Sénia en la Plana de Vinaroz. En él
nos encontramos con un grupo de catalanes (en el nuestro todos lo eran menos
nosotros), la algarabía y los cantos dominaron por momentos el espacio del
hermoso patio en donde nos situábamos, invitándome a participar con ellos del
evento; la escena, fue para mí, no menos surrealista que la de la vaca, ya que
uno no entiende muy bien de banderas y menos de fronteras.
A unos 30 km. al
sur de Bikaner se encuentra
Desnouk. Conocida por el templo de Karni Mata habitado por ratas. Al entrar se
las puede ver moviéndose en total libertad, ya que aquí se los considera
animales sagrados.
Las carreteras por estas zonas no están muy saturadas de
tráfico, transitando perfectamente por ellas, no obstante las medias de nuestro
conductor en el mejor de los casos, son de 50 km/h. llegando en algunos días de
ruta por las montañas a ser de 30 km/h. Con este ritmo nos daba tiempo de sobra
a extasiarnos de la vida cotidiana de sus gentes a través de las ventillas,
observando escenas del campo y de las poblaciones por las que cruzábamos,
comprobando que gran parte del tránsito rodado se debía a la multitud de
peregrinos y peregrinajes que de continuo se realizan en este fervoroso país.
Un día al comienzo de nuestra actividad habitual (dejarnos llevar por el
conductor), nos sorprendió una pequeña aglomeración de circulación rodada, ni
más ni menos que eran unos de esos romeros que se dirigían hacia algún lugar
sagrado a entregar su ofrendas, pero de tan singular forma que todo viandante
se paraba a contemplar la forma de hacerlo, en vez de caminar o en vehículos
como el resto de los humanos, estos iban rodando por encima del asfalto
solamente protegidos por una alfombra móvil que otros compañeros iban
instalando y protegidos de la inclemente solana, por otro par de paisanos que
con una especie de lona les facilitaba una compasiva sombra, a su alrededor
otras tantos bailaban al son de la música, que emanaba desde unos enormes
altavoces, soportados por un vehículo de no sé qué siglo, el cual les servía de
apoyo. Surrealista la escena a más no poder, como tantas otras que a través de
nuestro recorrido pudimos contemplar en este enorme y curioso país.
Después de vivir esta dadaísta escena, llegamos a
Jaisalmer "El Fuerte de la Colina
de Jaisal". Totalmente amurallada con 99 torreones, se eleva a 35
mts. de altura sobre la colina de Trikuta, dominando desde sus almenas,
troneras y barbacanas la ciudad baja y un gran panorama del árido Thar, en
medio del cual se halla, donde entre callejas estrechas y sinuosas se halla la
fortaleza y el palacio de los maharajás, en el alfeizar de su puerta, la siniestra
imagen de las huellas de las manos de las mujeres que se arrojaban a la pira
cuando sus maridos morían. La llamada Ciudad Dorada por el color de sus
edificios que le da la arenisca amarilla, es
uno de esos enclaves en los que parece haberse parado el reloj del tiempo, pero
ha sido convertida en un parque temático de las compras, plagada e
invadida de baratijas y quincallería, sobre el que este curioso viajero que os
relata considera que no hay tanto turista para todo el género aquí expuesto,
aun así atractiva y sugerente. En ella se puede encontrar alguna tranquila terraza
en donde tomar un té o una correcta cena como la del Lake View Restaurant, local del Hotel Surja, en
On Fort Kotari Para, o alguna otra desde
la que contemplar los exquisitos relieves de los tejados y cúpulas del
interesante complejo que forman los siete templos jainistas situados en medio
de su casco antiguo. Uno de los momentos más emotivos lo vivimos aquí......................
era por la mañana, estábamos en el pequeño templo hindú de Lakshminath,
donde un grupo no muy numeroso de feligreses, pero que colmaban el templo, realizaban
una ofrenda "puya" muy especial entre canticos y alabanzas...................
algo mágico envolvía el ambiente.
Por la parte baja de la urbe, caminamos sus calles en
busca de los "havelis", esos palacetes, con sus preciosas celosías, que
construyeron los antiguos mercaderes de seda, y que ahora prácticamente
abandonados son ocupados por gentes humildes que se dividen sus habitáculos por
familias, toda vez que la legendaria Jaisalmer no es ni sombra de su esplendoroso
pasado, ya que las rutas de antaño tampoco pasan por aquí, al igual que en
Bikaner, condenadas ambas al olvido y al abandono. Nos acercamos a la orilla
del lago Gadi Sagar, donde
lugareños dan comida a los insaciables peces gato al pie de las escalinatas de
sus templos, y esperamos la hora del crepúsculo para acercarnos a los
"cenotafios" (mausoleos sin tumbas) de Vyas Chhatris,
para desde ellos ver como el sol se despide del día en un lugar tan tranquilo y
sereno como este, con excelentes vistas de la ciudad, custodiada por su
magnífica fortaleza que durante casi novecientos años ha sido castigada y azotada
por los vientos del desierto cercano.
Otra de las tardes nos acercamos hasta la aldea de Khuri situada a 45 km. de Jaisalmer, para contemplar
desde sus proximidades, en las dunas del este desolado paisaje de arenas,
otro magnífico y colorido atardecer. Mientras llegaba la hora del ocaso
paseamos por sus yermas calles, en las que se asientan viviendas de adobe con tejados de ramas, contemplando el
trascurrir de estas menesterosas gentes y su vida cotidiana, en la que nos
saludan pudorosas y recatadas mujeres que medio ocultan su rostro con
traslucidos velos al vernos, siendo también recompensados con la algarabía de
los niños a nuestro rededor, sus sonrisas y sus intensas miradas a través de
esos enigmáticos ojos negros complementan estos instantes guardados en mi
imaginación.
Interesante es la leyenda que relata al origen del
desierto de Thar: En los escritos del Ramayana, se señala que cuando el dios
Rama tuvo que cruzar el océano con su ejército en busca de su esposa, raptada
por rey demonio Ravana, decidió usar un arma de fuego para secar el inmenso mar.
Todas las criaturas que habitaban en él asustadas por sus vidas le suplicaron
que no lo hiciera. Pero era imposible convencerle, decidiendo disparar al mar
distante; resultando ser ese mar el lugar en donde se encuentra actualmente el
desierto de Thar. A pesar de que esta fabula es pura mitología, curioso es
saber que en distintas excavaciones realizadas en este desierto, se han
descubierto fósiles que indican la existencia de vida marina en el pasado.
Continuando nuestro transitar por estas baldías tierras
llegamos a Jodhpur. Situada igualmente en el desierto de Thar, a mitad de camino
entre Jaisalmer y Jaipur, en la estratégica ruta que comunicaba Delhi con
Guyarat, beneficiándose durante el siglo
XVI del próspero tráfico de opio, seda, cobre, café y dátiles que por
ella trascurría. Pudiéndose todavía hoy
sentir ese aroma del pasado en sus atiborrados bazares, así como en la cálida
hospitalidad y simpatía de estas gentes del desierto.
Se la conoce en la actualidad como la Ciudad Azul, por el
color con que están pintadas de forma mayoritaria sus casas, que originariamente
era utilizado por brahmanes en sus viviendas, extendiéndose posteriormente al
resto de la población, porque se decía que ahuyentaba el intenso calor y los molestos
mosquitos. Está dominada por la altiva y poderosa fortaleza de Mehrangarh, emblema de Jodhpur y uno de los mayores de la India, el
cual recorrimos en súbita y efímera visita. A su entrada, también podemos apreciar el grabado que muestra las
palmas de las manos representando a las doce viudas de un maharajá, que en 1845
se arrojaron a la pira funeraria de su difunto esposo.
Dentro de sus fortificación se encuentra, entre otros múltiples
edificios, el palacio de maharajá. La potente construcción domina el centro de la ciudad, ocupando 5 km.
sobre una colina a 125 m de altura,
orgullosa de no haber sido nunca conquistada. Sus murallas de de 36 mts. altura y 21 de
ancho, han soportado innumerables asedios e incluso
una guerra de cincuenta años con el Imperio Británico. En uno de sus patios, un camarero junto a una
mesa repleta de refrescos nos propone si queremos tomar algo, manifestándonos,
que para los foráneos son gratis, toda vez que pagamos una entrada mucho más
cara y por ello el maharajá nos recompensa con un bebida. Desde sus
baluartes, bajo nuestros pies, observamos
unas increíble vistas de la ciudad y sus añiles tonos. En el distancia, la planicie da paso al
desierto del Thar, una tierra árida, parajes antaño transitados por mercaderes con
sus caravanas de camellos, algunos para comerciar y otros para acarrear
especias. Sobre estos baluartes Aldous Huxley, absorto ante este visual espectáculo,
subrayó en su diario, "… desde
los bastiones del fuerte de Jodhpur uno oye cómo deben hacerlo los dioses desde
el Olimpo, a quienes cada palabra pronunciada por el infinitamente habitado
mundo de abajo llega de manera clara e individual para ser registrada en los
libros de la sabiduría".
Al atardecer, descendemos caminando hacia el barrio
antiguo de la ciudad, rodeado por una muralla de 10 km. Transitamos por un laberinto de sinuosas
calles con la Torre del Reloj como centro neurálgico. Sus casas lucen sus
fachadas de azul celeste, como si
fuera un Belén de Navidad, paseamos entre la cotidianidad de
sus gentes, cruzando calles, recorriendo
bazares, saludando a hombres que charlan en las puertas de sus casas y sonriendo a mujeres de
vistosos y coloridos saris, que desde
sus ventanas observan como su universo inmediato trascurre a sus pies.
La multitud abarrota los espacios y dificulta nuestros pasos a cada instante,
bacas y cabras moran a sus anchas, pero el vigor y el espíritu de la urbe nos
absorbe. Todo ocurre mientras el día se despide y la ciudad parece abrazarte
con su ajetreo,.................. es como haber retrocedido en el tiempo a unos
siglos atrás.
Jodhpur es un lugar interesante para comprobar la calidad
de sus coloridos saris, es también conocida por su laca, títeres, zapatillas de
piel de camello y alfombras, donde adquirir te de buena calidad y encontrar
todas las mágicas especias de India, pudiendo localizar todo tipo de productos
en el Sardar Bazaar, un buen lugar para visitar, pasear y pasar el rato. Para degustar
el famoso "pyaaz ki kachori" con su "chutney" de tamarindo
y de postre los deliciosos "laddoos" o un refrescante "lassi" como
complemento perfecto de una cena Rajasthani, deberíamos acercarnos al Jharokha,
restaurante del Hotel Haveli, situado
en Makrana Mohalla muy cerca de la Plaza del Reloj, con unas magnificas vistas
de la fortaleza iluminada en la noche.
Por carreteras de segundo nivel, camino de Pushkar,
paramos en Merta, colorida y ajetreada población alejada del turismo, donde el
sabor de la india se nos hizo más intenso y genuino. Polvo, gestos, miradas y
sonrisas fueron nuestra compañía, durante nuestra corta estancia en ella mientras
disfrutábamos de unos zumos recién elaborados de naranja con granada.
Existe la creencia de que los dioses liberaron un cisne
con una flor de loto en el pico, con el compromiso por parte de Brama, el dios de cuatro cabezas, de que donde
el ave dejara caer la flor haría un gran sacrificio, cayendo en la actual
Púshkar, eso ha motivado que esta población sea una de las cinco ciudades más sagradas
para los devotos hinduistas, siendo una de las ciudades más antiguas de la
India, desconociéndose la fecha de su fundación. Asentada a orillas del Lago
Púshkar, al que los peregrinos acuden para realizar sus baños rituales en
alguno de sus 52 "ghats", que plenos de actividad y colorido
circundan completamente la lamina de agua. Púshkar acoge infinidad de templos,
el más afamado en el dedicado a Brahma que data del siglo XIV, existiendo muy
pocos templos dedicados a este dios en todo el mundo, desarrollándose por las
calles de sus alrededores sonoras, coloridas y festivas procesiones. También
afamada por la Feria Anual del Camello, al que acuden camelleros desde cientos
de kilómetros a la redonda, siendo muy populares durante su celebración entre
los meses de octubre y noviembre las carreras de camellos que se llevan a cabo
durante ella. Existe en su calle principal y más comercial, no muy lejos del
lago un restaurante de comida española, "Laura's Café", el cual defrauda y no es por mi parte
aconsejable. No así la localidad, en la que se puede sentir el ambiente de la
india mas real y autentica.
Camino de Jaipur, pasamos por Dudu para acercarnos hasta Lapodiya,
pequeña aldea donde nos alojamos en la casa del Sr. Lakshman Singh, agradable y
familiar lugar, pero en el que sufrimos un enorme calor durante nuestro
merecido descanso nocturno. Nuestro anfitrión, nos enseño a la mañana
siguiente, su ingenioso y premiado
sistema para recoger las aguas de lluvia, mediante unas charcas denominadas
"chowkas", mejorando el aprovechamiento hídrico en el de regadío de
tierras cultivables. Visitamos así mismo una cooperativa de mujeres que se
autofinancia a base de microcréditos. Sentados en el suelo del poche de la casa
de una de ellas, y engalanadas con sus áureos pendientes de aro en la nariz,
nos explicaron su forma de funcionar, proporcionándose prestamos unas a otras, como ayuda a su
economía familiar.
Jaipur, capital del Rajasthán, es apodada la "Ciudad
Rosa" por el característico color de sus casas, aunque no siempre gozo de
ese rosáceo matiz. Fue en 1883 con la visita de Alberto de Sajonia, consorte de
la reina Victoria de Inglaterra, cuando se engalanó la ciudad de ese tono,
conservándolo hasta hoy en día en que es ya obligatorio, creando una
característica y personalidad propia que podemos comprobar en toda su parte
antigua, donde sus fachadas con ventanales elaborados en celosía, dan un toque singular
a esta urbe.
Visitamos el City Palace (Palacio de la Ciudad), extraordinario
complejo de edificaciones y patios construidos en arquitectura rajasthani y mogol, que ocupan la séptima
parte del interior de la muralla de la vieja ciudad, en el que aun hoy en día
parte de él sirve como residencia del maharajá. Es sin duda uno de los lugares
imprescindibles de ver en Jaipur, y donde nos encontramos con un grupo de
monjas de Teresa de Calcuta, con sus inconfundibles vestimentas............ completando
con ellas la colección de atuendos religiosos en nuestro periplo hindú.
Muy próximo al
palacio se halla Jantar Mantar, el Observatorio Astronómico mandado
construir en 1716 por Jai Singh II y modelo de precisión para su época. No se
trata de un edificio en sí, ni se encuentra en el interior de un edificio, más
bien es como un parque urbano lleno de sorprendentes y enormes construcciones
astrales: relojes de sol, astrolabios, esferas armilares, estructuras
zodiacales, etc., todas de un formidable
tamaño.
El Maharajá Sawai Jai Singh II, nació el 3 de noviembre de 1688, un año después de la
publicación de los Principios de Newton, accediendo al trono con tan solo 11 años, compaginando
sus estudios y formación con los
de la gobernanza. Guerrero, diplomático, culto, erudito
y gran aficionado a la arquitectura y a las ciencias, en especial a la
astronomía, mando construir 5 observatorios similares al de Jaipur por toda la
India (Delhi, Benarés, Ujjain, Mathura y Jaipur). Conocía y había estudiado las obras de Newton, de John Flamsteed y
Domenico Cassini, creando una edad de oro en las artes, el urbanismo y
la arquitectura, fundando en 1728 la ciudad de Jaipur, sobre novedoso, simétrico
y astral diseño.
Por detrás del observatorio, casi en la esquina de las
calles donde se sitúa el bazar Tripolia y Hawa Majal road, se encuentra el
famoso y afamado Palacio de los Vientos,
"Hawa Majal", uno de los símbolos de Jaipur e imagen que
encontraremos en todos los quioscos de postales. Tras franquear unos hermosos
patios que se encuentran es su trasera, accedemos a un edificio de cinco pisos; los dos superiores,
más estrechos, dibujan la cola de un pavo real, uno de los animales que en la
India tiene un valor simbólico. Es apenas una curiosa y bonita portada de trabajadas
celosías en rosa y blanco, por donde las damas y esposas del maharajá, para las que fue construido,
podían observar el exterior sin ser vistas a través de sus numerosos miradores
repletos de casi un millar de ventanas. Para unos impresionante y majestuoso, a
mi me dejo una sensación de cierta decepción, permaneciendo en mi retina los "havelis"
de Jaisalmer y sus laboradas fachadas,
me parecieron mas autenticas; este repintado y perifollo edificio, se me
asemejó más a una tramoya de película.
A pocos pasos se sitúa el Ishwari Minar Swarga Sal (Isar
Lat), elevado minarete y uno de los puntos de referencia más
importantes de la ciudad. Erigido para dominar toda ella en 1749 por Sawai
Ishwari Singh,
hijo de Jai Singh II (el que construyó el observatorio astronómico), para
conmemorar la victoria frente a su hermanastro Madho Singh I. Está situado cerca
de la Puerta Tripolia, una de las siete curiosas y magníficas puertas que tiene
la muralla que rodea la ciudad antigua. La entrada se encuentra
por la parte de atrás siguiendo un callejón unos 50 metros, siendo posible
subir hasta su cúspide, desde donde se pueden obtener unas estupendas vistas de
la ciudad y de los alrededores de Jaipur. Pero al que no pudimos ascender por
estar en obras, no obstante, a notar nuestra decepción ante este hecho, un piadoso y gentil ciudadano se nos ofreció
a enseñárnoslo desde la terraza de un templo hindú situado enfrente, en
Tripolia Bazar.
Recorremos sus animados bazares, hasta llegar al aconsejable
restaurante LMB (Laxmi Mishthaan Bhandar),
situado en Johari Bazar road, donde comer
su bien preparada comida vegetariana, lograda a través de correctas
recetas hindús. En la tarde paseamos tranquilamente a "nuestra bola",
sin someternos a la disciplina grupal, dejándonos cautivar y perder por esta
ciudad rebosante de vida, actividad y color. Llegando hasta Mirza Ismail (ML) road, con sus joyerías,
tiendas de marca internacional y boutiques de moda, como si tal cual camináramos
por las madrileñas Serrano u Ortega y Gasset. Encontramos un sitio para tomar
una cerveza, complicada y no muy fácil labor en esta ciudad, era la cafetería
del Hotel Imperial, el lugar no podía ser de lo mas sicodélico y extraño, ni
una sola mujer había es su oscuro interior, solo alumbrado por tenues neones de
intenso azul y rojo, como si se tratara de un "lucecitas" de
carretera, pero con las luminarias dentro. A pocos pasos de este antro, se
ubica Raj Mandir, el más grande, ostentoso y famoso cinema del país, como un merengue rosa, hortera a más no
poder, donde visionamos una de esas interminables películas románticas y
bailonas de Bollywood, donde cada beso es una algarabía
de gritos y aplausos, subiéndose a las butacas los espectadores locales, al mínimo
atisbo sugerente de la proyección........................ todo un espectáculo, mucho
más que el propio filme.
En las cercanías de Jaipur, a tan solo 11 km. se
encuentra la población de Amber y su grandiosa fortaleza, a la que también
llegamos pillados de tiempo y de la que pudimos recorrer sus dependencias
mientras el sol comenzaba a esconderse por detrás de los cerros de su alrededor.
El Fuerte Amber domina desde un
altozano la pequeña localidad a la orilla de un ajardinado lago, una ciudad que
se muestra blanca y azul sobre la boca de una rocosa garganta, al abrigo de
tres colinas, a través de las cuales los rayos del sol tan sólo consiguen colarse
por turnos. Ya en pleno atardecer descendimos entre grupos de monos
hasta la aldea, en la que visitamos el baori (pozo de agua) de Panna Meena ka Kund, junto a un grupo de jóvenes que jugaban al críquet,
deporte nacional en India.
Ya en la oscuridad de la tarde avanzada y tras un breve
recorrido en autocar conseguimos llegar hasta Nahargarh Fort, para ver Jaipur
desde la altura y en la noche. Tomando plácidamente unas cervezas en su
terraza, oyendo bajo de nosotros el ajetreo de la ciudad y los canticos fervorosos
de los hindús; mientras a nuestra espalda, parte del grupo discutía sobre la
propina que había que dar al chofer del autocar y su ayudante, a los que solo
por llegar hasta aquí desde el Fuerte Amber, arañando el vehículo con la
vegetación de los arboles de la carretera y por la atención que hacia nosotros
tuvieron durante todo el viaje, se la tenían con creces ganada................,
pero la pelaaaaaaaa, es la pelaaaaaaaaaaaaa.
Rajasthán es un país
dentro de otro, un mundo árido y dulce a la vez, lleno de color y escenas
irrepetibles, con gentes humildes devotas de sus dioses, un lugar donde el
tiempo parece detenido hace cientos de años................... donde el viajero
al recorrerlo parece estar viviendo la realidad del cuento de Las Mil y una Noches.
Increíble el sitio y las fotos. Me han gustado un montón. Un beso
ResponderEliminarHace unos años tambien pude disfrutar de ese pais. Seguramente no tanto ni tan intensamente como tu. Magnifico pais q no deja indiferente a nadie
ResponderEliminarMuchas gracias por el calendario 2014 a toda la familia Font Moreno!
ResponderEliminarYa estábamos perdidas en el taller sin él, en estos primeros días de enero.
¡Es precioso! ¡Qué buen viaje!