jueves, 31 de octubre de 2024

- Hayedo de Diustes…….. el encanto de Tierras Altas (Soria)

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Otoño es la época del año en que los bosques ibéricos se visten con sus más coloridas galas queriendo de esa manera despedir el tórrido estío, disfrutando con su nuevo atavío antes de que lleguen los gélidos días invernales, y como es el caso que nos ocupa de los “hayedos”, se cubran con la sutil capa blanca de las nieves. Es por ello que nos acercamos a visitar algunos de los más meridionales hayedos de esta Europa que comienza a renegar de su ser….. mal asunto. Nos referimos a los que situados en el Sistema Ibérico, son los segundos más al sur de todo este viejo continente, siendo los del Sistema Central en Somosierra y Ayllón los más meridionales (Hayedos de Montejo, La Pedrosa y Tejera Negra). Siendo las Sierras de La Demanda, Urbión, Cebollera, Cameros (vertientes norte y sur) y Moncayo (laderas este y oeste), los que en realidad marcan la línea de esta elegante especie boscosa.




Las hayas son arboles de una prolongada existencia alcanzando hasta los 250 años de vida, llegando en algunos casos a marcar los 300 o 400 con monumentales dimensiones. Su lento crecimiento en busca de la luz les llega a poder alcanzar una altura de entre los 35 y 40 mts. desarrollando un recto, elegante y altivo tronco sin prácticamente ramificaciones, forrado con una corteza de tonos entre gris cenizo y plateado. Sus hojas de un brillante y traslucido verde en verano se transforman en rojo pasando por los tonos áureos en otoño, su madera pura y limpia bastante apta para ser usada en nobles tareas de ebanistería. Siendo ejemplo, el uso de la madera del bosque de Irati (Navarra) durante varios siglos en la fabricación de largos remos para las galeras elaboradas en las “atarazanas” de Barcelona.

 

Los bosque de hayas son reminiscencias de un pasado que se distancia en el tiempo hasta el final de la Edad del Hielo, hace ya la friolera de unos 12.000 años. Tratándose de bosques milenarios que se desarrollaron en diferentes condiciones climáticas a las actuales, llegando solo hasta el presente los situados en lugares con unas condiciones específicas de hábitat, así como su capacidad de resistencia y adaptación al medio, siempre que este le haya sido medianamente propicio. Los hayedos lograron alcanzar una extensión de terreno próxima al 40% del continente europeo, siendo el desarrollo de las poblaciones humanas y la necesidad de estas en generar nuevos lugares para las prácticas agrícolas, los que motivaron el comienzo de sus talas y el progresivo declive de estos grandes bosques.   

 

Cada monte arbolado posee algo que lo hace singular, aunque la mayoría de ellos por muy aislados e inaccesibles que estén, han sido aprovechados por el ser humano. Solo un reducido número de ellos se les considera como virginales, pero estos son difíciles de encontrar, son los conocidos como “bosques primarios o primitivos”. Estamos relatando sobre un bosque “relicto” (en el lejano pasado abundante, extenso y menos excepcional) que ha permanecido inalterado desde tiempos inmemoriales, siendo algunos de estos hayedos existentes en la actualidad “bosques primitivos”, espacios que nunca ha sido explotada por el hombre, sirviendo en la actualidad como zonas de una naturaleza pura sin artificiales aderezos. Uno de los mejores ejemplos que tenemos en nuestro país de este tipo de bosque inalterado lo encontramos en la Selva de Irati, en la “reserva integral” del Hayedo de Lizardoia o Monte La Cuestión, que mantiene ese título ya de que durante muchos años “la cuestión” era dilucidar entre los pastores franceses o españoles de quien era su propiedad, quedando finalmente aclarada en el tratado de Bayona de 1856.




Hoy el entorno de estos singulares bosque de hayas hay que buscarlo en laderas montañosas de espacios húmedos no muy soleados, ya que les gusta cierta umbría y lugares con suelos calizos y musgosos, toda vez que esa abundancia de agua les permite acentuar su crecimiento. Estando estos árboles generalmente agrupado formando bosquetes o corros, siendo raro verlos de forma aislada, sufriendo de esta forma la acción excesiva del sol. Siendo durante el estío y cuando su follaje ha conseguido su máximo crecimiento, consigue que la alta densidad de su sombra no deje prácticamente desarrollarse otras plantas bajo ellas.

 

Para disfrutar de esta espectáculo de colorido visual que la naturaleza nos regala cada otoño, nos acercamos al norte soriano lindando con su vecina Rioja, a la comarca de Tierras Altas y al entorno del Valle del Cidacos. Concretamente al Hayedo de Diustes, ubicado en la orilla meridional del río Ostaza donde se asienta la localidad de Diustes, hoy una de esas aldeas despobladas durante gran parte del año, lugar en el cual la paz, el sosiego, así como la placidez están asegurados. Todo dentro de un entorno de exuberante naturaleza y poco más, ya que los servicios de atención a humanos (alojamiento, bares, restaurantes, etc.) se encuentran en la también agraciada y encantadora localidad medieval de Yanguas, ocho kilómetros aguas abajo, donde las aguas de Ostaza se rinden a las del Cidacos.

 

El Hayedo de Diustes es uno de esos bosque que han sobrevivido durante miles de años a los cambios climáticos que durante ese tiempo han existido, al estar favorecido por unas condiciones de ubicación, humedad y ladera en el cerrado y alto valle que conforma el río Ostaza. El bosque de unas 50 hectáreas, es una reliquia de frondosas que vistosamente se resguarda en la ladera del valle orientada al norte. Un trozo de naturaleza donde el otoño se representa de forma especial, adquiriendo su entrono todas las tonalidades posibles de esta época, regalándonos toda una gama de amarillos, naranjas, rojos y ocres increíbles de encontrar en otros tipos de vegetación.

 

Convertido durante estos otoñales días en uno de los paraísos sorianos, las hayas de Diustes contrastan a través de sus multicolores tonos con el verdor predominante de los bosque circundantes fundamentalmente de pino silvestre (pino albar). Siendo semana a semana y casi día a día como podemos observar cómo se transforma este bosque multicolor, transformándose a los ojos de humanos como un regalo que nos obsequia la naturaleza, la “Pachamama” soriana.  

 

Añadiendo además, que por estas latitudes trajinaros hace millones de años dinosaurios de varios tipos, dejándonos prueba de ello a través de los numerosos yacimientos de icnitas (huellas de pisadas) marcadas en las rocas. Y por si esto fuera poco, debemos añadir los atractivos que una población como Yanguas ofrece a los visitantes, resaltando de su bien cuidado conjunto urbano:  el Castillo, templos, a arquitectura tradicional con soportales construidos con lajas de piedra y casas blasonadas, Palacio, puentes medievales, ermitas, puerta amurallada y hasta campanarios románicos donde buscar los restos de dos reyes visigodos allí enterrados.




Recorrer el Hayedo

La ruta para observar y transitar esta maravilla, se puede comenzar tanto en el pueblo (lavadero), como en el aparcamiento que hay entre la carretera y el río 500 metros antes de llegar a la población (tramo escoltado por sendas hileras de chopos, con sus hojas doradas en esta época) donde se sitia el cartel de “Hayedo de Diustes”, una buen espacio donde aparcar y un área recreativa y de meriendas (km. 8 de la carretera de Yanguas). Yo recomendaría empezar por dejar el coche en la población, así de esta manera al terminar podremos visitarla.




La ruta de Gran Recorrido GR-86 “Sendero Ibérico Soriano”, transita por los bordes norte y occidental de Hayedo, habiendo otros itinerarios que lo recorren por su interior resultando más interesantes. Estando estos últimos con una señalización bastante deficiente, que en el mejor de los casos es seguir cintas rojas y blancas de platico (las que se usan en las señalizaciones de carreteras), que atadas por trozos penden de algunas ramas, el resto es guiarse por la intuición y segur las pobres veredas existentes.

 

Desde el pueblo cruzaremos por el Puente de Allende (s. XVIII) el rio Ostaza, para por su margen derecha llegar hasta aun cartel indicativo (GR-86) que nos indica a nuestra diestra la dirección a “Santa Cruz de Yanguas 3 h”. Tomamos esa dirección ascendiendo por una senda de respetable pendiente unos doscientos metros, hasta llegar a un cruce donde existe un amontonamiento similar a un termitero. El tramo recorrido en todo momento está señalizado con pinturas roja y blanca en los troncos de los árboles, que por aquí son mezcla, encontrándonos hayas, pinos, tejos, arces y sabinas, o inclusive algún aislado acebo con sus característicos frutos de intenso rojo.

 

Desde la intersección continuaremos por la izquierda en dirección noreste, penetrando totalmente en el corazón del hayedo. Si siguiéramos ascendiendo de frente por el camino señalizado, llegaríamos en unos 600 mts. hasta los restos del Haya Grande, monumental y singular espécimen que un rayo se llevó por delante no hace muchos años (en 2007 ya estaba caído). Volviendo a nuestro recorrido y tomando la senda mencionada. esta nos guía por la parte más sugerente del bosque, la más autentica y salvaje, caminando por encima de las primeras hojas caídas que ya forman una alfombra ocre bajo nuestro calzado.

 

Nos situamos en el enclave donde encontramos los ejemplares de mayor porte, y donde nos sentimos hechizados por la magia de hadas, ninfas, duendes, elfos o cualquiera de esos mágicos habitantes de los bosques encantados. El caminar entre estos troncos, el verdor, la humedad y el excepcional colorido que nos rodea, nos traslada a imágenes del pasado cuando nuestras botas recorrían los paisajes de Irati, Ordesa, Gorbea o Urbasa. La cámara de fotos no deja de disparar y nuestros ojos no saben a dónde dirigir la mirada, pues todo es hermosura a nuestro rededor, parándonos a cada paso para poder disfrutar de estos instantes de soledad y armonía envueltos en quietud y sosiego………… el momento es mágico.

 

Nos hubiera gustado quedarnos allí, pero debemos continuar la ruta descendiendo el aproximadamente un kilómetro que nos queda hasta llegar al cruce desde donde se inicia el recorrido en el área de descanso ubicada antes de llegar al pueblo y donde están los carteles indicativos de “Hayedo de Diustes”. Desde aquí y sin cruzar el río, tomamos nuevamente el GR-86 dirección oeste por una pista durante unos 700 mts. a través de una sencilla pero sugerente pista (paralela al cauce del rio) que, entre exuberante vegetación a modo de corredor cubierto de arbolado con todos los tonos posibles de verdes y ocres, llega de esta forma hasta el cartel del principio que nos indicaba la dirección a Santa Cruz de Yanguas, para desde él retomar nuestros pasos y terminar en la aldea.

 

Diustes

El caserío de Diustes se encuentra ubicado en plena serranía, al fondo de un estrecho valle donde el asfalto termina, cercano al limité con la Rioja por Cameros y el bosque de Monte Real. Situado a una altitud cercana a los 1.200 mts. aún mantiene una buena cosecha de frutales al sentirse protegido de las inclemencias invernales. Su nombre Diustes o “Las Yustes” proviene de unos de sus patronos San Justo. Protegiendo junto a San Pastor un casco urbano ejemplo de arquitectura popular serrana con casas de piedra, calles estrechas y empedradas, frondosas arboledas, puentes (hasta tres) que cruzan el río Ostaza y el Arroyo del Valle dividendo el pueblo barrios, una aldea que merece una reposada visita, como la que ya realizamos hace 20 años, que si bien en algo el pueblo ha cambiado, su esencia sigue siendo la misma.




Nos sorprende gratamente al acceder a este rincón soriano; enclavado entre dos de las principales vías de comunicación que enlazan Soria con la Rioja; la hilera de altos chopos de dorado ropaje a uno y otro lado de la estrecha carretera que hasta aquí nos lleva. Se percibe nada más llegar como los fríos y largos inviernos, junto al aislamiento y la aspereza de estos territorios serranos hallan provocado su total despoblación, ya que de las cerca de 370 almas con los que contaba al comenzar el siglo XX, ha pasado a la nada en el XXI.

 

Nos da la bienvenida el lavadero, para inmediatamente encontrarnos con la fuente, cuyo cartel se encuentra lacerado desde prácticamente su construcción en 1907, si algo no le falta a Diustes es agua. Recorremos sus callejas que se encuentran en un estado más que aceptable en su cuidado, observando como en las vigas de madera de los dinteles de sus puertas se hallan unas papelinas con las estampas de los “Santos Niños”, siendo tradición en esta aldea cuando se festejan a sus mártires, colocar estas ilustraciones en las viviendas donde hay damas, una lámina por cada mujer que haya.

 

Como es normal en este tipo de pobladuras, el templo parroquial sobresale de forma exagerada del resto de las edificaciones y aquí no iba a ser menos, la iglesia dedicada a los santos mártires alcalaínos es de hechura tardogótica del siglo XVI sin grandes adornos, destacando su pila bautismal románica tallada en arenisca y el empedrado de canto rodado con diseños de estilo mozárabe que encontramos formando el suelo de su elevado coro. Hace más de 30 años fueros sustraídas junto a la cruz procesional sendas imágenes de la santos Justo y Pastor, que aunque deterioradas por su antigüedad se custodiaban en el templo, sin que hasta el momento se halla tenido noticias de este suceso.




Se sabe la fama que tenía la miel de Diustes en el pasado, cuando contaba con algo más de cien colmenas, siendo hoy este producto de una reconocida exquisitez, aunque difícil de adquirir, siendo su producción muy limitada y artesanal. Y por último como curiosidad reseñar la asistencia de un majestuoso “pinsapo” entre su relación de árboles, rareza botánica en estas latitudes, toda vez que es una especie endémica del sur peninsular y del Atlas marroquí.






 

sábado, 19 de octubre de 2024

- Encinas de Camparañón…… el bosque magnífico

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No es ajeno a las entendederas de todo aquel que haya cruzado por el norte de Soria, que esta castellana provincia es un enclave fundamentalmente boscoso, lo que posiblemente no conozcan esas inquietas mentes que se atreven a arribar hasta estos señeros paramos mesetarios, es que esta tierra cobija la mayor masa forestal de España, contando con el pinar más extenso de Europa. Hallándose el 60% de sus algo más del millón de hectáreas cubiertas de masa arbórea (un 43% seria bosque denso), contrastando con el 37% de dedicación agrícola. 

Estando esta superficie arbolada aumentando progresiva y considerablemente desde los años 60, pasando de las 278.000 Ha. en aquellos años, a las actuales 447.000. Lo que equivale a incrementar en poco más de 60 años su superficie de bosques en casi un 61%, llegando, de los 87 millones de árboles a mediados del siglo pasado, a los actuales 250 millones en la actualidad. Habiendo durante el periodo reseñado un incremento notable de madera disponible, en gran medida debido a la gestión forestal y la prevención de daños fundamentalmente incendios.

 

Por todo ello los sorianos se sienten orgullosos, pudiendo presumir de poder contar con 7 hectáreas de monte por cada uno de sus 90.000 habitantes (0,4 Ha. por persona en el cómputo general del país), el equivalente a casi 2.800 árboles por habitante. No es por lo tanto extraño que los pobladores de estas tierras cuiden sus bosques, siendo una de la provincias que, aun con más masa forestal, tenga un ínfimo nivel de incendios. Siendo la motivación de esta ventura, una cultura de protección de los bosque que pasa de generación en generación, así como el generalizado sentir que los montes arbolados históricamente han sido y son de son de ellos y no del señor marques de turno.
 

La existencia de árboles fosilizados en estas tierras nos permite atestiguar que la presencia de coníferas en esta zona data por lo menos del cretácico inferior, llevando más de 120 millones de años en estas tierras, formando parte de su historia natural y hasta humana, pues sus habitantes en gran parte se han servido de estos bosques para generar su hábitat y hasta su economía.

 

Del total de la superficie forestal arbolada de Soria, un 51% corresponde a bosque de coníferas, un 39% a arbolado de frondosas y un 10%, bosques mixtos. Correspondiendo de los mencionados 250 millones de árboles, 116 millones a las coníferas: pinos o sabinas, y 134 millones a frondosas: chopos, hayas, robles pero sobre todo encinas, siendo a estas últimas a las que quiero dedicar estos párrafos. Siendo ella “Quercus ilex” la especie con mayor número de integrantes, ascendiendo en nuestra provincia hasta los cerca de 66 millones de elementos, suponiendo el 27% del total de árboles de la provincia.
 

Conocida comúnmente como carrasca o chaparra, la encina es un árbol perennifolio (de hojas perennes) propio de las regiones mediterráneas. Mantiene generalmente cierto porte aunque puede presentarse de forma arbustiva (coscoja), dependiendo de la calidad de los suelos donde se asienta, así como por la abundancia o escasez de lluvias, siendo una planta que aguanta bastante bien la sequía y el calor.




En Soria podemos encontrar grandes encinares y quejigares en la Sierra del Madero, Sierra del Costanazo, Andaluz, Valdemaluque, Sierra de Cabrejas, Sierra Inodejo, por la Comarca Gómara y el río Nágima, por tierras de Berlanga de Duero, encinares de Tiermes, Carrascosa y Valderromán, la cuenca del río Cidacos, Arcos de Jalón, Romanillos de Medinaceli, Mezquetillas, laderas del Moncayo en Cueva y Valverde de Agreda, así como Borobia y Ciria. Pero nosotros nos vamos acercar hasta la población de Camparañón.




Situada en la comarca de Frentes, Camparañón es una población a la que en parte me siento bastante vinculado, toda vez que mi apellido es originario de allí, pues mi trastatarabuelo “Andrés” (el padre de mi tatarabuelo) nació allí en 1786, al igual que su padre, su abuelo, su bisabuelo y también su tatarabuelo “Gaspar”. Todos “Carnicero” originarios de esa tierra desde por lo menos mediados del siglo XVII, pudiendo afirmar que esa población es el origen de mi estirpe soriana.

 

Pero lo que verdaderamente nos ha hecho acercarnos hasta este lugar, es el interesante y magnifico encinar que se sitúa a algo más de kilómetro y medio al noreste de la población, custodiado por el Castro de Ontalvilla al solano del Alto del Tormo y bajo la vigilante mirada del Cerro San Marcos. Con una extensión que ronda entre las 60 y 100 hectáreas, este monte es soporte de unos de los encinares más singulares de toda la provincia, ya que acoge un importante número de centenarias carrascas de relevante tamaño, con pintorescas formas y notable porte, haciendo de él uno de los mejores de España.

Ya durante el siglo XIX distintos documentos nos hacen referencia a la importancia de este bosque. Por una parte el Diccionario geográfico-estadístico de España realizado en 1846 por Pascual Madoz, estando también recogido en el Nomenclátor de la provincia de Soria, que realizado hacia 1880 lo describe como “monte de encina poco poblado, propiedad de varios vecinos”




El Encinar de Camparañón es un espacio natural de gran valor ecológico conformado por un singular bosque de “Quercus ilex” (encinas), donde se sitúan algunos de los ejemplares más extraordinarios y longevos de la provincia. Lo cruzan la pista de tierra denominada “Camino Soria” (al este) y la también guijarrosa que nos conduce hasta las “Tainas de la Cueva” (al oeste). Partiéndolo por la mitad el Barranco de Valdecarros, teniendo como linde occidental el río Mazos y las Tainas de Tras del Monte al noreste.

 

Recogido en el Catálogo de Árboles Singulares de Soria, sobresalen del conjunto el grupo formado por un corro de seis encinas formando un círculo de singular belleza por su forma y espectacularidad, sin llegar a destacar individualmente ninguna de ellas por su tamaño. Aparentemente dos grupos de ellas son cepas de las que han surgido los actuales brazos, con abundantes, amplias y horquilladas ramas que casi llegan al suelo. Aunque su estado general es bueno, sus troncos más vetustos poseen oquedades por la humedad y algunas tumoraciones. Tiene unas dimensiones de 3,80 por 6 m. de perímetro, una altura de unos 13 m. con una copa de copa que abarca casi los 250 m2. calculándosele una edad de entre 250 y 300 años. Localizándolo, saliendo de Camparañón por el camino que cruza el río Mazos (Camino de Soria), hasta el paraje de Tras del Monte (tainas), donde se le puede encontrar próximo al linde oriental del bosque.
 

Desde su cúspide la panorámica no puede ser mejor, todo a nuestro rededor es pura naturaleza, y pese a la proximidad de la capital soriana, todo el espacio visual está ocupado por monte y campos, con la impasible silueta del Pico Frentes vigilante. Un espacio donde se respira el aroma de la soledad, sirviéndonos de compañía los frescos musgos regados con el rocío de la mañana, y si el día amanece con sutiles nieblas el espectáculo pude ser de lo más sobrecogedor, al poder pasear entre las fantasmagóricas formas que conforman los extravagantes ramajes de estas esbeltas carrascas.

 

Ya he comentado sobre la denominada “Carrasca del Tío Domingo”, a algunas otras las he apodado yo como son el caso de: Encina Bonita, La Tullida, Carrasca de la Colmena, Las Gemelas, Carrasca Seca, Encina Torsa, Encina de las Dos Cruces (rojas)……… poco a poco les iré poniendo nombres a más.
 

En la provincia encontramos abundantes “manchas” de encinar, sobresaliendo en el sur el de Valderromán, existiendo así mismo hermosos ejemplares en Valderrueda como la Carrasca del Tío Pablo o la Carrasca Redonda, las de la Taina y Piojal en Montejo de Tiermes, las de Majadas, la Mata y Nafría en Golmayo, la de Comodruelo y Carrascona en Garray, las de Valderromán y Murgaño en Valderromán, la de Gamonar en Santervás, la Cerrada en Reznos, la del Camino en San Pedro Manrique, y tantas otras pendientes de ser relacionadas.


En junio del año 2006, fueron catalogados como singulares 14 árboles de la provincia de Soria, entre ellos la conocida como “Encina de Camparañón”, regulando de esta forma la protección y conservación de este y los otros 13 ejemplares catalogados, cuyo valor monumental, histórico o científico ha sido reconocido como parte del patrimonio cultural y natural de la región. Estando entre los otros relacionados: La Sabina de La Pica (Morales), el Pino Rey (Covaleda), la Sabina de Montejo de Tiermes, el Serbal de Vilviestre y una de las centenarias Sabinas de Calatañazor.




Las encinas de Camparañón destacan por su tamaño y antigüedad, hallándose algunas de ellas incluidas en el “Catálogo de especímenes vegetales de singular relevancia de Castilla y León”, estando así mismo recogido en el Catálogo de Árboles Notables de Soria, e incluido en el “Registro y Catálogo Nacional de Materiales de Base”, donde se relacionan los lugares de donde obtener las semillas y plantas, que garanticen la calidad de futuras replantaciones.

 

Viejas encinas que rezuman una vigorosa energía pudiéndola sentir al caminar entre su espesura, haciéndonos participes de ella, sugiriéndonos a quienes nos aventuramos a transitar entre sus troncos a que pudiéramos acariciarlas. El encanto y la atracción de este enclave no solo reside en la opulencia de sus añejas carrascas, también en la peculiaridad de algunos de sus ejemplares, como es el caso del Carrasco del Tío Domingo, que sobresale por sus singulares y antojadizas formas y soberbias dimensiones. Este monte no solo es un reflejo de cómo evoluciona por sí misma la biodiversidad formando igualmente una valiosa reserva natural, también sirve de ejemplo en como la naturaleza puede por sí misma generar espacios intactos de increíble encanto, evidenciando en positivo el estrecho vínculo que se crea entre el entorno y la cultura rural.
 

Esperemos que este espacio de enorme valor natural no quede afectado por la nueva variante de circunvalación soriana, al conectar la A-11 con la A-15 que tanto está costando digerir.




Invito a los que hasta este mágico lugar os acerquéis, a realizar un paseo por entre las vetustas encinas, para lo cual aquí os dejo algunas indicaciones, así como una ruta de unos tres kilómetros que aun sin marcar y sin sendero visible se puede realizar en algo más de una hora, contando con el entretenimiento que lleva el poder observas estas maravillas a nuestro paso. Dejaremos el vehículo en lo alto de la pista (final del encinar) al que se accede desde la población de Camparañón, aparcando justo enfrente de la carrasca que yo he apodado como “Encina Bonita” por sus ordenadas formas y dimensiones. De aquí partiremos haciendo un bucle (ocho apaisado ♾️) en dirección sureste y movimiento contrario a las agujas del reloj (cuando tenga un “track” correcto ya lo pasare aquí), de momento solo os dejo la imagen aérea con los puntos de interés marcados y la línea del recorrido.


Hoy en día las encinas se van apoderando en cubrir los terrenos de las poblaciones que se van vaciando, colonizando con sus troncos la inmensidad de aldeas despobladas en nuestra provincia, sustituyendo lo que antaño fuera humanidad por bosques de floresta. Si Camparañón es uno de esos lugares donde abundan las carrascas…………. ¿será señal de su inmediato futuro?.

 



Quiero que sirvan estos párrafos como reconocido epitafio a la “Encina de Valderromán” (sur de Soria), de la cual se le ha vuelto a desgajar a principios de año otra enorme rama por la una impresionante nevada. Considerada la encina más antigua de España, es la segunda vez que le ocurre esta desgracia en el último lustro, dejando una imagen desgarradora a los que la conocimos en todo su esplendor cuando aún no había llegado el asfalto a sus proximidades. Siendo en la primavera del 2011, cuando por vez primera pude observarla en todo su esplendor, sirviéndonos de su sombra para mitigar nuestras hambres después de trajinar todo el día por el Cañón del río Caracena. Mas de 800 años ha estado resistiendo las intemperies de los inviernos sorianos, y en apenas 6 años la mitad de ella ha sucumbido a los candorosos copos níveos de sendos eneros…… réquiem a un espécimen único.






jueves, 10 de octubre de 2024

- Asperón de Soria…… las minas de Fuentetoba

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Yo viví aquel Madrid castizo del barrio de La Latina y la calle Toledo, donde todavía existía el histórico Mercado de la Cebada, el de hierro, -que diseñado por un discípulo de Eiffel en 1875 fue mandado derribar en 1960-, zoco que constituia el centro neurálgico de la barriada. Ese Madrid de los paseos a las Vistillas y la Cuesta de la Vega, el de La Paloma y sus fiestas populares en las calles, el de las ruinas y descampado del Cuartelillo donde alguna vez hice novillos, el del “autentico” Rastro con su movimiento y su luz, el de las freidurías de “entresijos, gallinejas y chicharrones”, el de los serenos en la noche……… ese Madrid que hace ya bastantes años se desvaneció.

 

Un barrio que había sufrido mucho la “Posguerra Civil”, pues fundamentalmente habitaba en él gente humilde y de izquierdas. A mi mente aun llegan recuerdos de cuando al anochecer se cerraba el portal del edifico donde vivía, reuniéndose furtivamente en la portería conocidos del barrio, a escuchar la clandestina y proscrita “Radio Pirenaica”, algunos de ellos familia mía.

 

Jugaba al tacón en medio de la calle, a dola y a las chapas en los bordillos de las aceras, que aunque ya estaban asfaltadas (ojo al apunte) por mi calle no transitaba por entonces ningún coche ni los había aparcados, las calles eran el lugar de juegos y convivencia, un verdadero espacio humano. Por ellas solo pasaban los carros de mano que servían como puestos externos de venta añadidos alrededor del cercano mercado, guardándose por la noche en un garaje para ello, ubicado justo al lado de donde yo habitaba. Llegando también a mi mente la imagen del “tranvía nº 24” pasar por la calle Humilladero a apenas 80 mts. del portal de mi casa, donde los chavales poníamos hileras de fósforos en la vías para producir ruido a su paso.

 

Yo vivía en un tercer piso de un humilde edificio de 1880 que no tenía ascensor, por eso al subir y bajar las ajadas escaleras de desgastada madera, observaba como eran limpiadas con una especie de fina arena usada con un cepillo de fuertes púas. Era la misma arena que junto a los estropajos de esparto, se podía encontrar en una lata metálica sobre el fregadero de las casas, elementos que se repetían en prácticamente todas las cocinas del barrio ya que eran utensilios de limpieza (como el fairy de hoy), esa arena tan imprescindible en los hogares de entonces era el “asperón”. Por aquel entonces tenía yo entre 8 y 10 años y quien me iba a decir que ese peculiar producto 60 años después iba a llamar mi atención en tierras sorianas de Fuentetoba.

 

El Asperón (de áspero), no es más ni menos que una arenisca compuesta por finos granos silíceos y afiladas arcillas de un color cercano al blanco (blanco azulado), que usado para la construcción o como piedra de afilar, su utilidad fundamental estaba relacionada con la limpieza y el decoro, ya que por su elevado contenido en carbonato cálcico y silicatos, absorbía la grasa con facilidad además de pulir las superficies. Añadido en algunos casos a jabones, dada su plasticidad y poder desengrasante, actuaba como potenciador de estos al ser un elemento más abrasivo, consiguiendo de esta manera más efectividad en la limpieza cotidiana de las casas y en la eliminación de manchas.

 

Estas específicas arenas se pueden encontrar con relativa abundancia, bajo las laderas del Pico Frentes en Fuentetoba, siendo hasta allí donde dirigimos nuestros pasos en busca de lo que durante la primera mitad del siglo XX fuera una de las fuentes principales de la economía de esta población cercana a la capital soriana.




Efectivamente en los entornos de la aldea “tobera”, aún quedan restos de cuando se extraían estas areniscas, siendo tres los lugares que hemos podido localizar de cuando se realizaba esta actividad, fundamentalmente al sur y suroeste del núcleo urbano. El primero de ellos es la amplia “cantera” de arenas “facies utrillas” (así es como se les llama en el argot científico), que nos encontramos entrando a la urbe por el sur inmediatamente antes de llegar a la piscina, polideportivo y bar. Es allí, en los cortes de la extracción, donde podemos hacernos la primera idea de este tipo de mineral o arena fina que vamos a ir a lo largo de la jornada observando.

 

Al segundo situado accedemos justo enfrente nada más cruzar la carreta, donde encontraremos un cartel de madera indicándonos “ MINA DE ASPERÓN LA SOMADILLA 0,8 Km.”, no tiene perdida, siempre a la izquierda, aunque el resultado es un tanto defraudante pues prácticamente no queda nada de lo que fue. Estando todo en gran parte cubierto de vegetación y ni siquiera un cartel indicativo o explicativo indica con exactitud el lugar. Enclave que en su día debió de tener cierta relevancia, toda vez que uno de los productos elaborados de su extracción se denominaba “Asperón La Somadilla”.

 

Por último nos acercamos hasta la “Mina el Picazo”, a la que se accede por el denominad camino Eras Someras que pasa junto al “Camposanto” en dirección sur, dejando el vehículo justo en la primera curva y ya caminando por entre los tonos fucsia de las flores de los biercoles (brezo) que nos indican la proximidad del otoño, aproximarnos hasta un vallado balaustrado de madera y los restos de un “Cartel Informativo” que encontramos por los suelos. Mi consejo para poder visitar el lugar, -el más interesante de todos ellos-, es recorrer primeramente por la parte alta la zona oriental de los barrancales existentes, para continuar descendiendo a su fondo atravesando posteriormente el situado más al este y por último el más occidental, donde se encuentra un cuadrada construcción plenamente picada en la pared de la roca.




El conjunto y su recorrido es de lo más interesantes, y aunque la sensación de estar por un lugar de actividad minera para nada es notorio, pues hace ya bastantes décadas que su actividad dejo de realizarse habiendo la erosión junto a la vegetación, trasformado el paisaje de cuando estuvo en plena actividad minera. Pudiendo observar interesantes formaciones rocosas de esa tonalidad blanquecina que le da al lugar un aspecto y una luz dignas de alabar. Además nuestros pies irán caminando por encima de esa fina arena que nuestras abuelas y tatarabuelas usaban para la limpieza de la casa y útiles de cocina, amén de dejarnos una sensación de alivio en nuestros pasos………….. y eso sí, siempre guiados por el silencio, autentico compañero de la soledad.

 

El uso del asperón parece que procede de la edad media, hace ya 800 años cuando era empleado en la limpieza de utensilios de cocina tales como perolos, cazuelas, sartenes, etc. restregando sin agua sobre ellos la fina arena, hasta que quedaran perfectamente fregados y lustrados. Una fina y singular arenilla a la que también se la conocía como espuña, trípoli, tierra blanca, greda o tierra de batán. Con una textura entre harina y sal,  se despachaba en trozos o en grano,  siendo durante siglos el más útil elemento de limpieza.

 

Compañero cuasi inseparable del estropajo (de estopa le viene el nombre), el asperón era también cómplice de la lejía, elemento que se producía fácilmente en las casas con agua hirviendo y cenizas de madera dura. Estos eran los elementos de limpieza en las casas de hace 100 y más años, que funcionaban también como los actuales detergentes químicos, enormemente eficaces en la limpieza de muebles, tarimas, útiles de cocina, fregados de toda índole, las manchas de ropa o el enarenado de escaleras en madera. Añadiéndole sosa caustica y aplicada con estropajos de esparto dejaba los escalones de las escaleras de un característico tono blanquecino que tanto gustaba a las amas de casa de por aquel entonces.




Hoy aún se sigue comercializando, pero cuando en las primeras décadas del siglo XX costaba entre 15 y 20 céntimos de peseta (0,0009 y 0,0012 €.) la pastilla de ½ kg. actualmente lo podemos encontrar por entre los 10 y 20 euros el kilo.

 

Su precursor, fabricante, comercializador y quien genero la patente del producto “Asperón de Soria” fue Casto Hernández Hernández, soriano de Castilruiz nacido en 1863, un avispado mesetario de los que en Soria hubo y bastantes hay. De humilde familia, tuvo que emigrar como tantos de estas tierras para poder medrar en sus necesidades, pero no salió de la provincia, afincándose finalmente en la capital terminando el siglo XIX. Siendo aquí, donde instaló su primera fábrica de jabones y una tienda de “ultramarinos” (hoy estaría frente al Mercado de Abastos y anexa a la Escuela Oficial de Idiomas), junto a la cual también elaboraba aguardientes y licores.

 

Austero como buen soriano, Don Casto era serio, recto y buen cristiano, paternalista con sus obreros (hasta el punto de instaurar la paga de navidad, cuando aún no se había legislado). Indagó en la posibilidad de usar las arenas existentes bajo las laderas del Pico Frentes de Fuentetoba, que facilitando el restregado mejoraban la eficacia de sus jabones, consiguiendo con ello crear un emporio a través de un producto asequible y de enorme utilidad. Tras su éxito, en 1910 trasladaron la producción a unos terrenos en las afueras de Soria, donde se situaba el Alto de San Francisco, próximos a la antigua estación del ferrocarril y muy cercanos a lo que hoy es la nueva Delegación de Defensa (militar) en Soria. De aquello solo queda en la zona el nombre de la piscina municipal cubierta “El Asperón”. Pudiendo afirmar que con todos estos condicionantes El Asperón es el gran invento soriano del siglo XX.

 

Su consumo se extendió por todo el país, especialmente en Sevilla, Valencia, Bilbao, sendas Castillas y Madrid, donde se vendía de forma abrumadora. Siendo en la capital, cuando termino la mal llamada “Guerra Civil”, y a falta de todos los suministros, uno de los primeros que llegaron fue “El Asperón de Soria”, creándose enormes filas para poderlo adquirir. Su máxima producción se alcanzó en la década de los años 60 (cuando yo lo conocí) llegándose a elaborar alrededor de 6 millones y medio de pastillas al año.




Aunque “El Asperón” sucumbió al progreso, pues con el paso de los años y la aparición en el mercado de los nuevos detergentes, así como la incorporación del otro gran invento hispano “la fregona”, el uso de estas arenas progresiva he invariablemente fue desapareciendo, máxime con la renovación de suelos y escaleras de madera por el terrazo y losas cerámicas, dejando de fabricarse definitivamente en 1978.




La riqueza natural de Fuentetoba la tenemos a la vista con las siluetas del Pico Frentes, la muela de la Peña Cruz, así como la exuberante, publicitada y afamada, aunque escondida Cascada de la Toba, pero sus valores geológicos no terminan con el asperón ya que en el entorno de la población hay rocas con petróleo. Pudiendo encontrar, -al norte de su casco urbano y lindando a poniente con la “exclusiva” urbanización de La Toba-, de otro interesante situado para los gustosos de la geología y la minería, ya que en este lugar antaño también hubo minas de las que se sacaron ingentes cantidades de areniscas bituminosas impregnadas de petróleo y betún.

 

Terrenos donde hace unas cuantas décadas, se explotó una mina de asfalto con galerías, toda vez que en sus entrañas había suficiente mineral con abundante materia orgánica fosilizada, que una vez procesada se conseguía obtener distintos elementos derivados del petróleo, tales como el asfalto y breas. Llegando algunos años (finales del siglo XIX) a tratarse medio millar de toneladas para la obtención de estos subproductos por parte de la empresa Asfaltos El Volcán, propiedad del Duque de Maceda, a su vez dueño de la Mina Maceda en Fuentetoba, que obtenía en marzo de 1851 el monopolio en la aplicación de la “brea asfáltica” para la pavimentación de las calles de Madrid. Mina Maceda se situaba al pie de la Peña de la Cruz, siendo la primera mina de asfaltos en Fuentetoba y la fábrica “Asfaltos El Volcán” levantó oficinas y talleres al pie de Pico Frentes. Siendo el popular Mesón La Tobas (hace tiempo cerrado) parte de las instalaciones mineras.

 

Quien me iba a decir de cuando era infante y jugaba en las calles del Viejo Madrid allá por los años 60 del pasado siglo (tal y como os he relatado al principio), que el asfalto por el que pisaba se había extraído de la soriana población de Fuentetoba……….. las vueltas que da la vida…………. en fin tendremos que seguir con otras cosas.

 

Como curiosidad para los “quintaneros”, aquí os dejo una foto de la actividad minera relacionada con el petróleo allá por los comienzos del siglo XX, trasladando el muy interesante pie de foto. “Fotografía del sondeo de exploración petrolera perforado en Quintana Redonda (Soria) en 1907 por la ‘Compagnie Ibérique des Mines’ (La Ilustración Española y Americana, 30-VII-1907). En la parte inferior derecha de la foto se observa la vía del ferrocarril Torralba-Soria. La fotografía es del estudio ‘Viuda e Hijo de Casado’, que obtuvieron una serie de fotografías del pozo que fueron expuestas durante julio de 1907 en el escaparate de su estudio fotográfico en Soria”

 



Posiblemente la instantánea fuera del sondeo de investigación petrolera realizado alrededor de esos años en Quintana Redonda, que menciona la Estadística Minera de España (de 1907). Perforación propulsada por una máquina de vapor que alcanzó los 450 mts. de profundidad.